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Full text of "Cartas a un obrero; la cuestión social"

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v5^9 


■ 


£  (íoe^ 


CARTAS   Á   l'N   OBRERO 


OBRAS   COMPLETAS 


D/  CONCEPCIÓN  ARENAL 


LA    CUESTIÓN    SOCIAL 


CARTAS  A  UN   OBRERO 


EDICIÓN   HECHA  EXPRESAMENTE  PARA  REPARTIRLA 

GRATIS,    POR   VÍA   DE  PROPAGANDA,  Y  CON 

EXPRESA    PROHIBICIÓN   DE   QUE    NINGÚN    EJEMPLAR 

SE   PONGA   Á   LA   VENTA 


BILBAO: 

I.Mi'.  V  E\c.  i)K  r.A  EurroKiAL  Vizcaína 

Henao,  8 


/^^  B  A  /Tí 


J^ 


Las  Cautas  A  un  obrero  estaban  olvidadas 
en  la  colección  de  1.a  Voz  de  i.a  Caridad;  las 
Cartas  A  un  señor,  inéditas ,  y  asi  continua- 
rían ,  si  V.  no  se  empeñara  en  sacarlas  á  luz. 
Como  yo  se  el  puro  amor  al  bien  que  le  impulsa 
á  esta  publicación ,  y  como  creo  que  si  hubiese 
muchos  SEÑORES  como  V.  habria  pocas  cuestio- 
nes con  los  OBREROS ,  k  dcdico  este  libro ,  por  un 
sentimiento  de  justicia,  y  como  una  prueba  de 
amistad. 

Qoncepciórj  J^ renal. 

áij.óii,  4  di  Sfiiiiio  ?i  lS8o. 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2010  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/cartasunobrerolaOOat;en 


SrA.    D."    CONCKI'CIÓN    AkIÍNAI.. 

Mi  distinguida  é  ihistre  ainiíía  :  contento  y  satisfe- 
cho me  consideraba  con  la  autorización  que  de  usted 
linhía  alcanzado  para  dar  á  la  estampa  este  precioso 
lihro,  \-  i^rande  era  mi  honor  al  poder  asociar  de  este 
modo  mi  buen  deseo  á  la  publicación  de  una  obra, 
cuya  lectura  juzgo  hoy  de  gran  conveniencia  y  opor- 
tunidad para  todas  las  clases  sociales. 

Tcm'a  vencidas  las  dificultades  que  siempre  se  pre- 
sentan en  estas  empresas,  dificultades  nnicho  mayo- 
res para  quien  como  yo  ni  es  impresor  ni  nunca  ha 
editado  obra  alguna ;  y  cuanch^,  ya  se  estaban  com- 
pf;niendo  las  primeras  páginas,  recibo  su  afectuosa 
carta  de  4  del  corriente,  y  con  ella  una  de  las  más 
gratas  satisfacciones  de  mi  vida. 

La  amistad  que  me  ha  dispensado  usted,  ha  sido 
siempre  tan  sincera,  que  sólo  así  se  explica  la  innu- 
recida  dedicatoria  que  me  manda  y  los  términos  un 
que  la  expresa.  Nada  más  que  en  ese  sentido  puedo 
y  debo  aceptarla. 

I/O  poco  que  he  escrito  y  lo  no  nuicho  (jue  he  reali- 
zado para  elevar  el  nivel  de  las  clases  oI)reras  por  mu  - 
dio  del  ahorro,  del  trabajo  y  de  la  asociación,  y  par;i 
inclinar  el  áninuí  de  las  clases  acomodadas  á  cooperar 
generosamente,  como  conveniencia  y  como  deber,  á 
esa  obra  de  paz,  de  progreso  }•  armonía  en  el  mundo 
social,  todo,  repito,  si  algo  vale,  es  debido  en  primer 
término  á  los  saludables  c  nsejos  de  usted  y  á  sus 
elocuentes  escritos. 

Dudo  que  haya  nadie  ([ue  leyéndoles  y  meditando 
solire   sus   profundos   crmceplfis,   deje   de   sentirse  ir¡- 


—  á  — 

diñado  á  imitar  el  ejemplo  de  usted  }•  á  practicar 
algo  de  lo  mncho  bucuo  que  aconseja  en  favor  de  la 
humanidad. 

Por  eso  me  decidí  de  la  manera  espontánea  y  des- 
interesada que  usted  sabe,  á  dar  á  luz  la  colección 
epistolar  sobre  La  cuestión  social,  creyendo  firme- 
u.ente  que  su  lectura  producirá  en  estos  momentos 
un  saludable  influjo  en  los  ánimos  serenos  y  desapa- 
sionados, y  confiando  en  que  el  público  verá  con  gusto 
esta  obra,  aplaudiendo  las  grandes  verdades  en  que 
abunda,  y  la  claridad,  valentía,  itnparcialidad  é  in- 
dependencia con  que  son  expresadas. 

Esa  ha  sido  la  única  aspiración  de  usted  al  escribir- 
la y  la  mía  al  darla  á  luz.  A1;rigo  fundadas  esperan- 
zas de  que  la  opinión  general  hará  justicia  y  corres- 
ponderá á  nuestros  honrados  propósitos. 

Concluyo  estos  renglones  reiterando  á  usted  el  tes- 
timonio de  mi  más  profunda  gratitud  y  de  mi  sincera 
amistad. 

B.  vS.   P. 
Tomás  Pérez  González. 

Avila,  8  de  Julio  de  1880. 


a/¿N9  sJ^  iA>s9  e^\9  ey*ss  eAs  e/j^s  e-gss  e^^  z/^s  e^/¡^s  e^l^  a/j[v9  e./'^  e,^  a/^ 

e^   e^TvS   a-íp^*   »-^   c^i^s   eí?s* 


ADVERTENCIA 


Allá,  por  el  año  de  1871,  cuando  el  pueblo, 
porque  estaba  armado,  se  creía  fuerte;  cuando 
fermentando  en  su  seno  pasiones  y  errores, 
tenía  predisposición  á  abusar  de  la  fuerza,  y 
abusaba  de  ella  alguna  vez;  cuando  daba  oídos 
á  palabras  engañosas  que  señalaban  como  re- 
medio de  sus  males  lo  mismo  que  debía  agra- 
varlos; cuando,  en  fin,  la  cuestión  social  se 
trataba  por  muchos  que  no  lo  comprendían  ó 
que  la  extraviaban  de  propósito,  dirigiéndose 
á  masas  ignorantes,  apasionadas  y  poco  dis- 
puestas á  escuchar  á  los  que  pretendían  llevar- 
las por  buen  camino,  nos  pusimos  al  lado  de 
estos  últimos,  pviblicando  en  La  Voz  de  la 
Caridad  las  Cartas  á  un  obrero.  En  ellas 
tratamos  la  cuestión  social  dirigiéndonos  sola- 
mente á  los  pobres,  diciéndoles  algunas  cosas 
que  debían  saber  é  ignoraban,  y  procurando 
desvanecer  errores  y  calmar  pasiones  entonces 
muy  excitadas.  Se  concluyó  la  publicación  de 
las  Cartas  á  un  obrero,  y  poco  después  con- 
cluvó  también  el  ilusorio  poder  de  las  masas, 
á  quienes  se  quitó  el  cetro  de  caña;  las  mul- 
titudes volvieron  á  guardar  silencio,  y  no  se 


OBRAS   DE   DONA   CONCEPCIÓN   ARENAl, 


oyeron  más  voces  que  las  de  mando.  Entonces 
quise  elevar  la  mía,  aunque  débil;  quise  consi- 
derar otra  fase  de  la  cuestión  social;  quise  de- 
cir lo  que  entendía  ser  la  verdad  á  los  ricos, 
como  se  la  había  dicho  á  los  pobres,  y  escribí 
las  Cartas  á  un  seíÑ'OR.  Como  las  del  obre- 
ro, debían,  á  mi  parecer,  publicarse  en  La 
Voz  de  la  Caridad;  mas  no  opinaron  lo  mismo 
mis  compañeros  de  redacción,  los  cuales  expu- 
sieron varios  y  graves  inconvenientes  que  re- 
sultarían de  que  vieran  la  luz  en  aquella  Re- 
vista ( I ) .  Por  razones  que  no  es  del  caso  ma- 
nifestar, creí  que  debía  conformarme  con  el 
parecer  de  la  maj^oría,  3^  guardé  el  manus- 
crito: de  esto  hace  unos  cinco  años.  Si  tenía 
alguna  oportunidad  en  aquella  fecha,  la  con- 
serva por  desgracia,  é  imprimiéndose  en  forma 
de  libro,  no  podrá  atraer  ningún  anatema  so- 
bre la  humilde  i)ublicación  á  que  estaba  des- 
tinado. 

Las  Cartas  á  un  obrero  y  las  Cartas 
Á  UN  SEÑOR  constituyen  dos  partes,  no  dos 
asuntos;  es  una  misma  cuestión  considerado 
por  diferentes  fases,  3^  por  eso  ha  ])arecido,  no 
sólo  conveniente,  sino  necesario,  formar  con 
todas  una  sola  obra.  Hay  en  ella  imparciali- 
dad de  intención,  que  tal  vez  no  se  vea  siem- 
pre realizada:  ¿quién  se  puede  lisonjear  de  no 
inclinarse  nunca  de  un  lado  ó  de  otro,  de  man- 
tener constantemente  la  balanza  en  fiel,  de  que 


(1)    Debo  exceptuar  á  iii¡  inolvidable  milico  el  señor  don 
José  Olózaga,  que  opinaba  como  yo. 


CARTAS    A    UX    OURERO  t  t 


la  mano  que  la  sostiene  no  tiemble  á  compás 
de  los  latidos  del  corazón  agitado  por  el  es- 
pectáculo de  tantas  iniquidades  y  de  tantos  do- 
lores ? 

Hecha  esta  advertencia,  se  comprenderán  al- 
gunas frases  (jue  sin  ella  serían  ininteligibles: 
pudiéramos  haberlas  variado,  revisando  más 
cuidadosamente  la  obra,  con  lo  cual  quedaría 
menos  imperfecta;  pero  esto  exigiría  un  tiem- 
po que  hoy  no  podemos  dedicarle,  y  además, 
en  todo  lo  esencial,  pensamos  lo  mismo  que 
decíamos  al  obrero  hace  nueve  años,  y  al  señor 
hace  cinco. 

Concepción  Arenal. 

Madrid,   28  de  ^larzo  de  1880. 


'S'sS'OfS''3''fi3'i'esf  & 


■Avs  c/\V9  eA-¿i  uxÍlVs  e/M  e^Txs  e/\v3  e/^s  e/\v9  e-í^s  e,*v9  e/^s  S/T^s  aAva  e^^S^  a/'í^a 
T^9    .,'(>'.  J|^  s^TVs  e.|j  aAs  JiJ^í  s^   eAs  ¡Jís  ^¡^  ".Aa  e*»  e^^»  eAs  «^» 


CARTA  PRIMERA 


Peligros  de  recurrir  á  la  fuerza.  lío  se  r  suelven  por 
raedio  de  ella  las  cuestiones,  y  menos  las  econó- 
micas. 

Apreciablc  Juan:  Te  he  oído  afirmar  como 
verdades  tantos  y  tan  graves  errores  económi- 
cos, que  no  puedo  ni  creo  que  debo  resistir  al 
deseo  de  rectificarlos.  Para  que  tú  me  oyeses 
sin  prevención,  f¡uisiera  que  te  persuadieras 
de  que  te  hablo  con  amor,  de  que  me  duelen 
tus  dolores,  y  de  que  no  soy  de  los  que  se 
apresuran  á  calificar  tus  males  de  inevitables, 
por  evitarse  el  trabajo  de  buscarles  remedio. 
A  este  propósito  voy  á  repetirte  lo  que  te  dije 
en  otra  ocasión  ( i ) ,  porque  tengo  fundados 
motivos  para  creer  que  no  lo  has  oído. 

«Te  engañan,  pobre  pueblo;  te  extravían,  te 
pierden.  Derraman  sobre  ti  la  adulación,  el 
error  y  la  mentira,  y  cada  gota  de  esta  lluvia 
infernal  hace  brotar  una  mala  pasión,  ó  corroe 
un  sano  principio.  Cuando,  impulsado  por  el 

(1)  A  /os  vencedores  y  á  los  venciilos,  opüsculo  publicad') 
después  de  la  insurrección  republicana  el  año  de  1869. 


14  OBRAS   Dli   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


huracán  de  tus  iras,  te  lanzas  sin  brújula  á 
un  mar  tempestuoso  que  desconoces,  en  lugar 
de  las  armonías  que  te  ofrecían,  oyes  la  vo/ 
del  trueno,  y  á  la  luz  del  rayo  ves  los  escollos 
y  los  abismos  en  que  se  han  trocado  aquellas 
deliciosas  mansiones  que  te  ofrecían  y  vislum- 
brabas en  sueños. 

))Han  acostumbrado  tus  oídos  á  palabras  fala- 
ces, y  acaso  no  escuches  las  verdades  que  voy 
á  decirte,  porque  te  parezcan  amargas;  pero, 
créeme:  cuando  la  verdad  parece  amarga,  es 
(|ue  el  alma  está  enferma,  como  lo  está,  el 
cuerpo  si  le  repugnan  los  alimentos  que  del)en 
nutrirle.  Yo  no  he  calumniado  á  los  que  abo- 
rreces; no  he  lisonjeado  tus  pasiones;  no  he 
aplaudido  tus  extravíos;  pero  te  amo  y  te  com- 
padezco siempre,  y  si  no  te  he  dado  ostento- 
samente la  mano  en  la  plaza  pública,  la  he 
colocado  sobre  la  frente  de  tus  hijos,  que  la 
inclinaban  humillados  en  la  prisión,  ó  la  deja- 
ban caer  en  la  dura  almohada  del  hospital.  Mi 
amistad  no  ha  brotado  de  tu  poder,  sino  de 
tus  dolores;  soy  tu  amiga  de  ayer,  de  hoy,  de 
mañana,  de  siempre;  mi  corazón  está  contigo 
para  aplaudirte  cuando  obras  bien,  para  cen- 
surarte cuando  obras  mal,  para  sufrir  cuando 
sufres,  para  llorar  cuando  lloras,  para  aver- 
gonzarme cuando  faltas...  Aunque  mis  pala- 
bras te  parezcan  duras,  espero  que  dirás  en 
tu  corazón: — Esa  es  la  voz  de  un  amigo». 

Si  esto  dices,  dirás  verdad,  y  escucharás  sin 
prevención,  que  es  todo  lo  que  necesito. 

Esta  mi  primera  carta  va  encaminada  á  di- 


CARTAS  Á  üX   OBRERO  i  =; 


suadirte  de  recurrir  á  la  violencia,  y  á  prol^ar- 
te  cuánto  te  equivocas  creyendo  que  iniedes 
promover  trastornos  y  tomar  parte  en  lebelio- 
nes,  sin  perjuicio  tuyo,  porque  no  iicnes  nada 
que  perder. 

Si  alguna  vez  te  enseñan  historia,  Juan,  his- 
toria verdadera,  y  no  la  desfigurada  para  que 
se  encajone  en  un  sistema  ó  le  sirva  de  apo- 
yo, entonces  verás  que  la  violencia  no  ha  des- 
truido una  sola  idea  fecunda,  ni  planteado  nin- 
guna irrealizable.  Y  esto  sin  saber  historia 
puedes  comprenderlo,  porque  ya  se  te  alcanza 
([ue  la  violencia  no  puede  hacer  milagros,  v 
sería  uno  que  la  fuerza  aniquilase  una  verdad 
ó  diera  vida  á  un  error.  Está  por  escribir  un 
libro  muy  útil,  que  se  llamará  cuando  se  es- 
criba: La  debilidad  de  la  fuerza. 

ha  fuerza  que  se  sostiene,  es  porque  está 
sostenida  por  la  opinión,  porque  es  como  su 
representante  armado.  Si  contra  ella  quiere 
luchar,  cae;  si  la  fuerza  apoya  injusticias,  es 
porque  en  la  opinión  hay  errores:  rectificarlos 
es  desarmarla. 

Tú  dices:  ¿por  qué  no  he  de  emplear  la  fuer- 
za para  hacer  valer  mi  derecho?  Prueba  que 
lo  es;  que  aparezca  claro,  y  triunfará  sin  recu- 
rrir á  las  armas,  que  no  han  salvado  nunca 
ninguno;  y  si  esta  prueba  no  haces,  y  si  este 
convencimiento  no  generalizas,  con  razón  ó 
sin  ella,  serás  víctima  de  la  violencia  á  que 
apelas.  La  fuerza  contra  el  derecho  recono- 
cido, reconocido,  ¿lo  entiendes?  se  llama  vio- 
lencia, séalo  ó  no,  y  se  detesta,  y  se  comba- 


1 6  OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN    ARE\AI< 


te  y  se  derriba.  La  violencia,  si  viene  de 
arriba,  no  puede  durar  mucho;  si  viene  de 
abajo,  acaba  antes,  porque  tiene  menos  arte, 
menos  miramiento,  menos  hipocresía;  prescin- 
do de  toda  apariencia,  y  rompiendo  todo  freno, 
se  desboca  y  se  estrella:  la  tiranía  de  las  masas 
es  terrible  como  una  tempestad,  y  como  una 
tempestad  pasa. 

Hablando  de  la  libertad  política,  te  decía: 
«¡Las  armas!  ¿Cuándo  nos  convenceremos 
de  que  detrás  de  una  masa  de  hombres  arma- 
dos hay  siempre  un  error,  un  crimen  ó  una 
debilidad?  ¿Cuándo  nos  convenceremos  de  que 
la  opinión  es  la  verdadera  guardadora  de  los 
derechos,  y  que  los  ejércitos  la  obedecen  como 
el  brazo  á  la  voluntad?  ¿Cuándo  enseñaremos 
al  pueblo  que  las  cadenas  se  rompen  con 
ideas  y  no  á  bayonetazos;  que  ese  fusil  con  el 
que  imagina  defender  su  derecho  se  cambia 
fácilmente  en  auxiliar  de  su  cólera,  y  que 
desde  el  instante  en  que  se  convierte  en  ins- 
trumento de  la  pasión,  allana  los  caminos 
del  despotismo  ?  )>   ( i ) . 

Y  si  esto  es  verdad  en  las  cuestiones  políti- 
cas, ¿qué  no  será  en  las  económicas,  cuyas 
leyes  inflexibles  no  se  dejan  modificar  ni  un 
momento  por  ninguna  especie  de  coacción? 
Pero  no  anticipemos;  hoy  sólo  me  he  pro- 
puesto exhortarte  á  que  encomiendes  tu  dere- 
cho á  tu  razón,  y  no  á  tus  manos,  y  á  que 
no  incurras  en  el  error  de  que  los  trastornos 


( I )     A  los  venccüorcs  y  á  ¡os  vencidos. 


CARTAS   A   UN    OBRKRO  17 


no  te  perjudican  porque  no  tienes  que  perder. 
Veamos  si  no. 

Eres  jornalero.  No  tienes  propiedad  alguna. 
Si  no  hay  contribución  de  consumos,  no  pagas 
contribución.  Puedes  incendiar,  destruir  cami- 
nos, telégrafos  y  puentes,  sin  que  te  pare  per- 
jucio.  Si  se  imponen  más  tributos,  otro  lo  sa- 
tisfará; si  se  dejan  de  cubrir  las  obligaciones 
del  Estado,  poco  te  importa;  no  cobras  un  real 
del  presupuesto.  Puedes  hacer  daño,  mucho 
daño  á  los  otros,  sin  que  te  resulte  ningún 
mal.  i  Error  grave,  blasfemia  impía  de  la  igno- 
rancia !  Nadie  hace  mal  ni  bien  sin  que  le  to- 
que una  parte;  así  lo  ha  dispuesto  la  admirable 
providencia  de  Dios. 

Para  reparar  los  caminos,  los  puentes,  los 
telégrafos  destruidos,  hay  que  aumentar  los 
impuestos  ó  dejar  desatendidas  otras  obliga- 
ciones. 

En  la  luoha  han  muerto  muchos  combatien- 
tes; en  vez  de  disminuir  el  ejército,  hay  que 
aumentarle;  los  que  tronaban  contra  los  sol- 
dados y  contra  las  quintas,  quieren  quintas 
y  soldados,  porque  han  cobrado  miedo  al 
robo,  al  incendio,  al  asesinato,  á  la  destruc- 
ción llevada  á  cabo  por  las  masas,  á  lo  que 
se  llama,  en  fin,  el  reinado  de  la  demagogia. 
De  resultas  de  todo,  esto,  tu  hijo,  que  debía 
quedarse  en  casa  ayudándote,  va  á  ser  soldado. 

La  destrucción  de  los  caminos  dificulta  los 
transportes,  los  hace  imposibles  por  algún 
tiempo;  los  artículos  suben;  tienes  que  pa- 
garlos más  caros. 


iS  0»1US   DK   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


Cuando  no  hay  seguridad  completa  ni  en 
los  caminos  ni  en  las  ciudades,  muchos  capi- 
tales se  retiran;  los  que  continúan  en  las  espe- 
culaciones mercantiles  é  industriales  sacan  ma- 
yor rédito,  por  el  mayor  riesgo  y  la  menor  con- 
currencia. Esto  se  traduce  en  carestía  para  ti. 

El  que  tiene  tierras,  el  que  fabrica  el  pan, 
el  que  vende  la  carne,  el  que  teje  el  lienzo, 
el  que  hace  los  zapatos,  se  ven  abrumados 
por  las  contribuciones,  aumentadas  para  re- 
parar tantos  daños  y  mantener  tantos  solda- 
dos, y  te  venden  más  caros,  por  esta  razón, 
el  pan,  la  carne  y  los  zajmtos. 

Los  ricos  huyen  de  un  país  en  que  no  hay 
seguridad,  ni  paz,  ni  sosiego;  van  á  gastar 
al  extranjero  sus  reutas;  los  capitales  emigran 
ó  se  esconden;  no  se  hacen  obras,  y  no  tienes 
trabajo. 

Imploras  la  caridad  piiblica;  pero  por  la 
misma  razón  que  hay  poco  trabajo,  hay  poca 
limosna;  y  ¡  quién  sabe  si  la  caridad  no  se 
resfría  para  ti,  diciendo  que  tu  desgracia  es 
obra  tuya,  y  mirándola  como  un  justo  cas- 
tigo ! 

Enfermas,  y  tienes  que  ir  al  hospital.  La 
pobreza  y  el  desorden  del  Estado  se  reflejan 
allí  de  una  manera  bien  triste;  no  hay  ni  lo 
más  indispensable,  y  sufres  horriblemente,  y 
tal  vez  sucumbes  de  tu  enfermedad,  que  era 
curable,  ó  de  una  fiebre  hospitalaria,  conse- 
cuencia de  la  acumulación  y  el  abandono,  de 
la  falta  de  caridad  y  de  recursos. 

Cuando   las   contribuciones   son   despropor- 


CARTAS  A   UN   OBRERO  1 9 


clonadas,   ¿á  quién   abruman  principalmente? 
— ^A  los  pobres. 

Cuando  el  hospital  carece  de  recursos, 
¿quiénes  sufren  en  él,  además  de  la  enferme- 
dad, las  consecuencias  de  la  penuria? — Los 
pobres. 

Cuando  no  prospera  la  agricultura,  ni  la 
industria,  ni  el  comercio,  ¿quiénes  emigran  á 
remotos  y  mortíferos  climas,  de  donde  no 
\uelven? — Los  pobres. 

Cuando  no  se  paga  á  los  maestros  y  no  en- 
señan, ¿sobre  quién  recae  de  una  manera  más 
fatal  las  consecuencias  de  la  ignorancia? — So- 
lare los  pobres. 

Cuando  se  enciende  la  guerra,  ¿qué  sangre 
corre  principalmete  en  ella? — La  sangre  de  los 
pobres. 

Y  todavía  dirás,  Juan,  y  creerás  á  los  que 
te  digan  que  no  estás  interesado  en  el  orden 
porque  no  tienes  que  perder.,  ¿Qué  entendéis 
por  perder,  ó  qué  entendéis  por  orden? 

Si  el  tiempo  que  se  ha  empleado  en  decla- 
maciones huecas,  absurdas  ó  fuera  de  tu  al- 
cance, se  hubiera  invertido  en  enseñarte  ver- 
dades sencillas,  sabrías  que  cuando  destru- 
yes cualquier  valor,  tu  propia  riqueza  destru- 
yes; que  cuando  te  esfuerzas  por  perder  á  los 
otros,  trabajas  para  quedar  perdido;  que  cuan- 
do enciendes  una  hoguera  para  arrojar  en 
ella  los  títulos  de  propiedad,  has  de  apagarla 
¡  desventurado !  con  tus  lágrimas  y  con  tu 
sangre. 

A  poco  tiempo  que  lo  refie.xiones,  la  verdad 


OÜRAS    DE   DONA   CONCUPCION    ARENAL 


será  para  ti  evidente.  El  pobre  tiene  lo  preci- 
so, lo  puramente  preciso  para  no  sufrir  ham- 
bre y  frío;  al  menor  trastorno  que  le  quita 
im  día  de  jornal,  que  rebaja  el  precio  de 
su  trabajo  ó  aumenta  el  de  los  objetos  que 
consume,  carece  de  lo  más  indispensable  y 
su  pobreza  se  convierte  en  miseria.  El  rico 
pierde  cien  reales  ó  cien  duros  cuando  él 
pierde  un  solo  real;  pero  la  falta  de  este  real 
significa  para  el  pobre  carencia  de  pan,  y  la 
falta  de  los  cien  duros  significa  para  el  rico 
la  privación  de  alguna  cosa  superfina.  Todos 
navegan  per  el  mar  de  los  acontecimientos; 
pero  el  fuerte  oleaje  que  en  el  bajel  del  rico 
produce  sólo  un  gran  balanceo,  sumerge  tu 
barquilla.  Para  que  puedas  mejorarla,  Juan, 
de  modo  que  sea  más  cómoda  y  segura,  ne- 
cesitas calma,  mucha  calma;  ¿cómo  has  podi- 
do creer  que  está  en  tu  mano  el  levantar  tem- 
pestades ? 


CARTA  SEGUNDA 


Toda  cuestión  social  grave  es  en  parte  religiosa.— Ne- 
cesidad de  la  resig'nación.— Distiución  de  la  pobre- 
za y  de  la  miseria.— Manera  eqtiivocada  de  juzgrar 
de  la  felicidad  por  la  riqueza. 

Mi  apreciable  Juan:  ün  capitán  de  la  anti- 
güedad, á  quien  se  amenazaba  con  la  fuerza 
cuando  exponía  la  razón,  dijo: — Pega,  pero 
escucha. — A  ti  se  te  puede  decir:  Escucha,  y 
no  pegarás,  y  añadir:  ni  te  pegarán. 

vSupongo  que  estamos  en  el  buen  terreno, 
en  el  de  la  discusión;  supongo  también  que 
entras  en  ella  lealmente,  con  el  deseo  de 
que  triunfe  la  verdad  y  el  propósito  de  no 
negarla  si  la  llegas  á  ver  clara. 

Una  duda  me  asalta  y  aflige.  ¿Serás  de  los 
que  no  tienen  ninguna  creencia  religiosa?  Si 
es  así,  nos  entenderemos  con  más  dificultad. 
Tú  dirás:  ¿Qué  tiene  que  ver  la  religión  con 
la  economía  ijolítica,  con  la  organización  eco- 
nómica? ¿Sabes  el  Catecismo?  Es  posible  que 
no  le  hayas  aprendido,  que  le  hayas  olvidado, 
que  rae  respondas  á  la  pregunta  con  una  son- 
risa   de    desdén.    Allí    se    dice  ouE    Dios    es 


OBRAS   BE   DONA   CONCEPCIÓN   ARliNAI, 


PRINCIPIO    Y    FIN    UE    T<)DAS    LAS    COSAS,    y    la 

prueba  de  esta  verdad  se  halla  en  todas  ellas, 
si  á  fondo  se  estudian.  Un  gran  blasfemo, 
en  un  momento  en  que  su  genio  se  habría 
paso  al  través  de  su  soberbia  y  de  su  espíritu 
de  paradoja,  como  un  rayo  del  sol  á  través 
I  de  una  nube  preñada  de  tempestades,  un 
gran  blasfemo  ha  dicho  que  toda  cuestión 
entrañaba  en  el  fondo  una  cuestión  religiosa. 
Así  es  la  verdad.  Donde  quiera  que  va  el  hom- 
bre lleva  consigo  la  cuestión  religiosa,  que  en- 
vuelve y  rodea  su  alma  como  el  aire  envuelve 
su  cuerpo,  sépalo  ó  no. 

Eu  cualquiera  cuestión  social  grave,  hay 
dolor.  Si  no  le  hubiera,  no  habría  discusión; 
nunca  les  preguntamos  á  los  placeres  de  dón- 
de vienen;  el  origen  y  la  causa  de  las  penas 
es  lo  que  investigamos,  á  fin  de  ponerles  re- 
medio. ¿Cuál  es  la  causa  de  que  ventiles  la 
cuestión  de  la  falta  de  trabajo,  ó  de  que  esté 
mal  retribuido?  Ei  que  la  carencia  de  recur- 
sos te  impone  privaciones,  te  mortifica,  te  ha- 
ce sufrir.  ¿Por  qué?  ¿Para  qué?  No  lo  sabes. 
Dolor  y  misterio;  es  decir,  cuestión  religiosa 
en  el  fondo  de  la  cuestión  económica.  Si  nada 
crees,  el  misterio  se  convierte  en  absurdo,  el 
dolor  en  iniquidad,  y  en  vez  de  la  calma  dig- 
na del  hombre  resignado,  tendrás  las  tempes- 
tades de  la  desesperación  ó  el  envilecimiento 
del  que  se  somete  cediendo  sólo  á  la  fuerza. 
vSi  no  tienes  ninguna  creencia;  si  no  ves  en  el 
dolor  una  prueba,  un  castigo  ó  un  medio  de 
perfección;  si,  cuando  no  hay  cosa  creada  sin 


CARTAS   A    UN    OBRERO 


objeto,  supones  que  el  dolor  no  tiene  ningvmo, 
ó  sólo  el  de  mortificarte,  no  puedes  tener  la 
serenidad  que  se  necesita  para  combatirle. 
Todo  cuanto  te  rodea,  tu  ser  físico,  moral  é 
intelectual,  está  lleno  de  misterios  y  de  dolo- 
res. Si  nada  crees,  ninguna  virtud  tiene  obje- 
to, ningún  problema  solución;  la  lógica  te 
lleva  á  ser  un  malvado,  á  no  tener  más  ley 
que  tu  egoísmo  ni  más  freno  que  la  fuerza 
bruta.  Tú  no  eres  un  malvado,  no  obstante; 
eres,  por  el  contrario,  un  hombre  bueno.  El 
Dios  que  tal  vez  niegas  te  ha  dado  la  concien- 
cia, el  amor  al  bien,  la  aversión  al  mal,  y 
este  divino  presente  no  puede  ser  aniquilado 
por  tu  voluntad  torcida. 

Como  me  he  propuesto  escribirte  sobre  eco- 
nomía social,  y  no  sobre  creencias  religiosas, 
no  hubiera  querido  tocar  esta  cuestión  grave, 
que  no  debe  tratarse  por  incidencia;  pero  don- 
de quiera  que  vayamos,  la  religión  nos  sale 
al  paso,  y  si  no  tienes  respeto  para  el  mis- 
terio y  resignación  para  el  dolor,  nos  enten- 
deremos, como  te  he  dicho,  con  mucha  más 
dificultad. 

Al  hablarte  de  resignación,  no  creas  que  te 
aconsejo  únicamente  que  sufras  por  Dios  tus 
dolores  sin  procurarles  remedio  eficaz,  no. 

La  resignación  no  es  fatalismo  ni  quietis- 
mo; la  resignación  es  paciencia,  que  econo- 
miza fuerza;  calma,  que  deja  ver  los  medios 
de  remediar  el  mal  ó  aminorarle;  dignidad, 
que  se  somete  por  convencimiento. 

En  la  resignación  puede  y  debe  haber  acti- 


24  OBRAS   DE   DOÑA  CONCEPCIÓN    ARENAI< 


vidad,  perseverancia,  firmeza  para  buscar 
remedio  ó  consuelo  á  los  dolores;  puede  y  debe 
haber  todo  lo  que  le  falta  á  la  desesperación 
que  se  ciega,  cuyos  movimientos  son  convul- 
siones que  producen  la  apatía  después  de  la 
violencia.  Una  mujer  ha  comparado  el  dolor 
á  un  vestido  con  espinas  en  el  forro.  Si  los 
movimientos  del  que  le  ciñe  son  suaves,  pue- 
de llevarle  sin  gran  daño,  y  aun  írselo  qui- 
tante poco  á  poco;  si  son  violentos,  se  clava, 
se  ensangrienta,  sufre  de  un  modo  cruel.  No 
se  puede  decir  nada  más  exacto. 

¿Has  visto  alguna  vez  enfermos  que  se  re- 
signan y  enfermos  desesperados?  Habrás  po- 
dido notar  la  especie  de  alejamiento  y  de  ho- 
rror que  causa  el  que  se  desespera,  y  cuánto 
interés,  lástima  y  respeto  inspira  el  que  se  re- 
signa. Para  el  que  nada  cree,  la  desespera- 
ción es  lógica  siempre  que  hay  dolor.  ¿Cómo 
es  aquella  repugnante  al  que  la  ve,  sea  cre- 
yente ó  no,  y  la  resignación  es  simpática? 
Esto  debe  darte  que  pensar. 

La  resignación  es  una  necesidad  para  los  in- 
dividuos y  para  los  pueblos;  quiero  decirte 
cómo  la  entiendo  yo.  Es,  á  mi  parecer,  la  con- 
formidad con  la  voluntad  de  Dios,  si,  como 
deseo,  eres  creyente;  con  la  fuerza  de  las  co- 
sas, si  no  crees;  es  en  los  males  la  conformi- 
dad que  excluye  la  violencia  y  deja  sereni- 
dad y  fuerza  para  buscarles  remedio  ó  con- 
suelo. 

Al  Uegar  aquí,  tal  vez  te  figures  que  hablo 
de   tus   males   de   memoria.    Aunque   me   sea 


CARIAS   Á   UN   OBRERO  25 


muy  desagradable  hablarte  un  momento  de 
mí,  puedo  asegurarte  con  verdad,  para  que 
no  me  recuses  por  incompetente,  que  sé  por 
experiencia  lo  que  te  digo;  que  sé  lo  difícil 
que  es  la  resignación  en  algunos  casos,  y  lo 
necesaria  que  es  en  todos. 

No  basta,  Juan,  que  desarmes  tu  brazo  del 
hierro  homicida;  es  necesario  también  desar- 
mar el  ánimo  de  los  sentimientos  que  le  agi- 
tan y  que  le  ofuscan,  para  que  tranquilo  y 
con  calma  puedas  ver  la  verdad  y  compren- 
der la  justicia.  Una  de  las  cosas  que  contri- 
buirían á  calmarte,  sería  la  apreciación  exac- 
ta de  la  pobreza  y  de  la  riqueza,  considerada 
,^sta  como  elemento  de  felicidad. 

Voy  á  decir  una  cosa  que  tal  vez  te  pa- 
recca  muy  extraña.  La  pobreza  no  es  cosa 
que  se  debe  temer,  ni  que  se  puede  evitar. 
Lo  temible,  lo  que  ha  de  evitarse  y  comba- 
tirse á  toda  costa,  es  la  miseria.  Aquí  es  nece- 
sario definir. 

Pobreza  es  aquella  situación  en  que  el  hom- 
bre ha  menester  trabajar  para  proveer  las  ne- 
cesidades fisiológicas  de  su  cuerpo,  y  en  que 
puede  cultivar  las  facultades  esenciales  de  su 
alma. 

Miseria  es  aquella  situación  en  que  el  hom- 
bre no  tiene  lo  necesario  fisiológico  para  su 
cuerpo,  ni  puede  cultivar  las  facultades  esen- 
ciales  de   su   alma. 

LfO  necesario  fisiológico  es  alimento,  vesti- 
do y  habitación,  tales  que  no  perjudiquen  á 
la  salud. 


26  OBRAS   DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


I /AS  facultades  esenciales  del  alma  son  las 
que  forman  el  hombre  moral,  las  que  le  ele- 
van á  Dios,  y  le  dan  idea  de  deber,  de  dere- 
cho, de  virtud,  de  bondad  y  de  justicia. 

Todos  los  hombres  no  han  de  ser  sabios, 
pero  todos  han  de  saber  lo  necesario  para 
cumplir  con  su  deber  y  hacer  valer  su  Dere- 
cho: esto  es  lo  esencial.  La  dignidad  del  hom- 
bre no  está  en  saber  cálculo  diferencial,  dere- 
cho romano,  patología  ó  estrategia;  no  está  en 
pintar  el  Pasmo  de  Sicilia  ó  dar  el  do  de  pecho. 

Los  hombres  científicos  y  los  artistas,  que 
saben  y  hacen  todas  estas  cosas,  pueden  ser 
unos  miserables  si  faltan  á  sus  deberes,  si  son 
malos  padres,  malos  hijos,  malos  esposos,  ma- 
los amigos,  malos  ciudadanos;  si,  viciosos, 
egoístas  ó  criminales,  prostituyen  vilmente  su 
inspiración  ó  su  ciencia. 

Por  el  contrario,  el  obrero  cuya  ciencia  se 
limita  á  cavar  la  tierra,  puede  ser  digno,  muy 
digno,  si  cumple  con  su  deber,  si  sabe  hacer 
valer  su  derecho.  La  ciencia  y  el  arte  son 
cosas  bellas,  sublimes,  provechosas,  pero  no 
esenciales,  indispensables;  la  moral,  esto  es 
lo  que  no  se  puede  excusar. 

El  hombre  moral  es  verdaderamente  el 
hombre,  y  el  hombre  moral  se  halla,  puede 
hallarse  en  el  pobre,  á  quien  es  dado  recibir 
la  instrucción  necesaria  para  comprender  la 
justicia  y  practicar  la  virtud. 

La  pobreza,  que  no  perjudica  á  la  salud  del 
cuerpo  ni  á  la  del  alma,  que  deja  al  hombre 
robusto,  honrado  y  digno,  no  es  una  desgra- 


CARTAS   Á    LN    OBRERO  27 


cia.  El  mal,  lo  terrible,  lo  que  debemos  com- 
batir es  la  miseria. 

Esto,  que  es  evidente  para  el  que  reflexio- 
na, se  confirma  con  la  observación  de  lo  que 
en  el  mundo  pasa.  Todos  tenemos,  Juan,  una 
marcada  tendencia  á  tomar  como  base  de  fe- 
licidad la  misma  que  sirve  para  imponer  la 
contribución;  esto  es,  la  renta.  ¿El  vecino 
tiene  doce  mil  duros  anuales?  Es  dichoso. 
¿Doce  mil  reales?  La  vida  para  él  es  llevade- 
ra. ¿Mil?  Es  desgraciado.  Comprendo  la  difi- 
cultad de  que  se  juzgue  de  otro  modo. 

Ese  hombre  está  desnudo,  descalzo,  ham- 
briento; es  un  mal  evidente,  y  el  que  pasa  le 
compadece:  aquel  otro  tiene  odio,  amor,  am- 
bición, codicia,  remordim.iento,  envidia;  su 
alma  se  agita  en  una  terrible  lucha;  su  cora- 
zón está  desgarrado,  destila  hiél...  Si  va  á 
pié,  la  multitud  no  repara  en  él;  si  va  en  co- 
che, le  envidia.  ¿Cómo  ha  de  creer  el  opu- 
lento que  la  felicidad  existe  bajo  un  humilde 
techo,  ni  sospechar  el  pobre  que  la  desdicha 
mora  en  un  palacio?  Y  no  obstante  así  sucede 
muchas  veces. 

De  que  la  riqueza  no  es  la  felicidad,  ni  la 
pobreza  la  desgracia,  se  ven  pruebas  por  todas 
partes.  Observa,  Juan,  cualquiera  diversión 
en  que  haya  ricos  y  pobres,  y  verás  que  la 
alegría  está  en  razón  inversa  del  precio  de  las 
localidades;  que  los  que  han  pagado  poco  se 
divierten,  y  los  que  se  aburren  y  se  hastían 
están  siempre  entre  los  que  ocupan  los  asien- 
tos más  caros.  En  los  paseos  puedes  hacer  la 


28  OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


misma  observación:  el  aire  de  tristeza  suele 
aumentar  con  el  precio  del  traje,  y  casi  nun- 
ca se  ven  alegres  más  que  los  pobres  y  los 
niños. 

Dirás  tal  vez  que  la  alegría  no  es  la  felici- 
dad; ciertamente,  pero  la  felicidad  es  una  es- 
cepción;  entra  en  el  orden  social  por  una  de 
esas  cantidades  que  los  matemáticos  dicen  que 
pueden  despreciarse  sin  que  resulte  error  apre- 
ciable.  El  bienestar,  el  contentamiento,  la  ale- 
gría ó  la  resignación,  esto  es  lo  que  conviene 
y  lo  que  es  posible  estudiar,  porque  la  felici- 
dad, las  pocas  veces  que  existe,  es  una  cosa 
tan  íntima,  tan  concentrada,  que  no  se  reve- 
la por  señales  exteriores,  y  aun  es  posible  que 
aparezca  triste,  melancólica,  y  muy  fácil  de 
confundir  con  el  dolor. 

Pero  si  no  es  posible  estudiar  la  felicidad, 
lo  es  el  estudiar  la  desgracia  en  su  último  gra- 
do, en  su  expresión  más  terrible,  cuando  Uega 
hasta  el  punto  de  hacer  odiosa  la  vida.  Un 
suicida  supone  muchos  desesperados;  un  des- 
esperado muchos  desgraciados;  de  modo  que 
se  puede  afirmar  que  en  aquella  clase  en  que 
es  más  frecuente  el  suicidio,  es  más  acerba 
la  desgracia. — Ahora  bien;  la  estadística  dice 
que  la  clase  mejor  acomodada  y  menos  nume- 
rosa, da  el  mayor  número  de  los  suicidas; 
es  decir,  que  por  cada  pobre  desesperado  hasta 
el  último  extremo,  se  desesperan  ciento,  dos- 
cientos ó  mil  ricos:  no  es  fácil  establecer  la 
proporción  exacta. 

Esto  debe  hacerte  sospechar,  Juan,  que  hay 


CARTAS   A   UN   OBRERO  29 


en  la  pobreza  y  en  la  riqueza  males  y  bienes 
en  que  no  habías  pensado,  y  que  la  fortuna, 
como  una  madre  imprudente,  sacrifica  mu- 
chas veces  á  los  hijos  que  mima.  Necesitaría 
escribir  un  libro  para  darte  alguna  idea  de 
por  qué  los  ricos  suelen  ser  más  desgraciados 
que  los  pobres;  pero  como  en  vez  de  libro 
tengo  que  reducirme  á  los  párrafos  de  una 
carta  que  no  debe  ser  demasiado  larga,  te  in- 
dicaré brevemente  algunas  ideas. 

El  problema  del  bienestar  del  pobre  es 
muy  sencillo:  se  reduce  á  cubrir  sus  verdade- 
ras necesidades.  El  del  rico  es  complicadí- 
simo: porque  sus  necesidades  no  están  mar- 
cadas por  la  naturaleza,  ni  limitadas  por  ella. 

La  vida  es  un  combate:  en  el  pobre,  contra 
los  obstáculos  materiales;  en  el  rico,  contra 
los  que  halla  su  corazón,  su  inteligencia,  su 
imaginación.  Los  deseos  del  pobre,  efecto 
por  lo  general  de  necesidades  fisiológicas,  son 
menos  numerosos,  más  razonables,  más  fáci- 
les de  satisfacer,  y  tienen  una  esfera  de  ac- 
ción más  limitada.  Los  deseos  del  rico  le  vie- 
nen de  su  razón  que  se  extravía,  de  su  cora- 
zón que  se  apasiona,  de  su  amor  propio  que 
delira:  parece  que  á  veces,  lanzados  por  el 
cráter  de  un  volcán,  recorre  el  infinito  y  des- 
cienden á  la  tierra  convertidos  en  llanto.  Esto, 
Juan,  es  capital.  Cuando  el  pobre  no  tiene 
hambre  ni  frío,  está  contento.  ¡  Qué  de  condi- 
ciones, y  qué  difíciles  de  conseguir  para  con- 
tentar al  rico  ! 

En  el  bienestar  del  pobre  no  suele  entrar 


OBRAS    DK    DONA   CONCUPCION   ARENAL 


por  nada  el  amor  propio;  en  el  del  rico  suele 
entrar  por  mucho.  El  pobre  no  come,  ni 
viste,  ni  se  pasea,  ni  se  divierte,  ni  se  morti- 
fica por  vanidad;  rara  vez  sin  ella  hace  el 
rico  ninguna  de  estas  cosas.  Esto  es  capital 
también.  El  bienestar  confiado  al  amor  pro- 
pio, es  como  el  sueño  confiado  al  opio:  hay 
que  ir  aumentando  la  dosis  de  veneno,  y  muy 
pronto  hay  que  elegir,  entre  la  vigilia  llena 
de  dolores  ó  el  sueño  de  la  muerte. 

Era  necesario  que  entrásemos  aquí  en  lar- 
gas explicaciones,  pero  falta  espacio:  sirva  de 
comentario  el  hecho  que  vuelvo  á  recordarte, 
de  que  los  suicidas  pertenecen,  en  su  mayo- 
ría, á  la  clase  bien  acomodada.  Los  ricos  su- 
fren y  se  matan  por  desgracias  de  que  tú, 
Juan,  no  tienes  ni  la  idea.  No  los  envidies, 
créeme;  el  dolor  y  el  placer  están  distribuidos, 
si  no  en  la  forma,  en  la  esencia,  con  más 
igualdad  y  más  justicia  de  lo  que  has  imagi- 
nado. 

¡  Y  la  miseria  !  ¡  Ah  !  Es  horrible,  muy  ho- 
rrible, amigo  mío.  Combatámosla  sin  tregua, 
sin  descanso;  mas  para  combatirla  con  todas 
nuestras  fuerzas,  es  preciso  no  distraerlas  lu- 
chando  con  males  imaginarios. 


eyjj\3  eí^s  s/^Vs  evAvs  e-flVs  'í.-j^va  e  Avs  aAVs  svfVii  e-'A^  fc/^  e-'Avs  e/^  e-J^  ^-rr*  s^w^ 

^r  "T  ^f"  ^1^  ^r  ^-^"^  ^5'  "-i'  "v  4*  "-^^  '•!-'  t'  4^  4*  ''r 


CARTA  TERCERA 


Niug'uua  ciiestióu  social  puede  ser  puramente  mate- 
rial: aun  rediicida  á  la  de  subsistencias ,  tiene  ele- 
jnentos  intelectuales  y  morales. 

Aprcciable  Juan:  Ho}^  vamos  á  tratar  de 
lili  error  de  los  más  lamentables  y  de  los 
más  extendidos.  Escuelas  que  difieren  en  to- 
do lo  demás,  están  de  acuerdo  en  este  punto; 
á  saber:  Que  ¡a  falta  de  trabajo,  la  insuficien- 
cia de  salario,  la  miseria,  el  pauperismo,,  la 
cuestión  social,  en  fin,  se  resuelve  con  la  cien- 
cia económica  y  con  la  ciencia  política,  sin 
necesitar  para  nada  la  religión  ni  la  moral. 
Tú  estás  muy  dispuesto  á  creerlo  así;  los 
gobiernos  y  los  legisladores  deben  darte  las 
cosas  arregladas  conforme  á  tu  deseo,  y  sin 
meterse,  porque  ¿qué  les  importa?  en  si  vas 
á  la  iglesia  ó  á  la  taberna.  ¿Qué  tiene  que 
ver  tu  conducta  privada  con  la  prosperidad 
pública,  ni  qué  relación  hay  entre  el  trato 
que  das  á  tu  mujer  y  la  organización  del  tra- 
bajo, la  tiranía  del  capital,  etc.,  etc?  Cosas 
son    éstas    que    no    están    relacionadas    entre 


OBRAS    DE   DONA  CONCEPCIÓN   ARENAI. 


SÍ;  tú  lo  ves  muy  claro,  y  además  lo  con- 
firman, como  te  he  dicho,  no  sólo  las  es- 
cuelas que  pretenden  realizar  tus  sueños,  sino 
otras  que  procuran  hacerte  ver  las  cosas  como 
son,  y  traerte  al  terreno  de  la  realidad.  ¿Cómo 
hacerte  variar  de  opinión  cuando  se  apoya  en 
tu  deseo,  en  tu  voluntad,  en  lo  que  crees 
tu  interés,  en  el  parecer  de  tus  amigos  auto- 
rizados, y  aun  de  muchos  de  tus  adversa- 
rios? Voy  á  intentarlo,  no  obstante,  porque 
nunca  desespero  de  tu  buen  sentido;  además, 
las  verdades  que  tengo  que  decirte  son  sen- 
cillas. 

La  religión  y  la  moral  entran  por  mucho, 
por  muchísimo,  en  la  resolución  de  los  pro- 
blemas sociales.  No  te  hablaré  más  de  reli- 
gión por  temor  de  que  no  me  escuches;  hable- 
mos de  moral  nada  más;  bastará  para  que 
comprendas  que  la  cuestión  no  puede  tener 
soluciones  puramente  materiales.  Si  se  tratara 
de  un  rebaño,  convengo  en  que  podría  de- 
cirse: Tantos  carneros  hay,  no  llegamos  á 
obtener  tal  cantidad  de  hierba  ó  de  pienso, 
toca  á  tanto  por  cabeza;  es  lo  suficiente  para 
que  no  se  mueran  de  hambre  en  el  invierno, 
y  engorden  en  el  verano:  el  problema  está  re- 
suelto. 

Así  puede  hacerse,  Juan,  cuando  se  trata 
de  las  bestias,  pero  no  cuando  se  trata  del 
hombre,  que,  siendo  una  criatura  religiosa, 
moral  é  inteligente,  los  ijroblemas  que  á  él 
se  refieren  no  tienen  elementos  puramente 
materiales,  sino  que  han  de  ser  un  compuesto 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  33 


de  moral,  de  inteligencia,  de  sentimientos  y 
de  materia  como  él  lo  es;  esto  parece  de  sen- 
tido común:  el  bienestar  de  cada  criatura  ha 
de  estar  en  armonía  con  su  manera  de  exis- 
tir. Ni  los  peces  pueden  volar,  ni  las  aves 
respirar  debajo  del  agua,  ni  el  hombre  ser  di- 
choso á  la  manera  de  un  castor,  un  elefante 
ó  un  asno. 

Tu  dirás:  Yo  no  quiero  goces  intelectuales, 
ni  satisfacciones  del  corazón:  mis  aspiracio- 
nes se  limitan  á  comer  y  vestir  bien,  y  á  te- 
ner buena  habitación  y  buena  cama. 

En  primer  lugar,  Juan,  estás  equivocado: 
por  mucho  que  te  rebajes,  por  mucho  que 
te  calumnies  y  por  muy  degradado  que  te 
creas,  no  puedes  ser  dichoso  como  un  caba- 
llo de  regalo,  teniendo  pienso  abundante, 
buena  manta  3'  termómetro  en  la  cuadra;  pero 
supongamos  que  tus  necesidades  fuesen  pu- 
ramente materiales:  para  satisfacerlas,  algo 
has  menester  que  no  es  material,  y  hasta  el 
bienestar  de  tu  cuerpo  depende  de  la  eleva- 
ción de  tu  espíritu;  vas  á  verlo. 

Para  que  tú  puedas  comer  mucho  son  nece- 
sarias tres  cosas: 

i."^  Que  haya  mucho  que  comer. 

2.^  Que  se  distribuya  de  modo  que  te  toque 
bastante. 

3.^  Que  comas  con  cierta  moderación,  por- 
que si  no,  padecerás  indigestiones,  el  estóma- 
go se  estragará,  y  estarás  desganado. 

O  de  otra  manera:  tu  bienestar  depende  de 
que    la    sociedad    produzca    mucho,    sea    rica; 


<>1;RAS    Dli    UOXA   CONCKl'CH/'N    AKI'NAI, 


(l'vj  que  la  riqueza  se  distribuya  bien,  v  de 
(lue  al  consumirla  se  haga  en  razón,  y  sin 
entregarse  á  viciosos  excesos.  Vamos  por  ¡  ar- 
tes, 3^  veamos  si  prescindiendo  de  la  moi  ali- 
dad,  del  sentimiento,  de  la  abnegación,  de 
la  parte  más  elevada  del  hombre,  puede  11.- 
garse  á  la  prosperidad  material. 

Antes  de  que  la  sociedad  en  que  vives  sc.i 
rica,  es  necesario  que  exista,  y  su  existencia 
se  debe  á  la  abnegación,  al  sacrificio,  al  va- 
lor, á  alguna  co.sa  (lue  no  es  material.  En  un 
tienqx)  más  ó  menos  remoto,  tus  ascendientes 
fueron  atacados  por  pueblos  feroces,  ({ue  qui- 
siei'on  arrojarlos  de  la  tierra.  Defendieron  sus 
hogares,  sus  mujeres,  sus  hijos,  los  restos  de 
sus  padres  y  los  templos  de  sus  dioses:  los 
defendieron  con  valor,  con  entusiasmo,  con 
fe;  gran  número  sucumbieron  en  la  pelea,  y 
á  su  abnegación  debes  que  tu  raza  no  des- 
apareciese como  otras  muchas.  Si  en  vez  de 
pertenecer  á  un  pueblo  que  ha  rechazado  la 
conquista,  desciendes  de  un  pueblo  conquis- 
tador, también  debes  tu  existencia  á  alguna 
elevada  cualidad  del  alma.  Los  conquistado- 
res que  no  traen  una  grande  idea  servida  por 
nobles  sentimientos,  vencen,  destruyen,  y  pa- 
san como  una  nube  asoladora,  sin  fundar  na- 
ciones que  vivan  en  la  posteridad.  Sea  que 
vengas  de  los  que  resistieron  ó  de  los  que 
vencieron  la  resistencia,  para  establecer  el 
pueblo  á  que  perteneces  hubo  necesidad  de 
desplegar  grandes  cualidades  de  espíritu:  la 
existencia    de    todo    pueblo    es    testimonio    de 


CARTAS'   Á    i;\    OUKKRO  35 


que  sus  fundadores  eran  algo  más  que  ani- 
males omnívoros.  Así,  pues,  condición  para 
el  establecimiento  de  un  pueblo:  energía,  es- 
fuerzo, elevación  de  ánimo,  alguna  idea  ele- 
vada y  algún  fuerte  sentimiento  para  soste- 
nerla. 

^Icrced  al  esfuerzo  de  sus  primeros  hijos, 
la  sociedad  existe;  para  que  prospere,  para 
que  sea  rica,  se  necesita  que  trabaje  mucho 
y  que  trabaje  bien;  es  decir,  que  posea  ins- 
trumentos perfeccionados  para  que  multipli- 
quen sus  fuerzas.  Si  todos  viven  al  día,  si  cada 
cual  consume  todo  lo  que  produce  ó  se  pro- 
]"»orciona,  si  nadie  quiere  trabajar  más  que 
para  sí  y  para  cubrir  las  necesidades  del  mo- 
mento, la  sociedad  es  salvaje,  estacionaria, 
y  los  que  á  ella  pertenecen,  miserables  todos; 
pasan  las  generaciones  de  hombres  como  las 
de  castores  ó  monos,  sin  que  los  últimos  aven- 
tajen nada  á  los  primeros,  sin  que  haya  pro- 
greso. Algunos  hombres  empiezan  á  hacer 
economías,  es  decir,  á  gastar  algo  menos  de 
lo  que  tienen,  y  reservar  el  ahorro,  sea  para 
descansar  en  su  vejez,  sea  para  dejárselo  á 
sus  hijos.  El  que  está  en  posesión  de  esta 
reserva,  no  tiene  la  necesidad  perentoria  de 
trabajar  todos  los  días  para  no  morirse  de 
hambre;  puede  descansar,  y  cuando  descan- 
sa, piensa.  De  su  inteligencia  puesta  en  acti- 
vidad, brotan  ideas  que  combina,  y  nacen  las 
invenciones,  las  ciencias  y  las  artes.  Su  pen- 
samiento sería  estéril  si  nc'  hallara  en  la  co- 
munidad .más  que  individuos   que   consumen 


36  OBRAS    DE   DOÑA   CONCKPCIÓN   ARENAL 


todo  lo  que  producen;  pero  hay  algunos  que 
han  realizado  economías,  y  las  aventuran  en 
ensayar  el  invento.  Se  ensaya;  se  ve  que 
produce  ventajas;  se  ha  hallado  un  instru- 
mento de  producción  más  ventajoso;  la  so- 
ciedad ha  realizado  un  progreso.  Para  el  pro- 
greso, para  la  riqueza,  para  que  haya  mucho 
que  comer,  es  pues,  necesaria  la  combinación 
del  pensamiento  del  hombre  con  las  econo- 
mías que  le  dan  los  medios  de  realizarlo,  es 
necesario  mantener  hombres  que  se  empleen 
en  hacer  los  ensayos,  en  construir  el  nuevo 
aparato  y  allegar  las  primeras  materias  que 
ha  de  modificar,  ó  en  trabajar  la  tierra.  En 
un  país  en  que  no  se  hace  más  que  escabarla 
con  un  palo,  se  inventa,  por  ejemplo,  el  ara- 
do. La  invención  es  altamente  beneficiosa; 
mas  para  realizarla  se  necesita  que  haya  al- 
gunas economías  con  que  puedan  mantener- 
se los  hombres  que  han  de  extraer  el  hierro 
de  la  mina,  cortar  la  madera,  elaborar  uno 
y  otro,  etc.  Si  todos  los  individuos  de  la 
comunidad  tienen  que  ir  todos  los  días  en 
busca  del  diario  sustento,  imposible  será  que 
el  arado  se  fabrique.  Estas  economías,  que 
permiten  dedicarse  á  un  trabajo  más  repro- 
ductivo, pero  que  tarda  en  dar  resultado,  es 
lo  que  se  llama  capital,  instrumento  indis- 
pensable de  prosperidad  y  progreso. 

El  capital  es  el  resultado  de  un  aliorro,  y 
el  ahorro,  fíjate  bien  en  esto,  es  un  sacrificio: 
es  decir,  un  acto  de  moralidad.  El  que  aho- 
rra, no  gasta  inmediatamente  todo  lo  que  pro- 


CARTAS   A   UN   OBRERO  37 


duce;  el  que  se  priva  de  un  goce  del  momen- 
to por  amor  á  sus  hijos,  por  proporcionarse 
una  vejez  descansada,  por  realizar  el  pensa- 
miento de  algún  hombre  de  genio,  por  hacer 
bien  á  la  humanidad,  según  el  móvil  que  le 
impulse,  su  acción  será  más  ó  menos  meri- 
toria, pero  siempre  habrá  moralidad  en  su 
proceder,  siempre  será  el  hombre  moral  que 
se  contiene,  que  se  impone  privaciones,  que 
triunfa,  en  fin,  del  hombre  físico  y  del  ins- 
tinto bruto,  el  cual  pide  siempre  la  satisfac- 
ción del  momento,  sin  cuidarse  de  nada  más. 
El  capital  es,  pues,  hijo  del  ahorro;  el  aho- 
rro, del  sacrificio;  el  sacrificio,  de  la  morali- 
dad. El  hombre  grosero  y  corrompido  no  eco- 
nomiza; una  sociedad  compuesta  de  esta  clase 
de  hombres,  no  puede  prosperar,  y  si  por 
acaso  no  sucumbe,  vivirá  miserablemente. 

Y  si  el  ahorro,  esa  condición  material  del 
progreso,  no  puede  realizarse  sin  moralidad, 
¿qué  será  el  otro  elemento  más  elevado,  la 
inteligencia?  En  él  no  hay  sólo  moralidad, 
sino  abnegación,  heroísmo.  Aquí,  Juan,  me 
parece  que  veo  alzarse  las  sombras  de  tantos 
miles  de  mártires  del  pensamiento,  que  pre- 
guntan indignados  cómo  ha  podido  ponerse  en 
duda  el  sublime  sentimiento  que  los  impul- 
saba cuando,  olvidados  de  sí  mismos,  sólo 
pensaban  en  la  ciencia  y  en  la  humanidad. 
Cualquiera  de  esas  invenciones  cuyas  venta- 
jas utilizas  sin  apercibirte  de  ello,  como  res- 
piras el  aire  sin  notarlo,  es  el  resultado,  no 
sólo  del  ahorro,  sino  de  la  meditación,  de  la 


015RAS    DE   DOX.\    CONCEPCKíN    ARENAL 


generosidad,  del  trabajo  de  un  hombre  que 
se  priva  de  mil  goces  para  consagrarse  á  una 
idea,  y  empleó  su  vida  en  intentar  la  reali- 
zación de  un  pensamiento.  No  digo  en  esa 
máquina  que  penetra  veloz  por  las  entrañas 
de  la  tierra,  y  en  esc  aparato  maravilloso, 
que  con  la  velocidad  del  pensamiento  lleva 
la  palabra  al  otro  emisferio,  sino  en  la  cerilla 
que  descuidadamente  enciendes  para  tu  ciga- 
rro, están  acumuladas  la  inteligencia  y  la  ab- 
negación de  muchas  generaciones.  Donde 
quiera  que  disfrutes  una  comodidad  y  halles 
un  bien,  puedes  decir:  Aquí  ha  habido  abne- 
gación. La  sociedad,  ni  aun  en  el  orden  ma- 
terial, que  de  él  sólo  tratamos  aquí,  ni  aun 
en  el  orden  material,  digo,  puede  prosperar 
sin  abnegación,  sin  sacrificio,  sin  moralidad. 
Supongamos  lo  imposible,  Juan:  que  una 
sociedad  absolutamente  desmoralizada,  pros- 
pera, es  rica:  ¿cómo  distribuirá  las  riquezas? 
Ya  comprendes  que  no  será  equitativamente. 
Los  más  fuertes  llevarán  la  mayor  parte,  y 
ninguna  voz  generosa  se  alzará  en  favor  de 
los  débiles.  Nota  bien  que  los  defensores  de 
los  débiles,  de  los  oprimidos,  es  raro  que 
salgan  de  sus  filas.  Los  grandes  campeones 
del  pueblo  no  pertenecen  á  él;  son  personas 
de  la  clase  elevada  ó  de  la  clase  media,  que 
habiendo  adquirido  instrucción,  emplean  su 
saber  en  favor  de  los  c|ue  sufren  las  conse- 
cuencias de  la  ignorancia.  Si  pudieran  estas 
cartas  ser  un  curso  de  historia,  ejia  te  diría 
que  para  distribuir  bien  la  riqueza,   más  que 


CARTAS   A   UN    OBRERO  ^g 


para  nada,  necesitan  las  sociedades  el  ele- 
mento moral,  generosidad,  sentimiento,  ins- 
piraciones nobles  y  elevadas,  que  dictan  le- 
yes justas  é  instituciones  benéficas.  Con  el 
cálculo,  que  cuando  va  solo  es  siempre  mi- 
serable y  errado,  con  el  cálculo  egoísta  de 
todos,  la  riqueza  no  puede  distribuirse  bien, 
porque  la  sociedad  no  puede  reducirse  á  un 
divisor,  un  dividendo  y  un  cuociente. 

vSupongamos  otra  vez  lo  imposible:  que  sin 
que  la  moral  entre  para  nada,  la  sociedad  es 
]iróspera,  y  que  sus  grandes  riquezas  están 
bien  distribuidas.  Tú,  Juan,  sin  un  trabajo 
excesivo,  tienes  un  salario  suficiente  con  que 
cubrir  tus  necesidades  y  aun  disfrutar  ciertos 
goces.  Pero  careces  de  moralidad,  y  egoísta 
y  depravado,  quieres  sólo  satisfacer  tus  ape- 
titos. Vives  malamente  con  mujeres  perdi- 
das que  arruinan  tu  bolsillo  y  tu  salud.  Si 
te  casas,  tratas  mal  á  tu  esposa,  abandonas  la 
educación  de  tus  hijos,  que  hasta  carecen  de 
pan,  porque  la  mayor  parte  de  tu  jornal  se 
gasta  en  la  taberna  y  los  desórdenes.  Tu  sa- 
lud se  arruina;  tu  vejez  se  anticipa;  caes  irre- 
misiblemente en  la  miseria,  de  que  no  te  sa- 
cará una  familia  que  ha  heredado  tus  vicios  y 
es  un  plantel  de  prostitutas,  de  vagos  y  de 
criminales.  El  jornal  subido,  sin  moralidad, 
no  sirve  más  que  para  aumentar  la  medida  de 
los  excesos.  Si  no  sabes  contenerte,  si  no  sa- 
bes vencerte,  si  no  economizas  para  cuando 
estés  eníermo,  si  no  educas  á  tus  hijos  de 
modo  que  te   honren  y   te   sostengan  cuando 


40  OBRAS   DE   DOÑA  CONCEPCIÓN   ARENAL 


seas  viejo,  si  no  tienes  moralidad,  en  fin, 
nada  adelantas  con  tener  crecido  salario. 

Yo  creo  que  el  problema,  hasta  donde  es 
posible  que  se  resuelva,  puede  resolverse  por 
la  ciencia,  pero  por  la  ciencia  completa  y  no 
truncada;  por  la  ciencia  que  parte  del  hombre 
como  es,  un  ser  moral  y  material,  y  cuyo 
bienestar  no  puede  quedar  nunca  reducido  á 
un  mecanismo,  ni  realizarse  sin  el  concurso 
de  su  voluntad  y  de  su  esfuerzo. 

La  necesidad  de  ser  breve  me  obliga  á  con- 
cluir repitiéndote  que,  aun  mirando  la  cues- 
tión bajo  el  punto  de  vista  más  bajo  y  grose- 
ro, aun  con  virtiéndola  en  cuestión  de  subs- 
sistencias  solamente,  no  puede  resolverse  sin 
que  en  su  resolución  entre  por  mucho  el  ele- 
mento moral.  Ni  habrá  mucho  que  comer  si 
no  hay  moralidad;  ni,  caso  que  la  hubiese, 
se  distribuirá  equitativamente  la  comida;  ni 
aunque  se  distribuyera  bien,  la  consumirías 
de  modo  que  no  te  produjera  indigestiones, 
deteriorara  tu  salud,  te  arruinara  á  ti  y  á  los 
tuyos,  y  os  dejara  á  todos  miserables. 


S  2  fove)  ü  feve)  5 fevá  s  feve) »  &>-<á  ?  &i'á  »  fevá  j  «  á  j  fe'©  ¡&v)¡&^ » (s'-á  o  &íe) ,;,  feve)  ,5  fe'®  »  & 
í,'^  a-*3  e^\V3  a/^9  <¿y'^  aVAVa  eV^^va  e^9  e^Ks  eAs  a,^  eAü  eVAVa  ayfr-a  e^  £/^ 
e^j  e.Tj  e-'Rs  eAs  e-ÍRs  a7lts  g4V9  e^^^  e)^3  ej^  e^í^  sjfj   aAs  zjii  ejj^s  eJRs 


CARTA  CUARTA 


ImBl  pobreza,  ley  de  la  himianidad. 

Apreciable  Juan:  Como  las  cuestiones  so- 
ciales puede  decirse  que  son  redondas;  como 
sus  elementos  están  entrelazados,  siendo  á 
la  vez  efecto  del  que  está  antes,  y  causa  del 
que  viene  después,  resulta  que  muchas  veces 
no  se  sabe  por  dónde  empezar;  que  para  com- 
prender la  evidencia  de  lo  que  se  dice,  hace 
falta  el  conocimiento  de  lo  que  no  se  ha  po- 
dido decir  todavía,  y  que  hasta  el  fin  no  se 
ve  claro  lo  que  se  ha  explicado  al  principio. 
Ten  esto  presente  para  no  juzgarme  en  defi- 
nitiva hasta  que  haya  concluido,  y  para  no 
suponer  que  una  afirmación  carece  de  prue- 
bas porque  no  las  he  dado. 

Te  he  dicho  que  la  pobreza  no  es  cosa  que 
se  debe  temer  ni  que  se  puede  evitar.  He  pro- 
curado, aunque  brevemente,  demostrarte  lo 
primero,  y  estoy  segura  que  si  observas,  re- 
flexionas y  meditas,  hallarás  por  todas  partes 
pruebas  de  que  los  ricos  no  son  más  felices 
que  los  pobres;  que  la  pobreza  no  es  un  mal; 


42  OBRAS    DK   DONA   CONCEPCIÓN   ARElíAt, 


que  el  mal  está  en  la  miseria.  Pero  de  lo 
segundo,  de  que  la  pobreza  no  se  puede  evi- 
tar, no  hemos  hablado  todavía,  y  es  cuestión 
que  necesitamos  tratar  antes  de  pasar  más 
adelante,  porque  una  de  tus  desdichadas  ilu- 
siones, Juan,  es  la  de  que  todos  podemos  ser 
ricos,  y  lo  seríamos  si  se  distribuyera  bien 
la  riqueza. 

Ya  comprendes  la  dificultad  de  saber  con 
exactitud  lo  que  posee  una  nación,  y  por  con- 
siguiente, lo  que  á  cada  ciudadano  correspon- 
dería si  por  igual  se  distribuyese.  En  España, 
los  trabajos  estadísticos  cuentan  poca  antigüe- 
dad, y  por  esta  y  por  otras  causas,  muy  imper- 
fectos; no  te  citaré,  pues,  á  España.  En  Francia 
la  estadística  merece  más  crédito;  y  aunque 
sus  trabajos  deben  ser  siempre  acogidos  con 
cierta  reserva,  pueden  consultarse  con  utilidad. 
En  Francia  se  han  hecho  varios  cálculos  sobre 
la  riqueza  total  del  país,  unos  más  altos,  otros 
niÁs  bajos.  Por  el  que  puede  considerarse 
como  un  término  medio,  y  ha  sido  aceptado 
por  muchas  personas  competentes,  resulta  que 
el  producto  líquido,  la  renta  de  la  Francia, 
asciende  á  una  suma  que,  distribuida  con  toda 
igualdad,  vendrían  á  tocar  unos  DOCE  REA- 
lyES  DIARIOS  á  cada  familia  compuesta  de 
cuatro  individuos:  esto  en  un  país  de  los  más 
favorecidos  por  la  naturaleza,  y  de  los  más  prós- 
peros y  adelantados.  En  España,  más  pobre, 
no  puede  tocar  á  tanto.  Pero  supongamos  (no 
te  olvides  de  que  no  es  más  que  una  suposi- 
ción), supongamos  que  entre  nosotros  también, 


CARTAS   A   t"X    OBRERO  4_^ 


distribuida  con  igualdad  la  renta,  cada  fami- 
lia de  cuatro  personas  tiene  tres  pesetas  diarias. 

Esta  condición  de  distribuir  con  igualdad 
para  que  toque  á  tanto,  es  imposible  de  lle- 
nar: y  esto  por  causas  de  diversa  índole,  que 
están  en  la  naturaleza  de  las  cosas;  es  decir, 
que  son  leyes  eternas.  Pongamos  algún  ejem- 
plo. 

Si  han  de  tener  los  mismos  doce  reales  dia- 
rios el  peón  que  mueve  la  tierra  para  ex- 
traerla de  un  túnel,  el  picapedrero  que  labra 
la  piedra  de  un  puente,  y  el  ingeniero  que 
dirige  ambas  obras,  aunque  se  prescindiera 
I  que  no  se  puede)  de  la  injusticia  y  el 
absurdo,  con  ese  corto  salario  el  ingeniero 
no  podría  adquirir  los  libros  y  los  instrumen- 
tos, sin  los  cuales  es  imposible  la  obra.  Lo 
propio  sucede  al  que  está  al  frente  de  la  ex- 
plotación de  una  mina,  al  que  construye, 
monta  y  dirige  una  poderosa  maquinaria,  y 
al  piloto  que  conduce  su  nave  al  través  de 
los  mares,  y  que  se  estrellaría  indudablemen- 
te, ó  no  llegaría  nunca  al  puerto,  si  sólo  pu- 
diera disponer  de  tres  pesetas  cada  día.  Pero 
con  semejante  salario,  distribuido  con  infle- 
xible igualdad,  ni  ingeniero  ni  piloto  son  po- 
sibles, porque,  por  regla  general,  que  puede 
contar  muy  pocas  excepciones,  sus  padres  han 
tenido  que  emplear  un  capital  para  mantener 
al  joven  fuera  de  su  casa,  ó  aun  en  ella,  pa- 
garle maestros,  libros,  instrumentos,  etc.  To- 
do hombre  instruido,  cualquiera  que  sea  la 
carrera  que  siga,  supone  un  capital  empleado 


44        ou;s\<  :a;  dona  conciípcion  arenal 


en  su  instrucción,  capital  mayor  ó  menor, 
pero  que  excede  siempre  de  las  economías 
que  puede  hacer  una  familia  de  cuatro  perso- 
nas cuyo  haber  es  de  doce  reales  diarios. 

Si  no  hubiera  ingenieros  y  pilotos,  y  quí- 
micos y  arquitectos,  etc.,  sería  imposible  toda 
construcción,  toda  fabricación,  toda  industria 
y  todo  comercio;  la  sociedad  sería  entonces 
muy  pobre;  y  no  doce,  pero  ni  cuatro  ni  dos 
reales  correspondería  á  cada  familia.  Así,  la 
retribución  desigual  es  un  elemento  material 
indispensable  de  progreso  y  de  riqueza.  Esta 
condición  necesaria  es  justa  cuando  no  pasa 
de  ciertos  límites,  porque  si  eres  oficial  de  al- 
bañil  y  trabajas  bien  en  tu  oficio,  no  te  pa- 
recerá razonable  que  te  paguen  lo  mismo  que 
al  simple  peón,  ni  aun  que  al  peón  de  mano. 
Tú  trabajas  no  sólo  con  las  tuyas,  sino  con  tu 
inteligencia;  has  necesitado  un  apredizaje  más 
largo;  tu  responsabilidad  es  mayor;  necesitas 
más  instrumentos:  razones  todas  por  las  cua- 
les es  justo  que  se  te  pague  más.  SI  en  lugar 
de  dar  un  salto  del  ingeniero  al  que  cava  la 
tierra,  subes  poco  á  poco  la  escala  gradual 
de  operarios,  á  medida  que  trabajan  más  y 
mejor,  la  diferencia  de  retribución  que  te  pa- 
recería un  exceso,  te  parecerá  una  cosa  equi- 
tativa. 

No  es  esto  solo:  el  que  se  dedica  á  trabajos 
mentales  tiene  necesidades,  verdaderas  y  más 
caras  que  las  del  que  trabaja  solamente  con 
las  manos  ó  haciendo  intervenir  muy  poco  la 
inteligencia.    El   pintor,    el   músico,    el   letra- 


C.\RXAS   A   UN    OERKKO 


do,  el  hombre  de  ciencia,  en  fin,  que  i)asa 
el  día  con  el  cuerpo  inmóvil  y  en  gran  ten- 
*sión  el  espíritu,  es  imposible  que  duerma  en 
la  dura  cama  del  cavador,  ni  coma  el  alimen- 
to grosero  que  sazona  el  buen  apetito  del  que, 
ajeno  á  meditaciones  profundas,  se  entrega 
á  un  trabajo  corporal;  ni  que  sea  tan  fuerte 
como  el  bracero  para  sufrir  la  intemperie,  ne- 
cesitando, por  consiguiente,  más  precauciones 
contra  los  rigores  del  frío  y  del  calor,  etc.  Si 
del  descanso,  del  alimento  y  del  vestido  pasa- 
mos á  las  distracciones,  que  son  también  una 
A'erdadera  necesidad  del  ánimo,  son  más  ca- 
ras á  medida  que  el  nivel  intelectual  sube 
más.  El  cuadro  que  encanta  al  bracero,  la 
música  que  le  deleita,  son  una  verdadera 
mortificación  para  el  hombre  de  una  educa- 
ción superior. 

Resulta,  pues,  que  con  los  doce  reales  por 
familia,  aun  suponiendo  que  á  tanto  le  quepa 
distribuyendo  con  igualdad  la  renta  social,  no 
puede  haber  los  ahorros  necesarios  para  cul- 
tivar las  inteligencias  que  necesita  una  civi- 
lización bastante  adelantada,  hasta  producir 
esa  riqueza,  que  bajaría  más  y  más  si  la  dis- 
tribución por  igual  se  hiciese,  hasta  quedar 
reducida  la  sociedad  al  estado  salvaje;  es  de- 
cir, á  la  miseria  de  todos. 

Pero  semejante  distribución,  aunque  no 
fuera  incompatible  con  la  civilización,  aunque 
no  fuera  imposible,  económicamente  hablando 
lo  sería,  dada  la  naturaleza  del  hombre,  sus 
vicios,  sus  veleidades  y  aberraciones,  que  le 


46  ÜIÍKAS    DE   DOÑA   CONCKPClüN    ARKNAL 


llevan  á  pagar  más  al  que  le  divierte  y  tal 
vez  le  extravía,  qne  á  quien  le  enseña  y  pre- 
tende corregirle.  Y  esto  lo  hacen  todas  las 
clases;  lo  mismo  el  gran  señor  que  paga  lar- 
gamente las  piruetas  de  una  bailarina,  que 
tú  que  contribuyes  á  que  un  torero  gane  más 
en  una  semana,  que  en  un  año  un  hombre 
de  ciencia.  Pero  no  anticipemos  consideracio- 
nes que  estarán  mejor  cuando  tratemos  de  la 
igualdad,  y  limitémonos  á  convencernos  de 
que  la  pobreza  no  es  cosa  que  se  puede  evitar. 

Aunque  la  repartición  de  la  renta  social 
se  hiciera  por  partes  iguales,  con  tres  pese- 
tas diarias  ninguna  familia  es  rica;  y  para 
no  caer  inmediatamente  en  la  miseria,  nece- 
sita que  la  madre  sea  económica,  que  el  pa- 
dre no  vaya  á  la  taberna  y  que  los  hijos  no 
quieran  Uevar  lujo,  ni  asistan  con  frecuen- 
cia á  espectáculos  y  diversiones.  Mas  como 
hemos  visto  que  esta  repartición  igual  para 
todos,  aun  no  mirando  la  cuestión  más  que 
bajo  el  punto  de  vista  económico,  es  imposi- 
ble, teniendo  unas  familias  más,  otras  mucho 
más  de  doce  reales  diarios,  resulta  que  un 
gran  número  deben  tener  menos,  y  que  la 
ley  de  la  humanidad,  aun  en  las  mejores  con- 
diciones y  para  los  que  pueden  y  quieren 
trabajar,   es  la   pobreza. 

Hay  quien  te  dice:  La  producción  es  inde- 
finida, puede  serlo.  Mira  las  cosas  de  cerca, 
Juan;  mira  lo  que  pasa  en  tu  casa  y  en  la  ve- 
cindad, y  verás  si  el  hombre  no  tiene  más 
dificultad   para  producir  que   para   consumir. 


CARTAS    A    I  N    OHRÜKO  47 


y  si  la  población  no  crece  con  los  medios  de 
subsistencia,  de  modo  que,  aunciue  la  renta 
sea  más,  es  también  mayor  el  número  de 
aquellos  entre  quienes  ha  de  distribuirse.  Gra- 
cias á  Dios,  el  nivel  del  bienestar  sube,  y 
esto  quiere  de'nr,  ó  que  la  distribución  es 
mejor,  ó, que  ^a  producción  ha  crecido  más 
que  la  pol)lación,  y  de  todos  modos  hay  pro- 
greso. Pero  este  progreso  no  es  tanto  que  des- 
truya la  ley  de  pobreza,  por  la  cual  la  huma- 
nidad necesita  trabajo  y  templanza  para  cii- 
brir  sus  necesidades  y  para  no  caer  en  la  mi- 
seria. Por  mucho  que  el  nuuido  avance,  la 
ley  quedará  la  misma.  Si  los  medios  crecen, 
las  necesidades  crecerán  en  i:)roporción,  y  siem- 
pre el  hombre  habrá  de  trabajar  para  pro- 
porcionarse lo  que  juzgue  neeesario,  y  ten- 
drá que  contenerse  i)ara  que  no  llegue  á  fal- 
tarle por  haber  gastado  en  lo  superfino.  La 
observación  de  una  familia  deja  en  el  ánimo 
este  convencimiento,  y  el  estudio  más  ele- 
vado de  la  naturaleza  humana  le  confirma, 
porque  el  hombre,  sin  trabajar  y  sin  conte- 
nerse, se  deprava  y  se  extenúa,  y  he  aquí 
la  ley  de  pobreza  y  templanza,  escrita,  no 
por  los  economistas  en  sus  libros,  sino  por  el 
Criador  en  la  organización  de  sus  criaturas. 

No  soy  aficionada  á  citas,  pero  voy  á  hacer- 
te una,  Juan,  porque  es  notable;  atiende. 

((Así  el  Criador,  sometiéndonos  á  la  necesi- 
dad de  eomer  para  vivir,  lejos  de  prometer- 
nos la  abundancia,  como  lo  pretenden  los  epi- 
cúreos,  ha  querido   conducirnos  paso  á  paso 


48  OBRAS   DE   DOÑA  CONCEPCIÓN   ARENAL 


á  la  vida  ascética  y  espiritual;  nos  enseña 
la  sobriedad  y  el  orden,  y  hace  que  los  ame- 
mos. Nuestro  destino  no  es  el  goce,  diga  lo 
que  quiera  Arístipo.  No  hemos  recibido  de 
la  naturaleza,  ni  por  medio  de  la  industria 
ni  del  arte  podríamos  todos  proporcionarnos 
medios  de  gozar,  en  la  plenitud  del  sentido 
que  da  á  esta  palabra  la  filosofía  sensualista, 
que  hace  de  la  voluptuosidad  nuestro  fin  y 
soberano  bien.  No  tenemos  otra  vocación  que 
cultivar  nuestro  corazón  y  nuestra  inteligen- 
cia; y  para  ayudarnos  á  ello  y  obligarnos  en 
caso  necesario,  nos  ha  dado  la  Providencia 
la  ley  de  pobreza.  Bienaventurados  los  pobres 
de  espíritu.  Y  he  aquí  también  por  qué,  según 
los  antiguos,  la  templanza  es  la  primera  de 
las  cuatro  virtudes  cardinales;  por  qué  en 
el  siglo  de  Augusto,  los  filósofos  y  poetas  de 
la  nueva  era,  Horacio,  Virgilio,  Séneca,  ce- 
lebraban la  medianía  y  predicaban  el  despre- 
cio del  lujo;  por  qué  Jesucristo,  con  un  estilo 
aun  más  conmovedor,  nos  enseña  á  pedir  á 
Dios  por  toda  fortuna  el  pan  de  cada  día. 
Te  dos  habían  comprendido  que  la  pobreza  es 
el  i>rincipio  del  orden  social  y  nuestra  única 
felicidad  aquí  abajo 


» Donde  quiera  se  llegara  á  esta  conclusión, 
de  la  que  sería  de  desear  que  nos  penetráse- 
mos todos:  que  la  condición  del  hombre  so 
bre  la  tierra  es  el  trabajo  y  la  pobreza;  su  vo- 
cación, la  ciencia  y  la  justicia  la  primera  de 


CARTAS  A  UN  orr:;i;o  49 


sus  virtud(;s,  la  templanza.  Vivir  con  poco, 
trabajando  mucho  y  aprendiendo  siempre:  tal 
es  la  regla...» 

Probablemente,  Juan,  te  figurarás  que  esto 
lo  ha  dicho  algún  santo  de  los  primitivos 
tiempos  de  la  Iglesia,  algún  cenobita  ó  misio- 
nero cristiano.  Nada  de  eso;  las  palabras  que 
te  he  copiado  son  de  un  hombre  descreído,  de 
un  socialista,  de  un  enemigo  de  la  propiedad, 
de  un  apóstol  de  esa  especie  de  panteísmo  so- 
cial que  quiere  que  el  ser  colectivo  absorba  al 
individuo;  de  Proudhon,  en  fin,  inteligencia 
superior,  especie  de  caverna  inmensa  y  encan- 
tada, donde  á  la  vez  se  engendraban  mons- 
truos y  había  ecos  para  las  voces  divinas. 
Aquel  elevado  talento,  puesto  tantas  veces 
al  servicio  del  error  y  del  sofisma,  se  emanci- 
paba otras,  y  rompía  lanzas  por  la  verdad. 

Cuando  vemos  las  tiendas  de  lujo,  y  las 
casas  suntuosas,  y  los  trenes  brillantes,  á  ti 
y  á  mí  y  á  otros  nos  ha  ocurrido  alguna  vez 
esta  idea:  si  se  distribuyese  bien  tanta  ri- 
queza, no  habría  pobres.  Es  una  equivoca- 
ción, de  que  salimos  por  una  sencilla  opera- 
ción de  aritmética;  es  decir,  dividiendo  la 
renta  de  los  ricos  por  el  número  de  los  po- 
bres. Y  no  es  esto  decir  que  sea  indiferente 
el  modo  de  distribuir  la  riqueza;  no,  y  mil 
veces  no.  Sobre  esto  hay  bastante  que  decir 
y  mucho  que  hacer;  pero  la  mejor  distribu- 
ción debe  tener  por  objeto  extinguir  la  mise- 
ria, no  la  pobreza,  que  es  de  ley  económica 
y  moral,  que  no  es  una  desgracia,  y  que  du- 


5o  OBRAS   DIÍ   DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


rara  tanto  como  el  mundo.  Insisto  sobre  este 
punto,  porque  importa  mucho  que  veas  cla- 
ro, Juan.  Importa  mucho  que  cuando  te  pre- 
diquen la  rebelión,  ofreciéndote  un  cambio 
de  fortuna,  recuerdes  que  en  un  país  de  los 
más  favorecidos  por  la  naturaleza  y  de  los 
más  adelantados  en  civilización,  distribuyen- 
do la  renta  por  igual,  no  tocaría  más  que  á 
razón  de  tres  pesetas  por  cada  familia  de  cua- 
tro personas;  que  con  la  distribución  por  igual 
es  imposible  la  civilización,  el  progreso,  y 
esa  riqueza  misma  cuya  repartición  por  igual 
se  pide.  La  ley  de  la  humanidad  es  el  traba- 
jo, la  pobreza,  la  templanza;  lo  demás  son 
sueños,  de  (pie  se  despierta  de  una  manera 
muy  triste,  mm'  horrible  á  veces. 

Lo  imposible  no  se  lleva  á  cabo  aunque  lo 
pretendan  millones  de  brazos  armados,  impul- 
sados por  millones  de  espíritus  esforzados  y 
generosos;  hay  una  fuerza  superior,  que  se 
llama  la  fuerza  de  las  cosas,  y  no  es  otra  que 
la  ley  económica  y  la  ley  moral,  tan  inelu- 
dibles como  las  leyes  físicas.  Esta  fuerza  te 
saldrá  al  paso  siempre  que  pretendas  que 
sea  la  regla  la  riqueza,  que  no  puede  ser 
más  que  una  excepción,  no  digna  de  ser  en- 
vidiada, por  cierto,  porque  si  el  árbol  se  ha 
de  juzgar  por  sus  friitos,  suelen  ser  bien  amar- 
gos  los   que   ella   produce. 


sMs  e^  ¿AVs  6^^.=:  eiVi  aAs  ¿As  eA^  ofo  zJ^  eJ^  eAs  ¿4ii  ¿físs  ¿ílvá  eAa 
egj  e^>j  «As  t/^V»  e/^i  «X»  eA-j  «As  a/Ks  «ÍFj   a/Jj  eA*  JR»  eMs  Jtt  e,J» 


CARTA  QUINTA 


Que  la  llag-a  que  conviene  curar  es  el  pauperismo,  el 
cual  no  es  cosa  m.isva  ni  calamidad  creciente. 

Apreciable  Juan:  Persuadirte  que  no  debes 
recurrir  á  la  violencia,  porque  á  nadie  perju- 
dica tanto  como  á  ti;  desarmar,  no  solamen- 
te tu  brazo  de  hierro  homicida,  sino  tu  ánimo 
del  odio  5^  la  pasión,  que  no  deja  ver  con  cla- 
ridad las  cosas;  comprender  que  la  pobreza, 
ni  se  debe  temer,  porque  no  es  un  mal,  ni  se 
puede  evitar,  porque  es  de  ley  económica,  3^ 
dar  á  la  moral  la  importancia  que  tiene  en  la 
prosperidad  de  los  pueblos,  porque  es  cierto 
lo  que  alguno  ha  dicho,  que  la  virtud  es  un 
capital;  estos  puntos,  tratados  aunque  breve- 
mente en  mis  anteriores  cartas,  forman  una 
especie  de  introducción  que  juzgo  necesaria 
al  asunto  que  nos  ocupa,  y  en  el  que  pode- 
mos hoy  entrar  de  lleno  preguntándonos:  ¿Qué 
llaga  social  debemos  curar? 

Nuestra  respuesta  está  dada  de  antemano: 
el  grave  mal  que  hemos  de  combatir  es  la 
miseria  física  y  moral;  la  miseria,  que,  cuan- 
do es  permanente  y  generalizada  en  una  clase 


52        OBRAS  ni;  dona  concepción  arknai. 


numerosa  de  un  pueblo  culto,  se  llama  PAU- 
PERISRIO. 

Dícese  que  el  pauperismo  es  un  fenómeno 
de  nuestra  civilización,  que  antes  había  po- 
bres, pero  que  no  había  pauperismo.  Importa 
mucho  saber  si  es  cierto,  porque,  á  ser  ver- 
dad, sería  la  más  desconsoladora. 

En  los  pueblos  primitivos,  que  viven  de 
la  caza  y  de  la  pesca,  todos  los  individuos  son 
miserables;  el  pauperismo  es  la  condición  so- 
cial: el  pobre  inglés  socorrido  por  su  parro- 
quia, que  recibe  entre  otras  cosas  té  y  azú- 
icar,  sería  allí  un  potentado,  y  una  gran  for- 
tuna la  cama  de  un  hospital,  que  es  hoy  la 
mayor  desdicha.  Si  en  los  pueblos  salvajes  la 
miseria  es"  permanente  y  general,  ¿cómo  se 
dice  que  no  se  conoce  en  ellos  el  pauperismo? 

La  sociedad  da  un  paso  más;  se  hace  pas- 
tora, y  agricultora  después.  En  vez  de  inmo- 
lar en  la  guerra  á  todos  los  prisioneros,  re- 
serva algunos,  ó  muchos;  los  hace  esclavos  y 
los  dedica  á  guardar  los  rebaños,  á  cultivar  la 
tierra,  etc.;  á  todas  las  labores  penosas.  Se 
ha  dicho  y  repetido  no  ha  mucho  por  im  hom- 
bre de  superior  talento,  que  la  esjclavitud  es 
preferible  al  proletariado.  Si  fuera  posible  de- 
sear que  hubiera  un  solo  esclavo  en  el  mun- 
do, habríamos  deseado  que  arrastrase  la  cade- 
na quien  tal  afirma,  y  no  tardaría  en  retrac- 
tarse solemnemente.  Entre  los  esclavos,  como 
entre  las  bestias  de  carga,  no  hay  pauperismo, 
hay  inmolación;  sucumbe  el  niño  por  falta 
de  cuidados,  la  mujer  y  el  hombre  enferman 


CARTAS   A   UX   OBKKRO  53 


y  envejecen  antes  de  tiempo  por  exceso  de 
fatiga,  y  se  abandona  de  derecho  al  anciano 
en  una  isla  para  que  perezca  allí,  ó  de  hecho 
se  le  deja  morir  cuando  ya  no  sirve  para  nada. 
Hay  progreso.  El  esclavo  se  convierte  en 
siervo;  disfruta  una  especie  de  libertad,  que 
puede  compararse  con  la  del  pájaro  en  su 
jaula:  tiene  algunos  movimientos  libres  en 
la  tierra  de  que  no  puede  separarse,  y  que 
cultiva  para  su  señor,  el  cual  le  impone  las 
condiciones  más  duras  y  más  humillantes.  La 
sociedad  feudal  se  ha  pintado  por  algunos  con 
los  más  halagüeños  colores.  Para  asunto  de 
novelas,  era  bella,  y  un  innegable  progre- 
so, com.parada  con  la  que  la  precedía;  pero  el 
que  desapasionadamente  busca  la  verdad  en 
la  historia,  ve  rapiñas,  violencias  y  miserias, 
y  ve  el  pueblo  siervo,  poco  menos  desdichado 
que  el  pueblo  esclavo. 

Esos  señores  que  en  su  castillo  eran  la 
providencia  de  sus  vasallos,  son  sueños  de 
poetas:  la  realidad  es  que  expoliaban  y  eran 
opresores,  y  esto  se  ve  claro  en  las  amonesta- 
ciones de  los  Papas  y  Con^cilios,  cuya  repeti- 
ción revela  la  ineficacia;  en  las  leyes,  tanto 
civiles  como  criminales,  diferentes  según  se 
aplicaban  á  los  ricos  y  los  pobres,  y  tan  in- 
justas y  crueles  para  éstos;  y  en  la  miseria, 
que  no  se  tomaba  en  cuenta  por  el  desdén 
que  inspiraban  los  que  la  padecían,  pero 
que  se  revelaba  en  proporíciones  horrendas, 
cuando  algún  desastre  venía  á  ponerla  de 
manifiesto. 


54  OBRAS   DE   DOÑA   CONCEPCIÓN    AREN.M, 


La  brevedad  con  que  me  he  propuesto  es- 
cribirte, Juan,  no  me  permite  citarte  aquí 
textos  de  leyes,  resoluciones  de  Concilios  y 
de  Papas,  ni  relatos  de  historiadores;  voy,  no 
obstante,  á  copiarte  lo  que  dice  uno  descri- 
biendo los  horrores  del  hambre  en  esos  siglos 
en  que  dicen  que  no  había  pauperismo. 

((El  género  humano  parecía  amenazado  de 
una  próxima  destru.cción;  los  elementos  fu- 
riosos, instrumentos  de  la  venganza  divina, 
castigaron  la  insolencia  de  los  mortales.  Los 
grandes,  como  los  pobres,  estaban  pálidos  de 
hambre;  la  rapiña  no  era  ya  posible  en  la  pe- 
nuria universal.  Pero  entonces  se  vieron  otros 
horrores.  Los  hombres  devoraban  la  carne  de 
los  hombres:  ya  no  había  seguridad  para  los 
viajeros;  los  desdichados  que  huían  del  ham- 
bre eran  devorados  por  los  que  los  hospeda- 
ban; hasta  se  desenterraban  los  cadáveres.  No 
tardó  en  ser  como  una  costumbre  recibida  ali- 
mentarse con  carne  humana,  que  se  vendía 
en  el  mercado.»  Glaber,  de  cuya  crónica  tomo 
esto,  refiere  que  él  asistió  á  la  ejecución  de 
un  hombre  que  había  degollado  cuarenta  y 
OCHO  personas  para  comérselas. 

Esto  nos  parece  hoy  imposible,  y  estamos 
dispuestos  á  calificarlo  de  invención;  pero  si 
cuidadosamente  estudiamos  la  penuria  y  la  du- 
reza de  los  tiempos  feudales,  un  hambre  de 
tres  años,  que  es  la  que  describe  Glaber,  de- 
bería dar  lugar  á  los  horrores  que  refiere,  y 
que  prueban  el  estado  miserable  de  una  so- 
ciedad que  á  tales  extremos  se  ve  reducida. 


CARTAS   A   T'N    OiíKJÍKt)  5¿ 


¿No  habría  pauperismo  en  pueblos  donde  eran 
.íírandc  la  miseria,  grande  la  opresión,  des- 
igualmente distribuida  la  riqueza,  y  donde  la 
propiedad  constituía  un  privilegio  á  que  en 
vano  aspiraba  el  que  al  nacer  no  había  sido 
favorecido  por  la  fortuna,  por  más  que  fuera 
inteligente  y  trabajador?  El  gran  número  de 
hospitales,  hospicios  y  demás  fundaciones  be- 
néficas debidas  al  espíritu  cristiano,  prueban 
la  falta  que  hacían;  3^  la  despoblación  de  los 
países  en  que  había  esclavos  y  siervos,  prueba 
que  allí  la  miseria  era  general,  y  que  había 
pauperismo.  Lo  que  no  había  era  derecho  ni 
aliento  para  quejarse;  lo  que  no  había  eran 
entrañas  en  la  sociedad  para  conmoverse  con 
los  quejidos.  Nadie  tomaba  en  cuenta  la  mi- 
seria del  esclavo,  del  siervo;  en  ella  moría; 
su  silencio  era  uno  de  los  derechos  del  señor, 
y  todo  grito  se  sofocaba  en  la  sangre  del  que 
lo  había  dado. 

En  medio  de  la  obscuridad  en  que  queda 
la  suerte  de  los  miserables  en  los  pasados 
siglos,  hay  algunas  ráfagas  de  luz  en  la  his- 
toria, al  través  de  las  cuales  pueden  vislum- 
brarse sus  dolores.  Las  insurrecciones  arma- 
das y  repetidas  de  muchos  miles  de  mendigos; 
la  frecuencia  con  que  las  asambleas  se  ocu- 
paban en  la  mendicidad;  las  leyes  para  extir- 
parla, crueles  hasta  el  punto  de  imprimir  al 
mendigo  vagabundo  las  penas  de  palos,  ex- 
posición, mutilación,  y  hasta  el  último  supli- 
cio: estos  hechos  generalizados,  ¿no  prueban 
claramente     la     existencia     del     pauperismo? 


c¡6  OBRAS    DK    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Cuando  el  legislador  se  arma  de  tal  modo  y 
se  ocupa  con  tal  frecuencia  de  un  mal,  ¿no 
es  prueba  evidente  de  que  está  generalizado 
y  es  profundo? 

Ahora,  sean  mil  veces  gracias  dadas  á  Dios 
y  á  los  hombres  buenos,  ahora  los  pobres  se 
quejan,  y  sus  a5^es  hallan  eco  en  los  corazo- 
nes de  las  personas  bien  acomodadas;  ahora, 
los  que  por  su  posición  social  están  lejos  de 
la  miseria,  se  acercan  á  ella  por  los  senti- 
mientos de  su  corazón,  cuentan  sus  víctimas, 
lloran  sus  dolores,  investigan  sus  causas,  bus- 
can para  ellas  remedios,  y  levantan  muy  alto 
la  voz,  ya  dolorida,  ya  indignada,  para  pro- 
nunciar un  terrible  memento.  Se  han  escrito 
miles  de  libros  en  estos  últimos  tiempos  gi- 
miendo sobre  la  miseria,  poniéndola  de  ma- 
nifiesto, procurando  combatirla,  y  las  mismas 
instituciones  creadas  para  aliviarla  tienen  que 
contar  sus  víctimas.  El  mal  se  hace  notar 
más,  no  porque  es  mayor,  sino  porque  hay 
quien  le  investiga  y  quien  le  denuncia.  Donde 
no  existen  médicos,  ni  medicinas,  ni  asisten- 
cia de  ningún  género,  no  se  sabe  de  los  en- 
fermos hasta  que  son  cadáveres.  No  recuerdo 
qué  autor  ha  dicho  que  nadie  sospechaba  el 
gran  número  de  sordo-mudos  que  había  en 
Francia  hasta  que  se  han  abierto  colegios  para 
recogerlos  y  educarlos.  ¿Se  dirá  que  esta  en- 
fermedad es  moderna,  porque  hasta  ahora  los 
enfermos  sucumbían  sin  que  nadie  los  contase? 
Algo  semejante  sucede  con  todos  los  desvalidos. 

Lo   que   hoy   se   considera   como   el   estado 


CAUTAS   Á   UN   OliKEKO  57 


más  lastimoso:  carecer  de  camisa,  de  calzado 
y  de  cama,  era  la  situación  ordinaria  de  los 
pobres  en  esos  siglos  en  que  se  dice  que  no 
había  pauperismo.  Ahora  mismo,  cuando  en 
Madrid,  por  ejemplo,  alguna  persona  carita- 
tiva acoge  bajo  su  protección  á  una  familia 
necesitada,  le  causa  gran  pena  saber  que  no 
tiene  sábanas,  y  uno  de  sus  primeros  cuida- 
dos es  proporcionárselas.  No  tiene  sábanas  en 
la  cama,  es  como  decir:  Se  halla  en  el  último 
grado  de  miseria.  Mientras  así  se  juzga  en 
la  capital,  hay  en  ciertas  provincias  muchas, 
muchísimas  aldeas  y  lugares,  cuyos  vecinos 
en  su  mayor  parte  no  tienen  sábanas,  donde 
no  se  las  dan  á  sus  servidores  las  familias  re- 
gularmente acomodadas,  y  donde,  para  enca- 
recer las  ventajas  de  servir  en  una  casa,  se 
dice  que  da  sábanas  á  los  criados.  Si  se  hace 
una  estadística,  aparecerá  entre  los  miserables 
que  forman  en  las  filas  del  pauperismo,  el 
que  en  la  capital  recibe  de  la  caridad  sábanas, 
y  no  el  que  duerme  sin  ellas  en  la  aldea. 

Hete  hecho,  y  otros  muchos  análogos  que 
pudiera  citarte,  te  hará  comprender  que  la 
miseria  puede  existir  y  existe  sin  que  nadie 
la  compadezca  ni  hable  de  ella,  ni  la  note, 
y  que  el  abatimiento  y  la  resignación  del  que 
la  sufre,  combinados  con  la  indiferencia  del 
que  podía  consolarla,  dan  por  resultado  el  si- 
lencio de  la  historia.  Alguna  vez  los  misera- 
bles, aconsejados  por  la  desesperación,  se  le- 
vantan, luchan  y  sucumben;  hay  guerra,  pero 
no  hay  cuestión  social,  porque  ni  derecho  se 


58     OBRAS  DE  DONA  CONCKPCIÓN  ARENAL 


concede  á  los  rebeldes,  ni  compasión  inspi- 
ran los  vencidos,  ni  se  ve  allí  más  que  un  caso 
de  fuerza  que  con  la  fuerza  se  vence.  Para  que 
las  miserias  de  la  multitud  sean  una  cuestión, 
es  preciso  que  las  compadezcan  y  las  sientan 
los  que  no  son  miserables,  los  que  han  culti- 
vado su  inteligencia,  y  la  llevan  como  una 
santa  ofrenda  al  templo  del  dolor,  y  se  arman 
con  ella  para  combatir  por  la  justicia.  Creo 
que  te  lo  he  dicho  ya,  y  es  posible  que  te 
lo  vuelva  á  decir,  porque  poco  importa  la  mo- 
notonía de  la  repetición,  y  mucho  que  no  ol- 
vides que  de  las  filas  de  los  señores  han  sali- 
do los  defensores  de  los  pobres,  los  que  en 
estudiar  los  medios  de  aliviarlos  han  gastado 
su  vida,  ó  la  han  sacrificado  en  el  patíbulo 
y  en  el  campo  de  batalla. 

A  medida  que  ha  ido  habiendo  manos  ben- 
ditas que  se  presten  á  curarlas,  se  han  ido 
revelando  las  llagas  sociales;  y  como  esos  ni- 
ños que  se  han  lastimado  y  no  lloran  hasta 
que  ven  á  su  madre,  el  pueblo  no  ha  empe- 
zado á  quejarse  hasta  que  la  sociedad  ha  teni- 
do entrañas  para  compadecerle.  Hay  un  dere- 
cho del  que  nadie  te  habla,  que  no  está  con- 
signado en  nigún  código,  el  derecho  á  la  com- 
pasión; derecho  que,  sin  proclamarle,  invoca 
el  que  padece,  y  que  sin  reconocerle  sanciona 
el  que  consuela;  derecho  bendito  y  santo,  sin 
el  cual  es  probable  que  nunca  se  hubiera  re- 
conocido la  justicia  de  los  débiles. 

Al  sostener  que  el  pauperismo  es  un  fe- 
nómeno de  nuestra  civilización,  se  citan  nú- 


CARTAS    \   UN   OBRERO  59 


meros,  y  es,  por  desgracia,  grande  el  de  los 
que  sufren  en  la  miseria;  pero  aunque  en  ab- 
soluto excediera  al  de  otros  tiempos,  que  no 
lo  creo,  siempre  sería  menor,  proporción  guar- 
dada con  el  de  habitantes,  aumentado  éste 
en  términos  de  que  una  ciudad  cuenta  hoy 
más  que  había  antiguamente  en  todo  un  reino. 
Y  no  sólo  se  aumentan  con  la  población  los 
miserables,  sino  que  se  agrupan  generalmen- 
te en  las  grandes  poblaciones,  donde  su  des- 
dicha puede  ser  más  notada. 

La  mortalidad  decrece  en  términos  de  que 
liay  pueblos  como  Londres,  donde  en  poco 
tiempo  ha  disminuido  una  mitad:  ¿y  se  quie- 
re sostener  que  la  miseria  aumenta?  Es  como 
afirmar  que  cuatro  y  cuatro  son  seis. 

Un  título  de  gloria  para  la  civilización  se 
convierte  en  un  capítulo  de  cargo.  Las  filas 
de  la  miseria  están  en  su  mayor  parte  forma- 
das por  ancianos,  enfermos,  achacosos,  niños 
abandonados;  por  los  débiles,  por  los  que  no 
pueden  trabajar,  ó  cuyo  trabajo  es  insuficien- 
te. En  ios  pueblos  salvajes  ó  bárbaros  nada  de 
esto  existe;  los  débiles  sucumben  infaliblemen- 
te: no  hay  para  ellos  miseria,  hay  exterminio. 

Resulta,  pues,  para  mí  muy  claro,  y  qui- 
siera que  para  tí  lo  fuese  también: 

i.°  Que  el  pauperismo  no  es  un  fenómeno  de  la 
civilización,  sino  una  desdicha  de  la  humanidad. 

2."  Que  la  civilización  le  disminuye  en  vez 
de  aumentarle,  circunscribiéndole  más  ó  me- 
nos, pero  circunscribiéndole  siempre  á  una 
parte  de  la  sociedad,  cuando  en  el  estado  sal- 


6o  OBKAS    DE    DOÑA    CONCKPCIÓN    ARKNAI, 


va  je  se  enseñorea  de  todo,  y  en  el  estado  de 
barbarie  muy  poco  menos. 

2,."  Que  en  la  historia  no  aparece  á  prime- 
ra vista  con  toda  claridad  y  con  la  exten- 
sión que  realmente  ha  tenido,  porque  sus  víc- 
timas sufrían  y  morían  en  el  silencio,  abati- 
das ó  resignadas,  y  vistas  con  indiferencia  por 
los  que  debían  auxiliarlas;  además  no  se  lla- 
maba miseria  lo  que  hoy  se  califica  de  tal. 

4.°  Que  habiéndose  humanizado  el  hombre, 
sintiendo  más  los  que  sufren  y  los  que  pue- 
den consolar,  el  miserable  se  queja  bastante 
alto  para  que  se  le  oiga;  el  compasivo  repi- 
te el  ¡  ay  !  doliente,  que  halla -miles  de  ecos; 
este  dolor,  ignorado  ayer,  se  publica  ho}'-,  se 
estudia,  se  compadece,  y  hasta  se  explota, 
convirtiéndole  los  fanáticos  y  los  ambiciosos 
en  arma  de  partido  contra  los  Gobiernos  que 
quieren  derribar.  Desde  que  el  pueblo  ha  em- 
pezado á  llamarse  soberano,  como  todos  los 
soberanos,  tiene  sus  aduladores. 

S-""  Que  habiendo  tenido  la  población  un 
extraordinario  incremento,  los  pobres  se  han 
multiplicado  también,  y  agrupándose  en  los 
grandes  centros,  se  hacen  más  visibles. 

¿Concluiremos  de  todo  esto  que  las  cosas 
están  muy  bien  como  están;  que  no  hay  mo- 
tivo sino  para  congratularnos,  y  que  nada 
resta  que  hacer?  No,  no,  mil  veces  no.  El  pau- 
perismo, la  miseria  física  y  moral,  existe  en 
grandes,  en  horribles  proporciones.  Que  todo 
el  que  tiene  entrañas  la  sienta;  que  todo  el 
que  tiene  inteligencia  piense  en  los  medios  de 


CARTAS    \    UX    OURIÍRO  6 1 


atenuarla;  que  todo  el  que  tenga  lágrimas 
la  llore.  Te  digo  con  verdad,  Juan,  que  las 
mías  corren  al  escribir  estas  líneas,  y  obscu- 
recen la  luz  de  mis  ojos,  pero  no  la  de  mi 
entendimiento,  hasta  el  punto  de  confundir 
las  cosas,  de  modo  que  vea  el  pauperismo 
creciente,  á  medida  que  crece  la  prosperidad 
de  las  naciones.  Esto  podrá  ser  cierto,  si  aca- 
so, en  un  momento  de  la  historia,  en  un  país 
dado  y  por  circunstancias  especiales,  pero  de 
ningún  modo  es  un  hecho  general,  ni  menos 
una  ley   económica. 

porque  las  desdichas  de  la  humanidad  son 
grandes,  pero  no  nos  desesperemos  creyendo 
que  son  cada  vez  mayores,  porque  entonces, 
¿quién  tendrá  ánimo  para  trabajar  en  comba- 
tirlas? Bajo  la  mano  de  Dios,  é  inspirado  por 
í)l,  mejora  el  hombre  su  suerte  sobre  la  tie- 
rra; pero  las  pasiones  y  los  errores  oponen 
de  continuo  obstáculos  á  su  marcha,  y  por 
eso  es  el  progreso  tan  lento. 

Aflijámonos,  sí,  aflijámonos  profundamente, 
■  Bajo  la  mano  de  Dios,  te  digo,  y  tú  repli- 
carás tal  vez:  ¡  siempre  Dios  !  vSiempre,  amigo 
mío.  No  es  mucho  que  una  mujer  le  invoque, 
le  implore  y  le  sienta,  cuando  una  de  las  in- 
teligencias más  poderosas,  y  uno  de  los  espí- 
ritus más  rebeldes,  Proudhon,  decía:  (¡Estu- 
diando en  el  silencio  de  mi  corazón,  y  lejos 
de  toda  consideración  humana,  el  misterio  de  las 
revoluciones  sociales,  Dios,  el  gran  desconoci- 
do, h'a  venido  á  ser  para  mí  una  hipótesis,  quiero 
decir,  un  instrumento  necesario  de  dialéctica.)) 


'y^Vp  e^J^s  c'/Va  e-tvvS  ^^s  a^As  e^A'5  sx^^v^  c2y¿^^  a/A^s  e.fl,Vs  t/AVs  a/j^a  a/¿vs  e/^-s  e^^5 
'A^  a4v9  e^  e*í>  c^^   a*s  c/lVs  a'i>.9  e^^s  e^j  aXs   tfj  eVfi  oAU   e^tj  •jA-s 


CARTA  SEXTA 


Causas  de  la  miseria.— Palta  de  trabajo. 

Apreciable  Juan:  En  mi  carta  anterior  he 
procurado  demostrarte  que  el  pauperismo  es 
una  desdicha  de  la  humanidad,  no  un  fenó- 
meno de  la  civilización,  lo  cual,  por  el  con- 
trario, le  aminora.  Importa  persuadirse  de  es- 
ta verdad  consoladora,  para  no  desesperar  de 
la  humanidad  y  tener  fuerzas  y  emplearlas 
en  buscar  algún  remedio,  algún  consuelo  si- 
quiera á  sus  agudos  dolores.  Sus  males  son 
grandes,  muy  grandes,  pero  lo  han  sido  más: 
trabajemos  sin  descanso  y  con  fe  en  dismi- 
nuirlos cada  día.  Si  imitáramos,  como  podía- 
mos y  debíamos,  al  que  pasó  haciendo  bien: 
si  tan  lejos  de  locas  esperanzas  como  de  la 
desesperación  culpable  y  cobarde,  cerrando  los 
oídos  á  la  voz  del  egoísmo,  pusiéramos  en  ac- 
tividad las  nobles  facultades  que  de  Dios  he- 
mos recibido,  cada  cual  en  la  medida  de  sus 
fuerzas,  toda  generación,  al  extinguirse,  po- 
dría decir  á  la  que  la  sigue:  Te  dejo  ¡a  humani- 
dad un  poco  mejor  y  un  poco  menos  desdi- 
chada que  la  he  recibido, 


64  OBRAS    DE    PONA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Para  conocer  el  pauperismo,  sin  lo  cual  os 
imposible  hallar  para  él  remedio  ni  paliativo 
alguno,  lo  primero  es  estudiarle,  analizarle, 
ver  de  qué  elementos  se  compone  y  cómo 
existe.  Comprendo  que  semejante  estudio  tie- 
ne, entre  otros  desagrados,  el  de  aparecer  co- 
mo una  cosa  trivial  y  que  todo  el  mundo  sabe; 
pero  está  lejos  de  ser  indigno  de  una  inteli- 
gencia, aunque  sea  elevada,  profundizar  esas 
cosas  que  saben  todos,  agruparlas,  y  sacar 
de  ellas  consecuencias  que  la  pasión  y  la 
soberbia  han  obscurecido.  ¡  Cuántas  veces  el 
genio  necesita  tocar  á  la  tierra  para  fortalecer- 
se y  recibir  las  inspiraciones  del  sentido  co- 
mún, que  sirven  de  freno  á  sus  delirios  ! 

En  cuanto  á  mí,  Juan,  lejos  de  disgustarme 
el  que  no  halles  novedad  en  las  cosas  que 
te  voy  á  decir,  me  complace  altamente  que 
sepas  unas,  que  caigas  en  la  cuenta  de  que 
sabías  otras,  sólo  que  no  te  habías  parado  á 
reflexionar  sobre  ellas,  y  que  puedas  com- 
probarlas todas,  sin  más  que  recurrir  á  tu 
memoria,  ó  hacer  una  visita  á  los  cuartos  de 
la  casa  de  vecindad  donde  habitas. 

El  pauperismo  es  miseria;  la  miseria  se  com- 
pone de  miserables,  que  lo  son:  i.°,  por  falta 
de  trabajo;  2.",  por  no  poder  trabajar;  3.  . 
por  no  querer  trabajar;  4.°,  por  imperfección 
del  trabajo;  5.",  por  mal  empleo  de  la  remunera- 
ción; 6.",  por  insuficiencia  de  la  remuneración. 

La  falta  de  trabajo  puede  ser  permanente 
ó  temporal,  y  lo  propio  sucede  con  la  imposi- 
bilidad de  trabajar. 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  65 


El  negarse  al  trabajo  puede  provenir  de 
crimen,  de  vicio  ó  de  vanidad. 

La  imperfección  del  trabajador  puede  ser 
efecto  de  mala  voluntad,  de  falta  de  instruc- 
ción ó  de  natural  ineptitud. 

El  mal  empleo  del  fruto  del  trabajo  puede 
ser  por  conducta  viciosa  ó  por  falta  de  cir- 
cunspección. 

La  insuficiencia  de  la  remuneración  puede 
ser  efecto  de  las  muchas  obligaciones,  ó  de 
la  carestía  de  las  cosas  necesarias  á  la  vida,  ó 
de  lo  crecido  de  los  impuestos. 

Te  haré  un  pequeño  cuadro,  para  que  de 
un  golpe  de  vista  puedas  hacerte  cargo  de  las 
causas  que  producen  la  miseria. 

C  Por  110  haber  que  hacer. 
Falta  de  trabajo '  Por  falta  de  cnpitnl. 

{  Por  emplearse  ei  capital 
en  especulaciones  que 
no  dan  trabajo. 

í  Por  enfermedad. 
Imposibilidad   de   tra-)  Por  vejez. 

bajar |  Por  niñez. 

[  Por  atenciones  imprescin- 
dibles. 

C  Por  crimen. 
Negarse  á  trabajar — '  Por  vicio. 

[  Por  vanidad. 

,          r       . .       I  ,   i      (  Pf'T  mala  voluntad. 
Imperfección    del  tra-     p,.^  ignorancia, 
'rajador ^  p^r  falta  de  aptitud. 

C  Por  crimen. 
Mal  empleo  del  salario'  Por  vicio. 

{  Por  ligereza. 

(  Porque  es  corta. 
Insuficiencia  de  la  re-j  Por  carestía. 

muneración |  Por  m. chas  obligaciones. 

[  Por  lo  crecido  de  los  im- 
puestos. 


66  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Todas  las  personas  miserables  verás  que  han 
caído  cu  la  miseria  por  alguna  de  las  causas 
arriba  señaladas  ó  por  la  combinación  de  va- 
rias.  Empecemos  nuestro  estudio  por 


LA    FAI/IW    DR   TR  A 13 AJO 

Las  olas  embravecidas  del  mar  inmenso,  que 
destrozan  y  tragan  los  navios  poderosos,  obra 
la  más  admirable  del  genio  del  hombre,  es- 
tán constituidas  del  mismo  modo,  obedecen 
á  la  misma  ley,  que  esas  casi  imperceptibles 
que  levantan  en  el  agua  de  tu  jofaina  si  la  agi- 
tas. Del  propio  modo,  las  leyes  económicas 
de  los  mercados  de  Londres  y  Nueva- York 
son  idénticas  á  las  que  rigen  el  puesto  de 
verdura  del  portal  de  tu  casa.  Importa  mu- 
cho que  comprendas  bien  esto,  Juan,  por- 
que si  estuvieras  persuadido  de  la  identidad  de 
ciertos  fenómenos  económicos,  y  de  que  lo 
que  es  absurdo  en  tu  casa  ó  en  tu  vecin- 
dad, lo  es  igualmente  en  todas  las  casas,  en 
todos  los  palacios,  en  el  nmndo  todo,  tu 
buen  sentido  habría  puesto  en  su  lugar  ciertas 
teorías  que  no  te  han  engañado  sino  por  el  dis- 
fraz de  la  fraseología  científica,  y  por  la  su- 
posición de  que  los  fenómenos  en  grande 
escala,  que  no  puedes  observar,  no  son  esencial- 
mente idénticos  á  los  que  ves  todos  los  días. 
Las  cosas  pasan  en  el  mundo  lo  mismo  que 
en  tu  barrio,  por  lo  que  toca  al  asunto  que 
nos   ocupa,    y    alrededor    tU3''o    y   muy    cerca 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  67 


tienes  pruebas  de  si  es  verdad  ó  mentira  la 
regla  ó  ley  que  te  dan  por  universal. 

Suponiendo  que  no  olvidarás  esto,  vamos 
á  ver  qué  se  necesita  en  tu  casa,  en  tu  pueblo, 
en  el  mundo  todo,  para  que  ha5^a  trabajo; 
pero  antes  es  menester  que  nos  fijemos  bien 
en  lo  que  es  trabajo.  A  mi  parecer,  puede 
definirse  así: 

Un  esfuerzo  inteligente  y  sostenido 
QUE  PRODUCE  UN  RESULTADO  ÚTIL.  Esta  defi- 
nición te  hará  comprender  el  absurdo,  muy 
generalizado,  de  llamar  trabajadores  solamente 
á  los  que  trabajan  con  las  manos. 

En  primer  lugar,  con  las  manos  solamente 
nadie  trabaja,  porque  en  el  trabajo  más  mecá- 
nico entra  siempre  cierta  cantidad  de  inteli- 
gencia, así  como  en  el  más  elevado  hay  siem- 
pre algo  material. 

Trabajan  igualmente  el  que  hace  una  teja 
y  el  que  hace  una  ley;  el  que  cepilla  una  ta- 
bla y  el  que  corrige  un  verso;  el  que  amasa  ti 
mortero  y  el  que  combina  los  sonidos  para 
producir  una  melodía;  el  que  lleva  una  ca- 
milla y  el  que  estudia  los  medios  de  aliviar  ó 
curar  al  enfermo;  el  que  construye  un  muro 
para  encauzar  la  corriente  de  un  río,  y  el 
que  medita  sobre  el  modo  de  contener  el  des- 
bordamiento de  las  pasiones  humanas.  Estos 
trabajos,  que  hasta  ^  aquí  no  has  tenido  por 
tales,  y  que  ahora  mismo  te  parecen  muy  có- 
modos, son  á  veces  los  más  penosos,  y  puedes 
cerciorarte  de  ello  por  lo  mucho  que  gastan 
la   vida   del   trabajador,    envejecido   antes   de 


68  OBRAS    UE    VI  ■\\    I.  ;).\C¡;i'CIÓN    ARENAL 


tiempo  sobre  sus  libros.  Sabes  del  albañil  que 
se  cae  de  lUi  andamio  y  muere  de  resultas  del 
golpe  ó  qr.n'a  inútil,  é  ignoras  que  el  estudio 
hace  tanjl  ién  sus  víctimas,  y  que  en  las  Es- 
cuelas de  Caminos  y  de  Minas,  por  ejemplo, 
enfeniKín  ó  sucumben  muchos  jóvenes  que  no 
tienen  bastante  robustez  para  resistir  tantas 
fat  ■ -;as  mentales.  No  soy  sospechosa  de  indife- 
tí.iicia  nara  con  los  inválidos  del  trabajo  ma- 
rgal: tienen  mis  simpatías  y  mis  lágrimas 
cuando  no  puedo  darles  otra  cosa,  pero  iif) 
he  de  negárselas  al  que  cae  abrumado  por  el 
trabajo  de  la  inteligencia. 

Investiguemos  ahora  qué  se  necesita  para 
tener  trabajo,  y  veremos  (¡nc  son  indispen- 
sables estas  condiciones. 

i.^  Que  haya  medios  de  adquirir  el  instrii- 
mento  del  trabajo  y  de  pagar  al  trabaja- 
dor, ó  que  el  los  tenga,  si  trabaja  por  su 
cuenta. 

2.^  Que  estos  medios  puedan  y  quieran  de- 
dicarse á  este  objeto. 

3.''  Que  haya  quien  quiera  y  pueda  coniprar 
el  producto  del  trabajo. 

Supongamos  que  eres  oficial  de  zapatero. 
Para  que  tengas  trabajo  es  necesario  que  el 
maestro  tenga  dinero  para  acopiar  material 
V  üagarte  la  hechura  del  calzado,  que  tarda 
n..  '■  ó  menos  en  venderse. 

Ks  preciso  que  el  maestro  crea  que  vende- 
rá la  obra  en  buenas  condiciones,  porque  si 
teme  que  se  la  roben  ó  que  le  deje  poca  ga- 
nancia, aunque  tenga  capital,  se  lo  guardará 


CARTAS  A   UX    OBRKRO  6n 


Ó  lo  dedicará  á  otra  especulación  en  que  espe- 
re hallar  más  seguridad  ó  más  interés. 

Es  preciso  también  que  haya  quien  quiera 
ponerse  zapatos  y  tenga  dinero  para  pagarlos. 
Todas  estas  condiciones  son  necesarias  igual- 
mente, si  en  lugar  de  ser  oficial  trabajas  por 
tu  cuenta. 

Ya  ves,  Juan,  que  sin  material,  sin  herra- 
mienta, sin  alimento  y  sin  que  haya  quien 
compre  los  zapatos,  no  es  posible  que  tú  los 
hagas,  ni  que  nadie  te  mande  hacerlos. 

Lo  mismo  sucederá  si  en  vez  de  zapatos 
haces  blusas,  sillas,  panes,  sortijas,  violines, 
memoriales  ó  comedias:  para  todo  se  necesitan 
medios  de  trabajar,  comer  mientras  se  traba- 
ja y  venta  de  los  productos  obtenidos. 

Otra  vez  me  figuro  que  al  leer  esto  piensas: 
— ¿A  qué  vendrá  decir  y  repetir  verdades  tan 
sencillas  y  que  todo  el  mundo  sabe? — Viene, 
Juan,  á  que  se  olvidan  ó  no  se  aplican  estas 
verdades,  porque  de  otro  modo  no  era  posible 
que  te  hablasen  de  derecho  al  trabajo,  ni  que 
tú  creyeses  que  semejante  derecho  puede  exis- 
tir en  el  sentido  de  que  haya  alguno  que  ten- 
ga el  deber  legal  de  darte  ocupación. 

Supongamos  que  se  declara  solemnemente 
ese  derecho,  y  que  tú  pides  zapatos  que  hacer, 
ó  quieres  venderlos  si  los  haces  por  tu  cuenta. 
¿Y  si  no  hay  quien  te  dé  obra?  El  Estado  te 
la  dará,  dicen,  en  virtud  del  derecho  que  re- 
clamas. Y  si  no  hay  quien  quiera  ó  pueda 
comprar  los  zapatos,  ¿qué  hará  el  Estado  de 
ellos?  lyos  irá  almacenando,  y  tú  trabajarás, 


70  OBRAS    DE    DOXA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


no  para  producir  un  efecto  útil,  sino  para  acu- 
mular un  producto  que  de  nada  sirve,  y  tu  tra- 
bajo dejará  de  serlo  para  convertirse  en  ocu- 
pación. Tú  dirás:  zapatos  siempre  se  necesi- 
tan. Es  cierto,  pero  no  siempre  se  necesitan 
ó  pueden  pagarse  en  la  cantidad  en  que  pue- 
den hacerse. 

Si  sólo  los  de  tu  oficio  tuvieran  derecho  al 
trabajo,  tal  vez  sería  posible  que,  haciendo  un 
sacrificio  grande  el  Estado,  aunque  no  tuvie- 
ra despacho,  te  diera  obra  y  regalara  ó  tirara 
lo  que  no  puediera  vender,  pero  todos  los  tra- 
bajadores, es  decir,  casi  todos  los  hombres, 
tienen  el  mismo  derecho  que  tú,  y  piden  ocu- 
pación en  su  oficio,  su  arte  ó  su  ciencia. 

En  tu  casa  hay  ochenta  vecinos:  no  quie- 
ren gastar  zapatos,  ó  no  pueden  pagarlos,  ó 
tienen  quien  se  los  haga  mejores  ó  más  ba- 
ratos que  tú.  En  virtud  de  tu  derecho,  es  pre- 
ciso imponerles  una  contribución  para  pagar 
tus  jornales,  quieran  ó  no  quieran,  hágales 
ó  no  falta  tu  obra:  esto  es  cómodo  para  ti. 
Pero  en  la  misma  vecindad  hay  un  sastre,  un 
carpintero,  un  albañil,  un  cerrajero,  un  mé- 
dico, un  abogado,  un  pintor,  una  modista, 
un  músico,  un  arquitecto,  un  comerciante, 
un  ingeniero,  etc.,  etc.,  hasta  ochenta,  en  fin, 
que  tienen  derecho  al  trabajo  como  tú.  Es 
necesario  que  pagues  la  parte  de  contribu- 
ción que  te  corresponda  para  satisfacer  el  sa- 
lario de  todas  estas  personas,  si  es  que  no 
hay  quien  necesita  ó  puede  pagar  sus  servi- 
cios.  ¿Y  qué  quedará  de  tu  salario  después 


CARTAS  Á   UN   OKRURÓ  ^í 


que  se  saque  lo  preciso  para  contribuir  al 
pago  de  tantos  otros?  No  alcanzaría,  Juan, 
puedes  estar  seguro  de  ello;  porque  el  dere- 
cho al  trabajo  supone  el  deber  de  dar  que 
trabajar,  deber  que  sólo  el  Estado  puede  lle- 
nar. Figúrate  cómo  el  Estado  ha  de  hacerse 
industrial  de  toda  clase  de  industrias,  y  co- 
merciante, y  vigilar  todo  lo  que  se  hace  y 
cómo  se  hace,  y  retribuir  á  cada  uno  según 
su  buena  ó  mala  labor,  y  llevar  á  todas  par- 
tes la  actividad  é  inteligencia  indispensables 
para  que  los  productos  se  obtengan  en  bue- 
nas condiciones  económicas,  es  decir,  para 
que  no  cuesten  más  de  lo  que  valen. 

Entra  luego  la  apreciación  de  lo  que  á  cada 
uno  ha  de  satisfacerse  por  su  obra,  según  es 
mucha  ó  poca,  buena  ó  mala;  cosa  fácil  de 
hacer  á  un  particular  é  imposible  al  Estado; 
lo  que  ha  de  darse  á  los  que  no  tienen  tra- 
bajo, porque  no  se  han  de  crear  pleitos  para 
dar  que  hacer  á  los  abogados,  y  herir  á  las 
gentes  ó  inocularles  algún  virus  para  que  los 
cirujanos  no  carezcan  de  ocupación;  y  entra, 
en  fin,  la  parte  jjroporcional  que  á  cada  tra- 
bajador corresponde,  porque  si  á  todos  se  da 
lo  mismo,  nadie  querrá  hacer  lo  que  ofrece 
mayores  dificultades,  y  la  sociedad  se  volve- 
ría al  estado  salvaje. 

Para  intentar  esto,  sería  preciso  que  el  Es- 
tado poseyese  todos  los  instrumentos  de  tra- 
bajo, las  tierras  que  se  habrán  de  cultivar, 
las  minas  que  habrán  de  explotarse,  las  fá- 
bricas de  todas  las  industrias,  los  barcos  des- 


72  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


tinados  al  comercio,  los  capitales,  etc.;  en 
fin,  sería  preciso  despojar  á  todo  el  mundo, 
destruir  la  propiedad. 

Si  fuera  posible,  que  no  lo  es,  tamaño  ab- 
surdo, el  resultado  inmediato  de  este  comu- 
nismo sería  la  ruina  del  empresario  inepto  y 
puesto  en  condiciones  en  que  es  imposible 
prosperar,  ó,  lo  que  es  lo  mismo,  del  Esta- 
do; y  esta  ruina  sería  espantosa,  porque  la 
sociedad  se  hallaría  sin  recursos,  sin  capital, 
como  en  los  tiempos  primitivos,  y  con  una 
población  llena  de  necesidades  que  en  ellos 
no  se  conocían,  é  infinitamente  más  numero- 
sa. Un  ensayo  se  hizo  en  Francia  el  año  184S 
con  los  talleres  nacionales:  acudieron  á  ellos 
los  operarios  en  virtud  del  derecho  al  tra- 
bajo; se  trabajó  mal,  caro  y  poco,  relativa- 
mente; faltó  salida  para  los  productos;  des- 
pués de  haber  aglomerado  los  obreros,  se  ce- 
rraron los  .talleres;  vinieron  el  hambre,  la 
desesperación,  y  aquellas  jornadas  en  que  no 
hubo  tanta  vergüenza,  pero  en  que  corrió 
tanta  sangre  como  en  los  combates  que  ha 
sostenido  la  L-  inmune.  Los  grandes  apóstoles 
del  derecho  al  trabajo  procuraron  sustraerse 
á  la  responsabilidad  de  este  desastre;  ningu- 
no quiso  confesar  que  había  tenido  parte  en 
los  talleres  nacionales,  y  cayeroü  á  miles  las 
víctimas  de  ese  pobre  pueblo,  á  quien  se  en- 
gaña con  tan  poca  reflexión  ó  con  tan  poca 
conciencia.  ¿Y  qué  razones  alegaban  los  sos- 
tenedores del  derecho  al  trabajo  para  conde- 
nar el  ensayo  de  París?  Todas  venían  á  redu- 


CARTAS   A    UN    OBRERO  73 


cirse  á  la  falta  de  oportunidad,  como  si  pu- 
diera haberla  nunca  para  realizar  lo  imposible. 

No  puede  ser  lógico  el  que  parte  de  un 
eiror,  que  de  consecuencia  en  consecuencia 
va  creciendo  hasta  saturar  las  inteligencias 
que,  á  Dios  gracias,  no  tienen  una  capacidad 
indefinida  para  él,  ó  hasta  estrellarse  contra 
los  hechos,  contra  el  imposible  material.  El 
derecho  al  trabajo  debe  ser  idéntico  para  to- 
do trabajador;  lo  mismo  para  el  que  hace 
caballos  de  cartón  que  para  el  que  forma  ta- 
blas de  logaritmos.  Pero  crear  pleitos  para 
dar  que  hacer  á  los  abogados  que  no  los  tie- 
nen; inventar  enfermos  para  que  los  médicos 
tengan  á  quien  curar;  remunerar  al  poeta 
cuyos  versos  nadie  quiere  oír,  parecería  un 
al-.surdo  imposible,  y,  no  obstante,  no  C3  ni 
más  ni  menos  que  pagar  al  sillero  para  que 
haga    sillas    donde   ninguno    quiere    sentarse. 

Cuando  veo  á  un  hombre  con  cara  de  hon- 
rado, coa  aspecto  digno,  con  señales  de  cos- 
tarle  grande  esfaerzo  decir:  ((Señora,  un  po- 
bre jornalero  que  no  tiene  trabajo»,  te  ase- 
guro, Juan,  que  aquella  voz  me  causa  un  do- 
lor profundo;  pero  he  sufrido  más,  porque  la 
desdicha  es  maj^or,  al  penetrar  en  una  pobre 
vivienda,  sin  fuego  ni  estera  en  invierno,  y 
he  visto  en  ella  un  obrero  de  la  inteligencia 
sin  trabajo;  á  un  hombre  de  grandes  conoci- 
mientos, de  elevadas  ideas,  que  quiere  traba- 
jar y  no  halla  dónde,  y  con  los  suyos  sufre  la 
privación  de  lo  más  necesario,  y  no  puede 
pedir  limosna  porque  su  dignidad  se  lo  impide. 


74  OBRAS    DE    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAÍ. 


¿Crees  tú  que  no  es  también  desgarrador  es- 
te espectáculo  ?  ¿  Crees  tú  que  si  hubiera  derecho 
al  trabajo,  debería  limitarse  á  los  que  trabajan 
con  las  manos,  y  que  Cervantes,  Camoens  y  Pa- 
pin  no  hubieran  podido  invocarle  en  su  miseria? 

Yo  sé  que  es  terrible  querer  trabajar  y  no 
hallar  donde:  también  lo  es  una  enfermedad 
dolorosa,  y  el  perder  los  objetos  de  nuestro 
cariño,  y  el  dejarlos  morir,  y  el  ver  que  se 
extravían,  y  el  hallar  indiferencia  en  pago  de 
amor...  La  vida  está  llena  de  males  terribles 
é  inevitables;  negándose  á  la  evidencia  de  esta 
verdad,  se  corre  tras  ilusiones,  sembrando  al 
paso  dolorosas  y  á  veces  sangrientas  realidades. 

Cuando  naturalmente  no  hay  trabajo,  es- 
pontánea y  lógicamente  no  resulta  como  una 
consecuencia,  y  nadie  tiene  la  posibilidad  ni 
I)uede  tener  el  deber  de  darlo.  La  ley  econó- 
mica es  inflexible  y  despide  al  obrero.  ¿Di- 
remos con  Malthus  al  hombre,  que  está  real- 
mente de  más  sobre  la  tierra;  que  en  el  gran 
banquete  de  la  naturaleza  no  se  ha  puesto  cu- 
bierto para  él;  que  la  naturaleza  le  manda 
que  se  -vaya,  y  no  tardará  en  poner  por  sí 
misma  la  orden  en  ejecución?...  ¡No!  ¡No! 
¡  No  !  Si  la  ley  económica  es  inflexible,  queda 
la  ley  religiosa,  la  ley  moral,  la  ley  de  amor; 
y  cuando  el  jornalero  no  halla  un  especula- 
dor que  le  ocupe,  puede  y  debe  hallar  un 
hermano  que  le  consuele  y  le  ampare. 

Esta  carta  se  va  haciendo  muy  larga,  Juan; 
dejaremos  para  otra  el  investigar  las  causas 
de  la  falta  de  trabajo. 


eJka  eAVs  a/ÁVü  eAa  eAs  eAVs  a/Ki.  «í/A^"»  -iAb  a/iVs  a/^Vg  a/^Vs  eyAVg  eVAVa  eV^Vi  ey*síi 
Mkj   eXvi  «As  Jia  ^  nJ^j)   í-|j   5y|j   íts   s-iU   «^J.?   e4Vs   e*3   eMs   e^^   eXj 


CARTA  SÉPTIMA 


Continuación  de  la  anterior. 

Apreciable  Juan:  Hemos  visto  que  cuando 
naturalmente  hay  trabajo  es  un  hecho,  y 
cuando  no  le  hay,  no  puede  ser  un  derecho, 
porque  nadie  tiene  derecho  á  lo  imposible. 
Tú  me  dirás  tal  vez:  Yo  he  visto  promover 
obras  piiblicas  para  dar  trabajo.  Es  cierto,  y 
la  objeción  merece  que  nos  detengamos  un 
momento  en  ella. 

Hay  casos  de  escasez,  de  epidemia,  de  pe- 
nuria, en  que  el  hambre  amenaza  hacer  mu- 
chas víctimas,  ó  en  que  peligra  el  orden  pú- 
blico. Entonces  se  promueve  una  obra  para 
que  los  miserables  no  se  mueran  en  la  mi- 
seria ó  maten  desesperados.  Si  la  obra  es  útil, 
y  el  Estado  ó  la  corporación  que  la  promue- 
ven tienen  fondos  ó  pueden  proporcionárse- 
los con  un  interés  moderado,  el  trabajo  está 
la  necesidad  no  ha  hecho  más  que  vencer  el 
en  condiciones  económicas,  es  beneficioso,  y 
descuido,  la  inercia,  ó,  como  tantas  veces  su- 
cede, inspirar  un  pensamiento  que  sin  ella 
no  hubiera  ocurrido. 


76  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Si  la  obra  no  es  útil,  ó  no  lo  es  tanto  que 
pueda  compensar  los  sacrificios  pecuniarios 
indispensables  para  llevarla  á  cabo;  si  tal  vez 
los  fondos  que  se  emplean  se  han  tomado 
á  un  subido  interés,  que  saldrá  del  presu- 
puesto del  Estado,  entonces  se  da  limosna, 
se  evita  un  motín  ó  una  rebelión;  es  cuestión 
de  beneficencia  ó  de  orden  público;  las  me- 
didas que  se  adopten  deberán  juzgarse  bajo 
este  punto  de  vista,  y  no  son  ya  de  la  com- 
petencia de  la  economía  política. 

Aunque  sea  muy  de  paso,  he  de  hacerte 
notar  la  mucha  prudencia  que  se  necesita 
para  que  el  Estado  ó  las  corporaciones  den 
limosna  en  forma  de  trabajo  sin  graves  per- 
juicios, que  vienen  á  recaer  principalmente 
en  aquellos  mismos  que  la  reciben.  Ejemplo: 

El  Ayuntamiento  de  Madrid  se  cree  en  la 
necesidad  de  dar  trabajo  á  miles  de  hombres, 
y  no  tiene  preparada  ninguna  obra  beneficio- 
sa en  que  pueda  ocupar  tantos  brazos.  No 
S2  hace  casi  nada,  y  el  trabajador  adquiere 
hábitos  de  holganza.  Corre  la  voz  de  que  se 
gana  un  jornal  por  dar  perezosamente  algu- 
nos pasos  y  mover  de  vez  en  cuando  un 
azadón,  ó  llevar  una  espuerta  entre  cigarro  y 
cigarro;  no  es  para  desperdiciar  la  ganga,  y 
acuden  á  ella  aun  los  que  no  se  hallan  nece- 
sitados. El  número  va  creciendo,  se  empieza 
por  disminuir  el  jornal;  aun  así  hay  impo- 
sibilidad de  pagarlo;  se  toman  precauciones; 
la  fuerza  armada  interviene,  y  se  empieza  á 
despedir  á  los  trabajadores.   Para  sostenerlos 


CARTAS   A   UN    OBRERO  77 


hubo  que  tomar  dinero  á  un  rédito  muy  alto, 
que  han  de  pagar  los  contribuyentes,  y  como 
el  pobre  lo  es,  resulta  perjudicado  con  la  me- 
dida aparentemente   beneficiosa: 

i.°  Porque  ha  adquirido  hábitos  de  hol- 
ganza, que  á  él  perjudican  más  que  á  nadie. 

2."  Porque  han  venido  á  hacerle  compe- 
tencia personas  que  no  se  la  hubieran  hecho 
en  condiciones  normales. 

3."  Porque  ese  dinero  con  que  se  le  paga 
devenga  un  rédito  enorme,  de  que  satisfará 
i;na  gran  parte  en  esta  ó  en  la  otra  forma, 
pero  que  pesará  sobre  él,  porque  el  Ayunta- 
miento, en  último  resultado,  no  tiene  más 
recursos  que  los  que  saca  de  los  contribu- 
yentes. 

La  l'mosna  en  forma  de  trabajo  pueden 
dalla  ios  particulares  con  buen  éxito,  pero 
dada  por  el  Estado  y  por  las  corporaciones, 
tiene  grandes  inconvenientes.  No  se  puede 
condenar  en  absoluto,  porque  hay  casos  en 
que  la  cuestión  de  humanidad  y  orden  pú- 
blico lo  domina  todo;  pero  conviene  que  com- 
prendas que  has  de  pagar  al  cabo  tú  mismo, 
y  con  réditos,  ese  jornal  que  á  tu  parecer  se 
te  regala. 

Hagámonos  cargo  ahora  de  las  principa- 
les causas  de  la  falta  de  trabajo,  y  de  este 
estudio  resultará  la  inutilidad,  más,  el  per- 
juicio de  recurrir  á  medidas  violentas,  que 
le  disminuyen  en  vez  de  aumentarle. 

Una  de  las  causas  de  la  falta  de  trabajo 
puede  ser  el  excesivo  número  de  trabajado- 


78  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    AREN.\L 


res,  ya  con  relación  al  capital  disponible,  ya 
respecto  á  la  obra  que  ha  de  ejecutarse  y  que 
tiene  un  límite.  Ahora,  por  ejemplo,  las  ca- 
rreras de  medicina  5"  leyes  se  hacen  en  dos 
ó  tres  años  (i),  salen  millares  de  abogados 
y  médicos,  y  com-o  ni  los  pleitos  ni  los  eij- 
fermos  aumentan,  resulta  que  es  material- 
mente imposible  que  tengan  ocupación;  aquí, 
la  falta  de  trabajo  es  falta  de  qué  hacer,  y 
el  remedio,  que  de  esto  se  convenzan  los  que 
á  ellas  se  dedican:  algún  otro  más  pronto  y 
eficaz  podría  indicarse,  pero  esta  indicación 
nos  sacaría  de  nuestro  asimto. 

La  acumulación  que  hay  en  algunas  ca- 
rreras, por  la  facilidad  de  concluirlas  ó  por 
las  ventajas  que  ofrecen,  puede  suceder  en 
todas  y  en  todos  los  oficios  por  exceso  de  po- 
blación. Aunque  no  sea  yo  de  los  que  toman 
ios  cálculos  de  Malthus  como  un  artículo  de 
fe,  y  crea  que  el  exceso  de  población  es 
:in  monstruo  siempre  pronto  á  devorar  la 
prosperidad  pública,  no  puede  negarse  que 
en  momentos  y  países  dados,  crece  más  que 
la  posibilidad  de  darle  trabajo,  por  mucho 
que  prosperen  la  industria  y  el  comercio  y 
abunden  los  capitales.  ¿Qué  hacer?  ¿Trasla- 
dar el  sobrante  de  población  á  otros  países 
en  que  falte,  como  ha  hecho  Inglaterra?  Es 
como  establecer  bombas  á  la  orilla  del  mar, 
con  la  pretensión  de  que  baje  su  nivel.  Cuan- 
do el  exceso  de  población  llega  á  ser  un  gran 


(1)    Esto  se  escribía  en  Agesto  de  1871. 


CARTAS   A   UN   OBRERO  79 


mal,  no  se  ve  para  él  otro  remedio  que  la 
continencia,  la  moralidad,  la  dignidad,  la  ra- 
zón del  hombre,  en  fin,  y  su  conciencia,  que 
no  le  permiten  formar  una  nueva  familia 
hasta  que  tiene  medios  de  sostenerla.  Esta 
es  una  de  tantas  veces  en  que  la  economía 
política  necesita  recurrir  á  la  moral  para  re- 
solver sus  problemas. 

Un  hombre  de  primer  orden,  JNíontcsquieu, 
ha  dicho  que  los  mendigos  no  se  apuraban 
por  tener  hijos  en  gran  número,  porque  los 
dedicaban  á  su  propio  oficio.  En  esta  clase 
desdichada,  el  mal  alcanza  sus  mayores  pro- 
porciones, que  van  disminuyendo  á  medida 
que  el  hombre  se  moraliza  y  que  el  ser  racio- 
nal se  sobrepone  al  bruto.  Levantar  el  nivel 
de  la  instrucción  y  de  la  moralidad  del  pue- 
blo, es  hacer  cuanto  hacerse  puede  para  que 
la  población  no  exceda  á  los  medios  de  sub- 
sistencia. Ese  recurso,  dirás  tal  vez,  es  muy 
lento,  dado  que  sea  eficaz:  así  es,  por  una  des- 
gracia inevitable;  inevitable  te  digo,  Juan,  por- 
que no  hay  remedios  breves  para  males  largos. 

La  falta  de  trabajo  puede  provenir  también, 
y  es  en  general  el  caso  en  nuestra  España, 
no  de  que  no  haya  que  hacer,  ni  de  que  sobre 
población,  sino  de  que  falte  capital,  ya  por- 
que escasea,  ya  porque  se  dedica  á  especula- 
ciones que  no  proporcionan  trabajo,  ó  á  gastos 
que  alimentan  el  trabajo  de  otros  países. 

En  España  faltan  en  general  caminos,  cana- 
les y  puertos;  faltan  industrias;  faltan  edifi- 
cios api'opiados  para  provisiones,  hospitales  y 


8o  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


asilos  benéficos;  faltan  casas  para  pobres;  falta 
que  explotar  nuestro  rico  suelo,  que  con  tra- 
bajo inteligente  produciría  mucho  más  y  mu- 
cho mejor.  Cuando  se  habla  de  hacer  algo  de 
todo  esto,  suele  responderse:  no  hay  dinero, 
no  hay  capitales. 

Mucho  tiene  de  verdad  la  respuesta:  en  un 
país  en  que  se  pierde  tanto  tiempo,  no  f-iede 
haber  mucho  dinero,  ni  grandes  ahorros  don- 
de hay  desorden  en  la  administración  públi- 
ca y  despilfarro  en  los  gastos  particulares. 
Para  estar  en  lo  cierto,  hay  qiie  partir  del 
hecho  de  que  España,  con  un  suelo  rico,  es 
im  país  pobre,  comparado  con  Inglaterra, 
Francia,  Bélgica,  etc.,  etc.  Pero  ".lemas  de 
que  escasean  los  capitales,  se  da  á  muchos  una 
dirección  que  no  prop  jrciona  trabajo.  El  Es- 
tado está  siempre  fa?.o  de  recursos  y  de  cré- 
dito, y  toma  prestado  á  un  interés  crecidísi- 
mo, de  modo  que  la  especulación  más  lucra- 
tiva es  darle  dinero  á  rédito.  ¿Cómo  han  de 
ir  los  capitales  á  levantar  fábricas,  á  fecundar 
nuestro  suelo,  si  prestados  al  Gobierno,  ga- 
nan no  «e  sabe  cuántos  por  ciento,  sin  inteli- 
gencia ni  trabajo?  La  deuda  pública  aumenta, 
y  con  ella  los  que  viven  del  agio,  que  se  re- 
duce á  comprar  barato  y  vender  caro,  sin  ha- 
ber añadido  nada  al  valor  verdadero,  al  valor 
útil  de  la  cosa  comprada. 

Los  propietarios,  por  despilfarro  en  sus  gas- 
tos, descuido,  completo  abandono  ó  falta  de 
inteligencia  en  la  administración  de  sus  bie- 
nes, se  ven  en  la  necesidad  de  tomar  dinero 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  8 1 


sobre  ellos  y  dan  un  subido  interés,  que  es 
todavía  mucho  mayor  para  los  que  no  pueden 
ofrecer  en  hipoteca  ini  inmueble.  El  atractivo 
de  una  gran  ganancia  sin  necesidad  de  em- 
plear trabajo  ni  inteligencia,  lleva  los  capita- 
les, como  ves,  á  prestar  al  Estado  y  á  los  par- 
ticulares sumas  que  no  emplean  en  gastos  re- 
productivos, generalmente,  sino  en  superflui- 
dades ó  en  vicios. 

Para  el  Estado,  para  los  particulares,  para 
todo  el  mundo,  el  préstamo,  cuando  no  se 
dedica  á  una  especulación  beneficiosa,  á  me- 
jorar fincas,  á  gastos  reproductivos,  en  fin, 
el  préstamo,  cuando  se  consume,  cuando  se 
come,  es  la  ruina  del  que  toma  prestado:  tal 
es  el  caso  de  miles  de  personas  pobres  y 
ricas,  grandes  y  pequeñas,  en  nuestra  patria, 
y  una  de  las  causas  más  poderosas  de  empo- 
brecimiento y  de  que  no  haya  trabajo.  Todos 
los  países,  se  dirá,  tienen  deuda  y  papel  y 
gentes  que  lo  compran  y  viven  de  su  renta. 
Es  cierto;  pero  en  los  pueblos  prósperos  es 
menor  la  deuda  pública  relativamente  á  la  ri- 
queza; es  mayor  el  crédito;  se  paga  en  conse- 
cuencia un  interés  más  reducido,  y  los  capita- 
les no  se  agolpan  á  la  Bolsa,  á  la  usura,  al 
agio,  en  tan  grande  escala,  dejando  languide- 
cer la  agricultura,  la  industria  y  el  comercio, 
donde  hallan  mayores  beneficios. 

Hemos  hablado  de  usura,  de  ese  cáncer  que 
nos  esta  corroyendo,  y  conviene  definirla.  En- 
tiendo por  usura  un  interés  excesivo  del  capi- 
tal, que  no  guarda  proporción  con  el  trabajo 


82  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


y  la  inteligencia  que  emplea  el  que  lo  cobra, 
ni  con  el  riesgo  que  corre,  ni  con  el  rédito  que 
se  saca  de  los  capitales  empleados  en  empresas 
beneficiosas.  vSi  la  definición  es  exacta,  ¡  qué 
de  usureros  en  nuestra  patria  !  Aquí,  Juan,  líi 
economía  política  vuelve  á  encontrarse  con  la 
moral:  si  sus  leyes  se  respetasen  más,  no  ha- 
bría tantos  despilfarradores  viciosos  que  paga- 
sen réditos  usurarios,  ni  para  cobrarlos  habría 
tantos  hombres  sin  conciencia. 

Pero  es  necesario  ser  justos  y  comprender 
las  dificultades  que  entre  nosotros  ofrecen  las 
empresas  verdaderamente  beneficiosas  para  el 
país  y  que  proporcionan  trabajo.  Hay  que  lu- 
char con  las  preocupaciones  de  la  comarca; 
con  la  mala  voluntad  de  los  que  se  creen  per- 
judicados; con  la  poca  inteligencia  de  los  ope- 
rarios; con  sus  hábitos  de  holganza;  con  la 
falta  ó  carestía  de  instrumentos  ó  ingredien- 
tes auxiliares  que  pagan  fuertes  derechos;  con 
el  mal  estado  de  las  comunicaciones;  con  la 
poca  seguridad  que  ha}'^  para  las  propiedades 
y  para  las  personas;  con  lo  abrumador  de  los 
impuestos,  y  de  algún  tiempo  á  esta  parte  con 
la  hostilidad  de  los  operarios,  que  puede  que- 
dar latente,  traducirse  en  huelga  ó  ir  más  allá. 

Ahora  dime  tú,  dígame  cualquiera  persona 
de  razón  y  sinceridad,  si  con  tantos  obstácu- 
los para  realizar  un  beneficio  por  una  parte, 
y  tantas  facilidades  por  otra,  no  es  natural 
que  la  balanza  se  incline  al  lado  del  egoísmo, 
y  que  los  capitales  corran  á  la  ganancia  fácil, 
y  más  cuando  todos  lo  hacen.  Los  males  muy 


CARTAS   Á    UN    OBRERO  83 


generalizados  son  más  de  deplorar,  pero  son 
menos  imputables  á  los  individuos,  porque  re- 
velan una  especie  de  complicidad  en  las  cosas, 
que,  si  no  los  justifica,  disminuye  no  obstante 
la  culpa  de  cada  uno  en  esa  especie  de  torbe- 
llino en  que  van  envueltos  todos.  Las  cosas 
malas,  malas  son  siempre;  pero  la  maldad  de 
los  que  las  llevan  á  cabo  varía  mucho  con  las 
circunstancias:  condenamos  la  mala  acción, 
pero  antes  de  aborrecer  ó  despreciar  al  hombre 
que  de  ella  es  responsable,  preguntémonos: 
En  su  lugar,  ¿hubiera  sido  yo  mejor?  Si  no 
exigiéramos  de  los  otros  más  bien  que  el  que 
somos  capaces  de  hacer,  se  evitarían  muchos 
odios  y  muchos  rencores  que,  haciendo  daño 
al  que  los  inspira,  hacen  todavía  más  al  que 
los  siente. 

Yo  te  aseguro  que  me  inspira  una  especie  de 
gratitud  y  de  admiración  cualquiera  persona 
que  plantea  una  industria,  mejora  un  cultivo, 
construye  una  fábrica  ó  un  barco,  y  alejándose 
de  las  ganancias  fáciles  para  él,  estériles  ó  per- 
judiciales para  la  sociedad,  va  á  buscarlas  en- 
tre luchas  y  dificultades  sin  cuento,  y  da  tra- 
bajo al  obrero  y  beneficios  á  su  país.  Mucho  ha- 
cen por  él  los  que  no  desertan  de  un  campo  don- 
de se  lucha  en  condiciones  tan  desventajosas. 

Hay  otras  causas  que  explican  la  falta  de 
trabajo;  tales  son: 

La  ignorancia  de  los  que  podrían  darlo  y 
no  mejoran  su  propiedad  ó  no  plantean  una 
industria  por  no  saber  las  ventajas  que  puede 
reportarles, 


84  OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAl, 


Ciertos  hábitos  de  avaricia  sórdida,  que  ha- 
lla su  mayor  complacencia  en  contemplar  el 
tesoro  guardado. 

La  desconfianza. 

La  falta  de  aquel  espíritu  de  asociación  que 
da  por  resultado  un  gran  capital  con  los  pe- 
queños ahorros  de  numerosos  asociados. 

El  descrédito  en  que  las  asociaciones  han 
caído. 

La  falta  de  probidad,  que  justifica  el  re- 
traimiento de  los  que  ven  un  estafador  en 
casi  todo  el  que  les  propone  una  especulación. 

Las  preocupaciones,  que  aunque  van  des- 
apareciendo, influyen  todavía  para  que  cierta 
clase  de  personas  rehusen  dedicarse  á  empre- 
sas que  proporcionarían  trabajo. 

Ya  ves,  Juan,  si  estos  obstáculos,  y  otros 
análogos  que  omito,  pueden  hacerse  desapa- 
recer á  tiros  ó  dando  decretos,  y  haciendo  le- 
yes ú  organizando  huelgas,  y  si,  arraigados 
como  están,  es  obra  de  un  día  ni  de  un  año 
el  arrancarlos.  Para,  esto  se  necesita  que  va- 
ríen las  condiciones  económicas  del  país;  que 
la  seguridad  y  la  moralidad  crezcan,  y  tam- 
bién que  varíen  los  hábitos  y  las  ideas.  ¿De- 
duciremos de  aquí  que  no  debe  intentarse  nada 
para  salir  del  triste  estado  en  que  nos  halla- 
mos? No,  ciertamente.  Hay  que  trabajar  mu- 
cho, luchar  incesantemente,  pero  sin  desalen- 
tarse si  el  triunfo  no  es  inmediato  y  completo, 
porque  no  pueden  vencerse  en  poco  tiempo 
obstáculos  que  han  necesitado  mucho  para 
acumularse. 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  85 


Tú  habrás  oído  hablar  de  orgayiización  del 
trabajo;  es  la  piedra  filosofal  de  los  alquimis- 
tas sociales.  Cómo  se  ha  de  organizar  en  el 
sentido  que  ellos  lo  intentan,  es  decir,  de  mo- 
do que  ponga  fin  á  la  miseria  y  á  la  injus- 
ticia, ninguno  lo  ha  dicho,  porque  no  se  pue- 
de llamar  organización  á  los  sueños  socialis- 
tas ni  á  los  delirios  de  Fourrier. 

Cuando  no  hay  trabajo,  nadie  puede  tener 
derecho  á  él,  como  te  he  dicho;  cuando  le 
hay,  es  un  hecho;  y  en  cuanto  á  su  organiza- 
ción, á  esa  fórmula  superior  que  ninguno  ha 
dado,  puede  afirmarse  que  ninguno  la  dará. 
La  organización  del  trabajo,  como  la  del  Mu- 
nicipio, del  Estado,  de  la  escuela,  del  taller  y 
del  ejército,  puede  acercarse  á  la  jjerfección, 
pero  no  puede  ser  perfecta,  porque  no  lo  son 
los  hombres  que  en  ella  intervienen. 

Yo  he  sido  joven  también;  ^''o  he  sido  so- 
berbia, y  me  he  rebelado  contra  la  necesidad 
del  dolor,  y  he  seguido  á  los  que  buscaban 
fórmulas  superiores  de  organización  social, 
y  aun  las  he  buscado  por  mi  cuenta.  Yo  he 
protestado  alto,  muy  alto,  en  mi  corazón  y 
en  mi  conciencia,  contra  todo  lo  existente, 
y  he  querido  una  renovación  completa,  abso- 
luta. Los  innovadores  más  atrevidos  no  me 
parecían  imprudentes,  ni  los  soñadores  más 
delirantes,  insensatos.  ¡  Juzgaba  tan  cuerdo 
y  razonable  á  todo  el  que  me  decía:  Los  hom- 
bies  van  á  dejar  de  ser  desdichados !  L,a.  pa- 
sión del  bien  me  arrastraba;  pero  al  estrellar- 
s'í  contra  la  realidad,  sentía  el  golpe;  y  reci- 


86     OBRAS  DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


bí  tantos,  que  se  templó  mi  alma,  y  tuve  bas- 
tante fuerza  para  no  cerrar  los  ojos  á  la  luz 
que  los  hería  dolorosamente:  entonces  vi  una 
cosa  muy  sencilla;  vi  que  toda  institución  hu- 
mana ha  de  ser  imperfecta  como  el  hombre, 
y  que  toda  imperfección  ha  de  producir  do- 
lor. Acepté,  pues,  el  dolor  como  una  cosa 
inevitable;  comprendí  que  disminuirle  es  nues- 
tra obra,  y  perfeccionarnos  nuestro  único  me- 
dio; que  toda  mejora  social  tiene  que  ser 
lenta,  como  el  perfeccionamiento  del  hombre, 
y  que  esas  fórmulas  superiores  para  curar  en 
un  día,  en  una  hora,  las  llagas  sociales,  eran 
delirios  de  la  soberbia  y  sueños  del  buen  de- 
seo. Los  que  adquirimos  este  convencimien- 
to debemos  resignarnos  á  representar  un  mo- 
desto papel,  y  á  que  nos  traten'  muy  de  alto 
abajo  los  apóstoles  de  las  reformas  radicales 
é  instantáneas.  Tú  podrás  notar  que,  si  nos 
conceden  buena  voluntad,  nos  miran  con  des- 
deñosa compasión,  como  á  pobres  gentes  sin 
elevación  en  las  ideas  ni  energía  en  el  carác- 
ter, esclavos  de  la  rutina  é  incapaces  de  ele- 
\'arse  á  altas  concepciones  científicas.  En 
cuanto  á  mí,  nada  importa;  estoy  resignada 
hace  tiempo  á  ser  una  operarla  humilde  de 
la  obra  social;  pero  á  ti  es  fácil  que  te  fascine 
esa  altivez  y  que  midas  la  ciencia  por  el  or- 
gullo, y  más  cuando  las  promesas  que  te  ha- 
cen halagan  tu  deseo. 

Debemos  distinguir,  no  obstante,  entre  el 
derecha  al  trabajo  y  la  organización  del  tra- 
bajo. El  primero  es  un  imposible;  la  segunda 


Cautas  á  un  obrero  á^ 


lo  es  íaíiibiéii,  si  se  cree  hallar  con  ella  un 
remedio  á  todo  género  de  miserias  é  injusti- 
cias sociales,  que  tienen  su  origen  en  la  im- 
perfección del  sistema  económico  actual;  pero 
en  cierto  sentido  es  un  hecho.  Desde  que  se 
ha  empezado  á  trabajar,  ha  empezado  á  or- 
ganizarse el  trabajo,  y  esta  organización  se 
perfecciona  á  medida  que  se  ilustra  y  se  mo- 
raliza la  sociedad.  Del  trabajo  del  esclavo,  del 
siervo  ó  de  los  gremios,  al  trabajo  libre,  hay 
un  inmenso  progreso;  pero  de  esto  no  hemos 
de  hablar  por  incidencia,  sino  largamente  y 
otro  día. 


<¿J^  e-^va  e-l^  aAs  ^^  eAS  &J^  U^  UKa  &J^  e/j^Va  eAs  e/jlj^  e-^  e.-Cs  oJjks 
t^M  e,'K3  c4<s  eXs   e^'jVs  eAsi  í-'lVs   ei?3   eAs   í^íSs   e-'f-s  e^va   eAa   e^M   ejts  eJt^ 


CARTA  OCTAVA 


El    capital    y    el    trabajo. 

Apreciable  Juan:  En  las  anteriores  cartas 
hemos  hablado  con  frecuencia  de  capital;  ya 
sabemos  lo  que  es,  pero  convendrá  que  nos 
detengamos  un  poco  más  á  analizarlo,  máxi- 
me cuando  hoy  todo  el  mundo  habla  de  él, 
y  es  un  recurso  oratorio,  un  arma  ó  una  ban- 
dera de  combate  declarar  la  guerra  al  capital; 
especie  de  absurdo  que  causará  algún  día 
grande  asombro. 

El  capital  no  es  precisamente  dinero.  Se 
tiene  un  capital  en  géneros  de  lana  ó  algo- 
dón, en  frutos  coloniales,  en  trigo,  vino  ó 
aceite. 

Capital  es  un  valor  de  que  no  necesita  in- 
m.ediatamente  su  dueño,  y  que  puede  conver- 
tirse en  instrumento  de  trabajo. 

Ya  hemos  visto  que  sin  capital,  sin  la  fa- 
cultad de  hacer  algún  anticipo,  y  sin  instru- 
m.entos  de  trabajo,  son  imposibles  la  civili- 
zación, la  prosperidad,  y  hasta  la  existencia 
de  las  sociedades. 


90  OBKAS    Dli    DONA    CONCEPCIÓN    AKENAI< 


Sin  capital  no  se  siembra  el  trigo,  ni  se 
planta  la  vid,  ni  se  fonuan  los  rebaños,  ni 
se  fabrica  una  vara  de  lienzo,  ni  una  caja 
de  fósforos,  ni  se  trae  una  arroba  de  azúcar, 
ni  una  libra  de  tabaco;  sin  capital  no  hay 
más  que  ignorancia,  barbarie,  miseria  moral 
y  física,  vicio  y  crimen,  porque  ya  no  cree 
nadie  en  las  virtudes  y  altas  dotes  de  los  pue- 
blos salvajes. 

En  los  países  civilizados  hay  pocas  perso- 
nas que  no  tengan  algo  de  capital.  Tu  herra- 
mienta y  el  dinero  con  que  te  mantienes  toda 
la  semana  hasta  que  cobras  el  sábado,  es  un 
capital. 

El  botijo  y  la  cesta  donde  lleva  los  vasos 
la  aguadora,  es  un  capital;  y  las  naranjas  de 
la  naranjera,  y  la  verdura  del  que  la  vende, 
los  fósforos  y  el  papel  de  hilo  del  fosforero, 
las  madejitas  de  algodón  y  de  hilo  3^  los  rá- 
banos, son  un  capital  también. 

Sin  poder  hacer  algún  anticipo,  ni  agua 
puede  venderse  por  las  calles 

Pero  contra  estos  pequeños  capitales  nadie 
truena:  no  son  ellos  los  causantes  de  la  mise- 
ria pública.  Ahora  te  pregunto  yo,  Juan,  es 
decir,  pregunto  á  los  que  procuran  extraviar- 
te; ¿Desde  cuándo  empieza  la  malicia  del  ca- 
pital? ¿Desde  qué  cantidad  es  pertiu'bador, 
opresor,  tirano,  como  algunnos  lo  llaman? 
Menester  sería  fijarla,  porque,  poco  ó  mucho, 
casi  todos  los  hombres  son  capitalistas,  y  con- 
vendría saber  los  que  no  están  comprendidos 
en  el  anatema. 


CARTAS   A   UN   OBKIÍRO  9 1 


Como  te  decía  en  una  carta  anterior,  á  una 
ley  misma  obedecen  el  oleaje  de  una  aljofai- 
na y  el  del  Océano;  no  es  diferente  la  del 
mercado  ele  Londres  á  la  del  puesto  de  ver- 
dura donde  compras  patatas.  El  capital  del 
aguador,  lo  mismo  que  el  del  banquero,  quie- 
re sacar  el  mayor  rédito  posible;  procura  ex- 
cluir la  competencia  y  ensanchar  el  merca- 
do, etc.,  etc. 

Si  voy  á  una  tienda  de  objetos  de  lujo,  veo 
que  me  piden  por  una  cosa  la  mitad,  un  ter- 
cio, una  cuarta  parte  más  del  precio  en  que 
me  la  dan,  del  precio  corriente;  es  decir,  ha- 
blando claro,  que  procuran  engañarme.  Aquel 
gran  capitalista  es  un  mal  hombre.  Llamo  al 
naranjero,  me  pide  también  una  mitad,  lui 
tercio,  una  cuarta  parte  más  de  lo  que  ha  de 
llevar;  me  dice  que  son  excelentes,  aunque 
sean  malas,  sus  naranjas;  si  puede,  me  las  en- 
caja podridas;  en  fin,  procura  engañarme  en 
el  precio  y  en  la  calidad.  Aquel  pequeño  ca- 
pitalista es  un  mal  hombre.  Todo  el  que  ven- 
de una  cosa  procura  sacar  de  ella  la  mayor 
cantidad  posible;  todo  el  que  la  compra  trata 
de  dar  lo  menos  que  puede;  es  la  ley  econó- 
mica que  obedecen  todos,  pobres  y  ricos. 

Te  haré  observar,  no  obstante,  que  los  pe- 
queños capitales  sacan  un  rédito  infinitamente 
m^ayor  que  los  grandes,  y  tanto,  que  te  pare- 
cería monstruoso  si  bien  lo  notases.  El  na- 
ranjero, el  verdulero,  el  que  vende  fósforos, 
sacan  un  ciento  por  ciento  de  su  capital  cada 
semana;    esto  no   te   irrita,    y  reservas  tu   có- 


92  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


lera  para  el  fabricante,  que  saca  un  seis  ó  un 
diez  por  ciento,  ó  para  el  agricultor,  que  saca 
un  tres.  El  precio  de  la  mayor  parte  de  las 
cosas  que  compras  está  recargado  por  el  ré- 
dito exorbitante  que  de  su  capital  sacan  los 
pequeños  capitalistas,  que  no  obstante  haUan 
gracia  ante  los  enemigos  del  capital,  cuya  cul- 
pa, si  la  tuviese,  estaría  en  razón  inversa  de 
su  importancia. 

Un  gran  capitalista  hace  una  casa  y  procura 
dar  pocos  jornales;  es  decir,  comprar  el  traba- 
jo lo  más  barato  posible:  un  pequeño  capita- 
lista, el  albañil,  procura  que  suba  su  jornal  y 
trabajar  poco  y  no  bien;  es  decir,  vender  caro 
y  malo. 

El  capitalista  de  un  duro  y  de  un  millón 
hacen  lo  mismo;  sus  acciones  que  pueden  di- 
ferir en  resultado  económico,  tiene  el  mismo 
valor  moral,  y  ellos  no  son  peores  ni  mejores 
uno  que  otro. 

¿Deduciremos  de  aquí  que  el  hombre  es  un 
perverso  monstruo,  todo  fraude  y  egoísmo? 
No  seguramente:  de  aquí  se  deduce  que  la  fra- 
ternidad tiene  su  lugar,  que  no  es  el  mercado; 
que  la  compra  y  la  venta,  aun  con  la  mejor 
fe,  están  regidas  por  el  interés,  y  regatea  con 
el  vendedor  hasta  el  último  maravedí  el  mis- 
mo que  es  capaz  de  darle  en  seguida  su  san- 
gre para  salvarle  de  un  peligro;  que  la  Provi- 
dencia, más  sabia  que  los  hombres,  ha  puesto 
el  cálculo  como  ley  en  los  negocios  mercanti- 
les y  en  todas  las  especulaciones,  sin  lo  cual 
serían  imposibles.  No  es  esto  decir,  nada  me- 


CARTAS   A   UN   OBRERO  93 


nos  que  eso,  que  en  ellas  se  ha  de  prescindir 
de  la  justicia  y  de  la  moral,  sino  que  la  gene- 
rosidad y  la  abnegación,  indispensables  en  la 
vida  social,  van  con  otro  orden  de  ideas  y 
tienen  otro  campo  en  que  ejercitarse.  Importa 
mucho  no  confundir  estas  cosas;  ya  porque  es 
perjudicial  toda  inútil  tentativa  de  Uevar  al 
mercado  lo  que  no  puede  estar  en  él,  ya  por- 
que se  calumnia  á  la  humanidad,  pervirtiéndo- 
la en  igual  proporción,  si  se  le  niegan  sus  vir- 
tudes, sin  más  motivo  que  el  que  no  las  prac- 
tica allí  donde  son  impracticables  . 

El  capital  es  un  gran  bien,  una  necesidad. 
Se  abusa  de  él  como  del  poder,  de  la  ciencia, 
del  valor,  de  la  fuerza,  del  nacimiento,  de  la 
l)e]lcza,  de  cuanto  hay.  Toda  ventaja  puede 
convertirse  en  una  iniquidad,  si  el  que  la  po- 
see no  tiene  razón  ni  conciencia,  y  los  peque- 
ños capitales  son  los  que  exigen  un  rédito 
mayor. 

Sobre  otra  circiuistancia  llamo  muy  parti- 
cularmente tu  atención,  que  se  fija  en  los  ca- 
pitalistas que  se  enriquecen  y  no  en  los  que  se 
han  empobrecido.  Si  estudiaras  la  historia  de 
muchas  industrias  que  hoy  prosperan,  tal  vez 
la  mayor  parte,  verías  que  los  primeros,  acaso 
los  segundos  y  terceros  especuladores  que  las 
plantearon  se  han  arruinado,  y  los  que  vienen 
después  compran  por  casi  nada  edificios,  apa- 
ratos, etcétera,  y  reciben  de  balde  la  experien- 
cia que  costó  su  fortuna  al  que  les  ha  precedi- 
do. Esto  no  es  un  caso  eventual;  hay  una  gran 
masa  de  capitales  que  constantemente  se  pier- 


94  OBKAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


den  en  especulaciones  que  salen  mal,  y  que  no 
son  otra  cosa  que  ensayos  hechos  á  costa  de 
los  capitalistas  y  en  favor  de  la  sociedad,  y  de 
ti,  que  formas  parte  de  ella. 

La  explotación  de  minas,  por  ejemplo,  es  se- 
guro que  no  da  lo  que  cuesta,  sobre  todo  la 
de  metales  preciosos.  Cualquiera  que  sea  el 
móvil  que  impulse  á  llevar  allí  los  capitales, 
es  el  hecho  que  se  pierde  en  gran  parte  para 
su  dueño,  y  que  el  beneficio  que  logra  la  so- 
ciedad es  á  costa  de  la  pérdida  de  muchos  de 
sus  individuos. 

Tú  dirás  tal  vez:  ¿cómo  puede  ser  útil  para 
la  sociedad  lo  que  es  desventajoso  para  el  in- 
dividuo? Nos  detendremos  un  momento  para 
comprenderlo  bien. 

En  España  es  indudablemente  útil  que  se  in- 
troduzcan ciertas  industrias  de  que  carece,  y 
para  las  que  no  tiene  ninguna  desventaja  na- 
tural. Sea  la  fabricación  de  cristales;  y  la  pon- 
go, por  ejemplo,  porque  me  consta  que  una  fá- 
brica que  está  hoj'  dando  grandes  ganancias, 
arruinó  á  sus  primeros  dueños.  Trátase  como 
te  digo  de  la  fabricación  de  cristal;  hay  que 
traer  todos  los  operarios  del  extranjero,  y  las 
materias  primeras  en  su  ma5^or  parte;  hay  que 
buscar  corresponsales,  y  hacer  variar  al  comer- 
cio del  camino  que  tiene  hábito  de  frecuentar 
yendo  á  surtirse  á  otra  parte;  no  se  pueden 
vender  inmediatamente  los  productos,  como 
sería  necesario;  hay  que  hacer  edificios  cos- 
tosos, etc,  etc.  No  basta  el  capital;  resultan 
errados    los    cálculos,    y    el    especulador    se 


CARTAS   A   UN    OBKKRO  95 


arruina.  Le  sucede  otro,  á  quien  acontece  lo 
mismo;  liasta  que  el  tercero,  con  los  edificios 
y  útiles  que  compra  más  baratos  con  todos 
ó  una  parte  de  los  operarios  que  halla  ins- 
truidos ya,  sin  tener  que  apelar  al  medio  one- 
rosísimo de  recurrir  para  todo  al  extranjero, 
con  corresponsales  y  medios  de  dar  salida  á 
los  productos,  con  el  capital  que  se  ha  visto 
ser  indispensable  para  el  buen  resultado  de 
la  empresa,  con  la  experiencia,  en  fin,  com- 
prada á  costa  de  la  ruina  de  los  otros  dos,  el 
tercer  especulador  plantea  una  industria  be- 
neficiosa para  sí  y  para  el  país. 

Con  la  explotación  de  una  mina  sucede  al- 
go parecido.  vSi  nada  se  saca  de  ella,  el  capi- 
talista y  la  sociedad,  todos  pierden;  más 
puede  sacarse  un  mineral  de  mucha  utilidad, 
pero  en  cuya  explotación  se  hayan  arruinado 
una  ó  más  personas,  ó  que  aunque  no  se 
arruinen,  no  saquen  rédito  á  su  capital,  ó  lo 
saquen  muy  pequeño. 

Esto  es  todavía  más  palpable  en  las  grandes 
obras  públicas.  Se  sabe  que  los  caminos  de 
hierro  no  han  sido  una  buena  especulación  en 
ninguna  parte;  que  en  muchos  han  perdido  los 
individuos  los  capitales  en  ellos  empleados. 
Tú  que  recorres  alegremente  la  vía  en  un  tren 
de  recreo,  tal  vez  entre  copla  y  copla  eches 
una  parrafada  contra  el  capital,  contra  ese  fe- 
roz tirano  causa  de  todos  tus  males,  y  no  sos- 
pechas que  te  ha  hecho  gratis,  ó  poniendo  di- 
nero encima,  la  obra  tan  útil  y  cómoda  para  ti 
y  para  la  sociedad  entera. 


96  OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


¿Has  oído  hablar  de  la  apertura  del  istmo 
da  Suez?  Es  una  empresa  gigantesca  que  po- 
ne en  comunicación  el  Asia  con  la  Europa,  y 
regenerará  aquella  inmensa  parte  del  mundo, 
llevando  á  su  cabeza  la  luz  de  la  ciencia,  y  á 
si  corazón  el  espíritu  del  Evangelio.  ¿Cómo 
S'2  lleva  á  cabo  esta  obra?  Dícese  que  sacrifi- 
cando una  parte  del  capital:  parece  que  el 
sacrificio  es  la  ley  de  todas  las  grandes  cosas. 

Y  cuenta  con  que  en  esas  empresas  en  que 
se  pierde  el  capital  en  todo  ó  en  parte,  el  tra- 
bajo y  sobre  todo  el  trabajo  manual,  no  pierde 
nada  :  haya  ó  no  haya  ventajas,  cóbrese  un  in- 
terés ó  no  se  cobre,  los  jornales  del  obrero  se 
Ijagan  religiosamente.  Se  dirá  que  no  es  posi- 
ble otra  cosa  porque  el  obrero  no  tiene  ahorros 
para  hacer  anticipos,  y  no  podría  trabajar  si 
no  se  le  diera  cada  semana  con  qué  comer:  así 
es  la  verdad,  pero  no  es  menos  cierto  que  el 
trabajo  del  bracero  nada  pierde  en  las  empre- 
sas que  arruinan  al  capital,  que,  fruto  las  más 
veces  de  grandes  privaciones  y  de  una  laborio- 
sidad inteligente,  desaparece  para  su  dueño 
ce-,  gran  ventaja  del  común.  Si  se  hiciera  una 
estadística  exacta,  te  asombrarías  de  los  mi- 
llones que  cada  año  pasan  de  manos  de  sus 
dueños  á  la  sociedad  que  los  recibe,  ya  en  for- 
ma de  obras  públicas  que  no  son  ventajosas 
para  particulares  que  las  emprenden,  ya  en 
tentativas  industriales  ó  mercantiles,  ruinosas 
^oy,  y  que  un  día  serán  de  grande  utilidad. 
Estos  millones  suponen  centenares  ó  miles  de 
personas  que  pierden   parte,   tal  vez  toda  su 


CARTAS   A   UN    OBRERO  97 


fortuna.  Ha  sido  mal  adquirida,  pensarás  tal 
vez.  Este  es  otro  error  en  que  estás,  Juan.  Hay 
foi  tunas,  demasiadas  por  desgracia,  que  son,  en 
efecto,  mal  adquiridas,  pero  no  son  las  más, 
ni  con  mucho;  la  mayor  parte  son  fruto  del 
trabajo  inteligente,  de  la  perseverante  econo- 
mía. 

Tu  te  quejas  del  especulador  afortunado  que 
escatima  al  obrero  su  jornal,  mientras  él  reali- 
za grandes  ganancias.  Suelen  exagerarse  mu- 
cho las  ajenas,  mas  si  es  como  tú  lo  dices,  ha- 
ce mal;  pero  si  es  raro  que  un  capitalista, 
cuando  realiza  una  gran  ganancia,  espontá- 
neamente dé  una  parte  de  ella  á  los  operarios 
que  le  hayan  ayudado  á  realizarla,  no  tengo 
tampoco  noticia  de  que  los  trabajadores  que 
han  recibido  buen  jornal,  y  religiosamente  pa- 
gado, para  plantear  una  industria  que  arruinó 
al  que  ha  intentado  establecerla,  digan:  ((Va- 
mos á  fumar  algunos  cigarros  menos,  y  dar 
dos  cuartos  cada  semana,  para  que  no  se 
muera  de  hambre  el  que  fué  capitalista  y  hoy 
está  sumido  en  la  miseria.  Nos  ha  dado  pan  y 
hoy  no  le  tiene,  y  nosotros  ganamos  en  la 
tentativa  en  que  él  lo  perdió  todo». 

Te  repito  que  no  tengo  noticia  de  que  los 
obreros  hayan  pensado  nunca  nada  semejante 
en  los  muchos  casos  (porque  insisto  en  que 
son  muchos)  en  que  se  arruina  en  una  empre- 
sa el  que  pagó  bien  el  trabajo.  Y  no  es  que  los 
trabajadores  sean  malos  ni  miserables,  nada 
de  eso;  son,  por  el  contrario,  caritativos  y  ge- 
nerosos; pero  no  les  ha  ocurrido  semejante  idea 

7 


gS  OBRAS    DE   DONA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


hija  de  la  fraternidad  que  debe  existir,  y  que 
no  existe,  entre  los  hombres. 

Resumamos,  Juan. 

El  capital  es  una  necesidad  imprescindi- 
ble. 

La  gran  mayoría  de  los  hombres  son  capita- 
listas. 

El  capitalista,  grande  ó  pequeño,  hace  lo 
mismo;  saca  de  su  capital  todo  el  interés  que 
puede. 

Los  capitales  más  pequeños  son  los  que 
sscan  mayor  interés. 

La  fraternidad  y  la  abnegación,  indispensa- 
bles en  el  mundo,  no  pueden  exigirse  en  las 
especulaciones,  en  las  que  sólo  puede  exigirse 
moralidad. 

Gran  número  de  capitalistas  se  arruinan  en 
empresas  beneficiosas  para  la  sociedad. 

Aunque  el  capitalista  se  arruine,  el  obrero 
cobra,  y  no  se  cuida  de  la  suerte  del  que  perdió 
su  fortuna. 

Yo  siempre  estoy  con  mi  corazón  de  parte 
de  los  pobres;  pero  mi  razón  me  demuestra 
muy  claro  que  pobres  y  ricos  se  calumnian, 
cuando  se  atribuyen  mutuamente  vicios  de  cla- 
se. El  capitalista,  en  lugar  del  obrero,  haría 
como  él,  y  éste  se  conduciría  como  el  millona- 
rio, si  en  su  posición  se  hallase.  Las  virtudes 
y  los  vicios  del  hombre  varían  de  forma  según 
su  posición:  en  la  esencia  son  los  mismos.  Tú 
y  yo  conocemos  ricos  que  deberían  estar  en 
presidio,  y  pobres  que  por  falta  de  justicia 
andan  sueltos. 


CARTAS   Á   UK    OBRERO 


99 


El  declarar  la  guerra  al  capital  es  tan  absur- 
do, como  sería  declarárselo  al  trabajo,  al  ara- 
do, á  la  sierra,  al  martillo,  al  pan,  á  la  carne, 
al  aceite  y  á  las  patatas. 

En  vez  de  maldecir  el  capital  y  el  trabajo,  lo 
que  hay  que  hacer  es  moralizar  é  ilustrar  al 
capitalista  y  al  trabajador,  para  que  no  abusen 
de  la  fuerza  cuando  respectivamente  la  tengan 
ó  crean  tenerla;  para  que  comprendan  el  gra- 
vísimo perjuicio  que  se  les  sigue,  y  el  peligro 
en  que  los  pone,  el  tratarse  como  enemigaos; 
para  que  sientan  que,  sin  moralidad,  benevo- 
lencia y  abnegación,  son  insolubles  todos  los 
problemas  sociales;  y  que  mientras  la  fraterni- 
dad no  sea  más  que  una  palabra,  no  se  puede 
llamar  un  bien  á  la  riqueza. 


CARTA    NOVENA 


De  los  ti  lie  no  pueden  trabajar  ó  malgastan  el  fruto 
de  su  trabajo. 

Apreciable  Juan:  Al  enumerar  las  causas  de 
la  miseria,  hemos  empezado  por  la  falta  de 
trabajo,  siendo  indispensable  definirle  y  tra- 
tar, aunque  brevemente,  lo  que  se  ha  llamado 
derecho  al  trabajo,  antes  de  investigar  las 
causas  de  que  falte. 

También  ha  sido  necesario  dedicar  una  carta 
al  capital,  contra  el  cual  se  subleva  hoy  cierta 
clase  de  trabajadores,  extraviados  por  cierta 
clase  de  ambiciosos  ó  de  ilusos. 

Sigamos  nuestro  triste  estudio  de  las  causas 
de  la  miseria,  y  veamos  cuándo  viene  impo- 
sibilidad de  trabajar  á  causa  de: 

Enfermedad,  vejez,  niñez,  ocupación. 

¿Puede  evitarse  que  el  enfermo  pobre  caiga 
en  la  miseria?  Sí;  mas  para  ello  se  necesita  re- 
currir á  la  moral,  á  esa  moral  desdeñada  por 
algunos  economistas  como  cosa  que  nada  tiene 
que  ver  con  la  ciencia. 

Para  que  el  pobre   enfermo  no  se  vea  en 


102         OBRAS   DK   DONA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


la  miseria,  y  arrastre  á  ella  á  toda  su  familia, 
es  necesario  que  cuando  podía  trabajar  haya 
realizado  algunas  economías,  ya  las  guarde,  ya 
las  lleve  á  la  Caja  de  Ahorros,  ya  se  inscriba 
en  una  Sociedad  de  Socorros  Mutuos.  Esta  for- 
ma de  realizar  la  economía  es  la  mejor  de  to- 
das, porque  empieza  desde  luego  haciendo  el 
gran  bien  de  auxiliar  al  enfermo  pobre  y  hon- 
rado, y  porque  pone  en  acción  los  buenos  sen- 
timientos del  hombre,  que  se  interesa  por  la 
suerte  de  su  consocio  doliente.  De  esto  habla- 
remos con  más  detenimiento  al  tratar  de  la 
asociación. 

El  pobre  necesita  un  grande  y  continuo  es- 
fuerzo para  realizar  algún  ahorro;  es  decir, 
necesita  una  gran  virtud,  una  gran  moralidad. 
Hay  ocasiones,  y  muchas,  en  que  no  le  basta, 
porque  si  tiene  una  dilatada  familia,  gana  un 
escaso  jornal  y  los  mantenimientos  están  ca- 
ros, imposible  es  que  realice  economías,  y  que 
al  caer  enfermo  no  necesite  de  la  beneficencia 
pública  ó  de  la  caridad  privada,  para  no  verse 
reducido  al  estado  más  lastimoso.  Caridad, 
beneficencia;  es  decir,  remedios  del  orden 
moral. 

La  vejez  es  otra  especie  de  enfermedad,  sola- 
mente que  en  lugar  de  ser  eventual,  es  segu- 
ra, y  como  suele  ser  muy  larga,  dificilísimo  es 
que  el  pobre  haya  podido  economizar  para 
atender  á  ella.  La  beneficencia  pública,  la  ca- 
ridad privada  y  la  familia  pueden  sacar  Je  la 
miseria  al  pobre  que  por  sus  muchos  años  no 
puede  trabajar  ya.  La  familia  que  él  ha  criado. 


é 


CARTAS   A    UN   OBRERO  ÍÓj 


y  por  quien  ha  hecho  tantos  sacrificios,  debe 
cuidarle;  pero  desgraciadamente,  el  instinto 
habla  más  en  favor  de  los  hijos  que  de  los  pa- 
dres, y  suelen  ser  éstos  sacrificados  cuando, 
en  una  situación  estrecha,  para  ampararlos  se 
necesita  hacer  un  gran  esfuerzo.  Esto  se  ve  de 
continuo,  y  más  cuanto  los  hombres  están  me- 
nos educados  y  son  más  groseros:  entre  ellos  se 
hallan  casos  de  indiferencia  y  de  crueldad  fe- 
roz, en  que  el  pobre  abandona  al  mísero  autor 
de  sus  días,  cuando  ya  no  es  para  él  más  que 
una  carga.  Los  hombres,  en  que  apenas  hay 
más  que  instintos,  atienden  á  los  hijos,  poco 
ó  nada  á  los  padres,  que  necesitan  cariño,  idea 
del  deber,  conciencia,  razón,  moralidad,  en  fin 
para  ser  atendidos  en  aquel  período  de  su  exis- 
tencia, á  veces  largo,  en  que  de  poco  ó  nada 
sirven.  La  beneficencia  pública  ampara  aun- 
que no  siempre,  á  los  ancianos  desvalidos,  y 
les  abre  asilos  donde,  si  están  sustraídos  á  la 
miseria  material,  les  falta  la  familia.  Aquella 
acumulación  de  desengaños,  achaques,  acritu- 
des y  extravagancias,  hacen  de  un  asilo  de  an- 
cianos uno  de  los  espectáculos  más  tristes  que 
puede  ofrecer  la  humanidad  desgraciada.  El 
amor  de  la  familia  ó  el  socorro  domiciliario  pa- 
ra auxiliar  en  su  piadosa  obra,  son  el  único 
modo  de  salvar  al  anciano  pobre  de  una  vejez 
desventurada  y  verdaderamente  miserable, 
aunque  tenga  alimento,  techo  y  vestido:  siem- 
pre la  moral. 

Los  niños  forman  una  gran  masa  de  misera- 
])les,  cuya  situación  es  obra: 


104         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


De  la  miseria,  de  la  muerte,  del  vicio,  del 
crimen. 

Los  niños  pobres  que  la  muerte  deja  huér- 
fanos no  tienen  más  amparo  que  la  beneficen- 
cia pública  ó  la  candad  privada;  y  no  puede 
haber  ninguna  duda  acerca  de  la  necesidad  im- 
periosa de  socorrerlos  eficaz  é  instantánea- 
mente. 

La  miseria  puede  dar  lugar  á  más  dudas; 
pero  aunque  se  abriguen  para  ciertos  casos 
particulares,  en  general  es  evidente  que  un 
número  mayor  ó  menor,  pero  siempre  consi- 
derable, de  niños,  no  pueden  recibir  alimen- 
to, vestido  ni  educación  de  los  autores  de 
sus  días. 

El'  vicio  deja  también  en  el  desamparo  á 
gran  número  de  criaturas  que  no  tienen  pa- 
dres sino  para  darles  malos  ejemplos. 

Y,  en  fin,  el  mayor  número  de  inocentes 
abandonados,  lo  son  por  el  crimen,  que  los 
lleva  al  torno  de  la  Inclusa  ó  los  deja  en  la 
vía  pública,  ó  en  el  desamparo  en  que  que- 
da el  que  tiene  sus  padres  en  una  pri- 
sión. 

En  todos  los  países  es  grande  el  número  de 
estos  pobres,  víctimas  la  mayor  parte  del  des- 
arreglo de  costumbres  y  de  la  falta  de  con- 
ciencia. Hasta  donde  la  Estadística  puede  dar 
luz,  se  observa  que  la  miseria  influye  poco  ó 
nada  en  el  número  de  expósitos  que  forman 
la  mayoría  de  los  niños  desamparados.  Y  como 
este  número  es  verdaderamente  alarmante;  y 
como  es  grande,   casi  insuperable,   la  dificul- 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  105 


tad  de  dar  buena  educación  á  los  que  no  tie- 
nen familia;  y  como  el  pobre  que  no  está  bien 
educado  es  difícil  que  deje  de  ir  á  formar  en 
las  filas  de  los  miserables,  resulta  que  el  vi- 
cio y  el  crimen  son  un  poderoso  auxiliar  de 
la  miseria:  siempre  la  moral. 

El  abandono  de  los  ancianos  es  cruel,  pero 
no  tiene  para  la  sociedad  consecuencias  tan 
terribles.  El  decrépito  lleva  á  la  tumba  la  hiél 
alquitarada  en  sus  últimos  días;  el  niño  de- 
rramará en  el  mundo  la  que  acumuló  en  sus 
primeros  años,  y  devolverá,  acaso  con  creces, 
el  mal  que  ha  recibido. 

Las  atenciones  imprescindibles  hacen  impo- 
sible el  trabajo  para  un  gran  número  de  mu- 
j^eres  que  tienen  que  cuidar  niños  pequeños. 
A  unas  las  ha  dejado  viudas  la  muerte,  otras 
pueden  llamarse  viudas  del  vicio  ó  de  la  pa- 
sión, del  criminal  abandono  de  su  marido,  su 
seductor,  ó  de  su  cómplice. 

Si  la  beneficencia  pública  ó  la  caridad  pri- 
vada no  abren  asilos  donde  recoger  estos  po- 
bres niños,  es  imposible  que  las  madres  traba- 
jen, y  que  no  caigan  en  la  mendicidad  ó  en  la 
prostitución;  y  por  más  que  estos  asilos  ha- 
gan, una  mujer  que  tiene  muchos  hijos,  mien- 
tras son  pequeños  puede  trabajar  poco;  y  si 
el  padre  no  los  sostiene  caerá  en  la  situación 
más  desdichada. 

Las  ni  adres  que  están  en  este  caso,  los  en- 
fermos, los  ancianos  y  los  niños  desampara- 
dos, nótalo  bien,  Juan,  forman  una  masa  de 
centenares  de  miles  de  criaturas  que,   con  la 


Ió6        OBRAS   DE   DONA   CONCEPCIÓN   ARENAÍ, 


forma  política  que  quieras,  y  la  organización 
social  que  sueñes,  se  morirán  de  hambre  si  no 
se  les  auxilia,  y  no  se  les  auxiliará  sino  á  me- 
dida que  la  sociedad  sienta  más  y  piense  me- 
jor. Para  estos  centenares  de  miles  de  misera- 
bles que  no  pueden  trabajar,  ¿de  qué  serviría 
la  organización  ni  el  derecho  al  trabajo,  aun- 
que pudiera  existir?  El  derecho  á  la  compa- 
sión es  el  que  ellos  necesitan,  derecho  que  tie- 
ne que  estar  en  las  entrañas  de  la  sociedad 
antes  de  qué  pase  á  sus  leyes. 

Hay  otros  miserables,  y  el  número  no  es 
corto,  que  lo  son  por  negarse  á  trabajar,  sien- 
do las  causas  de  su  culpable  desdicha: 

El  crimen,  el  vicio,  la  vanidad. 

El  crimen  arranca  al  trabajo  muchos  brazos 
útiles,  que  buscan  la  subsistencia  en  el  robo, 
la  estafa,  el  juego  fraudulento,  en  mil  espe- 
culaciones inmorales  castigadas  por  las  leyes, 
y  por  regla  general,  conducen  al  especulador 
á  la  prisión  y  á  la  miseria.  Nota  bien  que  los 
que  quieren  vivir  haciendo  lo  que  las  leyes 
prohiben,  es  raro,  muy  raro,  que  no  mueran 
miserables. 

El  vicio  distrae  todavía  más  brazos  del  tra- 
bajo. Como  horroriza  menos  se  extiende  más, 
é  inutiliza  más  completamente  á  sus  enerva- 
das víctimas;  es  muy  difícil  hacer  un  trabaja- 
dor de  un  hombre  criminal  de  la  clase  de 
los  que  mencionamos  aquí;  es  decir,  de  los 
que  han  buscado  la  subsistencia  en  el  crimen; 
pero  acaso  es  aún  más  difícil  hacer  trabajar 
á  un  hombre  vicioso,  porqiie  suele  añadir  á 


CARTAS    A    T'N    OHUIÍRO  107 


la  falta  de  resorte  moral,  la  carencia  de  fuerza 
física. 

Pasa  revista  mentalmente  á  los  que  conoces 
(que  por  desgracia  serán  bastantes),  que  se 
embriagan,  que  juegan,  que  son  perezosos, 
que  se  entregan  á  excesos  deshonestos,  y  ve- 
rás cuan  difícil  es  convertirlos  en  trabajado- 
res, si  el  vicio  ha  llegado  á  adquirir  grandes 
proporciones. 

La  vanidad  quita  también  brazos  é  inteli- 
gencias al  trabajo,  más  ó  menos,  según  los 
países;  el  nuestro  no  es  de  los  que  menos.  Hay 
personas  que,  habiendo  tenido  una  regular  po- 
sición, se  creen  rebajadas  dedicándose  á  cier- 
tos trabajos,  aun  cuando  las  honraría  mucho 
más  que  el  pan  debido  á  la  limosna,  que  de- 
grada á  todo  el  que  no  la  recibe  con  verdade- 
ra necesidad.  En  España  queda  mucho  que 
hacer  en  este  sentido,  porque  es  grande  el  po- 
der de  la  preocupación,  reforzada  por  la  pere- 
za. El  trabajo  podrá  ser  más  ó  menos  agra- 
dable, más  ó  menos  sano,  más  ó  menos  lu- 
crativo, pero  es  honrado  siempre;  y  es  santo 
cuando  el  trabajador,  para  emprenderle,  tiene 
que  sacrificar  alguna  preocupación  del  amor 
propio.  La  vanidad,'  esa  loca  prostituta,  es 
quien  le  calumnia  y  le  infama,  apartando  de 
él  á  los  débiles  que  la  escuchan,  j  Cuánto  más 
noble  y  más  digna  es  la  blusa  del  obrero,  que 
la  levita  mugrienta  del  pobre  que  lo  es  por  no 
sacrificar  sus  vanidades  de  señor  !  Hay  pobres 
vergonzantes  dignos  de  la  mayor  considera- 
ción y  respeto,  pero  los  hay  también  que  de- 


I08         OlíRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAI, 


herían  recibir  el  nonibre  de  vergonzantes  sin 
vergüenza,  porque  no  la  tienen  de  recibir  li- 
mosna pudicndo  trabajar. 

La  vanidad  influye  de  otros  muchos  modos, 
y  es  uno  de  ellos  arrancando  brazos  al  trabajo 
útil,  para  llevar  inteligencias  á  donde  sobran 
y  se  convierten  en  una  causa  de  perturbación 
y  de  miseria.  Un  industrial  prospera;  es  im- 
presor, zapatero,  sastre,  etc.:  en  vez  de  edu- 
car á  su  hijo,  para  que  le  suceda  con  ventaja, 
teniendo  más  conocimientos  que  él  tenía,  y  de- 
jando de  trabajar  por  ratina,  se  le  despierta 
la  ambición  de  hacer  de  ■  él  un  señor,  y  le 
manda  al  Instituto.  Tal  vez  sus  estudios  no 
pasan  de  la  segunda  enseñanza,  pero  esto  bas- 
ta para  que  se  crea  rebajado  siendo  lo  que 
fué  su  padre.  ¿Cómo  ha  de  coger  una  herra- 
mienta el  que  sabe  el  alfabeto  griego,  y  ha 
oído  hablar  del  binomio  de  Newton?  Busca, 
pues,  un  empleo,  una  ocupación  decorosa,  y 
va  á  aumentar  el  número  de  los  que  no  hallan 
ocupación;  y  alternativamente  pretendiente, 
empleado  ó  cesante,  cae  en  la  miseria,  y  arras- 
tra á  ella  á  la  nueva  familia  que  ha  formado. 
Si  concluye  sus  estudios,  si  en  la  Universidad 
se  hace  abogado,  médico,  farmacéutico  ó  nota- 
rio, el  mal  es  acaso  mayor:  las  necesidades 
de  su  decoro  crecen;  la  competencia  es  furio- 
sa; no  hay  enfermos  ni  asuntos  sino  para  una 
mínima  parte  de  los  que  los  buscan,  y  el  resto 
desmoraliza  la  sociedad  con  intrigas,  la  espo- 
lia con  fraudes,  la  trastorna  con  rebeliones,  ó 
sufre  en  la  miseria  las  consecuencias  de  la  falta 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  IO9 


de  trabajo.  Mientras  muchas  artes,  mecánicas 
en  parte,  y  que  en  parte  necesitan  cierta  ins- 
trucción é  inteligencia,  están  desiertas  ó  ejerci- 
das por  extranjeros,  aumenta  de  un  modo  alar- 
mante la  falange  de  los  que  quieren  elevarse 
de  su  esfera  á  una  en  que  no  es  posible  que  se 
sostengan.  Bien  está  que  suba  hasta  la  mayor 
altura  social  el  joven  de  talento,  donde  quiera 
que  haya  nacido,  pero  que  sea  en  virtud  del 
mérito  que  Dios  le  dio,  y  no  de  la  vanidad  de 
su  padre. 

Esta  causa  de  perturbación  y  de  miseria  es 
más  poderosa  de  lo  que  generalmente  se  cree, 
y  obra  en  el  triple  sentido  de  privar  á  las  artes 
mecánicas  de  operarios  inteligentes,  aglomerar 
ambiciones  donde  por  buenos  medios  no  pue- 
den satisfacerse,  y  desprestigiar  la  nobleza  del 
trabajo  cuando  tiene  algo  de  manual.  Sin  ven- 
cer esta  preocupación  es  imposible  hacer  pro- 
gresos en  la  industria.  Se  han  hecho  algunos, 
justo  y  consolador  es  consignarlo,  pero  por  el 
momento  están  neutralizados,  y  acaso  más  que 
neutralizados,  por  la  rapidez  y  la  facilidad  con 
que  se  concluyen  ciertas  carreras,  que  ofrecen 
lo  que  seguramente  no  darán. 

Ya  ves,  Juan,  cómo  no  es  posible  estudiar  la 
miseria  sin  hallarse  á  cada  paso  con  la  moral: 
te  lo  repito  hasta  la  saciedad,  porque  importa 
hasta  donde  tú  difícilmente  puedes  imaginarlo. 

Ahora  trataremos  de  aquella  miseria  que  es 
consecuencia  de  la  imperfección  del  trabajador 
y  del  mal  empleo  del  salario. 

La   imperfección   del   trabajador  puede   ser 


lio         OBK  .S    DK    D     ".  \    CO:.CErClÓN    ARUXAL 


efecto  de  víala  vohitad,  ignorancia  ó  inepti- 
tud natural:  esta  ólíima  es  inevitable,  pero  no 
es  frecuente;  más  comunes,  sobre  todo  entre 
nosotros,  son  la  igiicrancia  y  la  mala  voluntad. 

El  obrero  no  ha  recibido  buena  educación 
industrial;  su  maestro  sabía  poco  y  él  sabe  me- 
nos; la  rutina  y  el  dt^scuido  son  los  señores  del 
taller,  acompañado/,  de  ciertas  dosis  de  salva- 
je amor  propio,  que  en  vez  de  aspirar  á  la  per- 
fección, la  desdeña.  Las  obras  del  artífice  ig- 
norante en  su  ( ñcio  ?on  imperfectísimas;  no 
pueden  sostener  la  cc.mpetencia  con  las  más 
perfectas  que  vienen  del  extranjero;  y  allí  van 
á  pagarlas  mucl'.os  caudales,  dejando  sin  traba- 
jo al  compatrif  ta,  que  no  ofrece  más  que  tos- 
cos productos.  Obser\a  cualquier  ramo  de  in- 
dustria, por  ejemplo,  la  de  juguetes.  Compara 
los  que  por  n  gla  general  se  hacen  en  España 
y  los  que  vienen  del  extranjero,  y  verás  la  ra- 
zón de  que  silgan  de  nuestro  país  muchos  mi- 
llones, nada  más  que  para  entretener  á  los 
niños. 

Ya  sé  que  en  la  industria,  como  en  todo,  las 
cosas  pequeñas  están  relacionadas  con  las  gran- 
des; ya  sé  que  la  imperfección  de  una  muñeca 
y  de  un  soldado  de  plomo  se  enlaza  con  los  es- 
tudios de  la  Universidad  y  la  oratoria  sagrada; 
ya  sé  que  el  ol-rero  imperfecto  no  puede  por 
sí  solo  llegar  á  !a  perfección,  ni  es  él  solo  res- 
ponsable de  no  alcanzarla,  pero  conviene  que 
tú  sepas  que  una  parte  de  responsabilidad  le 
cabe;  que  comprendas  la  insensatez  ó  la  mala 
fe  de  los  que  1:c  hablan  tanto  de  organización, 


CARTAS   A    UN    OÜKIÍKO 


de  derecho  al  trabajo,  y  nada  de  su  perfección. 
Te  excitan  á  que  ganes  más,  á  que  trabajes  me- 
nos, no  á  que  trabajes  mejor;  las  telas  de  los 
vestidos  de  tus  aduladores  vienen  del  extran- 
jero; en  el  cxtninjero  se  han  hecho  sus  geme- 
los, su  cadena,  su  reloj  y  boquilla  y  la  pipa  en 
que  fuman;  hasta  la  fosforera  y  los  palillos  de 
los  dientes:  y  sin  notar  este  hecho,  ó  prescin- 
diendo de  él,  organizan  propagandas  políticas 
y  sociales,  establecen  clubs  y  comités,  y  nada 
hacen  para  perfeccionar  tu  educación  indus- 
trial, sin  la  cual  estarás  bií.nipre  al  borde  de 
la  miseria,  si  no  caes  en  su  abismo,  porque 
toda  esa  fraternidad  verbal  con  que  te  aturden 
no  hará  que  te  compren  caro  y  malo,  lo  que 
un  extranjero  les  vende  barato  y  bueno. 

Creo  deber  llamarte  la  atención  sobre  lo  po- 
co que  hacen  por  darte  pan  los  que  parecen 
hacer  mucho  por  darte  derechos.  Y  cnenta  con 
que  yo  tengo  en  mucho  las  teorías  y  eis  muchí- 
simo los  derechos;  pero  la  teoría  de  la  :  iqueza 
sin  trabajo  inteligente,  es  absurda,  y  la  Je  los 
derechos  imposibles,  pcrjudicialísima.  Con  un 
poco  menos  de  doctrinas  políticas  y  sociales 
que  te  predicaran,  y  un  poco  más  que  te  en- 
señasen á  leer,  escribir,  contar,  elem.entos  d.- 
geometría  y  de  otras  ciencias  aplicadas  á  las 
artes,  tú  saldrías  mejor  librado,  y  la  sociedad 
progresaría  más.  El  trabajador  moral  é  inteli- 
gente es  elemento  de  progreso;  el  trabajador 
ignorante,  soliviantado  y  levantisco,  es  ele- 
mento de  motín. 

En  cuanto  al  traljajador  imperfecto  que  lo  es 


r  1 2         OBRAS    DE    DOXA    COXCIiPCTÓX    AREX AL 


por  su  voliitad  torcida,  no  hay  más  recurso 
que  enderezarla,  y  no  veo  para  ello  otro  medio 
que  los  principios  religiosos  y  morales,  que  in- 
dividualistas y  socialistas  suelen  tratar  con 
desdén.  Mira  las  cosas  de  cerca,  Juan,  como 
pasan  debajo  del  sol,  como  pasarán  siempre, 
porque  el  mundo  económico  tiene  sus  leyes 
eternas  como  el  mundo  físico,  y  si  te  obstinas 
en  no  hacer  perfecta  tu  obra,  nunca  serás  re- 
tribuido como  el  obrero  que  trabaja  mejor.  Si 
no  hay  en  ti  un  sentimiento  religioso;  si  no 
quieres  ser  perfecto  como  tu  Padre  Celestial;  si 
no  tienes  un  sentimiento  moral;  si  la  idea  de  lo 
que  debes  á  los  tuyos  y  de  lo  que  necesitas  tú 
mismo,  no  te  estimula  á  dar  á  tu  obra  aquella 
perfección  que  puedes  darle,  y  sin  la  cual  no 
te  dará  pan,  ignoro  á  qué  medio  puede  recu- 
rrirse  para  que  no  caigas  en  la  miseria. 

Aunque  el  trabajador  sea  hábil  y  esté  bien 
retribuido,  no  dejarán  de  ser  miserables  él  y 
su  familia,  si  emplea  mal  su  salario. 

Puede  ser  solamente  ligero,  y  despilfarrar  en 
cosas  superfinas  lo  que  ha  menester  para  las 
necesarias. 

Puede  ser  vicioso,  y  llevar  á  la  taberna  el 
fruto  de  su  trabajo. 

Puede  ser  criminal,  y  emplear  en  el  garito  ó 
en  sostener  relaciones  ilícitas  los  recursos  que 
necesitan  sus  hijos  para  comer. 

Repasa  tu  memoria,  y  recordarás  al  punto 
gran  número  de  trabajadores  hábiles  y  bien 
pagados,  que  tienen  á  su  familia  sumida  en  la 
miseria,  y  son  miserables  ellos  mismos,  por  el 


CARTAS   A   rx    OBRERO 


mal  empleo  de  sn  jornal.  Puede  darse  como 
regla,  que  cuando  un  trabajador  gana  mucho 
en  un  oficio  que  exige  poco  arte,  cuando  tiene 
mucho  dinero  y  poca  educación,  se  hace  vi- 
cioso, y  por  consiguiente  miserable.  Hay  ocu- 
paciones muy  retribuidas,  ejercidas  por  hom- 
bres groseros  que  se  degradan  convirtiéndose 
en  un  plantel  de  miserables;  y  ahí  tienes  cómo 
todas  las  cuestiones  en  que  entra  el  hombre, 
aunque  sean  económicas,  son  en  parte  re- 
ligiosas y  morales;  y  ahí  tienes  cómo  el  obre- 
ro no  es  una  máquina  que  puede  asegurarse 
que  funcionará  bien  dándole  cierta  cantidad  de 
agua,  de  carbón  y  de  grasa;  y  ahí  tienes  cómo 
el  salario  es  una  parte  del  problema,  pero  no 
es  todo  el  problema,  para  el  bienestar  del  tra- 
bajador. 


! 


^-^  ^  V^^  ^^^  ^^  J^  ,^^  J^  J^^  ^^  ^^^  ^^  ^^  ^^  ^  ^p 


CARTA    DÉCIMA 


Insuficiente  remuneración  del  trabajo. 

Apreciable  Juan:  El  estudio  de  las  causas  de 
la  miseria  nos  conduce  hoy  á  la  insuficiente  re- 
muneración del  trabajo,   cuestión  grave,   pa- 
vorosa en  algunos  casos,  que  destila  lágrimas 
siempre,  3-  muchas  veces  sangre.   Vivir  traba- 
jando ó  morir  combatiendo,  decían  los  suble- 
vados obreros  de  Lyón;  pero  la  sangre  de  los 
que  han  muerto  no  libertó  de  la  miseria  á  los 
que  han  sobrevivido.   Ni  los  vencidos,  al  ex- 
pirar, resolvieron  el  problema,  ni  los  vencedo- 
res tampoco  al  darles  sepultura;  la  artillería 
sofocó  la  rebelión,  pero  no  aniquiló  sus  causas, 
y  después  de  restablecerse  el  orden,  como  an- 
tes, la  miseria  dijo:  aAquí  estoy,  desesperada 
y  amenazadora»,  tas  cuestiones  económicas  no 
se  ventilan  á  tiros;  3^erran  los  pueblos  en  suble- 
varse para  resolverlas,  y  los  Gobiernos  en  pen- 
sar que  no  resta  que  hacer  nada  cuando  los 
han  sujetado. 

Dicen  que  los  toros  cierran  los  ojos  para 
acometer;  los  pueblos  hacen  con  frecuencia  lo 


I  1 6         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAI, 


mismo,  y  desgarran  el  traj:»o  que  les  ponen  por 
delante,  dejando  ileso  al  causador  de  su  daño. 
¡  Cuántas  veces  se  acusa  á  una  persona,  á  una 
ley,  á  una  forma  de  gobierno,  de  males  que 
son  efecto  de  hondas,  múltiples  y  variadas 
causas  !  En  la  cuestión  que  nos  ocupa,  la  de 
los  salarios,  ¿á  quién  sueles  acusar  de  su  insu- 
ficiencia? Al  maestro  del  taller,  al  dueño  de  la 
fábrica,  al  que  con  cualquier  nombre  adelanta 
el  capital  y  paga  el  trabajo.  Bien  podrá  ser 
que  tenga  una  parte  de  la  culpa,  bien  podrá 
ser  que  no  tenga  culpa  alguna;  de  seguro  no 
la  tiene  toda. 

Primeramente,  Juan,  has  de  notar,  que  de 
los  capitalistas  industriales,  como  de  los  que 
van  á  América  á  hacer  capital,  se  ven  los  que 
vuelven  ricos,  y  no  los  que  han  sucumbido  víc- 
timas de  las  enfermedades  endémicas.  Te  he 
dicho  y  te  repito,  que  son  muchos,  muchísi- 
mos, los  capitalistas  que  se  arruinan  en  em- 
piesas  industriales;  y  es  ley  económica  y  moral 
(lue  este  riesgo  se  pague,  que  cobre  su  interés: 
tú  prescindes  de  él.  Primer  error. 

ha  mayoría  de  los  capitalistas  industriales, 
la  gran  mayoría,  aun  prescindiendo  de  los  que 
se  arruinan,  no  realiza  grandes  ganancias;  vi- 
ven, prosperan,  pero  no  se  hacen  opulentos;  tú 
te  imaginas  que  todos  son  millonarios,  porque 
Sí'  exageran  los  bienes  que  se  desean,  y  más 
cuando  á  ellos  creemos  tener  algún  derecho. 
Segundo  error. 

El  capitalista  industrial,  no  sólo  pone  y 
arriesga  su  dinero,  pone  también  su  trabajo: 


CARTAS   Á    UN    OliKliKO  j  i  7 


tú  te  imaginas  que  \'ive  en  la  holganza,  por- 
que no  maneja  nna  herramienta  pesada.  Ter- 
cer error. 

El  capitalista  industrial,  no  sólo  trabaja,  si- 
no que  su  trabajo  es  inteligente:  debe  pagarse 
y  se  paga  más:  tú  prescindes  de  esta  mayor  y 
merecida  remuneración.  Cuarto  error. 

Tú  crees  que  los  salarios  pueden  subirse  nui- 
cho,  sin  que  por  eso  dejen  de  tener  una  razo- 
nable ganancia  los  que  los  pagan.  Quinto 
error. 

vSi  los  salarios  subieran  no  lo  que  pretenden 
los  asalariados,  sino  mucho  menos,   las  fábri- 
cas se  cerrarían,  cesarían  las  empresas  indus- 
triales, porque  producirían  pérdidas  en  vez  de 
ganancias:  esta  sería  la  regla  con  poquísimas 
excepciones.   Aunque  las  ganancias  del  capi- 
talista industrial  fueran  tan  fabulosas  como  su- 
pones, distribuidas  entre  centenares  ó  miles  de 
obreros,  tocarían  á  casi  nada;  de  manera  que 
sin  mejorar  sensiblemente  su  situación  hoy,  es- 
te aumento  los  dejaría  sin  trabajo  mañana^  por- 
que, ¿quién  había  de  anticipar  capitales  y  po- 
ner trabajo  inteligente  sin  el  estímulo  de  una 
regular  ganancia,  ó  con  la  seguridad  de  per- 
der? Ya  te  he  dicho  que  las  cosas  se  han  de  po- 
ner en  su  lugar,  y  que  el  mercado  no  es  el  de 
la  abnegación  y  del  heroísmo.  Y  esto,  no  te  fi- 
pures  que  sucede  por  la  maldad  de  los  hom- 
bres, sino  por  la  ley  de  las  cosas.  En  los  nego- 
cios, en  las  empresas,  desde  el  momento  en  que 
se    sustituyese    al    cálculo    la    abnegación,    se 
arrumaría   al   empresario,    no   habría   empresa 


I  1 8         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


posible,  ni  progreso,  ni  civilización,  ni  otra  co- 
sa que  miseria.  El  cálculo  es,  pues,  una  cosa 
necesaria,  y  por  consiguiente  justa;  es  bueno, 
como  todas  las  facultades  que  hemos  recibido 
de  Dios;  sólo  es  malo  cuando  abusamos  de  él, 
convirtiéndole  en  un  instrumento  de  ruina  aje- 
na, atrepellando  la  leyes  de  equidad,  sin  otra 
mira  que  el  provecho  propio. 

Volvamos  á  la  insuficiencia  de  los  salarios. 
Es  preciso  que  te  fijes  bien  en  todas  las  conse- 
cuencias de  que  suban  de  una  manera  sensi- 
ble. Trabajas  en  una  fábrica  de  tejidos  de  algo- 
dón; echas  tus  cuentas  (mejor  ó  peor  echadas) 
de  las  ganancias  que  realiza  el  fabricante,  y 
dices: — Puede  darme  doce  reales  más  cada  se- 
mana.— Si  solamente  lo  dijerais  tú  y  los  que 
á  la  misma  labor  que  tú  se  dedican,  tal  vez 
la  cosa  sería  hacedera  en  algunos  casos;  pero 
observa  lo  que  va  á  suceder.  Querrán  aumento 
de  salario: 

Los  que  cultivan  el  algodón. 

Los  que  lo  recogen. 

Los  que  lo  conducen. 

Los  que  hacen  los  carros  en  que  ha  de  con- 
ducirse. 

Los  que  hacen  con  él  las  operaciones  que  ne- 
cesita para  embarcarle  en  el  estado  en  que  le 
emplea  tu  fábrica. 

Los  marineros  que  tripulan  el  buque,  y  la 
multitud  de  operarios  que  han  tomado  parte 
en  su  construcción. 

Los  que  cargan  y  descargan  las  pacas,  y  los 
carreteros  que  las  conducen  á  su  destino. 


Cartas  á  un  obrero  i  19 


Los  que  extraen  el  hierro,  los  que  conducen, 
y  la  multitud  de  operarios  que  se  necesitan  pa- 
ra convertir  el  mineral  en  las  prodigiosas  má- 
quinas, destinadas  unas  á  comunicar  fuerza  y 
otras  á  utilizarla. 

Los  que  extraen  el  carbón. 

Los  que  proporcionan  los  vegetales  y  mine- 
rales para  blanquear  y  pintar  las  telas. 

Los  que  hacen  los  dibujos,  etc.,  etc.,  et- 
cétera. 

Suspendo  la  enumeración,  por  no  hacerla 
más  pesada,  sin  decirte  la  mitad  de  los  traba- 
jadores cuyo  salario  influye  en  el  precio  de 
una  vara  de  percal.  Que  este  precio  aumentará 
cuando  sea  preciso  pagar  más  á  los  que  contri- 
buyen á  formar  el  producto,  es  evidente,  y 
también  lo  es  que  cuando  el  percal  esté  más 
caro  se  venderá  menos,  que  la  fabricación  dis- 
minuirá con  la  venta,  y  que  sobrarán  una  par- 
te de  los  operarios.  Consecuencia  de  la  subida 
de  salarios:  disminución  de  trabajo. 

Pero  los  que  fabrican  telas  de  algodón  no 
son  los  únicos  necesitados  ni  deseosos  de  verse 
mejor  retribuidos;  acontece  lo  propio  á  todos 
los  trabajadores;  y  cuando  todos  lo  consigan, 
«ú  aumento  de  precio  que  ha  tenido  la  vara 
de  percal,  por  la  misma  razón,  le  tendrán  la 
fanega  de  trigo,  la  arroba  de  aceite,  el  cuarti- 
llo de  vino,  la  libra  de  carne,  la  pieza  de  pa- 
ño, el  par  de  zapatos,  todos  los  productos,  en 
fin,  porque  no  hay  ninguno  de  los  que  satis- 
facen verdaderas  necesidades,  cuyo  valor  no 
dependa  del  trabajo.  Consecuencia  de  la  subi- 


OBRAS    Dlv    UO\.\    CONCEPCIÓN    AkUNAL 


da  de  los  salarios:  aumentar  el  precio  de  todos 
los  productos. 

Ahora  bien:  ¿de  qué  te  servirá,  Juan,  que 
te  aumenten  el  jornal,  si  se  aumenta  en  igual 
ó  mayor  proporción  el  precio  de  todas  las  co- 
sas que  has  de  comprar  con  él? 

Hay  quien  insiste  en  que  el  precio  de  los 
productos  puede  quedar  el  mismo,  aunque  se 
aumente  la  retribución  de  los  productores.  Es 
un  error  que  se  desvanece  con  reflexionar  un 
poco  sobre  lo  que  pasa  y  ha  pasado.  Se  inven- 
ta una  máquina  que  lleva  grandes  ventajas  á 
la  mano  del  hombre,  para  tejer  lienzo,  por 
ejemplo.  Según  la  opinión  que  combato,  el 
lienzo  no  abaratará,  sino  que  el  fabricante  ga- 
nará más.  Sucede,  y  ha  sucedido  siempre,  to- 
do lo  contrario.  El  inventor  de  la  máquina 
podrá  enriquecerse,  justo  sería;  por  lo  gene- 
ral, vive  y  muere  pobre:  los  primeros  que  la 
adoptan  se  enriquecen  tal  vez;  no  es  fuera  de 
razón,  pues  han  hecho  más  justicia  á  la  inte- 
ligencia y  arriesgado  su  capital,  realizando 
un  pensamiento  beneficioso  para  la  sociedad. 
Pasada  esta  primera  época,  breve,  las  venta- 
jas de  la  invención  son  para  los  consumido- 
res, no  para  los  capitalistas;  el  ingenio,  como 
el  sol,  brilla  gratis  para  todos.  En  Inglaterra, 
donde  primero  y  más  en  grande  se  han  em- 
pleado esos  obreros  poco  costosos  que  se  lla- 
man máquinas,  no  es  donde  los  capitalistas 
sacan  mayor  interés;  al  contrario,  como  hay 
muchos  se  hacen  pagar  menos:  lo  que  han  he- 
cho los  ingleses  con  los  adelantos  de  la  me- 


CARTAS    A    ÜN    01!RI;R() 


canica,  es  vender  mucho  y  muy  barato,  no 
sacar  un  gran  rédito  de  sus  capitales. 

Esto  que  sucede  en  la  Gran  Bretaña,  ha 
sucedido  en  todas  partes  y  siempre:  en  cuanto 
baja  el  coste  de  la  producción,  baja  el  precio 
del  producto;  te  lo  repito,  Juan,  porque  es 
ima  hermosa  y  consoladora  le\'  económica:  las 
ventajas  de  todos  los  progresos  lu  las  artes 
p-asan  á  los  consumidores,  es  decir,  á  la  coma- 
nidad,  y  son  gratuitos;  el  capitalista  las  utili- 
za, como  uno  de  tantos,  y  en  calidad  de  con- 
sumidor, no  de  otra  manera.  Si  se  inventa  el 
modo  de  hacer  los  zapatos  con  menor  coste, 
ten  por  seguro  que  costarán  más  baratos,  no 
;¡ue  se  sacará  mayor  interés  del  capital  que 
en  hacerlos  se  emplee. 

Resulta  de  esto,  (¡ue  el  precio  de  los  pro- 
ductos es  generalmente  el  mínimio  posible,  da- 
das las  circunstancias  en  que  se  producen,  y 
prescindiendo  de  las  ganancias  del  comercio, 
con  frecuencia  más  exorbitantes  que  las  de  la 
industria.  Si  se  aumenta  el  salario  de  la  mul- 
titud de  obreros  que  contribuyen  más  ó  menos 
directamente  á  la  fabricación  de  cualquier  ar- 
tículo, éste  subirá,  y  subirán  todos  cuando  to- 
dos los  jornales  sean  más  crecidos. 

Hasta  aquí  te  he  hablado  de  los  productos 
de  las  fábricas,  y  lo  dicho  puedes  aplicarlo  á 
los  productos  de  la  tierra.  Los  capitales  em- 
pleados en  ella  hoy  en  España,  no  dan  en 
muchos  casos  el  3  por  100;  por  regla  general 
no  pasan,  ó  pasan  poco,  de  este  módico  inte- 
rés.  ¿Cómo  es  posible  aumentar  el  jornal  del 


tá2         OBRAS    PB   DONA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


obrero  del  campo,  sin  que  suban  las  primeras 
materias  y  todos  los  artículos  de  primera  ne- 
cesidad? ¿Crees  que  el  capitalista  puede  cer- 
cenar de  aquel  rédito,  y  más  cuando  ve  el  muy 
crecido  que  se  saca  de  otras  especulaciones  que 
no  exigen  trabajo  ni  inteligencia? 

Ten,  pues,  como  cosa  cierta,  Juan,  que,  por 
regla  general,  los  salarios  no  subirán  armando 
tum.ultos  ni  organizando  huelgas,  que  si  fuera 
posible  que  subieran,  dadas  las  actuales  cir- 
cunstancias económicas,  sería  un  mal,  porque 
disminuiría  el  trabajo  y  subiría  el  precio  de 
todos  los  artículos,  haciendo  ilusorio  el  aumen- 
to de  jornal. 

He  usado  de  las  salvedades  de  generalmen- 
Ic,  en  la  mayor  parte  de  los  casos,  porque  no 
entiendo  que  en  todos  sea  inii)osible  el  aumen- 
to de  jornal:  trataremos  otro  día  de  estas  ex- 
cepciones, ocupándonos  de  la  regla  de  hoy.  La 
regla  es,  que  todo  tu  esfuerzo  debe  dirigirse, 
menos  á  que  aumente  el  precio  de  tu  salario, 
que  á  disminuir  el  de  las  cosas  que  se  han  de 
comprar  con  él.  Dirás  que  es  igual:  para  tí 
sí,  pero  hay  la  diferencia  de  que  lo  segundo  es 
hacedero  y  lo  primero  suele  ser  imposible. 

La  carestía  de  los  productos  es  efecto  de  mu- 
chas causas;  apuntaré  algunas. 

Imperfección  de  los  medios  de  producir. 

Lo  crecido  de  los  impuestos. 

Imperfección  de  los  medios  de  comunicación. 

Trabas  y  derechos  fiscales. 

Muchos  y  caros  intermediarios  entre  el  pro- 
ductor V  el  consumidor. 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  125 


Pongamos,  por  ejemplo,  los  garbanzos.  Yo 
soy  propietario  de  una  tierra;  la  abono  mal,  la 
aro  mal,  no  la  limpio;  traigo  la  cosecha  por 
mal  camino,  en  un  mal  carro;  la  majo  á  palos. 
Resulta  que  la  tierra  me  da  poco,  que  su  cul- 
tivo y  la  recolección  me  cuesta  mucho;  no 
puedo  dar  los  garbanzos  baratos. 

Tengo  que  pagar  una  contribución  territo- 
rial enorme:  aumento  de  precio. 

Los  garbanzos  van  al  mercado  por  un  mal  ca- 
mino, en  un  mal  carro,  y  pagando  un  crecido 
]jorte:  aumento  de  precio. 

Al  llegar  al  mercado,  registro,  estorsiones, 
pérdida  de  tiempo,  nueva  contribución:  au- 
mento de  precio. 

Entre  yo  que  produzco  los  garbanzos,  y  tú 
(lue  los  consumes,  hay  tres  ó  cuatro  interme- 
diarios, comisionistas  y  mercaderes,  que  reali- 
zan ganancias  no  insignificantes:  aumento  de 
precio. 

Si  el  cultivo  fuera  más  perfecto,  los  medios 
de  comunicación  fáciles,  los  tributos  modera- 
dos, los  registros  y  derechos  de  puertas  supri- 
midos, y  te  entendieras  conmigo  para  que  te 
mandase  los  garbanzos,  sin  costosos  interme- 
dios, su  precio  se  reduciría  hasta  un  punto 
que  había  de  parecerte  increíble. 

La  perfección  de  la  Agricultura  ya  sé  que  no 
-  depende  de  ti,  pobre  amigo  mío;  las  otras  causas 
de  carestía  son  poderosas,  y  difícil  y  lento 
hacerlas  desaparecer;  pero  en  este  sentido  es 
necesario  que  trabajes,  y  en  vez  de  prestar 
oídos  á  los  que  te  hablen  de  dar  á  tu  salario 


124         t)BKAS    T)Iv    DONA    COXCliPCIOX    AKEiXAI, 


un  auiiieiito  (]uc  no  puede  tener,  debes  expo- 
ner con  mucha  moderación,  pero  con  mucha 
constancia,  la  necesidades  de  reducir  los  im- 
puestos, de  quitar  las  embarazosas  trabas  fis- 
cales y  de  mejorar  los  medios  de  comunicación. 
En  esto  último,  Juan,  tú  y  tus  compañeros  sois 
descuidadísimos;  los  caminos  que  se  dejan  á 
vuestro  cargo,  ó  no  se  hacen,  ó  si  os  los  dan 
hechos,  los  dejáis  deshacer,  porque  no  os  per- 
suadís que  un  mal  camino,  no  sólo  es  incomo- 
didad, sino  carestía. 

lyO  que  más  pronto  podrías  hacer  para  dis- 
minuir el  precio  de  los  artículos,  sería  ponerte 
en  comunicación  directa  con  los  productores. 
No  imaginas  tú  cuánto  aumentan  el  precio  de 
las  cosas  esos  vendedores  que  te  las  dan  ai  ror- 
menor,  y  cuanto  más  en  pequeño,  más.  Los 
comerciantes  en  grande  sacan  de  su  capital  el 
6,  el  lo,  aunque  sea  el  20  por  100  al  año,  ^ue 
seguramente  no  es  poco;  pero  esos  que  te  ven- 
den en  los  portales  y  por  las  calles,  te  llevan 
el  50,  el  So  y  hasta  el  100  por  100  á  la  semana. 
No  oigas,  pues,  hablar  con  indiferencia  ó  con 
prevención  de  las  sociedades  cooperativas; 
reúnete  con  otros  compañeros  para  comprar 
las  cosas  lo  más  cerca  posible  del  lugar  en  que 
se  producen,  y  en  la  mayor  cantidad  á  que  á 
vuestros  medios  alcancen:  de  esto  he  de  hablar- 
te otro  día  más  despacio.  El  comercio  es  una 
cosa  grande  y  lítil,  pero  esa  reventa  innecesaria 
y  exagerada  es  una  verdadera  calamidad. 

cincho  distan  estos  consejos  caseros  de  las 
grandes  teorías  de  tus  amigos  los  curanderos 


CARTAS  Á   UN   OBRERO 


sociales;  pero  nota  que  no  debemos  desdéñal- 
es estudio  de  las  cosas  que  Dios  no  se  ha  des- 
deñado hacer,  y,  como  decía  un  artista  los  de- 
talles minuciosos  dan  á  la  obra  perfección  y  l-i 
Perfección  no  es  un  detalle.  Las  ciencias" so- 
ciales tienen  que  descender  á  pormenores,  que 
no  las  rebajan  sino  en  el  concepto  de  la  gente 
trivola;  no  reputan  como  ajeno  á  ellas  nada 
que  puede  interesar  al  hombre,  v  donde  quiera 
que  pueden  desvanecer  un  error,  evitan  ó  con- 
suelan una  desventura. 

Para  el  poco  espacio  de  que  hov  disponemos 
esta  carta  va  siendo  demasiado  larga;  en  otni 
continuaremos  tratando  de  los  salarios 


Jss   e4ss  iJRs  í'^  i.'^   íMj  íAj  i/Tví  a/lV»  eÁs  üA»   a^  oyAj  «/M   aiíj  lUís 


CARTA   UNDÉCIMA 


De  las  huelgas. 

Apreciable  Juan:  Decíamos  el  otro  día  que 
cu  la  mayor  parte  de  los  casos  no  es  posible 
aumentar  el  precio  de  los  salarios  sin  que  suba 
el  de  los  productos;  que  subiendo  el  de  los  pro- 
ductos se  hace  ilusoria  la  mayor  remuneración, 
porque  lo  que  como  productor  ganas,  lo  pier- 
des como  consumidor,  y  de  nada  te  sirve  tener 
más  dinero  si  te  cuestan  más  caras  todas  las  co- 
sas que  has  de  comprar  con  él,  sin  contar  con 
(lue  la  industria  tiene  que  reducir  sus  propor- 
ciones ó  tal  vez  cesar  del  todo.  En  efecto;  5''a 
sabes  que  cuando  una  cosa  está  cara,  se  vende 
menos;"  y  aunque  el  sofista  de  más  genio  de 
cuantos  han  procurado  extraviarte  haya  dicho 
que  es  cosa  que  no  se  puede  demostrar,  no  se 
necesita  que  nadie  te  demuestre  que  dos  y 
dos  no  son  seis,  para  que  tú  estés  convencido 
de  que  son  cuatro. 

La  subida  de  los  salarios,  que  por  regla  ge- 
neral determinaría  la  de  los  productos,  no  sólo 
disminuiría  la  venta  de  éstos,  y  por  consiguien- 


OBRAíí    DE    DONA    CONCEPCIÓN    AREXAL 


te  SU  fabricación,  y  en  su  consecuencia  el  nú- 
mero de  operarios  que  en  ella  se  emplea,  sino 
que  en  muchos  casos  la  haría  imposible  por 
efecto  de  la  concurrencia.  Tú  fabricas  lienzo, 
que  sube  de  resultas  de  la  subida  de  tu  salario; 
pero  en  otro  pueblo,  en  otra  provincia,  en 
otra  nación  no  ha  subido,  é  inundará  tu  merca- 
do con  sus  productos,  y  los  tuyos  no  se  ven- 
derán y  te  quedarás  sin  trabajo.  INIe  dirás  que 
todos  los  obreros  de  todo  el  mundo  vais  á  con- 
veniros en  no  trabajar  sino  á  tal  ó  cual  precio, 
y  que  de  este  acuerdo  universal  resultará  que, 
estando  todos  los  productores  en  las  mismas 
condiciones  de  carestía,  ninguno  podrá  hacer 
competencia  insostenible  con  su  baratura. 

En  primer  lugar,  Juan,  este  acuerdo  es  im- 
posible. Tú  te  equivocas  ¡  desdichada  equivo- 
cación !  la  organización  del  trabajo  con  la  de 
la  guerra.  Es  posible  formar  ejércitos  de  obre- 
ros, señalar  el  lugar  en  que  se  han  de  reunir, 
adiestrarlos  en  los  medios  de  matar,  inflamarlos 
para  que  no  teman  m.orir,  llenar  la  copa  de 
su  ira  con  una  bebida  que  enloquece,  compues- 
ta de  lágrimas  y  de  sangre,  de  razón  y  de 
delirio,  de  injusticia  y  de  derecho,  de  car- 
cajadas infernales  y  ayes  dolientes,  y  después 
que  tengan  fiebre  y  vean  rojo,  hacerles  brindar 
l)or  la  destrucción  del  mundo,  y  lanzarlos  como 
á  esos  proyectiles  que  caen  en  las  tinieblas  y 
van  á  herir  ciegamente  al  que  blasfema  y  al 
que  ora,  al  que  se  inmola  por  la  humanidad  y 
al  que  la  escarnece,  al  malvado  y  al  varón  jus- 
to, al  duro  y  al  compasivo,  á  la  ramera  y  á  la 


CARTAS  Á   UN   OBRERO  129 


mujer  santa.  Todo  esto  puede  suceder;  pero 
que  se  armonicen  todos  los  hombres  de  todos 
los  países  para  combatir  las  leyes  económicas 
y  que  triunfen  de  ellas,  eso  es  imposible.  Des- 
pués de  la  lucha,  y  queden  vencedores  ó  ven- 
cidos los  obreros,  el  sol  saldrá  por  el  Oriente, 
las  aguas  correrán  hacia  el  mar,  y  producir 
barato  será  la  tendencia  irresistible  del  mundo 
económico.  Esta  ley  de  la  baratura  tiene  sus 
inconvenientes  y  sus  ventajas,  como  todas;  el 
agua  que  se  desprende  de  las  nubes  te  hace 
un  gran  beneficio  fecundando  la  tierra,  pero 
te  perjudica  mucho  si  te  cae  encima.  ¿Qué 
haces?  Guarecerte  cuando  llueve.  Las  leyes 
económicas  son  tan  inflexibles  como  las  fí- 
sicas; tan  seguro  es  que  tú  comprarás  al  que 
te  venda  mejor  y  más  barato,  como  que  ten- 
drás frío  cuando  hiela.  La  concurrencia  es  una 
lucha;  no  puede  ser  otra  cosa.  ¿Se  concluye 
de  aquí  que  no  ha  de  tener  modificación  ni 
correctivo  alguno,  y  que  se  ha  de  proclamar 
como  ley  el  grito  de  ¡sálvese  el  que  pueda!  y. 
¡caiga  el  que  caiga!  No.  Pero  en  la  batalla, 
y  no  te  hagas  ilusiones,  Juan,  es  una  batalla 
y  no  puede  ser  otra  cosa  la  concurrencia;  en  la 
batalla,  te  digo,  debe  hallarse  socorro  y  amor 
en  las  ambulancias,  pero  sería  locura  pedír- 
sela á  las  baterías. 

La  concurrencia  es  la  libertad,  con  todos  los 
inconvenientes  y  las  ventajas  que  la  libertad 
tiene  en  todas  las  esferas;  la  baratura  es  el 
resultado  de  la  concurrencia,  y  entrambas  son 
leyes  á  cuyo  imperio  es  cada  día  más  difícil 


OBRAS    di:    DOXA    COXCKrCIUN    ARIvXAL 


sustraerse;  lo  necesario  es  ver  cómo  acomo- 
dándote á  ellas  mejoras  tu  situación,  y  cómo 
la  libertad  no  se  convierte  en  desenfreno  y  li- 
cencia. Uno  de  los  medios  á  que  ahora  recu- 
rres para  conseguirlo,  es  la  huelga;  detengá- 
monos un  poco  a  tratar  de  ella. 

Tú  haces  zapatos,  trabajas  en  un  gran  ta- 
ller, sois  trescientos  operarios;  á  vuestro  pa- 
recer las  horas  de  trabajo  son  muchas,  la  re- 
tribución poca  y  la  ganancia  del  maestro  exce- 
siva, y  le  decís:  «Auméntenos  usted  jornal  y 
disminuyanos  el  trabajo.»  El  hombre  respon- 
de: ((No  puedo.»  Vosotros  replicáis:  ((Pues  nos 
marchamos.»  Él  contesta:  ((Lo  siento;  pero  me 
veo  en  la  necesidad  de  dejaros  ir.»  Y  os  vais 
y,  como  ahora  se  dice,  os  declaráis  en  huelga. 

Si  no  hay  violencia  de  tu  parte,  si  no  la 
usas  con  el  maestro  para  que  mejore  las  con- 
diciones que  te  ofrece,  ni  con  tus  compañeros 
para  que  las  rechacen,  estás  muy  en  tu  dere- 
cho en  decir  al  capitalista:  ((No  me  conviene 
el  salario  de  usted»,  como  él  lo  estaría  en  de- 
cirte que  no  le  convenía  tu  trabajo.  Pero  re- 
flexiona, Juan,  que  al  uso  del  derecho  á  hol- 
gar suele  seguirse  el  hecho  de  no  comer;  y  an- 
tes de  condenarte  á  grandes  privaciones  tú  y 
los  tuyos,  es  necesario  investigar  bien  y  re- 
flexionar mucho  si  lo  que  pides  es  hacedero; 
porque  si  no  lo  es,  ¿de  qué  servirá  que  te  pa- 
rezca justo? 

Yo  no  condeno  las  huelgas  en  absoluto; 
siempre  que,  como  te  he  dicho,  no  se  use  de 
violencia,  pueden  ser  un  derecho;  pero  tam- 


CARTAS   A    UN    OBRKRO 


bien  pueden  ser,  y  son  con  muchísima  fre- 
cuencia, un  error.  Digo  que  pueden  ser  un 
derecho,  porque  hay  casos  en  que  no  lo  son 
aunque  no  se  use  de  violencia.  Sobre  esto  voy 
á  decirte  algunas  palabras,  porque  me  consta 
que  tienes  ideas  equivocadas  acerca  de  la  li- 
bertad del  trabajo.  La  libertad  del  trabajo  no 
es  absoluta,  como  no  lo  es  ninguna  libertad; 
todas  están  sujetas  á  la  gran  ley  de  la  justi- 
cia. La  libertad  de  trabajar  no  te  autoriza  para 
machacar  la  suela  en  el  teatro  Real  mientras 
se  canta  un  aria,  ó  para  trillar  la  paja  en  la 
vía  pública,  interceptando  el  paso.  Hasta  aquí 
estarás  conforme;  pero  esta  conformidad  nos 
conducirá  más  lejos  de  lo  que  tú  crees  proba- 
blemente. 

Enfrente  de  tu  derecho  hay  otro  igual  y 
tan  sagrado  como  el  tuyo;  la  sociedad  debe 
igual  protección  á  todos,  y  si  las  huelgas  con- 
tinúan, habrá  que  legislar  sobre  ellas.  Si  cons- 
truyes naipes  ó  abanicos,  si  te  dedicas  á  bai- 
lar en  la  cuerda  floja  ó  cantar  óperas,  puedes 
holgar  cuanto  sea  tu  voluntad,  salva  la  nece- 
sidad de  comer.  La  sociedad  puede  improvi- 
sar abanicos  y  pasar  sin  oír  música,  sin  ver 
bailar  y  sin  jugar  á  la  baraja.  Pero  si  en  vez 
de  producir  cosas  de  conveniencia  y  recreo 
produces  cosas  de  necesidad;  si  eres  tahonero, 
médico,  ingeniero,  aguador,  sangrador,  ma- 
quinista, etc.,  etc.,  entonces,  amigo  mío,  la 
huelga  en  masa  no  es  un  derecho  de  que  pue- 
des hacer  uso  inmediatamente;  es  necesario 
que  aviséis  con  anticipación  tú  y  tus  compa- 


I  X2         OBRAS    DE    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


ñeros  que  vais  á  hacer  uso  de  él,  para  que  la 
sociedad  provea  de  remedio  al  mal  que  tra- 
táis de  hacerla  vosotros,  que  formáis  parte  de 
ella,  que  con  ella  y  por  ella  vivís,  3^  con  la 
cual  estáis  unidos  por  lazos  morales  y  mate- 
riales. Vamos  á  ver  si  no  lo  que  te  sucedería 
si  al  mismo  tiempo  que  tú,  y  sin  previo  avi- 
so, hicieran  uso  en  masa  de  su  derecho  de  hol- 
gar cierta  clase  de  trabajadores.  No  olvides 
aquello  que  dijimos,  de  que  es  trabajador  todo 
el  que  trabaja,  sea  con  la  inteligencia,  sea  con 
las  manos. 

Eres  operario  en  una  tahona,  y  con  tus  com- 
pañeros te  declaras  en  huelga.  Supongo  que 
eres  hombre  prevenido,  y  guardas  pan  para 
ocho,  quince,  ó  los  días  que  á  tu  parecer  haya 
de  durar  el  conflicto  de  carecer  de  un  artículo 
indispensable  para  la  vida;  supongo  también 
(y  no  es  más  que  una  suposición,  porque  te 
creo  hombre  honrado),  supongo  que  tu  mora- 
lidad deja  bastante  que  desear,  ó  que  tu  falta 
de  reflexión  deja  mucho,  cuando  no  te  cuidas 
de  lo  que  va  á  ser  de  tus  parientes,  de  tus  ami- 
gos, de  tus  vecinos,  de  tus  conciudadanos,  el 
día  que  no  haya  pan;  cuando  no  te  cuidas  de 
lo  que  padecerán  los  pobres,  que  hacen  de  él 
su  alimento  principal,  casi  exclusivo  muchos. 
Los  ricos,  la  gente  bien  acomodada,  comerán 
otras  cosas  ó  se  irán  á  otra  parte;  pero  el  po- 
bre sufre  el  hambre,  como  sufre  la  peste,  como 
lo  sufre  todo,  allí  donde  le  clava  su  pobreza. 
Así,  pues,  en  tu  cólera  ciega  contra  el  capital, 
vas  á  descargar  un  golpe  terrible  contra  las 


CARTAS  A   UN    OBRERO  133 


personas  de  tu  clase,  contra  los  que  sueles 
llamar  tuyos,  contra  los  pobres. 

Tú  no  te  cuidas  de  estas  cosas,  y  sigues  ade- 
lante con  tu  idea.  Tienes  unas  cuantas  pese- 
tas ahorradas;  comerás  de  tu  acopiado  pan 
duro,  supliendo  con  carne  en  mayor  cantidad. 

Pero  he  aquí  que  los  operarios  del  mata- 
dero se  han  declarado  en  huelga  también,  y  no 
hay  carne. 

En  huelga  están  los  obreros  de  la  máquina 
que  hace  subir  el  agua  á  tu  barrio,  y  no  hay 
agua;  esto  te  pone  en  un  verdadero  conflicto. 
Esperas  á  que  pase  una,  dos,  tres,  seis  horas, 
y  el  agua  no  llega;  es  de  noche,  no  hay  ya 
que  esperar  más;  preciso  es  coger  un  cántaro 
é  ir  á  llenarle  á  una  fuente  distante. 

Pero  ¿qué  es  esto  que  ven  tus  ojos,  ó  más 
bien  lo  que  no  ven?  Obscuridad  completa. 
Confusión  indecible.  Otros  que,  como  tú,  van 
á  la  fuente,  tropiezan  con  su  cántaro  en  el 
tuyo,  y  te  lo  rompen.  Se  arma  una  gran  pelo- 
tera; de  las  malas  palabras  se  pasan  á  las  ma- 
las obras;  os  sacudís  de  lo  lindo;  tú  llevas  lo 
peor  y  quedas  en  el  suelo.  Pides  socorro;  pero 
hay  otros  muchos  como  tú,  por  golpes  y  por 
caídas  y  atropellos,  etc.,  le  necesitan  también, 
y  recibes  en  su  lugar  la  visita  de  un  ratero, 
que  á  favor  de  la  obscuridad  despoja  tus  bol- 
sillos. Al  cabo  de  muchas  horas  te  recogen, 
vuelves  en  ti,  preguntas  qué  significa  todo 
aquello,  y  te  responden:  «La  huelga  de  los 
operarios  de  la  fábrica  de  gas». 

El  médico  dice  que  es  necesario  sangrarte. 


134  OBRAS    DK    DOÑA    CONCEPCIÓN    AKlíNAL 


pero  la  cosa  no  es  posible;  también  los  san- 
gradores del  Hospital  y  de  la  Casa  de  Socorro 
se  han  declarado  en  huelga,  y  los  de  la  pobla- 
ción están  tan  ocupados  que  no  parece  ningu- 
no para  ti.  Por  no  poder  hacerse  á,  tiempo 
este  remedio,  tienes  una  enfermedad.  Sales  de 
ella  en  fuerza  de  tus  pocos  años,  y  cuando  te 
ves  convaleciente,  determinas  dejar  un  pueblo 
en  que  tan  mal  te  ha  ido,  y  tomas  el  ferro- 
carril. 

Ha  habido  grandes  avenidas;  se  dice  que 
muchas  obras  de  fábrica  se  han  resentido,  pe- 
ro el  tren  continúa  hasta  que,  al  llegar  á  un 
puente  se  derrumba,  y  te  hallas  en  el  río  de 
donde  te  saca  un  guarda  de  la  vía.  Eres  de 
los  mejores  librados,  no  te  has  roto  más  que 
una  pierna.  Según  la  costumbre  establecida  en 
España  para  estos  casos,  tardas  horas  en  re- 
cibir socorro,  y  en  tanto  tienes  tiempo  de  ha- 
blar con  un  guarda  que  te  sostiene  la  pierna 
fracturada,  acerca  de  la  causa  de  aquel  desas- 
tre, y  entre  los  dos  se  entabla  el  siguiente 
diálogo : 

Juan. — ¡  Es  escandaloso  esto  !  Si  el  puente 
hubiera  estado  bien  hecho,  no  se  hubiera 
hundido. 

Guarda. — El  puente  bien  hecho  estaba,  se- 
gún decían,  y  se  ha  visto  en  muchos  años; 
pero  han  sido  tan  terribles  las  avenidas  y  tan- 
tas, que  sin  duda  se  ha  resentido. 

Juan. — ¡  Sin  duda  !  ¡  Pues  me  gusta  !  ¿Y  por 
qué  no  se  ha  averiguado,  con  mil  pares  de... 

Guarda. — Ya  anduvo  mirando  el  jefe  de  es- 


CAKl'AS   A    ÜX    OHRKRO 


135 


tación  y  le  pareció  que  no  había  novedad;  á  mí 
me  pareció  lo  mismo,  pero  resulta  que  nos 
hemos  equivocado. 

Juan. — Pero  el  jefe  de  estación  y  tú  ¿enten- 
déis de  puentes?  Yo  he  oído  decir  que  para 
estas  cosas  están  los  ingenieros. 

Guarda. — ¡  Ya  lo  creo  !  Ellos  son  los  que 
saben  de  eso;  pero,  ¡  cuánto  hace  que  no  hay 
ingenieros  en  la  línea  ! 

Juan. — i  Qué  infamia  !  ¿Y  cómo  se  consiente 
semejante  cosa? 

Guarda. — Parece  que  el  Gobierno  les  ha  he- 
cho no  sé  qué  mala  pasada,  sin  respeto  ningu- 
no á  lo  mucho  que  saben,  y  ellos  han  dicho: 
«¿Sí?  Pues  ahí  van  nuestros  títulos»,  y  se  los 
han  mandado  al  Ministro  de...  no  me  acuerdo 
á  cuál  de  los  Ministros... 
Juan. — Será  al  de  la  Guerra. 
Guarda. — No.  Ellos  dicen  que  por  ese  mi- 
nisterio no  les  hubiera  sucedido  tal  chasco, 
pero  es  igual;  han  enviado  sus  títulos,  se  han 
quedado  de  paisanos,  y  no  sé  lo  que  va  á  su- 
ceder. 

Juan. — Yo  sí;  que  se  estrellarán  los  viajeros, 
como  nos  hemos  estrellado.  Por  lo  visto  tam- 
bién se  han  declarado  en  huelga  los  ingenie- 
ros. ¡  No  me  había  ocurrido  á  mí  que  esto  pu- 
diera suceder!  ¡Tienen  bemoles  las  huelgas 
de  estos  señores !  Dime,  el  médico  que  me  ha 
de  curar,  ¿estará  en  huelga  también? 

Guarda.— No;  es  el  titular  del  pueblo,  y  no 
puede  dejarle  hasta  que  cumpla  la  escritura. 
Además  es  muy  buena  persona,  y  dice  que  los 


136         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAE 


médicos  y  los  curas  deben  estar  siempre  á 
disposición  de  todos. 

Juan. — Es  claro.  Dice  muy  bien;  porque  si 
se  le  antoja  no  curarme,  sería  una  triste 
cosa. 

Guarda. — No  tengas  cuidado.  No  ha  llega- 
do á  ti,  porque  ha}^  otros  más  apurados;  pero 
cuando  te  toque  la  vez,  ya  verás  qué  hombre 
más  bueno.  En  toda  la  línea  le  queremos  co- 
mo si  fuese  nuestro  padre,  y  cuando  le  damos 
gracias  por  el  mucho  interés  que  por  nosotros 
se  toma,  dice  que  no  hace  más  que  su  obliga- 
ción; que  los  hombres  en  sociedad  se  deben 
consideraciones,  servicios  y  buenos  procede- 
res; hoy  por  ti  y  mañana  por  mí;  y  no  se 
equivoca,  porque  una  vez  que  venía  á  cuerpo 
á  ver  al  del  kilómetro  220  y  le  cogió  un  agua- 
cero, que  quiso  que  no,  le  eché  mi  capote  y 
apreté  á  correr  para  que  no  pudiera  devolvér- 
m.ele.  ¿Quieres  creer  que  sentía  yo  gusto  en 
mojarme  por  él,  acordándome  de  una  noche 
que  había  pasado  sin  separarse  de  una  hija 
que  tengo,  que  es  como  un  sol,  y  que  si  no 
está  atisbando  cuándo  se  le  podían  dar  unas 
pildoras,  se  muere  de  una  terciana  de  esas  que 
matan  á  la  tercera?  Pues  así  fué. 

Juan. — Lo  creo  bien.  Así  es  como  debe  ser, 
porque  si  la  gente  se  pone  á  malas,  ¿dónde  va- 
mos á  parar?  Ya  veo  que  el  médico  os  tiene 
bien  enseñados,  porque  me  estáis  sosteniendo 
la  pierna  con  mucha  paciencia. 

Guarda. — ¿Qué  diría  él  si  no?  Además  de 
que  me  hago  cargo  de  que  tendrás  muchos  do- 


CARTAS   A   UN   OBRERO  13^ 


lores,  y  naturalmente,  hago  lo  que  puedo  por 
ti,  como  tú  liarías  en  igual  caso. 


Te  llega,  Juan,  el  turno;  se  reduce  tu  frac- 
tura; te  asisten  bien  3^  con  cariño;  te  curas. 

Has  cobrado  gran  horror  á  la  vía  férrea;  te 
vas  á  pié  al  puerto  más  inmediato,  y  de  allí 
determinas  embarcarte  para  Barcelona,  y  te 
embarcas. 

La  mar,  bonancible  al  princpiio,  se  encres- 
pa, y  tanto,  que  á  toda  máquina  gobernáis 
en  demanda  del  primer  puerto,  cuya  entrada, 
mala  siempre,  es  ahora  peligrosísima.  Pedís 
práctico;  sin  él  no  hay  salvación  posible;  pero 
los  marineros  de  la  lancha  se  han  declarado 
en  huelga,  y  no  quieren  salir;  así  lo  dicen  las 
señales.  El  capitán  exclama:  c(¡  Nos  estrella- 
mos sin  remedio !»,  y  antes  de  un  cuarto  de 
hora  se  cumple  la  terrible  profecía.  Tú,  Juan, 
mueres  ahogado,  y  antes  de  morir,  el  derecho 
á  holgar,  que  sobre  todo  desde  la  huelga  de 
los  ingenieros  había  empezado  á  serte  sospe- 
choso, te  parece  horrible. 

Con  tu  buen  sentido  comprenderás  que, 
cuando  la  libertad  de  holgar  se  convierte  en 
libertad  de  hacer  grandes  é  irreparables  males, 
es  necesario  limitarla  un  poco.  La  ley  debe 
decir,  y  dirá,  si  las  cosas  continúan  por  la 
pendiente  donde  están,  la  ley  dirá  cuáles  tra- 
bajadores no  pueden  declararse  en  huelga  sin 
anticipado  aviso  á  la  autoridad.  Bien  podrá 
concillarse  su  libertad,  que  es  el  movimiento 


138         (M5R.\Si    di:    P0.\A    CONCKPCIÓN    ARENAt, 


de  un  ser  racional,  y  no  los  saltos  de  una  bes- 
tia, con  las  necesidades  sociales.  Como  lo  que 
tú  quieres  al  declararte  en  huelga  es  aumento 
de  jornal,  si  este  aumento  no  es  algún  gran 
despropósito  por  su  cantidad  exorbitante,  bien 
s-í  podrá  suplir  de  los  fondos  comunes,  hasta 
que  entres  en  razón  si  no  la  tienes;  te  la  con-  ¡ 

cedan,  si  te  asiste,  ó  de  otro  modo  se  provea  íj 

el  remedio,  para  que  queden  atendidas  las  ne-  ^ 

cesidades  apremiantes  de  la   sociedad,   y  tus  ^ 

parientes,  tus  amigos,  tus  vecinos,  tus  conciu-  ' 

dadanos  y  tú  mismo,  no  os  veáis  en  un  con- 
flicto grande. 

Tratando  de  los  jornales,  nos  han  salido  al 
paso  las  huelgas,  como  era  inevitable;  ellas 
nos  han  Ilevndo  al  derecho  absoluto  á  holgar; 
y  aunque  le  hayamos  discutido  muy  por  enci- 
ma, nos  ha  ocupado  la  discusión  todo  el  aspa-  > 
ció  de  que  hoy  podíamos  disponer.  Otro  día  ^ 
ccntinnaremos  tratando  de  los  salarios. 


CARTA  DUODÉCIMA 


Que  el  derecho  no  es  una  cosa  absoluta. 

Apreciable  Juan:  En  mi  carta  anterior  he- 
mos tratado  de  las  huelgas,  y  discutido,  aun- 
que brevemente,  el  derecho  á  holgar.  Un  libro 
voluminoso,  no  una  breve  carta,  necesitaba 
tan  vasto  asunto;  y  como  el  otro  día  me  faltó 
espacio  para  decirte  ciertas  cosas  que  á  mi 
parecer  no  debes  ignorar,  añadiré  algunas  pa- 
labras, porque  estás  muy  propenso  á  llamar 
tiíanía  ó  despotismo  á  cualquiera  limitación 
del  derecho. 

No  hay  nada  en  el  hombre  que  no  sea  li- 
mitado. ¿Cómo  su  derecho  no  tendría  límites, 
cuando  precisamente  es  de  esencia  que  los  ten- 
ga, porí^ue  lleva  consigo  un  deber,  porque  es 
una  regla,  y  toda  regla  y  todo  deber  tienen 
punt'is  fijos  de  donde  parten,  y  una  esfera  de 
acción  de  donde  no  pueden  salir? 

Por  ejemplo,  la  ley  electoral  exige  que  el 
elector,  para  serlo,  pague  500  reales  de  contri- 
bución directa.  ¡Injusticia!  exclamas  tú.  ¿Por 
qué  el  rico  ha  de  tener  este  privilegio?  ¿Por 


140    OBRAS  DE  DONA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


qué  no  hemos  de  ser  todos  iguales?  El  legisla- 
dor atiende  tu  reclamación  y  decreta  que  to- 
dos los  ciudadanos  tienen  igual  derecho  á  ele- 
gir concejales  3^"  diputados.  Pero  cuenta  con 
que  una  cosa  es  la  supresión  del  privilegio  y 
otra  la  de  toda  regla.  Tú  eres  elector  como  el 
Marqués  ó  el  Duque,  pero  ni  el  Duque,  ni  el 
Marqués,  ni  tú,  lo  seréis  si  os  halláis  encau- 
sados, sois  menores  ó  estáis  locos.  Limitación 
de  tu  derecho  electoral. 

Tú  tienes  derecho  á  vestirte  como  te  parez- 
ca. ¿Quién  lo  duda?  ¡Bueno  sería  que  volvié- 
ramos á  aquellos  tiempos  en  que  la  ley  mar- 
caba el  traje  que  había  de  llevar  cada  uno, 
determinando  su  forma  y  calidad  !  Sin  embar- 
go, no  puedes  vestirte  de  obispo,  ni  de  gene- 
ral, de  individuo  de  orden  público  ó  de  ma- 
gistrado. Puedes  en  verano  llevar  un  traje  tan 
fresco  como  quieras,  pero  no  presentarte  en 
un  estado  de  desnudez  que  ofenda  la  decen- 
cia. Ya  comprendes  los  inconvenientes  que 
esto  tendría  y  los  que  habrían  de  resultar  de 
que,  ataviado  con  el  uniforme  de  un  alto  gra- 
do en  la  milicia,  empezaras  á  dar  órdenes  á 
los  militares,  sin  aptitud  ni  autoridad  para  ello. 
Limitación  de  tu  derecho  á  vestirte. 

Tú  tienes  un  jardín  con  una  fuente.  ¿Quién 
puede  dudar  de  tu  derecho  á  regar  á  la  hora 
que  te  parezca  y  como  quieras?  Pero  sucede 
que  un  ejército  enemigo  pone  sitio  á  Madrid 
y  corta  el  canal  de  Lozoya,  y  rompe  la  cañe- 
ría que  viene  del  Pardo.  El  agua  empieza  á 
escasear  de  tal  modo,  que  se  pone  guardia  un 


CARTAS   A   UN   OBRERO  141 


las  fuentes,  se  da  por  medida,  y  aun  así  no 
alcanza.  Yo  supongo  que  tú  eres  bastante  bue- 
no para  no  hacer  uso  del  derecho  de  dar  agua 
á  tus  plantas,  mientras  tus  convecinos  se  mue- 
ren de  sed,  y  que  dices  á  la  autoridad: — Dis- 
ponga usted  de  mi  fuente. — Pero  si  tan  bueno 
no  fueras,  si  te  importaran  más  tus  claveles 
que  tus  hermanos,  la  autoridad  haría  muy 
bien  en  enviar  fuerzas  para  hacerte  entrar  en 
razón,  y  que  se  distribu3^ese  el  agua  entre  los 
que  se  morían  de  sed.  Lim.itación  del  derecho 
de  regar  tus  flores. 

Tienes  dinero  y  determinas  hacer  una  casa. 
Ha  de  ser  á  tu  gusto,  distribuida  de  esta  ó  de 
la  otra  manera;  ya  es  tiempo  que  tú  te  alojes 
convenientem.ente,  y  no  según  el  capricho  de 
propietarios  y  arquitectos,  que  entienden  poco 
de  tu  comodidad.  Nada  más  justo.  Pero  ha- 
brás de  conformarte  con  las  ordenanzas  mu- 
nicipales; preciso  es  que  subas  ó  bajes,  retires 
ó  adelantes  la  pared,  según  la  alineación  y  la 
rasante.  Has  de  dar  curso  á  las  aguas  inmun- 
das, y  recoger  las  llovedizas,  no  sacar  dema- 
siado los  balcones,  dar  cierta  solidez  al  edifi- 
cio, y,  en  fin,  sujetarte  á  una  porción  de  re- 
glas, sin  las  cuales  el  derecho  de  edificar  haría 
difícil  ó  peligroso  andar  por  la  calle.  Limita- 
ción á  tu  derecho  á  hacer  una  casa  como  te  dé 
la  gana. 

Eres  dueño  de  una  tierra.  Has  plantado  en 
ella  árboles,  muchos  frutales;  la  has  embelle- 
cido de  mil  modos;  la  has  cercado;  es  un  pa- 
raíso para  ti;  no  la  darías  por  ningún  dinero. 


142  OBRAS    DIC    DONA    CONCI.rCIi  i\    ARENAI, 


Un  día  llama  á  tu  puerta  un  ingeniero,  traza 
una  línea  y  cae  la  pared,  se  cortan  los  árboles, 
se  ciega  el  estanque,  y  un  camino  divide  tu 
posesión.  Te  pagan  el  valor  materialmente  útil 
de  lo  que  te  quitan,  pero  tu  gusto,  el  valor  que 
aquella  tierra  para  ti  tenía  por  recuerdos  ó  ale- 
grías ó  dolores  que  en  ella  hubieras  pasado, 
no  .tiene  indemnización  posible.  Tú  puedes  ha- 
cer valer  fuertes  razones  para  que  el  camino  no 
atraviese  tu  posesión,  como  el  vecino,  para  que 
no  vaya  por  la  suya,  y  como  todos  los  propie- 
tarios para  que  el  trazado  se  aleje  de  su  pro- 
piedad: si  se  os  atendiera  á  todos,  el  camino 
no  se  haría,  en  lo  cual  todos  quedarían  perju- 
dicados. Limitación  al  derecho  de  hacer  de  tu 
tierra  lo  que  te  parezca. 

Es  domingo  y  vas  á  los  toros.  La  diversión 
es  bárbara,  pero  la  cosa  es  legal;  con  el  bille- 
te has  comprado  el  derecho  de  conducirte  du- 
rante algunas  horas  como  si  no  fueras  hombre 
civilizado. 

Pasas  por  el  hospital  de  mujeres  incurables; 
hay  fuego  en  un  almacén  de  maderas  conti- 
guo. Las  llamas  amenazan  de  cerca  á  las  mí- 
seras, que  no  pudiendo  moverse,  morirán  que- 
madas si  no  hay  quien,  las  auxilie.  Esto  no 
es  una  suposición;  hace  pocos  años  sucedió. 
No  fué  necesario,  dicho  sea  en  honor  de  la 
verdad  y  de  los  sentimientos  del  hombre,  no 
fué  necesario,  digo,  que  para  poner  á  aquellas 
infelices  en  salvo,  se  empleara  la  fuerza.  De 
muy  buena  voluntad,  grandes  y  pequeños,  po- 
])rcs  y  ricos,  jóvenes  y  ancianos,  hombres  y 


CARTAS  Á   UN   OBUERO  1 43 


mujeres,  acudían  en  gran  número,  y  con  afán 
y  cariño,  trasladaban  á  las  pobres  enfermas  á 
lugar  seguro.  Era  un  hermoso  espectáculo,  de 
esos  que  se  contemplan  á  veces  en  los  grandes 
desastres,  cuando  el  estrago  material  da  oca- 
sión á  que  se  despleguen  las  altas  dotes  del 
espíritu.  A  los  lamentos  del  terror  sucedieron 
bien  pronto  las  bendiciones  de  la  gratitud;  la 
Universidad  se  convirtió  en  hospital,  con  mul- 
titud de  enfermos  y  ayudantes.  Al  ver  los  col- 
chones en  que  iban  las  imposibilitadas,  soste- 
nidas por  caballeros  y  hombres  del  pueblo  que 
querían  y  hacían  lo  mismo,  auxiliándose  mu- 
tuamente, sin  reparar  ninguno  en  la  clase  del 
otio,  el  corazón  quedaba  aliviado  de  un  gran 
peso,  y  daba  á  la  inteligencia  resuelto  un  gran 
problema!  La  fusión  de  las  clases  sólo  puede 
veiificarse  por  el  sentimiento;  hacer  bien  al 
pueblo,  hacer  bien  con  el  pueblo,  es  el  mejor, 
el  único  medio  de  desarmar  sus  iras;  dos  hom- 
bres que  espontáneamente  han  llevado  juntos 
á  cabo  una  buena  obra,  fraternizan;  cualquie- 
ra que  sea  la  diferencia  de  sus  condiciones, 
son  hermanos.  Pero  volvamos  al  hospital  de 
incurables.  P'igúrate  que  en  lugar  de  sobrar 
gente  para  salvarlas  de  las  llamas  hubiera  fal- 
tado, y  que  tú  pasas  de  largo,  porque  te  im- 
portan más  los  toros  que  la  humanidad  dolien- 
te: la  autoridad  hubiera  hecho  muy  bien  en 
obligarte  á  evitar  que  alguna  infeliz  muriese 
quemada.  Limitación  de  tu  derecho  de  ir  á  los 
toros. 

Resuelves  embarcarte  para  América.   Pien- 


144         OBRAS    DE    DOiÑ'A   CONCEPCIÓN    ARENAL 


sas  darte  buena  vida  en  la  travesía  y  holgar 
á  tus  anchas:  nada  más  justo;  al  pagar  el  pa- 
saje has  comprado  este  derecho.  Le  ejercitas 
sin  obstáculo  durante  diez  días;  pero  al  undé- 
cimo, el  buque  empieza  á  hacer  agua  de  una 
manera  alarmante.  Se  acude  á  las  bombas, 
hay  que  trabajar  en  ellas  activamente  noche 
y  día.  La  tripulación  no  basta,  es  necesario  el 
auxilio  de  los  pasajeros.  Al  cabo  de  cinco 
días  de  labor  ruda  y  angustia  grande  hay  mo- 
mentos en  que  el  desaliento  se  apodera  de  los 
más,  pero  el  capitán  levanta  el  espíritu  de  los 
débiles,  se  despoja  de  su  levita,  es  el  primero 
á  dar  á  la  bomba,  el  último  á  tomar  descanso, 
que  para  él  no  es  el  sueño,  sino  infundir  es- 
peranza con  palabras  de  consuelo  y  la  pers- 
pectiva del  puerto  cercano.  Si  te  hubieras  obs- 
tinado en  descansar  mientras  los  demás  traba- 
jan, ¿quién  duda  qae  sería  justicia  llevarte 
por  fuerza  al  trabajo?  Limitación  de  tu  dere- 
cho de  hacer  descansadamente  el  viaje  á  Cuba. 
Quieres  echar  una  cana  al  aire.  Te  acompa- 
ñas con  tres  amigos;  coges  una  bota,  unas 
tortillas,  un  salchichón  y  una  guitarra;  alqui- 
las un  coche  de  colleras  y  os  vais  al  Pardo. 
Al  llegar  al  puente  de  San  Fernando  oyes  -m 
tiro,  y  después  ayes  lastimeros.  Mandas  parar 
y  te  apeas  á  ver  lo  que  es.  A  un  cazador  se  le 
ha  reventado  la  escopeta,  y  yace  por  tierra 
herido  de  gravedad.  La  hemorragia  es  grande, 
urge  contenerla,  y  la  casa  de  socorro  está  le- 
jos. De  la  prontitud  de  la  cura  depende  lal 
vez  la  vida  de  aquel  hombre.    Supongo  que 


CARTAS   Á   UN   OBRERO 


145 


ofreces  tu  coche,  y  que  te  dices: — Continuare- 
mos á  pié;  si  el  carruaje  falta  á  la  fiesta,  en 
cambio  tendremos  la  satisfacción  de  haber  he- 
cho una  buena  obra,  de  haber  contribuido  efi- 
cazmente á  salvar  la  vida  de  este  infeliz,  que 
tendrá  hijos,  que  tendrá  madre. — Te  acuerdas 
de  la  tuya,  y  ocultando  lo  mejor  que  puedes 
una  lágrima  que  asoma  á  tus  ojos,  te  das  prisa 
á  sacar  la  bota  y  los  víveres  de  la  carretela, 
que  queda  á  disposición  del  herido.  Pero,  si 
así  no  fuese,  si  tuvieras  una  de  esas  almas 
donde  no  halla  eco  ninguna  voz  generosa,  si 
prefirieses  tu  capricho  á  la  vida  de  uno  de  tus 
semejantes,  la  Guardia  civil  haría  muy  bien 
en  apoderarse  por  fuerza  del  vehículo  que  no 
cediste  por  humanidad.  Lhnitación  á  tu  dere- 
cho de  pasearte  en  coche. 

Podría  continuar;  mas  por  lo  dicho  com- 
prenderás que  no  hay  derecho  que  no  tenga 
ó  no  pueda  tener  alguna  vez  limitación.  ¿Qué 
mucho  que  la  tenga  el  derecho,  si  hasta  el  he- 
cho la  tiene?  Si  prescindiendo  de  toda  moral, 
desenfrenadamente  te  entregas  á  los  vicios,  el 
aniquilamiento  de  fuerzas  y  la  enfermedad  te 
atajan  presto;  si  cometes  crímenes  prescindien- 
do de  la  justicia  y  confiando  en  que  no  existe, 
la  venganza  pone  límites  á  tu  maldad. 

No  puede  haber  absoluto  é  ilimitado  más 
que  lo  perfecto;  y  no  siéndolo  el  hombre,  debe 
hallar  límites  en  todas  las  esferas  de  su  acti- 
vidad. vSi  es  cuerdo,  se  los  pondrá  él;  si  es 
insensato,  habrá  de  admitir  los  que  le  ponga 
la  sociedad  ó  la  naturaleza.  A  medida  que  se 


146        OBRAS   DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARf.NAL 


ilustra  y  se  mejora,  él  se  traza  los  límites  de 
donde  no  debe  pasar,  y  su  moralidad  y  su  ra- 
zón hacen  inútil  el  empleo  de  la  fuerza.  En 
los  ejemplos  que  te  he  citado,  sin  dar  lugar 
á  recurrir  á  ella,  un  hombre  honrado  hace,  por 
impulso  propio,  todo  lo  que  se  le  puede  exi- 
gir por  conveniencia  ajena. 

Tú  dirás  tal  vez  que  cuesta  grandes  sacrifi- 
cios vivir  en  sociedad:  indudablemente.  Efecto 
de  nuestra  imperfección,  amigo  mío,  no  halla- 
mos en  ninguna  parte  ventajas  sin  inconve- 
nientes. Para  que,  herido,  tengas  derecho  á 
ser  trasladado  inmediatamente  á  la  casa  de  so- 
corro en  el  primer  coche  que  pase,  es  nece- 
sario que,  pasea?iie,  tengas  el  deber  de  apear- 
te, á  fin  de  que  el  doliente  reciba  cuanto. antes 
el  auxilio.  Tu  deber  de  sano  y  tu  derecho 
de  enfermo  son  una  misma  cosa;  si  no  los  se- 
pararas contra  razón,  no  faltarías  á  ellos  con- 
tra justicia. 

Si  por  utilidad  pública  se  expropia  al  dueño 
la  tierra  por  donde  pasa  el  camino,  por  hu- 
manidad se  puede  expropiar  el  uso  de  coche 
que  sobre  él  rueda,  y  el  trabajo  de  sus  bra- 
zos por  algunas  horas  al  hombre  que  con  ellos 
puede  evitar  á  sus  semejantes  una  gran  des- 
dicha. Todas  estas  cosas  son  consecuencia  do 
ini  mismo  principio;  pero  el  egoísmo  rechaza 
la  lógica  que  se  opone  á  su  comodidad.  Todo 
el  mal  viene,  Juan,  de  que  la  ley  de  amor, 
enseñada  hace  diez  3^  nueve  siglos  por  el  di- 
vino Maestro,  no  es  todavía  la  ley  del  mundo. 
Entre  los  que  se  aman,   no  hay  derechos  ni 


CARTAS   A   UN    OBRERO  1 47 


deberes.  El  deber  es  un  impulso  que  da  el  co- 
razón; el  derecho  un  consuelo  que  recibe;  y 
la  armonía  resulta,  no  de  que  cada  uno  pida 
lo  que  le  corresponde,  sino  de  que  dé  lo  que 
pertenece  á  otro;  y  la  medida  está  en  el  deseo 
de  hacer  bien,  y  no  en  la  pretensión  de  re- 
cibirle. 

Seguramente  estamos  bien  lejos  del  ideal, 
amigo  mío,  pero  más  hemos  estado,  y  acer- 
carnos á  él  cuanto  sea  posible  es  nuestra  obli- 
gación y  nuestra  esperanza.  vSi  el  deber  no  bro- 
ta como  un  sentimiento  espontáneo  de  tu  co- 
razón, al  menos  no  te  formes  ideas  absurdas 
sobre  lo  ilimitado  y  lo  incondicional  de  tu  de- 
recho; reflexiona  hasta  dónde  puede  llegar,  y 
no  intentes  pasar  de  allí,  porque  es  seguro  que 
habrá  alguno  que  te  haga  retroceder  sin  razón, 
tanto  como  sin  razón  querías  avanzar  tú. 
Cuando  estás  en  tu  lugar  y  te  sales  de  él  in- 
debidamente, te  dan  un  empujón  que  te  echa 
más  atrás  del  sitio  que  ocupabas. 

Te  lo  repito:  no  hay  derecho  absoluto  sin 
traba  ni  limitación  alguna.  El  derecho  no 
se  lanza  como  un  proyectil  en  la  obscuridad 
destruyendo  cuanto  halla  en  su  camino,  sino 
que  marcha  pausada  y  majestuosamente  á  la 
hr¿  de  la  justicia. 


e-A3  S'rNs  z/k^  ^'jr®  a-w^s  e-^^s  e>W^f)  eAa  e^íUs  it/^s  e/^S^  e^w-s  e^A^  eAs  e^Vs  e/\V5 
«^  eyfj  e4Í3  eMa  e.'lU  eA«  e4\9  s>IV9  e)t~3  eiRs  t/fj  eJili  eJTsS  tA\3  e^í^  a/fj 


CARTA  DECIMOTERCERA 


Sel  socialismo. 

Apreciablc  Juan:  Hemos  tenido  qne  dete- 
nernos en  la  cuestión  de  los  derechos  absolu- 
tos que  sin  regla  ni  límite  pueden  ejercerse, 
y  hemos  visto  que  tales  derechos  no  existen. 
La  cuestión  no  ha  sido  traída  por  los  cabellos, 
como  vulgarmente  se  dice,  sino"  que  ha  salido 
naturalmente  de  nuestro  asunto;  y  aunque  ten- 
gas por  enojosa  mi  insistencia,  he  de  hacerte 
notar  otra  vez  cómo  de  las  cuestiones  econó- 
micas surgen  cuestiones  morales,  sociales,  po- 
líticas, filosóficas;  cosa  muy  natural,  porque 
donde  quiera  que  está  el  hombre,  hay  un  ser 
moral  é  intelectual,  y  los  problemas  que  le 
conciernen  no  pueden  resolverse  pesando  cuer- 
pos, midiendo  distancias  y  sumando  cantida- 
des; pero  es  cosa  muy  frecuentemente  olvidada 
ó  desdeñada  por  los  economistas. 

Volvamos  á  las  huelgas.  Ya  te  he  dicho  que 
yo  no  las  condeno  en  absoluto:  pueden  ser  un 
derecho,  pero  también  pueden  ser  un  error. 
La  historia  de  las  huelgas  sería  un  libro  muy 


I  50         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    AKENAI, 


instructivo,  y  te  haría  uu  verdadero  servicio 
el  que  la  escribiese.  Allí  verías  su  principio, 
su  marcha  y  sus  consecuencias,  y  cuándo  pro- 
ducen la  subida  del  jornal,  y  cuándo  un  grave 
perjuicio  al  jornalero.  La  mayor  parte  de  aqué- 
llas, de  que  yo  tengo  noticia  exacta,  han  pro- 
ducido este  último  resultado;  y  aun  en  los 
casos  en  que  los  jornales  han  subido  por  de 
pronto,  lo  probable  es  que  vuelvan  á  bajar 
donde  estaban,  si  no  descienden  más  aún. 
Veamos  cómo  pasan  las  cosas. 

Eres  oficial  de  zapatero,  y  con  tus  compa- 
ñeros te  declaras  en  huelga.  La  maj'or  parte 
de  vosotros  vive  al  día;  de  manera  que  desde 
aquél  en  que  cesa  el  trabajo,  empieza  la  pe- 
nuria. Tus  hijos  te  piden  pan  en  vano,  y  tu 
madre  ó  tu  mujer  se  quedan  irritadas  ó  afligi- 
das de  que  voluntariamente  lleves  la  miseria 
á  una  casa  en  que  moraba  el  bienestar.  Tú  te 
disculpas  con  que  todos  han  hecho  lo  mismo, 
y  pones  de  manifiesto  la  justicia  que  te  asiste; 
pero,  dado  que  queden  convencidas,  no  que- 
darán remediadas,  y  su  equipo,  el  tuyo,  el  de 
tus  hijos,  todo  pasa  á  la  casa  de  préstamos: 
es  una  verdadera  ruina. 

Entretanto  el  maestro,  el  capitalista,  va  ven- 
diendo las  existencias,  que  suelen  ser  bastan- 
tes, y  si  calcula  que  la  huelga  durará  mucho, 
sube  el  precio  de!  calzado.  Los  zapateros  que 
en  la  población  trabajan  por  su  cuenta,  hacen 
lo  mismo,  y  por  de  pronto,  los  perjudicados 
sois:  el  público,  que  no  se  calza  barato,  y  tú, 
que  no  comes.  Si  este  estado  de  cosas  se  pro- 


CARTAS  A   rx   OBRi;íiO  I  s  t 


louga,  la  subida  de  los  precios  atrae  la  mer- 
cancía y  empieza  á  v'enir  calzado  de  otras  par- 
tes, operación  que  favorece  la  facilidad  de  las 
comunicaciones.  El  industrial  tal  vez  se  haga 
comerciante,  3'  de  todos  modos,  él  puede  per- 
manecer mucho  tiempo,  ganando  más,  ganan- 
do menos,  ó  no  ganando  nada;  pero  tú,  sin 
recursos,  no  puedes  vivir,  y  si  la  huelga  con- 
tinúa, la  necesidad  de  comer  te  pone  en  la  de 
aceptar  el  jornal  que  habías  rehusado.  Acaso 
el  aumento  de  precio  de  la  mercancía  ha  traí- 
do al  mercado  vendedores,  que  le  abastecen 
con  más  abundancia  que  antes  lo  estaba;  tal 
vez  la  concurrencia  mayor  ha  disminuido  los 
precios;  tal  vez  al  maestro,  que  tiene  con  qué 
vivir,  le  habéis  inspirado  miedo,  ó,  aunque  no 
le  tenga,  no  quiere  continuar  con  una  indus- 
tria que  no  puede  ejercer  sosegadamente,  y  se 
retira,  y  hay  uno  menos  que  os  dé  trabajo,  y 
una  probabilidad  más  de  que  os  lo  pagarán 
peor,  porque,  como  decía  un  obrero  parisién, 
cuyo  buen  sentido  querían  en  vano  alucinar 
con  absurdas  teorías:  «Yo  sé,  replicaba,  que 
cuando  dos  obreros  buscan  á  un  fabricante,  los 
jornales  bajan,  y  cuando  dos  fabricantes  buscan 
á  un  obrero,  los  jornales  suben.»  Es,  pues,  muy 
posible  que  en  algunos  casos  los  jornales  bajen 
de  resultas  de  las  huelgas.  De  todas  maneras, 
antes  de  recurrir  á  ellas,  es  necesario  estudiar 
bien  la  cuestión  y  aconsejarse  con  personas  co- 
nocedoras del  negocio,  que  te  digan  si  lo  que 
intentas  es  hacedero.  Por  regla  general,  debe 
dar  y  ha  dado  mejor  resultado  la  intervención 


152        OBRAS   DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


de  personas  respetables  y  competentes,  que  tra- 
tan con  los  fabricantes  y  sostienen  los  intere- 
ses de  los  obreros,  que  las  huelgas  de  éstos.  En 
todo  caso,  nunca  conviene  empezar  por  ellas, 
sino  concluir,  cuando  se  haya  recurrido  en  va- 
no á  todos  los  medios  de  avenencia,  después 
de  bien  estudiado  el  punto.  Fíjate  mucho  en 
esto,  Juan;  ninguna  cuestión  puede  resolverse 
bien  sin  estudiarse  antes,  y  yo  no  sé  que  pre- 
ceda á  las  huelgas  el  estudio  detenido  de  la 
industria  cuyos  operarios  piden  aumento  de 
jornal.  Por  aquí  es  necesario  empezar;  porque 
si  la  cosa  no  es  hacedera,  ¿de  qué  te  servirá 
que  te  parezca  justa?  Además  de  que  las  hosti- 
lidades, en  el  mundo  económico  como  en  el 
mundo  político,  no  deben  romperse  sino  en  el 
último  extremo,  y  no  es  caso  para  olvidarlo 
aquel  en  que  te  expones  á  estar  días,  semanas 
ó  meses  sin  jornal,  sufriendo  las  mayores  pri- 
vaciones, y  abrumado  por  la  última  miseria.  Al 
reducirte  3^  reducir  á  los  tuyos  á  semejante  ex- 
tremo, es  necesario  haber  puesto  antes  todos 
los  medios  para  no  llegar  á  él.  Lo  que  suele 
alarmar  en  las  huelgas  son  los  hombres  que 
murmuran  ó  gritan  en  la  calle;  lo  que  á  mí  me 
preocupa  son  las  mujeres  y  los  niños  que  llo- 
ran y  sufren  en  la  pobre  ignorada  vivienda, 
donde  nadie  los  oye  ni  los  consuela. 

Pero  aun  suponiendo  que  la  huelga  sea  un 
remedio,  no  puede  ser  general,  ni  más  que  del 
momento;  la  condición  del  obrero  no  puede 
mejorarse  sino  por  la  asociación,  y  por  el 
aumento  de  su  valor  moral  é  intelectual. 


CARTAS  A    UN   OBRERO  1 53 


Te  han  hablado,  Juan,  mucho  de  socialis- 
mo, y  poco  de  asociación:  lo  primero  es  un 
sueño  únposible;  lo  segundo,  una  realidad  sal- 
vadora. Entre  los  socialistas,  como  entre  los 
alquimistas,  hay  hombres  de  gran  inteligencia; 
pero  no  es  dado  á  ninguna,  por  elevada  que 
sea,  trastornar  las  le3^es  económicas  ni  las  físi- 
cas; nadie  ha  encontrado  esa  piedra  que  hace 
oro  y  prolonga  la  vida,  ni  ese  sistema  confor- 
,me  al  cual  los  hombres  serán  iguales  y  dicho- 
sos, sin  más  que  dejarse  conducir  por  una  auto- 
ridad que  todo  lo  sabe  y  que  todo  lo  puede. 
La  vanidad  y  la  mentira  de  ese  aparato  so- 
cialista se  ve  en  cualquiera  de  sus  afirmaciones, 
sujetándola  al  análisis;  y  no  parecería  creíble, 
si  no  se  viese,  que  levantaran  gigantescas  pi- 
rámides, nada  más  que  para  servir  de  sepul- 
cro al  buen  sentido.  El  mayor  atleta  del  so- 
cialismo, por  ejemplo,  con  gran  aparato  de  ló- 
gica y  de  metafísica,  muy  propio  para  imponer 
á  los  incautos,  declara  que  todo  el  mal  viene 
de  no  estar  constituido  el  valor  de  las  cosas 
que  se  venden,  como  lo  está  el  de  la  moneda. 
El  valor,  Juan,  esta  constituido  desde  que  los 
dos  primeros  hombres  vendieron  ó  cambiaron 
los  dos  primeros  objetos.  El  valor  de  una  co- 
sa es  lo  que  voluntariamente  se  da  por  ella. 
Que  este  valor  se  represente  por  cuentas  de 
cristal,  pedazos  de  hierro,  monedas  de  oro  ó 
billetes  de  Banco,  es  cuestión  secundaria;  la 
esencia  del  valor  es  la  misma.  Esto  ya  te  lo 
sabías  tú;  no  necesitabas  que  yo  te  dijera  que 
las  cosas  que  venden  valen  lo  que  te  quieren 


154        OBRAS   DE   DONA   CüNCliPCION   ARENAL 


dar  por  ellas;  pero  te  he  citado  ese  ejemplo,  pa- 
ra que  tengas  una  idea  de  como  se  obscurecen 
las  cuestiones  más  claras,  cuando  para  resol- 
verlas no  se  tiene  en  cuenta  su  esencia,  sino  el 
objeto  que  se  quiere  alcanzar  al  resolverlas, 
y  se  hace  para  su -resolución  mucho  gasto  de 
soberbia  y  de  inteligencia  extraviada,  y  mucha 
economía  de  sentido  com^ún. 

Yo  quisiera  hacerte  comprender  en  pocas  pa- 
labras lo  que  pretenden  los  socialistas,  pero  la 
cosa  no  es  fácil.  La  verdad  es  una;  el  error,  c(;- 
mo  el  demonio,  es  legión,  y  se  multiplica  y 
varía  á  merced  del  que  lo  sustenta.  Los  so- 
cialistas no  están,  ni  con  mucho,  de  acuerdo 
en  los  medios  de  organizar  el  mundo  económi- 
co de  manera  que  resulte  la  felicidad  del  gé- 
nero humano;  pero  te  diré  algunos  puntos 
cardinales  en  que  convienen  los  más  prácticos 
y  moderados,  porque  si  de  otros  te  hablara, 
habías  de  pensar  que  me  burlaba  de  ti,  dán- 
dote por  organización  social  algún  papel  embo- 
rronado por  los  habitantes  de  un  manicomio. 
Escucha,  pues,  lo  que  es  el  socialismo  más  mo- 
derado, más  práctico. 

El  capital  abusa  del  trabajo:  supresión  del 
capital. 

El  hombre  abusa  de  la  facultad  de  hacer  lo 
que  mejor  le  parece  para  utilizar  su  trabajo:  su- 
presión de  la  libertad. 

La  concurrencia  es  una  guerra  económi- 
ca encarnizada:  supresión  de  la  concurren- 
cia. 

El  ])ropietario  sacrifica  al  trabajador,  mono- 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  I55 


póliza  ventajas  y  bienestar:  supresión  de  la 
propiedad. 

No  habrá  propiedad  individual,  sino  colecti- 
va. EL  ESTADO  es  el  único  propietario,  el  úni- 
co capitalista,  el  único  productor;  y  como  no 
ha  de  hacerse  concurrencia  á  sí  mismo,  no  hay 
concurrencia.  x\hora,  reflexiona  que  no  todos 
los  pueblos  plantearán  este  sistema  al  mismo 
tiempo,  y  aquellos  en  que  no  se  halle  estable- 
cido, podrán  introducir  productos  á  menor  pre- 
cio, y  hacer  una  terrible  competencia;  hay  que 
mandar  ejércitos  á  las  fronteras,  y  escuadras  á 
las  costas,  para  evitar  el  contrabando,  que  ven- 
dría á  trastornarlo  todo,  porque  no  es  posi- 
ble quitar  al  hombre  la  manía  de  vender  lo 
más  caro  y  comprar  lo  más  barato  que 
pueda. 

Aun  cuando  el  socialismo  se  hallara  estable- 
cido tn  todas  las  naciones,  sería  inminente  el 
peligro  del  contrabando,  porque  sería  grande 
la  diferencia  de  precios.  Ahora,  á  pesar  de  no 
haberse  suprimido  las  aduanas,  los  derechos 
que  en  ellas  se  pagan  son  cada  vez  más  bajos, 
y  la  tendencia  es  á  entrar  en  razón,  es  decir,  á 
que  se  produzcan  las  cosas  allí  donde  natural- 
mente se  producen  con  más  ventaja,  y  no  empe- 
ñarse en  hacer  de  Inglaterra  un  país  de  ce- 
reales, y  de  Francia  una  tierra  de  azúcar.  Yo 
supongo  que  el  Estado,  cuando  sea  único  ca- 
pitalista, fabricante  y  constructor,  no  dé  en  la 
manía  de  hacerlo  todo  en  casa  para  no  ser  tri- 
butario del  extranjero,  como  se  decía  y  toda- 
vía se  dice;  pero  aun  así,  los  precios  de  las  co- 


t56.        OBRAS    DE   DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


sas  no  serían  los  naturales,  ni  con  mucho,  por 
una  razón  muy  sencilla. 

En  la  organización  económica  actual  las  in- 
dustrias tienen  operarios  que  temen  ser  despe- 
didos si  trabajan  poco  ó  trabajan  mal,  y  capi- 
talistas que  vigilan  á  los  trat)aj  adores,  se  pro- 
curan las  primeras  materias  de  la  mejor  cali- 
dad y  al  menor  precio  posible,  cuidan  de  que 
lii  fabricación  se  haga  con  economía,  se  pro- 
porcionan la  salida  más  favorable  para  sus  pro- 
ductos, etc.,  etc.:  esto  sucede  en  Inglaterra  y 
en  Rusia,  en  Bélgica  y  en  España.  La  produc- 
ción está  organizada  según  las  espontáneas 
tendencias  del  hombre,  que,  como  esencial- 
mente es  el  mismo  en  todas  partes,  da  resul- 
tados análogos,  y  los  precios  de  las  cosas  tien- 
den á  equilibrarse  donde  quiera,  siempre  que 
no  se  forme  el  absurdo  empeño,  como  te  he 
dicho,  de  pretender  luchar  contra  las  leyes  na- 
turales. Pero  desde  el  momento  en  que  el  Es- 
tado es  fabricante,  la  industria  nacional  es  un 
ramo  de  la  Administración,  como  Correos,  Be- 
neficencia ó  Establecimientos  penales,  y  ten- 
drá la  misma  inferioridad  ó  superioridad  que 
estos  ramos  tengan  en  unos  países  respecto  de 
otros.  Supon  los  productos  de  España  tan  in- 
feriores á  los  de  los  Estados  Unidos,  como  lo 
son  nuestros  presidios  respecto  á  sus  peniten- 
ciarías, y  figúrate  si  será  posible  evitar  el 
contrabando,  aunque  la  mitad  de  los  españoles 
reciban  la  misión  de  impedir  que  la  otra  mi- 
tad, infringiendo  la  ley,  compre  bueno  y  barato, 
lo  que  legalmente  deben  comprar  malo  y  caro. 


CARTAS   A   UN    OBRKRO  157 


Insisto  sobre  esto,  porque  si,  lo  que  es  impo- 
sible, el  Estado  llegara  á  ser  el  único  produc- 
tor, el  contrabando  bastaría  para  hacer  impo- 
sible semejante  sistema;  la  competencia  supri- 
mida dentro  del  país  vendría  de  afuera,  con 
tales  ventajas  para  los  competidores,  que  es- 
ta sola  causa  bastaría  para  arruinar  aquel  ar- 
tificial mecanismo.  Cuando  organizas  tu  casa, 
tu  pueblo  ó  tu  país,  y  la  base  de  esta  organi- 
zación es  la  no  existencia  de  un  elemento  cual- 
quiera, si  este  elemento  aparece,  es  segura  la 
ruina  de  todo  lo  que  para  existir  necesitaba 
suprimirle.  El  socialismo  suprime  la  compe- 
tencia, y  como  la  competencia  no  puede  su- 
primirse, él  sería  el  suprimido. 

Digo  sería,  porque  no  será.  No  es  posi- 
ble que  pase  de  las  inteligencias  extraviadas  á 
la  práctica  una  cosa  tan  impracticable.  ¡  El  Es- 
tado, único  fabricante,  único  productor,  único 
l^-opietario  !  ¿Quién  es  el  Estado?  vSin  entrar  en 
consideraciones  que  estarían  aquí  fuera  de  su 
lugar,  te  diré  que  la  idea  del  Estado  está  re- 
presentada, y  funciona  convertida  en  hechos, 
por  medio  de  hombres  con  vicios,  pasiones  y 
defectos.  Necesitaban  ser  dioses  y  hacer  mila- 
gros á  todas  horas,  no  digo  para  llevar  á  cabo, 
sino  para  dar  realidad  por  un  momento  al 
sueño  de  los  socialistas.  Ya  sabes,  Juan,  lo  que 
ha  pasado  cuando  el  Estado  se  ha  metido  á 
industrial.  Se  gastaba  mucho,  se  producía 
poco,  se  vendía  mal,  y  había  fraude,  descui- 
do é  ignorancia  en  todo  y  para  todo.  No  ig- 
noras que  para  la   empresa  más  pequeña  es 


1 58         OHUAS    DK    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


necesario  que  el  amo  esté  encima,  y  si  no, 
se  arruina.  ¿Cómo  no  se  arruinaría  la  gigan- 
tesca empresa  de  una  industria  nacional,  la 
fabulosa  de  todas  las  industrias,  de  todos  los 
comercios,  sin  más  vigilancia  que  la  oficial, 
sin  más  interés  que  el  que  inspira  el  bien  pú- 
blico, las  fábricas  convertidas  en  oficinas,  y  los 
operarios  en  empleados? 

Ya  ves  que  vamos  de  imposible  en  imposi- 
ble. No  puede  ser  que  el  sentimiento  de  la 
realidad  y  de  la  justicia  llegue  á  obscurecerse 
tan  completamente,  que  se  suprima  la  pro- 
piedad individual  vque  se  prive  á  cada  uno  de 
lo  que  le  pertenece,  convirtiendo  los  bienes  de 
los  ciudadanos  en  bienes  nacionales.  De  la 
])ropiedad  hablaremos  más  largamente  otro 
día,  porque  no  es  cosa  para  tratada  por  inci- 
dencia. 

Si  esto  fuera  hacedero,  no  puede  ser  que  el 
Estado  fuese  el  único  fabricante,  comerciante 
y  agricultor. 

Si  llegara  á  serlo,  no  puede  ser  que  su- 
primiese la  competencia  que  le  harían  otros 
países  y  el  contrabando,  que  penetraría  por 
todos  los  poros  del  interés  individual  y  arruina- 
ría el  edificio  construido  sobre  el  monopolio. 

vSi  tal  edificio  se  mantuviera  en  pie,  no 
puede  ser  que  un  pueblo  se  resignase  á  la 
pobreza,  consecuencia  del  poco  trabajo  mal 
dirigido,  y  cuyos  productos  son  mal  aprove- 
chados. 

Si  la  pobreza  se  resignase,  no  puede  ser  que 
renunciara  á  su  albedrío,  y  fundido  en  la  co- 


CARTAS   A    l^N    OBRKKO  I  59 


lectividad,  desapareciendo  en  ella,  y  bajo  la 
maza  de  la  dictadura  económica,  tuviera  que 
seguir  ligado  la  senda  que  se  le  marcaba,  en 
vez  de  lanzarse  libremente  por  las  vías  abier- 
tas á  su  genio  emprendedor. 

Si  á  semejante  aniquilamiento  de  la  indivi- 
dualidad se  llegara,  no  puede  ser  qué  el  hom- 
bre, así  cohibido,  así  encadenado,  así  mutila- 
do, fuese  apto  para  nada  grande,  bello,  ni 
bueno. 

Si  fuera  dado  que  sin  nada  grande,  bello, 
ni  bueno,  es  decir,  volviendo  á  la  barbarie, 
existiese  un  pueblo  que  ha  sido  civilizado,  no 
puede  ser  que  los  escasos  productos  de  su  mal 
dirigido  y  estéril  trabajo  se  repartieran  con 
un  asomo  de  equidad  y  de  justicia.  Porque 
¿quién  había  de  mirar  con  bastante  inteligen- 
cia, con  bastante  interés  y  bastante  de  cerca 
al  operario,  para  saber  cuánto  valía  su  obra? 

Esta  serie  de  imposibilidades,  que  cuando  se 
quieren  realizar  se  llam.an  absurdos,  es  lo  que 
te  quieren  dar  como  remedio  á  tus  males.  Y 
cuenta,  Juan,  con  que  no  te  he  hablado  más 
que  de  las  cosas  palpables,  materiales,  sin  en- 
trar en  otro  orden  de  ideas  que  no  serían  tan  fa- 
miliares para  ti,  y  porque  no  es  necesario, 
cuando  una  cosa  no  puede  ser  por  una  buena 
razón,  enumerar  todas  las  restantes. 

Tú  no  habías  sospechado  que  socialismo  es 
convertirse  el  Gobierno  en  fabricante  de  fósfo- 
ros y  de  zapatos,  etc.,  en  vendedor  de  pan  y 
de  carne,  en  comerciante  de  sedas  y  de  hierro; 
ni   que   los   socialistas   quieren   establecer   un 


1 6o         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


despotismo  de  que  no  pueden  dar  idea  ni  los 
monarcas  de  Oriente.  Esto,  sin  embargo,  es 
la  verdad,  porque  si  el  Estado  es  el  único  pro- 
pietario, el  único  capitalista,  será  el  único  pro- 
ductor. 

¿Por  qué  mecanismo  se  llegaría  á  la  prác- 
tica de  esta  teoría?  No  nos  lo  han  dicho.  Los 
grandes  reformadores  desdeñan  los  detalles,  y 
no  obstante,  serían  precisos  de  todo  punto  si 
se  tratara  de  plantear  el  sistema.  Un  ensayo 
vergonzante  se  hizo  en  los  talleres  nacionales 
de  París  el  año  de  1848.  Digo  vergonzante, 
porque  no  expropió  el  Estado  á  los  franceses, 
ni  aun  á  los  ciudadanos  de  París,  para  erigirse 
en  propietario  único,  y  para  que  no  se  traba- 
jase en  Francia  más  que  por  su  cuenta.  De 
los  fondos  públicos  se  aplicó  una  buena  parte 
á  establecer  los  talleres  nacionales;  la  imposi- 
bilidad material  de  sostenerlos  hizo  que  se  ce- 
rrasen, y  cien  mil  obreros,  hambrientos  é  irrita- 
dos, organizaron  aquella  terrible  rebelión,  que 
con  propiedad  se  llamó  del  hambre.  Al  desper- 
tar de  los  sueños  del  socialismo,  los  pobres 
obreros  hallaron  la  metralla,  la  deportación  y 
la  miseria.  Llevada  la  cuestión  al  terreno  de 
la  fuerza,  con  la  fuerza  fué  preciso  responder, 
y  ya  se  sabe  la  moderación  con  que  usa  siem- 
pre de  sus  triunfos.  El  del  orden  llevó  la  muer- 
te y  la  miseria  donde  los  soñadores  de  ventu- 
ras habían  llevado  la  mentira.  Los  soldados 
del  socialismo  cayeron,  los  capitanes  protes- 
taion  desde  tierra  extranjera,  asegurando  que 
los  talleres  nacionales  habían  sido  prematuros 


CARTAS   A   UN   OBRERO  i6l 


y  contra  lo  que  ellos  habían  aconsejado,  etcé- 
tera, etc. 

Yo  no  atribuyo  nunca  á  los  hechos  más  im- 
portancia déla  que  tienen:  aislados,  no  quitan 
ni  dan  la  razón  á  nadie;  pero  cuando  no  lo  es- 
tán, cuando,  por  el  contrario,  se  enlazan  con 
antecedentes  y  teorías,  y  las  reflejan,  entonces 
tienen  su  importancia:  por  eso  te  he  citado 
por  segunda  vez  los  talleres  nacionales  de 
París. 

De  tal  teoría,  tal  práctica,  Juan.  El  error 
en  acción  se  llama  injusticia  y  desventura.  El 
remedio  de  tus  males  no  está  en  el  socialismo 
sino  en  la  asociación,  de  que  trataremos  otro 
día. 


eiVi)  ¿As  eAs  Jka  e^Va  "jks  i^^Vs  »J|  j)  aAs  ¿^  3A9  eAs  e^j^  eÁg  eJ^s  eA» 
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CARTA   DECIMOCUARTA 


De  la  asociación. 

Apreciable  Juan:  Vamos  á  tratar  hoy  de  la 
asociación,  es  decir,  de  la  cosa  más  importante 
de  cuantas  podemos  analizar  y  discutir,  al 
procurar  que  el  hombre  dé  á  sus  esfuerzos  la 
dirección  más  conveniente  para  utilizarlos  me- 
jor. Cuando  digo  esfuerzos,  cuenta  con  que  no 
hablo  de  los  físicos  solamente. 

El  hombre  puede  asociarse,  y  se  asocia,  pa- 
ra superar  una  dificultad  material,  y  para 
hacer  triunfar  una  idea;  para  despachar  me- 
jor sus  productos,  ó  para  adquirir  con  más 
ventaja  los  que  necesita;  para  vencer  un  obs- 
táculo, y  para  resistir  un  impulso;  para  for- 
talecer su  abnegación,  ó  para  reformar  su 
egoísmo;  y  en  fin,  para  el  bien  ó  para  el  mal. 

Ante  todo,  es  preciso  que  te  fonnes  una 
idea  clara,  que  probablemente  no  tendrás,  de 
lo  que  es  asociación:  la  confusión  en  esta  ma- 
teria, trae  consecuencias  más  fatales  de  lo  que 
imaginas. 

Habrás  oído  decir  y  repetir,  que  la  sociedad 


1 64         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


es  una  gran  asociación  de  seguros  mutuos,  lo 
cual  es  un  error  que  conviene  mucho  desva- 
necer. 

La  asociación  verdadera,  fecunda,  la  que 
puede  utilizar  mejor  los  esfuerzos  del  hom- 
bre, á  la  que  se  piden  y  de  la  que  se  esperan 
grandes  resultados,  necesita  estas  cuatro  con- 
diciones: 

Libertad. 

Facultad   de   adiüitir   ó   rechazar   asociados. 

Crganización. 

Unidad  de  objeto. 

Sirvámonos  de  un  ejemplo. 

Priviero.  Eres  oficial  de  zapatero;  crees  que 
el  maestro  te  explota,  y  determinas  asociarte 
con  otros  para  poner  un  taller  por  vuestra 
cuenta,  y  repartiros  las  ganancias  íntegras.  Ya 
comprendes  que  lo  primero  que  necesitas  es  //- 
bertad,  porque  si  tus  compañeros  te  cogen  por 
fuerza,  y  por  fuerza  te  obligan  á  tomar  un 
salario,  ó  te  privan  de  él,  ó  tú  haces  lo  mismo 
con  ellos  por  medios  violentos,  en  vez  de  aso- 
ciación hay  esclavitud.  Kl  esclavo,  en  efecto, 
trabaja  por  fuerza,  y  por  fuerza  acepta  las 
condiciones  que  le  imponen:  la  primera  de  to- 
da asociación,  es  la  libertad;  esto,  Juan,  me 
parece  evidente:  te  asocias  porque  crees  que 
te  conviene;  tu  determinación  es  libre;  si  no 
lo  fuere,  te  lo  repito,  de  asociado  te  converti- 
rías en  esclavo. 

Segundo.  Una  vez  asociado  libremente  con 
tus  compañeros  para  trabajar  del  modo  que 
sea  más  ventajoso,   fijáis  las  condiciones  que 


Cartas  á  un  obrero  165 


han  de  tener  los  que  lian  de  formar  parte  de 
vuestra  asociación,  porque  tratando  de  hacer 
mesas,  puertas  ó  armarios,  no  podéis  admitir 
á  los  curtidores  ó  picapedreros;  tienen  que  sa- 
ber vuestro  oficio,  y  además  tienen  que  que- 
rer trabajar  en  él,  según  lo  determinéis,  por- 
que si  unos  asociados  se  \'an  á  paseo  ó  á  la 
taberna  á  las  horas  en  que  los  otros  trabajan, 
la  holgazanería  explotará  la  laboriosidad,  y  el 
objeto  de  la  asociación  será  imposible.  La  se- 
gunda condición  es  tan  indispensable  como  la 
primera:  es  necesaria  la  facultad  de  cerrar  las 
puertas  del  taller  á  los  que  no  saben  ó  no 
quieren  trabajar. 

Tercero.  Para  declarar  los  que  son  ó  no 
aptos,  los  que  son  ó  no  holgazanes;  para  re- 
tribuir á  cada  uno  según  la  calidad  y  cantidad 
de  su  obra;  para  comprar  las  primeras  mate- 
rias, procurar  y  realizar  las  ventas,  dirigir  la 
fabricación,  llevar  las  cuentas,  etc.,  etc.,  pre- 
ciso es  que  se  establezcan  reglas;  que  se  nom- 
bren las  personas  que  han  de  encargarse  de 
las  diversas  ocupaciones;  que  ordenadamente 
se  desempeñen  los  diferentes  trabajos;  en  fin, 
que  haya  organización.  Si  nadie  quiere  encar- 
garse de  las  cuentas,  ó  si  quieren  echarlas  to- 
dos; si  nadie  quiere  hacer  las  compras,  ó  si 
todos  quieren  comprar;  si  alternan,  en  fin, 
caprichosamente,  de  modo  que  ninguno  sea 
inteligente  en  nada,  ni  responsable  de  cosa 
alguna,  el  taller,  imagen  del  caos,  no  podrá 
prosperar,  ni  instalarse  siquiera. 

Cuarto.   Los  asociados  se  han   de  proponer 


1 66         OBKAS   DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAt 


el  mismo  objeto;  porque  si  unos  quieren  ha- 
cer obras  de  carpintería,  otros  efectos  milita- 
res; ésos  forman  una  cofradía  para  celebrar 
con  pompa  una  función  religiosa,  aquéllos 
arman  un  motín  para  intimidar  á  los  capi- 
talistas, no  habrá  acuerdo,  ni  armonía;  cada 
uno  querrá  arrastrar  á  los  otros  en  la  dirección 
que  lleva;  hallará  en  vez  de  auxiliares,  resisten- 
cias; y  las  fuerzas,  en  vez  de  multiplicarse,  se 
restarán,  si  acaso  no  se  destruyen  del  todo. 

Siendo,  pues,  las  cuatro  circunstancias  di- 
chas, indispensables  para  toda  asociación  que 
merezca  este  nombre,  podemos  definirla  de  es- 
te modo. 

Asociación:  Reunión  libre  de  esfuerzos  or- 
denados, entre  personas  que  mutuamente  se 
aceptan  y  que  se  proponen  el  mismo  objeto. 

Si  esta  definición  es  exacta,  la  sociedad  es- 
tá muy  lejos  de  ser  una  asociación,  como  te 
han  dicho. 

La  reunión  no  es  libre:  ni  tú,  ni  yo,  ni  nin- 
gún español,  hemos  tenido  libertad  para  no 
nacer  en  España.  Nos  encontramos,  pues, 
forzosamente  asociados  con  muchos  millones 
de  personas  que  no  piensan,  ni  sienten,  ni 
obran  como  nosotros,  y  tenemos  que  sufrir 
las  consecuencias  de  ideas  y  acciones  que  no 
son  las  nuestras.  El  hombre  laborioso  y  probo 
que  nace  en  un  país  en  que  estas  virtudes  son 
raras,  padece  por  el  resultado  de  los  vicios 
opuestos.  Se  dirá  que  puede  emigrar;  pero  es- 
ta posibilidad,  que  para  un  individuo  será  tal 
vez  cierta,  para  la  masa  total  es  ilusoria,  y 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  167 


aunque  no  lo  fuera,  á  la  nueva  patria  que 
eligiese  llevaría,  de  aquella  en  que  ha  nacido, 
hábitos,  ideas,  disposiciones,  tal  vez  una  orga- 
nización de  que  no  se  puede  desprender,  y  que 
influye  poderosamente  en  toda  la  vida.  En 
la  sociedad,  pues,  la  asociación  no  es  libre. 

Tampoco  se  establece  entre  personas  que 
se  aceptan  mutuamente.  El  holgazán,  el  vi- 
cioso, el  criminal,  la  prostituta,  forman  par- 
te de  la  sociedad,  influyen  en  ella,  la  extra- 
vían, la  envenenan,  la  ensangrientan;  no  hay 
medio  de  eliminarlos,  y  aun  cuando  su  com- 
pañía no  se  acepte,  su  influencia  se  sufre. 

El  objeto  de  los  que  viven  en  sociedad  no 
es  el  mismo.  Uno  se  propone  hacer  puertas  pa- 
ra dar  seguridad,  otro  buscar  medios  de  abrir- 
las para  que  nadie  esté  seguro.  Uno  estudia 
para  neutralizar  los  efectos  del  veneno,  otro 
para  envenenar.  Uno  trata  de  dar  garantías 
para  que  la  moneda  sea  de  buena  ley,  otro 
fabrica  moneda  falsa.  Uno  escribe  un  libro 
para  elevar  el  espíritu,  otro  publica  una  obra 
que  le  degrada.  Uno  medita  leyes  sabias,  otro 
calcula  como  las  infringirá  impunemente.  Uno 
se  esfuerza  en  despertar  los  nobles  sentimien- 
tos, otro  se  ingenia  para  explotar  los  malos. 
Uno  arriesga  la  vida  para  salvar  al  que  está 
en  peligro,  otro  mata  por  robar.  Uno  muere 
en  el  altar  del  sacrificio,  otro  de  las  conse- 
cuencias de  la  orgía.  Uno  lo  refiere  todo  así 
mismo,  otro  no  vive  sino  en  los  demás  y  para 
los  demás.  La  circunstancia  indispensable  de 
proponerse  el  mismo  objeto  está,  pues,  muy 


1 68        OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   AREN  AI, 


lejos  de  llenarse  por  los  individuos  que  com- 
ponen la  sociedad,  como  sería  necesario  para 
que  ésta  fuera  una  asociación. 

Hay  más.  Aun  los  que  se  proponen  el  mis- 
mo objeto,  varían  tanto  en  los  medios  de 
realizarle,  que  á  veces  se  hacen  guerra,  y 
encarnizada,  sobre  cuáles  deben  adoptarse  ó 
excluirse. 

No  es  esto  decir  que  todo  en  la  sociedad 
sea  hostilidad  y  antagonismo,  y  que  nadie  se 
proponga  igual  fin  y  por  idénticos  medios;  no. 
Si  tal  sucediese,  la  sociedad  sería  imposible; 
su  existencia  depende  de  sus  elementos  armó- 
nicos, de  sus  movimientos  encaminados  al 
mismo  objeto;  sus  males  resultan  del  des- 
acuerdo y  la  falta  de  armonía,  que  produce  la 
perturbación  en  la  región  de  las  ideas  y  la 
pérdida  de  fuerza  en  el  orden  material.  Nos 
serviremos  de  un  ejemplo  para  comprenderlo 
mejor. 

Hay  r.n  criminal,  un  ladrón.  Da  mal  ejem- 
plo á  todos  los  que  conocen  su  perversidad; 
aflige  á  todos  sus  parientes  que  no  participan 
de  ella;  arrastra  por  su  mal  camino  á  sus  cóm- 
plices; hace  vacilar  y  perturba  las  conciencias 
poco  firmes;  agita  los  ánimos  por  el  terror  que 
inspira.  Esto  en  el  orden  moral.  En  el  mate- 
rial: aumento  de  gastos  para  dar  seguridad 
á  las  viviendas,  para  sostener  cárceles,  presi- 
dios, tribunales  y  Guardia  civil.  De  manera, 
que  el  hombre  que  se  propone  un  fin  culpa- 
ble, antisocial,  no  sólo  no  contribuye  con  su 
trabajo  común,  sino  que  obliga  á  distraer  una 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  1 69 


parte  de  la  fuerza  social  para  contenerle.  El 
ladrón,  y  el  guardia  civil  que  le  persigue,  en 
vez  de  ser  cuatro  brazos  que  trabajan  para  el 
fondo  común,  se  emplean  en  combatirse;  y 
á  todo  lo  que  se  aspira,  y  que  se  consigue  rara 
vez,  es  á  que  sus  fuerzas  se  neutralicen,  á  que  el 
uno  contenga  al  otro  de  modo  que  no  haga  daño. 

Supon  que  hay  en  la  obra  social  cien  ope- 
rarios; cinco  se  separan  de  ella  para  robar;  hay 
que  separar  á  otros  cinco  que  contengan  á  los 
ladrones;  total,  diez  hombres  menos  que  tra- 
bajen, y  un  décimo  de  disminucióf^en  el  pro- 
ducto, con  un  aumento  en  el  gasto,  porque 
el  hombre  de  combate  cuesta  más  que  el  hom- 
bre de  trabajo. 

En  los  que  se  separan  de  los  fines  sociales 
por  otros  caminos,  el  daño  podrá  ser  menos 
palpable  que  el  causado  por  el  ladrón,  pero 
no  menos  cierto,  y  es  m_ucho  más  general. 
Toda  mala  acción  necesita  una  cantidad  de 
fuerza  para  combatirla,  ó  si  se  le  deja  sin  co- 
rrectivo, produce  un  estrago  proporcionado  á 
su  malicia.  La  sociedad  está  llena  de  engaña- 
dores de  todas  clases  y  categorías,  desde  el 
orador  que  te  miente  para  conquistar  poder  ó 
po])ularidad,  hasta  la  mujer  que  te  engaña 
vendiendo  piñones  ó  naranjas  para  sacar  dos 
cuartos  más.  En  todas  las  profesiones  y  en 
todos  los  oficios  hay  hombres  dispuestos  á  no 
reparar  en  medios  para  conseguir  su  fin,  que 
es  medrar;  y  para  que  no  te  engañen,  tienes 
que  emplear  cierta  cantidad  de  fuerza,  y  si 
te  han  engañado,  has  perdido  cierta  cantidad 


Í70      OBRAS  na  doña  concepciók  arenal 


de  trabajo.  Aun  en  las  acciones  no  castigadas 
por  la  ley  ni  calificadas  por  la  mayor  parte  de 
las  gentes  como  moralmente  malas,  la  falta 
de  buena  fe,  y  por  consiguiente  de  armonia, 
da  por  resultado  la  destrucción  de  fuerzas 
que  debían  ir  íntegras  al  fondo  común.  Vas 
á  comprar  un  objeto  cualquiera,  y  para  que 
no  te  engañen  tienes  que  andar  muchas  tien- 
das, á  fin  de  ponerte  al  corriente  de  los  pre- 
cios, y  regatear,  y  marcharte,  y  volver.  Tú 
pierdes  trabajo  al  comprar,  y  el  que  vende 
al  vender,  porque  los  muchos  que  entran  y 
salen  sin  llevar  nada  y  se  detienen  regateando, 
hacen  necesario  mayor  número  de  depen- 
dientes. 

Verás,  pues,  á  poco  qvie  observes,  que  la 
sociedad  se  compone  de  armonías  y  desacuer- 
dos; que  tienen  dos  corrientes,  una  que  va 
en  el  mismo  sentido,  y  otra  que  se  le  opone, 
retarda  y  á  veces  trastorna  su  marcha.  En  ti 
mismo  puedes  observar  que  en  tus  negocios, 
en  tu  trabajo,  en  tus  goces,  en  tus  desgra- 
cias, en  tu  vida,  en  fin,  hallas  auxilios  y  obs- 
táculos, que  no  vienen  de  las  cosas,  sino  de 
los  hombres;  te  ves  favorecido  en  tus  movi- 
mientos, ó  contrariado  en  ellos;  hallas  compa- 
ñeros por  tu  camino,  ó  gente  que  te  sale  al 
paso  y  lo  dificulta.  Repito  que  la  suma  de  los 
que  favorecen  tus  movimientos  es  mayor  que 
la  de  los  que  á  ellos  se  oponen;  de  otro  modo, 
no  podrías  marchar,  ni  la  sociedad,  que  se 
compone  de  individualidades  como  tú,  tam- 
poco; pero,   puesto  que  no  todos  reúnen  vo- 


CARTAS   A   UN   OBkBRO  I-íí 


luntariamente  sus  esfuerzos  y  los  emplean  or- 
denadamente para  conseguir  el  mismo  fin,  ni 
pueden  excluir  á  los  que  no  les  convengan, 
la  sociedad  no  es  una  asociación,  ni  los  con- 
ciudadanos son  consocios. 

El  ideal  de  la  sociedad  sería  que  fuese  aso- 
ciación; y  ya  que  llegar  á  él  no  sea  dado,  de- 
bemos trabajar  para  aproximarnos  cuanto  sea 
dado,  multiplicando  las  asociaciones,  de  mo- 
do que  queden  fuera  de  eUas  el  menor  núme- 
ro de  ciudadanos  posible.  La  sociedad  más 
perfecta  es  aquella  en  que  más  hombres  li- 
bremente se  armonizan  para  el  bien,  y  armó- 
nicamente marchan;  la  sociedad  más  defectuo- 
sa es  aquella  en  que  más  hombres  marchan 
en  diferente  sentido,  haciendo  prevalecer  su 
individualidad  egoísta  é  indiferente,  poniéndo- 
se en  desacuerdo  con  los  demás,  sirviendo  de 
obstáculo  donde  quiera,  y  hallándolos  en  todas 
partes. 

Los  resultados  de  la  asociación  no  son  úni- 
camente económicos,  materiales,  como  has 
creído;  sus  principales  ventajas  son  morales,  y 
producen  armonías  del  espíritu,  las  que  pa- 
recían nada  más  que  combinaciones  del  in- 
terés. 

Eres  propietario  de  una  casa;  no  hay  segu- 
ros contra  incendios;  tu  interés  está  en  que 
Sj  quemen  muchas  casas,  porque  escaseando 
las  habitaciones,  valdrá  más  la  tuya:  y  como 
en  la  mayoría  de  los  hombres,  la  corriente  del 
mterés  es  m.uy  fuerte,  sino  eres  bastante  malo 
para  pegar  fuego  á  los  edificios  que  te  hacen 


172         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


competencia,  no  serás  tampoco  bastante  bueno 
para  sentir  que  ardan,  citando  en  ello  está  tu 
provecho;  y  he  aquí  tu  moralidad  constante- 
mente socavada  por  tu  interés,  y  tú  en  hosti- 
lidad con  todos  los  propietarios,  y  deseando  su 
mal,  que  es  tu  bien. 

Pero  viene  la  asociación;  formáis  una  com- 
pañía de  seguros  mutuos:  si  arde  tu  casa,  to- 
dos contribuyen  á  reedificarla;  si  se  quema  la 
del  vecino,  das  tu  parte  para  que  se  levante: 
todos  estáis  interesados  en  el  bien  de  todos,  na- 
die hay  que  no  sufra  del  daño  de  cada  uno,  y 
por  consiguiente  sin  heroicidad,  sin  esfuerzo, 
por  el  propio  interés,  nadie  desea  ni  se  alegra 
del  mal  de  otro. 

Eres  armador,  tienes  un  buque,  y  le  desti- 
nas á  traer  canela  de  Ceilán.  Estás  interesado 
en  que  naufraguen  todos  los  que  hacen  igual 
comercio,  para  vender  tus  mercancías  á  su- 
bidísimo precio.  Es  horroroso,  pero  es  posi- 
ble que  te  alegres  de  las  catástrofes  que,  de- 
jando á  muchas  madres  sin  hijos  y  á  muchos 
hijos  sin  padre,   aumentan  tu  peculio. 

Llega  la  asociación  de  seguros  marítimos; 
tienes  que  contribuir  á  indemnizar  el  valor 
de  cada  buque  que  se  pierde;  estás  interesado 
en  que  todos  lleguen  á  puerto  seguro,  y  cuan- 
do alguno  perece,  acompañas  sinceramente  en 
su  dolor  á  las  familias  de  los  que  han  perecido. 

Eres  oficial  de  carpintero;  estás  interesado 
en  que  enfermen  los  de  tu  mismo  oficio;  cuan- 
tos menos  seáis,  os  pagarán  mejor;  si  sois 
muy  pocos,   dispondréis  la  ley. 


CARTAS  Á   UN    OBRKRO  I  73 


Se  organiza  una  asociación  para  auxiliaros 
mutuamente  en  caso  de  enfermedad;  todos  ga- 
náis con  la  salud  de  todos;  sientes  el  mal  de 
tus  compañeros  cuando  están  enfermos,  y  te 
alegras  cuando  se  restablecen,  como  si  fueras 
su  pariente  y  allegado. 

Ya  ves  que  de  la  organización  de  las  co- 
sas materiales  ha  resultado  una  transforma- 
ción del  egoísmo;  que  la  asociación  de  los  ca- 
pitales y  de  los  esfuerzos  ha  traído  la  de  los 
sentimientos;  que  las  armonías  económicas  son 
armonías  del  alma,  y  que  el  interés  bien  en- 
tendido se  convierte  en  fraternidad .  Estas  no 
son  aspiraciones  vagas,  esperanzas  ilusorias, 
sueños  de  la  imaginación  ó  del  buen  deseo: 
son  realidades  evidentes,  consecuencias  inde- 
fectibles, conclusiones  científicas  y  absoluta- 
mente exactas. 

Cuando  la  gran  mayoría  de  los  hombres  de 
todos  los  países  se  asocien  para  realizar  los 
altos  fines  de  la  vida,  lo  mismo  que  para  pro- 
veer á  las  necesidades  materiales,  la  fraterni- 
dad será  un  hecho. 

Las  compañías  de  seguros  serán  universa- 
les; toda  la  tierra  contribuirá  á  reparar  la  ca- 
lamidad que  aflige  la  comarca  más  remota; 
los  pueblos  tendrán  intereses  armónicos  y  no 
encontrados;  el  mal  hecho  á  los  hombres  de 
cualquiera  región,  repercutirá  en  los  antípo- 
das; el  arte  de  hacer  bien  á  su  país  haciendo 
mal  á  los  otros,  será  una  abominación  im- 
practicable; la  guerra  no  será  posible,  y  la 
palabra  extranjero,  que  quería  decir  enemigo 


174         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAI, 


en  el  mundo  que  pasó,  en  las  sociedades  fu- 
turas significará  consocio,  hermano. 

Este  será  el  resultado  de  la  asociación;  ella 
disminuirá  cuanto  sea  posible  el  número  de 
maldades,  y,  por  consiguiente,  de  dolores; 
ella  transformará  el  globo  que  ha  empezado 
á  transformar  ya.  Los  capitales  de  todo  el 
mundo  han  contribuido  á  perforar  el  istmo  de 
Suez;  las  manos  de  todas  las  naciones  han 
auxiliado  á  los  heridos  de  las  últimas  bata- 
llas, y  llegará  un  día  en  que  el  dolor  de  un 
pueblo  se  Uorará  en  toda  la  tierra.  Tengamos, 
Juan,  esta  bendita  y  razonable  esperanza;  le- 
guémosla á  nuestros  hijos  como  una  divina 
herencia;  no  temamos  que  llamen  sueño  á 
nuestra  convicción,  porque  vendrá  un  día  en 
que  se  realice,  y  un  siglo  que  dirá:  Tenían 
razón  aquellos  perseverantes  soñadores. 


CARTA  DECIMOQUINTA 


Del  prog"reso. 

Aprcciable  Juan:  En  la  carta  anterior  he- 
mos procurado  formarnos  idea  exacta  de  lo 
que  es  la  asociación,  y  hemos  visto  que  la 
sociedad  no  lo  es.  No  puedes  figurarte  los 
males  que  han  venido  de  confundirlas,  y  qué 
de  sueños  se  han  querido  realizar  partiendo 
de  este  error.  Vistas  las  ventajas  de  la  aso- 
ciación, se  han  tomado  en  cuenta  las  que 
pudiéramos  llamar  armonías  sociales,  pres- 
cindiendo de  los  desacuerdos,  y  al  ir  á  po- 
ner en  práctica  aquel  ideal  armónico,  el  edi- 
ficio se  ha  venido  al  suelo,  porque  no  tenía 
por  base  la  verdad.  Cuando  esas  pequeñas 
sociedades  dentro  de  la  sociedad  han  prospe- 
rado, es  cuando  han  sido  asociaciones,  cuan- 
do han  elegido  sus  individuos  y  desechado 
los  que  no  estaban  acordes  con  su  objeto. 
Pero  desde  el  momento  en  que  tienes  que  to- 
mar á  la  humanidad  como  es,  desde  el  mo- 
mento en  que  tu  asociación  tiene  que  recibir 
al  holgazán  y  al  derrochador,  al  \-icioso  y  al 


176         DURAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAl, 


criminal,  al  estafador  y  á  la  prostituta,  la  ar- 
monía no  existe,  los  movimientos  acordes  ce- 
san, los  esfuerzos  obran  en  distinto  sentido, 
la  fuerza  es  necesaria  contra  el  que  ataca  el 
derecho,  y  las  cosas  van  mejor  ó  peor,  pero 
van  siempre  lejos  de  ese  ideal  de  perfección 
armónica  que  te  ofrecen  con  sus  ingeniosas 
combinaciones  los  que  te  engañan  ó  se  enga- 
ñan á  sí  mismos  desconociendo  la  naturaleza 
humana.  Observa  lo  que  pasa  á  tu  alrededor, 
y  sabrás  lo  que  pasa  en  tu  patria  y  en  el 
mundo  todo,  relativamente  á  la  cuestión  que 
nos  ocupa.  Entre  tus  vecinos  y  conocidos  hay 
personas  honradas  y  picaros,  hombres  labo- 
riosos y  holgazanes,  esposas,  madres  ejem- 
plares, y  mujeres  livianas,  grandes  malvados 
y  ejemplos  de  virtud  rara.  ¿Te  parece  que 
hay  constitución  política,  ni  organización  eco- 
nómica que  pueda  hacer  que  naturalmente  se 
pongan  de  acuerdo  elementos  tan  desacordes? 
No  des  oídos,  Juan,  á  ese  charlatanismo  filan- 
trópico y  seudo-científico,  que,  despojado  de 
su  oropel  y  hojarasca,  queda  reducido  á  que 
con  partes  imperfectas  se  puede  hacer  un  to- 
do perfectísimo,  que  el  compuesto  no  partici- 
pa de  la  naturaleza  de  los  componentes,  que 
es  lo  mismo  que  si  te  dijeran  cjue  tres  y  tres 
son  ocho. 

Cuanto  menor  sea  el  número  de  malos  y  me- 
nos maldad  haya  en  ellos,  el  mal  de  la  socie- 
dad será  menor.  ¿Hasta  dónde  podrá  dismi- 
nuirse }  ¡  Quién  lo  sabe  !  Yo  creo  que  mucho, 
porque  creo  en  el  progreso  como  en  una  ley 


CARTAS   A   UN    OBRERO  1 77 


d-i  Dios.  Yo  veo  esta  ley  en  el  universo  todo, 
y  la  siento  en  mi  conciencia,  donde  halla  eco 
aquella  voz  divina  que  nos  ha  dicho:  Sed  per- 
feclos.  No  creas,  Juan,  que  este  siglo  es  peor 
que  los  otros  siglos,  ni  tú  más  perverso  que 
los  hombres  de  las  generaciones  que  te  han 
precedido.  Esta  idea  desconsoladora,  tan  pro- 
pia para  contribuir  al  mal  que  afirma,  es  erró- 
nea; á  la  luz  de  la  razón  me  parece  absurda, 
y  casi  impía  ante  los  resplandores  de  la  fe. 
¿Y  tantos  crímenes?  ¿Y  tantos  horrores? 
¿Y  tantas  abominaciones?  No  olvido  ni  dis- 
minuyo uno  solo,  Juan.  Todos  llegan  en  forma 
de  dolores  á  mi  corazón,  que  siente  su  mag- 
nitud, más  dispuesto  á  exagerarla  que  á  dis- 
minuirla, porque  amo  á  la  humanidad,  por- 
que con  ella  siento  y  con  ella  sufro,  y  por- 
que todas  sus  imperfecciones,  que  son  las 
mías,  vibran  en  mi  afma  como  otras  tantas 
desdichas.  Los  tiempos  son  de  lucha:  tripu- 
lamos un  bajel  donde  se  da  recio  combate. 
El  humo  de  la  pólvora  no  deja  ver  el  cielo; 
los  gritos  de  guerra  y  las  blasfemias  no  dejan 
oír  las  plegarias;  la  brújula  y  el  timón  son 
inútiles;  piloto  y  timonel  han  empuñado  las 
armas  y  se  confunden  con  los  combatientes. 
¿Quién  es  capaz  de  saber  en  aquel  momen- 
to si  el  barco  marcha  ni  á  dónde  va?  Cuando 
lo  recio  del  combate  cese,  cuando  cada  uno 
vuelva  á  su  puesto  y  el  piloto  se  oriente,  verá 
que,  aunque  poco,  algo  ha  marchado  en  la 
dirección  del  puerto.  El  mal  disminuye;  se 
nota  por  muchas  señales;  pero  es  difícil  ver 


178         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


que  baja  la  marea  durante  la  tempestad.  En 
medio  del  combate  estamos,  con  desencade- 
nada tempestad  tenemos  que  luchar;  pero  en 
los  breves  instantes  que  nos  dejan  para  to- 
mar aliento,  volvamcJs  los  ojos  á  la  luz  de 
la  verdad,  que  ninguna  nube  puede  obscure- 
cer completamente,  y  escuchemos  su  voz,  que 
ningún  grito  puede  ahogar.  La  voz  de  la  ver- 
dad es  severa,  pero  no  aterradora;  nos  acusa, 
pero  no  nos  calumnia;  nos  señala  el  peligro, 
pero  no  nos  acobarda;  nos  infunde  temor, 
pero  no  nos  quita  la  esperanza,  que,  como 
ella,  viene  de  Dios.  Ni  nuestro  siglo  es  el 
más  perverso  de  los  siglos,  ni  nuestra  gene- 
ración la  más  perversa  de  las  generaciones; 
las  futuras  le  harán  jvisticia,  y  dirán:  La  épo- 
ca wcí.í  perversa  no  es  la  que  se  agita  y  se 
extravia  buscando  el  bien,  sino  la  que  reposa 
en  el  mal.  Los  rugidos  de  las  olas  embrave- 
cidas aterran  más,  pero  no  son  tan  fatales 
como  las  emanaciones  invisibles,  silenciosas  y 
mortíferas  de  las  aguas  estancadas. 

Seguramente  los  progresos  morales  no  co- 
nesponden  á  los  materiales;  es  menos  dificul- 
toso perforar  las  montañas,  que  desencasti- 
llar los  egoísmos;  las  costas  se  iluminan  me- 
jor que  se  desvanecen  los  errores;  la  palabra 
llega  más  fácilmente  á  las  antípodas,  que  la 
verdad  á  los  obcecados,  y  los  mares  ofrecen 
menos  resistencia  que  las  pasiones.  Un  descu- 
brimiento hecho  en  cualquier  país,  se  aplica 
inmediatamente  á  todos  los  otros.  Lo  mismo 
marcha  la  locomotora  y  funciona  el  telégrafo 


CARTAS   Á   UX    OBRERO  179 


en  España  que  en  Inglaterra,  en  América 
que  en  Asia.  Pero  una  forma  política,  una 
institución  social,  una  idea  benéfica,  realiza- 
da en  un  país,  ¡  qué  de  dificultades,  de  im- 
posibilidades á  veces,  para  realizarse  en  otro, 
y  cómo  lo  que  es  bueno  para  un  pueblo  hace 
mal  al  que  quiere  imitarle  imprudentemente  ! 
La  materia  es  en  todas  partes  la  misma;  el 
hombre  varía,  y  no  se  pueden  importar  las 
virtudes  como  el  material  para  las  vías  fé- 
rreas. El  progreso  de  las  cosas  se  comunica 
inmediatamente,  puede  decirse  que  vuela  sin 
tardanza  por  toda  la  tierra;  el  progreso  de  las 
personas  camina  con  lentitud,  y  cada  pueblo 
se  le  va  asimilando  con  más  ó  menos  trabajo, 
según  sus  disposiciones,  pero  siempre  con 
gran  dificultad.  Hemos  de  convencernos  de 
las  muchas  que  tiene  que  vencer  el  progreso 
en  el  orden  moral,  para  no  extrañar  ni  des- 
animarnos porque  sea  tan  lento.  Para  un  pue- 
IjIo,  lo  mismo  que  para  un  individuo,  es  más 
fácil  hacerse  rico  que  emplear  bien  las  rique- 
zas; ser  sabio  que  ser  santo. 

Conviene,  Juan,  que  nos  detengamos  toda- 
vía un  momento  en  esta  digresión  sobre  el 
progreso  porque  debes  guardar  un  medio  en- 
tre dos  extremos  igualmente  perjudiciales. 
Unos  te  hablan  de  la  perversidad  humana, 
cada  vez  mayor,  y  que  debe  conducirnos  in- 
defectiblemente al  abismo;  otros,  de  la  per- 
fección del  hombre,  que  pintan  como  un  se- 
midiós, y  que  para  convertir  la  tierra  en  un 
paraíso,  no  necesita  más  que  poner  en  prác- 


iSo         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


tica  unas  cuantas  teorías:  los  primeros  pro- 
ducen el  desmayo  del  desaliento  ó  las  orgías 
de  la  desesperación;  los  segundos  llevan  á  la 
rebelión  del  orgullo,  á  las  iras  de  la  soberbia, 
á  los  atentados  del  amor  propio  convertido 
en  pasión  ciega,  y  todos  nos  extravían,  auxi- 
liándose, sin  saberlo  y  sin  quererlo,  en  la  ta- 
rea desdichada  de  apartar  al  hombre  de  la 
verdad  y  mermar  sus  fuerzas  para  la  lucha. 
El  desesperado  de  su  porvenir  y  el  soberbio, 
que  quiere  imponer  su  voluntad  como  ley  al 
presente,  por  distintos  caminos  van  á  caer 
juntos  en  la  sima  de  la  culpa  ó  en  las  angus- 
tias de  la  impotencia. 

No  escuchemos  á  los  que  nos  dicen  todo, 
ni  á  los  que  nos  dicen  nada;  oigamos  la  voz 
de  nuestra  conciencia,  penetremos  en  nos- 
otros mismos,  donde  hallaremos  cosas  malas 
y  cosas  buenas,  á  veces  cosas  viles,  y  á  veces 
cosas  sublimes.  Seamos  humildes  recordando 
lo  bajo  que  hay  en  nosotros;  seamos  dignos 
viendo  lo  que  en  nosotros  hay  elevado.  Este 
conocimiento  de  nosotros  mismos  hará  que  no 
nos  desvanezcamos  con  esperanzas  locas,  ni 
nos  desalentemos  con  terrores  vanos,  y  nos 
dará  la  dignidad  modesta  y  perseverante,  que 
necesita  cada  hombre  para  alcanzar  la  mayor 
suma  posible  de  bien,  y  también  la  hu- 
manidad entera  para  realizar  s\is  altos  des- 
tinos. 

Para  saber  si  la  humanidad  progresa,  te 
harán  largas  relaciones  de  amnento  de  rique- 
za, y  fabulosos  relatos  de  los  istmos  abiertos 


CARTAS   A   UN   OBRERO 


á  la  navegación,  de  las  montañas  perforadas, 
de  la  tierra  que  abre  sus  entrañas,  y  de  los 
mares  que  dicen  al  abismo:  «Deja  pasar  la 
palabra  del  hombre».  Todo  esto  es  grande  y 
bello,  ciertamente,  pero  con  todos  estos  ade- 
lantos podría  no  haber  progreso.  Yo  tengo 
otra  medida  para  apreciarle;  yo  pregunto  á 
los  hombres:  ¿Os  amáis  más  que  vuestros  an- 
tepasados se  amaban?  Si  me  responden  que 
no,  retrógrados  son  ó  estacionarios;  si  me  res- 
ponden que  sí,  han  progresado.  La  obedien- 
cia á  la  ley  de  amor,  esta  es  la  medida  del 
progreso;  las  demás  cosas  no  tienen  más  que 
una  importancia  secundaria. 

Partiendo  de  esta  verdad,  que  es  para  mí 
evidente,  leo  la.  historia,  veo  que  los  hombres 
S2  aman  más  cada  vez,  y  concluyo  de  aquí 
que  la  humanidad  progresa.  «¿Y  la  guerra? 
dicen  los  que  lo  niegan.  ¿Cuándo  se  ha  visto 
una  mortandad  tan  horrible  como  la  guerra 
franco-prusiana?  ¿No  es  esto  retroceder  á  la 
barbarie?  ¿Dónde  está  el  progreso?» 

Podría  responder  que  la  guerra  es  un  he- 
cho social,  que  tiene  su  valor,  pero  no  único 
ni  absoluto;  que  una  sociedad,  como,  un  hom- 
bre, no  se  puede  juzgar  por  una  acción,  sino 
por  el  conjunto  de  todas  las  de  la  vida;  y  que 
para  pesar  los  merecimientos  del  mundo  mo- 
derno, si  en  un  lado  de  la  balanza  se  pone 
el  crimen  de  la  guerra,  del  otro  deben  echar- 
se las  virtudes  de  la  paz.  Pero  no  quiero  usar 
de  mi  derecho;  prescindo  de  los  poderosos  ar- 
gumentos que  me  ofrecen  tantas  instituciones 


1 82         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


humanitarias,  tantos  establecimientos  benéfi- 
cos, tantas  legiones  de  criaturas  consagradas 
á  consolar  el  dolor  bajo  todas  sus  formas, 
como  presentan  los  pueblos  modernos,^  y  de 
que  no  tenían  idea  los  antiguos.  Podría  pre- 
guntar á  esa  Edad  INIedia  qué  hacía  de  sus 
niños  expósitos,  de  sus  enfermos,  de  sus  mi- 
serables, de  sus  encarcelados,  de  sus  débiles 
todos,  y  arrojar  la  verdad  de  su  respuesta, 
como  un  argumento  sin  réplica,  al  rostro  de 
los  que  faltan  dos  veces  á  la  justicia,  calum- 
niando á  su  siglo,  y  suponiendo  en  otros  una 
perfección  imaginaria. 

No  quiero  hacer  uso  de  ninguna  de  esta:^ 
legítimas  armas;  acepto  la  guerra  c'omo  si  fue- 
ra el  único  hecho  por  donde  puede  medirse 
la  moralidad  y  el  progreso  de  los  pueblos;  y 
enfrente  de  esas  máquinas  poderosas  de  des- 
trucción, de  esas  nubes  de  fuego  y  de  esos 
campos  cubiertos  en  minutos  de  nuiertos, 
heridos  y  moribundos,  afirmo  el  progreso. 

Ante  todo,   Juan,   es  preciso  no  confundir  | 
la  guerra  con  el  combate.  Es  de  ley  natural 
que  dos  pueblos,  lo  mismo  que  dos  hombres, 
desde   el  momento   que   llegan   á  las   manos, 
hagan  á  su  enemigo  todo  el  daño  necesarioj 
para  impedir  que  él  los  dañe,  que  en  lo  recic 
de  la  refriega  suele  ser  todo  lo  posible.   Lí 
moralidad    de   dos   combatientes,    sus   buenos] 
senthnientos,  han  de  juzgarse  por  lo  que  hai 
hecho  para  evitar  la  lucha;  por  los  móviles  3 
propósitos  que  á  ella  los  conducen;  por  el  use 
que  hacen  de  la  victoria,  y  cómo  tratan  al  ene^ 


CAUTAS    A   UN   OBRERO  lí^ 


migo  vencido:  porque  pretender  que  durante 
la  pelea  no  den  tan  duro  y  tan  recio  como 
puedan,  es  intentar  una  cosa  insensata,  que 
no  podrá  realizarse  mientras  el  hombre  tenga 
el  instinto  de  la  propia  conservación.  Tenien- 
do esto  muy  presente,  prosigamos. 

La  guerra  en  las  sociedades  antiguas,  y  en 
la  Edad  Media,  era  un  estado  permanente; 
en  el  mundo  moderno,  es  un  estado  excep- 
cional. 

La  guerra  en  las  sociedades  antiguas  era  un 
recurso;  en  los  pueblos  modernos  es  una  ca- 
lamidad. 

La  guerra  en  las  sociedades  antiguas  era 
casi  el  único  medio  de  comunicación,  la  única 
manera  de  influir  y  modificarse  mutuamente; 
en  los  pueblos  modernos  interrumpe  las  co- 
municaciones, los  aisla,  ofrece  obstáculos  á 
la  influencia  que  unos  ejercen  sobre  otros. 

La  guerra  en  las  sociedades  antiguas  era 
de  exterminio,  arrasaba  las  ciudades,  inmola- 
ba los  habitantes,  destruía  los  imperios;  la 
guerra  en  los  pueblos  modernos  es  destruc- 
ción, pero  no  exterminio,  deja  en  pié  las  ciu- 
dades y  los  reinos,  y  terminado  el  combate, 
respeta  la  vida  de  los  enemigos. 

La  guerra  en  las  sociedades  antiguas  no  te- 
nía ley  moral  ni  freno,  seguía  las  inspiracio- 
nes de  la  ira  y  de  la  venganza;  la  guerra  en 
los  pueblos  modernos  tiene  leyes,  y  el  honor 
y  la  humanidad  no  levantan  su  voz  en  vano. 

Hoy  los  combates  son  más  sangrientos; 
pero  como  las  campañas  son  más  cortas,   la 


1 84        OBRAS   DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


guerra  hace  menos  víctimas  y  produce  menos 
estragos  materiales. 

Esto  en  el  orden  material;  en  el  moral,  el 
progreso  es  tal,  que  sirve  de  consuelo  al  áni- 
mo, afligido  por  el  espectáculo  de  tantos  ho- 
rrores. El  grito  del  mundo  antiguo  era:  ¡ Ay 
d?  los  vencidos!  El  del  mundo  moderno  es: 
¡Los  enemigos  heridos  son  hermanos!  La 
muerte  del  vencido  era  un  derecho,  el  cauti- 
veiio  una  gracia,  el  rescate  un  privilegio. 
Hoy  se  cura  en  el  mismo  hospital  al  vence- 
dor y  al  vencido;  la  vida  del  prisionero  es 
sagrada;  se  le  cuida  y  se  le  atiende  con  hu- 
manidad; y.  si  en  la  última  guerra  han  sufri- 
do cruelmente,  fué  por  imposibilidad  mate- 
rial, á  causa  de  su  extraordinario  número,  no 
por  falta  de  buen  deseo. 

Hoy,  auxiliar  á  los  enfermos  y  heridos  del 
enemigo  hallados  en  el  campo  de  batalla,  es 
cosa  de  que  no  se  hace  mención,  porque  es 
la  regla.  Mira  cómo  este  mismo  hecho  se  ca- 
lificaba hace  dos  siglos. 

Carlos  V  emprendió  el  sitio  de  Mctz  en 
mala  estación,  y  el  Duque  de  Alba  se  vio 
obligado  á  levantarle  dejando  muchos  enfer- 
mos. Un  testigo  ocular,  Vieilleville,  dice: 
((...los  grandes  desastres  que  vimos  en  el  cam- 
po del  Duque  de  Alba  eran  tan  horribles, 
que  no  había  corazón  que  no  pareciera  que 
iba  á  estallar  de  dolor.  Hallábamos  á  los  sol- 
dados de  diversas  naciones,  como  en  rebaños, 
mortalmentc  enfermos  y  echados  sobre  el  co- 
do; otros  sentados  sobre  grandes  piedras,  con 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  1 85 


las  piernas  metidas  en  el  fango,  heladas  hasta 
las  rodillas,  clamando  misericordia  y  pidien- 
do que  los  acabasen  de  matar.  Entonces  el 
Duque  de  Guisa  ejerció  una  gran  caridad, 
porque  hizo  llevar  más  de  6o  al  hospital  para 
que  fuesen  curados.  A  su  ejemplo,  los  prín- 
cipes y  los  señores  hicieron  lo  mismo,  de  mo- 
do que  se  sacaron  más  de  300  de  esta  horri- 
ble miseria,  pero  á  la  mayor  parte  fué  preci- 
S)  cortarles  las  piernas,  que  estaban  heladas». 

Salignac,  historiador  del  siglo  de  Metz,  al 
referir  el  hecho,  añade:  «Con  esto  el  Duque 
de  Guisa  añadió  á  su  nombre,  ya  muy  grande 
por  otras  acciones,  ésta  tan  humana,  que  in- 
mortalizará  su   MEMORIA.» 

«La  humanidad  de  los  franceses  causó  tal 
asombro  y  resonó  de  tal  modo  por  todas  par- 
tes, que  estando  en  el  sitio  de  Therouanne,  y 
próximos  á  ser  hechos  pedazos  conforme  al 
derecho  de  la  guerra  en  aquellos  tiempos,  les 
ocurrió  gritar  dirigiéndose  á  los  españoles,  sus 
vencedores:  ¡Acordaos  de  la  caballerosidad  de 
Metz!  ¡Buena  guerra,  compañeros!  A  este  gri- 
to, los  caballeros  españoles  que  formaban  la 
cabeza  de  la  columna  de  asalto,  salvaron  á 
los  soldados,  señores  y  caballeros,  sin  hacer- 
les ningún  mal,  y  los  recibieron  todos  á  res- 
cate»   (i). 

Es  decir,  que  inmortalizaba  su  memoria  un 
caudillo  por  un  hecho  que  hoy  es  tan  común, 
que  nadie  hace  mención  de  él.  El  que  recogía 


(1)    Brantome,  Hommes  alustres. 


1 86         OBRAS    DE   DONA   CONCliPClÓN   ARIiN'At 


hace  dos  siglos  á  los  enfermos  abandonados 
en  el  campo  de  batalla  era  un  héroe;  el  que 
no  lo  hace  ahora  es  un  hombre  cruel,  y  se  le 
vitupera,  y  se  clama  contra  la  infracción  de 
los  tratados.  En  memoria  de  una  acción  he- 
roica se  concedía  como  favor  el  rescate,  que 
ya  nadie  tiene  la  imprudencia  de  pedir,  es  de- 
cir, que  se  tenía  como  gracia  lo  que  en  la  épo- 
ca presente  nadie  piensa  en  imponer  como  cas- 
tigo. ¿No  haj^  progreso,  y  progreso  grande, 
aun  rotas  las  hostilidades?  ¿No  hay  más  amor 
entre  los  hombres  aun  en  medio  de  ese  ac- 
ceso de  ciega  ira  que  se  llama  guerra? 

En  la  guerra,  que  antes  era  todo  cólera, 
odio  y  venganza,  hay  ahora  perdón  y  amor 
así  que  cesa  el  combate.  ¿Te  parece  pequeño 
progreso?  Y  ¡cuan  inmenso  y  consolador  es 
el  que  ofrecen  los  pueblos  que  no  toman  parte 
en  la  lucha  !  En  el  mundo  antiguo,  enemigo 
y  extranjero  eran  lo  mismo;  no  había  más 
que  una  palabra  para  expresar  cosas  que  son 
hoy  tan  diferentes;  acabas  de  ver  á  las  nacio- 
nes mandar  sus  hijos  y  sus  tesoros  al  campo 
de  batalla  extranjero.  No  ha  habido  pueblo 
civilizado  que  no  envíe  el  tributo  de  su  amor 
y  las  lágrimas  de  compasión  á  la  lucha  san- 
grienta; apenas  se  han  abierto  las  puertas  de 
París  hambriento,  han  entrado  los  convoyes 
de  comestibles  que  le  envía  Londres;  hay  una 
institución  bendita  que  nació  ayer,  que  ya  es 
grande,  que  en  breve  será  inmensa,  y  que  se 
llama:  La  caridad  en  la  guerra,  es  decir,  el 
amor  enfrente  del  odio,   el  bien  enfrente  del 


CARIAS   Á    rx    OBRÍRO  1 87 


mal.  Es  de  ley  divina  que  cuando  el  mal  y 
el  bien  se  ponen  enfrente,  el  bien  acaba  por 
vencer;  la  caridad  triunfará  de  la  guerra;  lo 
difícil,  lo  que  parecía  imposible,  era  que  en- 
trase en  ella;  pero  habiéndose  abierto  paso 
hasta  las  entrañas  de  la  fiera,  concluirá  por 
encadenarla.  ¿Qué  importa  el  fusil  de  aguja, 
ni  las  ametralladoras?  La  guerra  no  sale  de  los 
parques  ni  de  los  arsenales,  sino  del  corazón 
del  hombre;  y  el  día  en  que  los  pueblos  se 
amen,  las  armas,  perfeccionadas  ó  no,  poco 
importa,  caerán  de  sus  manos. 

Ya  lo  ves,  Juan;  aun  en  la  guerra,  aun  en 
ese  movimiento  de  ira,  que  es  la  ocasión  más 
desfavorable  para  juzgar  á  los  pueblos  como 
á  los  hombres,  aun  en  la  guerra  hay  progre- 
so, porque  hay  aumento  de  amor,  disminu- 
ción de  odio  y  perdón  en  lugar  de  venganza. 

No  calumniar  al  pasado  ni  desesperar  del 
porvenir,  me  parece  un  punto  de  partido  ne- 
cesario para  ver  con  claridad  y  obrar  con  jus- 
ticia en  el  presente;  esta  es  la  razón  porque  he 
insistido  en  afirmar  la  ley  del  progreso  y  en 
recordarte  la  virtud  de  la  esperanza,  que  no 
en  vano  se  ha  puesto  al  lado  de  la  caridad  y 
de  la  fe. 


tMa  eA»  íÁa   ajts  e^-a  tííj  tMs   tífj  eAs  cA»  (Jta  e/P-í  e*i  a^  «^ 


CARTA  DECIMOSEXTA 


Que  mientras  el  obrero  no  eleve  su  nivel  moral 
é  intelectual,  no  se  elevará  para  él  el  social. 

Apreciable  Jnan:  Lejos  está  de  ser  ajena  á 
la  cuestión  que  tratamos  la  digresión  hecha 
en  mi  carta  anterior  sobre  el  progreso,  que 
se  halla  en  las  entrañas  de  nuestro  asunto  co- 
mo lo  está  en  las  de  la  sociedad.  No  es  tran- 
sición violenta  pasar  de  él  á  la  asociación, 
que  es  á  la  vez  su  prueba  más  concluyente  y 
su  instrumento  más  poderoso. 

Ya  te  he  dicho  que  por  regla  general,  y  se- 
gún resulta  de  los  hechos  que  he  podido  ob- 
servar, las  huelgas  no  resuelven  el  problema 
de  la  insuficiencia  de  los  salarios,  como  un 
motín  no  resuelve  nigún  punto  de  derecho. 
Asociarte,  ilustrarte,  moralizarte:  he  aquí  el 
medio,  el  único  medio  de  alcanzar  el  mayor 
fruto  posible  de  tu  trabajo. 

Ya  trataremos  de  las  ventajas  que  puedes 
sacar  de  la  asociación  para  aumentar  tu  jor- 
nal ó  suprimirle,  convirtiéndole  en  ganancia; 
pero  antes  hemos  de  tocar  otros  puntos,  y  tan- 


190         OBRAS    DE    DOÑA    COXCKPCION    ARENAL 


to  más  cuanto  la  asociación  supone  y  nece- 
sita en  los  asociados  cierto  grado  de  inteli- 
gencia y  moralidad. 

Yo  soy  tu  sincera  amiga,  Juan,  y  he  de 
hablarte  la  verdad,  ya  sea  dura,  ya  consola- 
dora; bien  m.e  atraiga  tu  simpatía,  bien  tu 
aversión;  porque  la  verdad  es  siempre  santa, 
siempre  útil,  3^  la  mala  suerte  que  suele  caber 
al  que  la  dice,  no  sirve  de  obstáculo  al  mu- 
cho bien  que  ella  hace.  Escúchame  un  poco 
atento. 

Cuanta  más  diferencia  hay  entre  las  criatu- 
ras, menos  se  aman:  aplastas  un  gusano,  ma- 
tas un  insecto,  sin  sentir  hacia  ellos  el  me- 
npr  movimiento  de  compasión;  matas  un  pe- 
rro ó  un  caballo,  ya  te  da  lástima;  matar  á 
un  hombre,  causa  remordimiento  y  pena  gran- 
de. Si  pudieras  formar  una  escala  graduada 
de  la  simpatía  que  te  inspiran  las  criaturas, 
correspondería  exactamente  á  las  semejanzas 
que  contigo  tienen  desde  el  gusano  hasta  el 
hombre. 

Esta  ley,  si  no  está  bien  estudiada  ni  for- 
mulada claramente,  no  hay  duda  que  está  sen- 
tida, porque  ha  pasado,  al  lenguaje,  y  para 
significar  los  que  nos  inspiran  respeto,  afecto, 
consideración,  decimos  nuestros  semejantes. 
La  SEMEJANZA:  hé  aquí  el  gran  lazo  entre  las 
criaturas,  lazo  tanto  más  estrecho  cuanto  ella 
es  maj^or. 

Los  efectos  de  la  ley  no  se  detienen  al  lle- 
gar á  la  especie  humana.  Si  amas  más  á  un 
animal  cuanto  más  se  parece  al  hombre,  amas 


CARTAS   A   UN   OBRERO  ,  tgi 


también  más  al  hombre  cuanto  más  se  parece 
á  ti.  El  hotentote  no  te  inspira  igual  simpa- 
tía que  el  hombre  de  tu  raza,  y  entre  tus  con- 
ciudadanos sientes  más  afecto  por  los  de  tu 
clase,  por  los  que  se  hallan  en  igual  situación 
que  tú,  en  fin,  por  los  que  tienen  más  seme- 
janza contigo.  En  los  países  en  que  hay  cas- 
tas, es  decir,  agrupaciones  de  hombres  con 
grandes  diferencias  permanentes,  se  aborrecen 
y  se  desprecian  unos  á  otros,  y  puede  decirse 
que  no  se  comunican  más  que  para  la  opre- 
sión, la  explotación  y  la  rebelión. 

A  medida  que  las  castas  desaparecen,  que 
los  hombres  se  aproximan,  que  las  diferen- 
cias disminuyen,  se  atenúan  también  las  iras 
de  los  de  abajo  y  el  desprecio  de  los  de  arri- 
ba, cuya  escala  es  idéntica  á  la  de  las  distan- 
cias. El  señor  feudal  promulga  horribles  le- 
yes cuando  se  trata  del  pechero  y  atropella  la 
justicia  y  la  piedad;  su  honor  depende  de  su 
comportamiento  con  sus  paies;  el  rebaño  vil 
de  sus  vasallos,  ¿tiene  que  ver  con  su  honra 
ni  con  su  virtud? 

La  religión,  la  moral,  el  cultivo  de  la  inte- 
ligencia, modifican  esta  disposición  instintiva; 
pero  el  impulso  natura],  cuyos  efectos  pueden 
atenuarse  pero  no  destruirse,  es  la  armonía 
entre  el  amor  y  la  semejanza.  Cuando  digo 
semejanza,  no  entiendas  identidad.  Hay  dife- 
rencias que  no  excluyen,  antes  favorecen  los 
afectos;  pero  cierta  aproximación  moral,  cierta 
equivalencia  en  las  cualidades,  determina  y 
facilita  las  relaciones  benévolas. 


192         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    AREN  AI, 


Cuando  se  ha  dicho  que  la  aristocracia  no 
tenía  entrañas,  se  ha  señalado  un  efecto  de 
esta  causa,  y  otro  al  afirmar  que  los  pobres 
tienen  mucha  caridad  unos  con  otros. 

L,as  instituciones  que  borran  los  privilegios 
y  dan  iguales  derechos  á  todos  los  ciudada- 
nos, favorecen  seguramente  los  sentimientos 
benévolos  y  humanitarios;  pero  no  hay  que 
confiar  demasiado  en  ellas  ni  hacerse  ilusiones 
sobre  su  eficacia,  porque  la  igualdad  civil  y 
política  promulgada  por  un  Código,  prepara, 
mas  no  realiza  inmediatamente  la  semejanza 
moral  é  intelectual  de  los  ciudadanos.  Aun 
es  posible  que  la  promulgación  de  esta  igual- 
dad exacerbe  por  de  pronto  el  desprecio  y  el 
odio  entre  las  clases  que  debiera  aproximar. 
Los  de  arriba  se  irritan  de  que  se  declaren 
iguales  seres  tan  inferiores,  cuj'a  tendencia  es 
convertir  la  dignidad  del  hecho  en  el  abuso  de 
la  fuerza,  y  cuyo  voto  sin  opinión  se  arroje 
como  un  peso  bruto  en  la  balanza  de  los  des- 
tinos públicos.  Los  de  abajo  se  esasperan  de 
ver  que  la  igualdad  de  derechos  no  cambia 
el  curso  de  los  hechos;  que  nada  influye  en 
su  bienestar;  que  es  como  un  sarcasmo  al 
lado  de  desigualdades  positivas  é  irritantes 
Nada  más  natural  en  el  que  sufre  que  creer 
en  la  facilidad  con  que  su  mal  puede  trocar- 
se en  bien;  nada  más  natural  que  acusar  á 
los  hombres  antes  que  á  las  cosas,  y  conver- 
tir en  odio  una  aspiración  impotente,  una  es- 
peranza desvanecida.  Al  ver  esta  hostilidad 
entre  unos  y  otros,  se  acusa  á  las  leyes  que 


CARTAS   A   UN    OBRERO  1 93 


parecen  haberla  excitado,  se  echan  de  menos 
aquellos  tiempos  de  supuestas  armonías  entre 
la  sumisión  de  los  de  abajo  y  la  bondad  de 
los  de  arriba.  La  sociedad,  Juan,  no  puede 
asentarse  bien  sobre  la  resignación  y  la  gene- 
rosidad, sino  sobre  la  justicia:  á  medida  que 
la  noción  de  ésta  se  generaliza,  los  pueblos 
son  mejores  y  más  dichosos,  porque  la  resig- 
nación y  la  generosidad,  necesarias  en  cierta 
medida,  útiles  como  puntos  de  apoyo,  son  de- 
leznables como  único  cimiento. 

Hemos  de  dedicar  una  carta  á  la  importan- 
te cuestión  de  la  igualdad;  lo  que  hoy  cumple 
á  nuestro  propósito  es  dejar  sentado  que  los 
grados  de  semejanza  miden  los  grados  de  apre- 
cio, de  benevolencia,  de  amor. 

Para  que  te  aprecien  y  te  amen  los  que 
están  colocados  más  arriba  que  tú  en  la  es- 
cala social,  es  necesario  que  te  acerques  á 
ellos  componiendo  tus  maneras,  aseando  tu 
persona,  arreglando  tus  costumbres  é  ilustran- 
do tu  inteligencia.  Siempre  que  el  hombre  es 
despreciable,  se  le  desprecia;  siempre  que  se  le 
desprecia,  se  le  oprime;  y  siempre  que  se  le 
oprime,  se  le  explota. 

La  explotación  se  compone  de  querer  y  po- 
der explotar.  A  medida  que  los  hombres  se 
parecen  más  y  se  aman  más,  disminuye  en 
ellos  la  voluntad  de  hacerse  mal,  porque  au- 
menta el  afecto  que  se  inspiran;  quieren  ex- 
plotarse menos  veces  y  con  menos  afán;  de- 
crece también  la  posibilidad  de  hacerlo,  por- 
que los  grados  de  explotación  se  miden  por  la 

13 


194         OBRAS    DR    DONA    COXCEPCION    ARENAL 


diferencia  que  hay  entre  el  que  explota  3^  el 
explotado.  El  animal  se  explota  sin  ningún 
género  de  consideración;  no  hay  otra  regla 
que  el  interés  ó  el  capricho  de  su  dueño.  El 
esclavo  se  explota  poco  menos  que  el  ani- 
mal; hay,  no  obstante,  alguna  diferencia.  El 
hombre  libre,  aun  grosero,  no  se  explota  3^a 
como  el  esclavo,  y  aunque  haya  quien  com- 
pare y  prefiera  la  escla\'itud  al  proletariado, 
liay  un  mundo  entre  ambas  cosas  y  un  in- 
conmensurable progreso  entre  ser  cosa  y  ser 
hombre,  aunque  sea  hombre  infeliz.  El  origen 
de  todas  las  esclavitudes  está  en  la  perversi- 
dad del  tirano  y  en  la  inferioridad  del  escla- 
vo: sin  la  primera  no  habría  voJiuitad;  sin  la 
segunda  no  habría  posibilidad  de  esclavizar. 
Con  la  explotación  del  hombre  libre,  aunque 
en  menor  escala,  sucede  lo  propio. 

Al  pueblo  se  le  ha  llamado  masa,  y  es  de- 
plorable, Juan,  que  este  nombre  tenga  siquie- 
ra un  asomo  de  propiedad,  y  que  oigas  y  oi- 
gamos todos  sin  horripilarnos  hablar  de  las 
masas.  La  masa  es  una  cosa  pesada,  sin  con- 
ciencia ni  movimiento  propio,  y  terrible  cuan- 
do se  desploma  movida  por  impulso  ajeno.  Es 
necesario  que  el  pueblo  deje  de  ser  masa, 
porque  mientras  lo  sea,  la  manipulará  la  osa- 
día, la  explotará  el  interés,  la  pervertirá  la 
maldad,  la  extraviará  el  error  ó  la  pasión. 
Te  hablan  de  emanciparte  del  capital,  que  es 
como  si  te  dijeran  que  te  emancipases  del  ins- 
trumento con  que  trabajas:  de  lo  que  es  pre- 
ciso que  te  emancipes  es  del  error,  de  la  ig- 


i 


CARTAS   Á   UN   OBRERO 


if5 


norancia,    de   los   vicios,    de   la   inferioridad, 
en  fin,  que  tiene  todo  explotado  respecto  del 
que  le  explota.  El  mal  está  aquí,  y  nada  más 
que  aquí;  distribuye  la  riqueza  como  quieras, 
repártela  como  se  te  antoje,   organiza  la  so- 
ciedad política  y  económicamente  como  te  pa- 
rezca; mientras  haya  una  multitud  ignorante 
y  unos  cuantos  que  sepan,  éstos  la  explotarán. 
¿En  virtud  de  qué  ley  domina  el  hombre 
á   los   animales,    que    son    más    numerosos   y 
más   fuertes   que   él?   Los   domina   porque   es 
más  inteligente,  por  eso  utiliza  su  fuerza,  y 
á  su  voluntad  aumenta  ó  disminuye  su  nú- 
mero.  No  hay  que  rebelarse  contra  esta  ley, 
porque   sobre   impío   sería   inútil,   y   si   fuera 
posible  sustraerse  á  ella,   si  la  dirección  del 
inundo  perteneciese,    no  á   la  mayor  ilustra- 
ción,  sino  al  mayor  número,  la  sociedad  re- 
trogradaría, en  lugar  de  progresar,  y  volvería 
á  la  barbarie,  al  estado  salvaje,  á  la  anima- 
lidad. 

No  hay,  pues,  que  contarse;  esto  es  inútil 
y  alguna  vez  perjudicial,  porque  la  ilusión  del 
número  puede  conducir  al  combate  y  á  la  de- 
rrota; lo  que  es  preciso  es  pesarse;  ver  el  va- 
lor intelectual  y  moral  del  pueblo,  v  á  medi- 
da que  este  valor  suba,  la  explotación  bajará. 

Imagina  un  cambio.  Figúrate  que  la  rique- 
za queda  en  manos  de  los  que  hoy  la  tienen, 
pero  que  la  ilustración  pasa  toda  al  pueblo' 
que  hoy  carece  de  ella:  que  tú  eres  abogado,' 
y  de  tus  vecinos,  el  trapero,  doctor  en  cien- 
cias; teólogo,  el  que  compone  tinajas  y  arte- 


196         OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAI, 


sones;  el  sereno,  astrónomo;  el  albañil,  arqui- 
tecto; el  fabricante  de  chicharras,  músico  emi- 
nente; el  esquilador  de  muías,  médico  afama- 
do; el  que  vende  fósforos  se  halla  muy  ins- 
truido en  todo  lo  relativo  á  la  industria  y  al 
comercio;  el  aguador  es  ingeniero  de  cami- 
nos, etc.,  etc.  Figúrate  en  los  reducidos  cuar- 
tos de  tu  casa  de  vecindad  á  todas  estas  per- 
sonas instruidas,  y  en  las  habitaciones  lujo- 
sas y  en  los  palacios,  á  hombres  sin  instruc- 
ción alguna,  muchos  sin  saber  leer,  la  mayor 
parte  sin  comprender  lo  poco  que  leen,  y  con 
más  errores  que  ideas.  ¿Crees,  Juan,  que  las 
cosas  podrían  continuar  así  mucho  tiempo? 
¿Crees  que  los  instruidos  misera])les  tardarían 
mucho  en  dar  la  ley  á  los  opulentos  ignoran- 
tes? Tu  buen  sentido  te  hará  comprender  que 
no,  y  él  mism-o  debe  decirte  que  tu  mayor 
ilustración  y  tu  mayor  moralidad  son  los  úni- 
cos medios^  de  emanciparte.  Numerosos  son 
los  rebaños,  y  no  son  por  eso  fuertes.  Las 
multitudes  ignorantes  se  asemejan  á  rebaños, 
que  se  conducen  suavemente  ó  á  palos,  según 
son  mansos  ó  se  rebelan.  Esta  verdad  es  dura, 
pero  no  he  tomado  la  pluma  para  decirte 
m.entiras  agradables,  y  ahí  está  la  historia  para 
probar  lo  que  afirmo. 

Donde  todos  son  ignorantes  y  degradados, 
todos  son  rebaño  conducido  por  uno  solo:  es 
el  despotismo  de  Oriente. 

Donde  hay  unos  pocos  que  valen,  todos, 
menos  ellos,  son  rebaño  que  ordeñan  y  es- 
nuilan:  las  aristocracias. 


CARTAS   A    UN    OBRIÍKO  1 97 


Donde  el  número  de  los  inteligentes  aumen- 
ta, disminuye  el  de  los  oprimidos  y  la  dureza 
de  la  opresión,  por  aquella  ley  de  que  te  ha- 
blé al  principio;  los  hombres  se  van  parecien- 
do más  cada  vez  amándose  más,  tratándose 
como  semejantes. 

Se  da  el  caso  de  que  una  persona  que  vale 
menos  explota  á  otra  que  vale  más;  esto  pue- 
de suceder  por  excepción  en  un  individuo, 
pero  no  por  regla  general  en  las  colectivida- 
des; y  aun  en  los  individuos,  esta  injusticia 
es  un  reflejo  y  una  consecuencia  de  la  igno- 
rancia é  inmoralidad  general,  que  no  retribu- 
ye debidamente,  el  mérito,  y  opone  grandes 
obstáculos  á  la  asociación  y  á  los  beneficios 
del  crédito.  Un  editor  ignorante  explota  á  un 
autor  que  sabe  mucho:  esto  consiste  en  que 
la  multitud  aprecia  poco  el  saber,  y  tarda  en 
reconocer  el  mérito.  El  autor  que  gusta,  da  la 
ley  en  lugar  de  recibirla;  y  si  el  mérito  fuera 
moneda  corriente  ó  hipoteca  segura,  el  autor, 
si  no  tenía  fondos,  tendría  crédito;  hallaría 
papel  é  impresión  sin  pagarla  al  contado,  y 
vendería  su  obra  al  público  por  su  justo  pre- 
cio, en  vez  de  dársela  al  mercader  interme- 
dio casi  de  balde.  Aun  en  este  caso  excep- 
cional, la  explotación  es  consecuencia  de  la 
ignorancia  y  falta  de  moralidad,  si  no  del 
productor,  de  los  consumidores  del  producto. 
¿Qué  debes  pensar,  Juan,  de  esa  explotación 
y  de  esa  tiranía  del  capital,  y  de  todos  esos 
males  de  que  te  hablan  como  consecuencia 
de  leyes  viciosas,  y  que  pueden  remediarse  de 


I9S         OBRAS    DE    DOÍ!ÍA    CONClil'CIÓX    AKENAI. 


una  plumada?  Las  cosas  no  pueden  cambiar 
si  no  cambian  los  hombres,  ni  progresar  si 
ellos  permanecen  estacionarios,  ni  mejorase  la 
condición  del  obrero  sino  á  medida  que  valga 
más.  ¿Por  qué  no  eres  tratado  como  escla- 
vo, ni  como  siervo,  ni  como  vasallo?  Porque 
vales  más  que  los  vasallos,  los  siervos  y  los 
esclavos.  ¿Por  qué  no  eres  tratado  como  los 
hombres  instruidos?  Porque  vales  menos  que 
los  que  han  adquirido  una  vasta  instrucción. 
Emanciparse  es  instruirse  y  moralizarse; 
sustraerse  á  la  tiranía  del  capital  es  dejar  de 
ser  esclavo  de  la  ignorancia  y  del  vicio.  Cada 
virtud  que  adquieres,  cada  error  que  rectifi- 
cas, mejora  tu  situación  económica;  consigues 
que  te  paguen  mejor  tu  trabajo,  y  compras 
más  barato  el  de  los  otros. 


I  zjKb  íMs  e/ks  e/ffvS  a*^  s^'.s  avAi»  aAvs  e/¡\3  9>A'>ji  eAs  í-a  s  e/^s  e/J^  s^h-s 
íMs  íMj  e.¥j  Jr  j  eXí   a*3   :;-Jj  <u*j  e*j  e^s  tW^  sAs  e^  Mvs  e^ 


CARTA  DÉCI^ÍOSÉPTIMA 


Continuación  de  la  anterior. 

x\preciaule  Juan:  Continuemos  tratando  de 
los  medios  de  disminuir  la  explotación  y  au- 
mentar el  salario.  Hemos  visto  que,  á  medida 
que  las  clases  obreras  se  elevan  en  morali- 
dad é  inteligencia,  inspiran  á  las  clases  ele- 
vadas más  simpatía,  más  respeto,  y  en  caso 
necesario  más  temor;  y  que  el  deseo  y  la  po- 
sibilidad de  hacerles  mal,  de  explotarlas,  dis- 
minuye en  la  misma  proporción.  Fíjate  bien 
en  esto  del  deseo,  porque  la  gran  cuestión  es 
rectificar  las  voluntades.  Mientras  ocurre  co- 
meter un  abuso,  el  abuso  se  comete  unas  veces 
y  se  intenta  otras;  basta  intentarlo  para  pro- 
ducir una  gran  perturbación.  La  sociedad  no 
es  posible  sino  porque  la  inmensa  mayoría  de 
las  personas  respetan  mutuamente  sus  dere- 
chos, y  no  se  insultan,  se  despojan  ó  se 
hieren.  Si  sólo  por  la  fuerza  se  hiciera  valer  el 
derecho,  su  realización  sería  imposible,  por- 
que al  lado  de  cada  hombre,  sería  necesa- 
rio un  soldado  para  que  no  atentase  contra 


20O         OBRAS    DE    DONA   CONCEPCIÓN    ARENA!, 


los  otros.  Hay  una  minoría  que  necesita  ser 
reducida  por  la  fuerza:  éstos  se  llaman  cri- 
minales: el  resto  tiene  el  freno  moral,  la  rec- 
titud de  la  voluntad.  La  justicia  se  respira, 
como  el  aire,  sin  apercibirse  de  ello. 

Conforme  á  lo  ajustado,  te  dan  tu  jornal; 
los  días  que  has  trabajado  te  pagan;  si  to- 
mas fiado  en  la  tienda,  no  lo  niegas  ni  te 
exigen  el  pago  de  lo  que  no  has  sacado;  no 
necesitas  llamar  testigos  al  hacer  el  pago  del 
casero,  para  que  anote  en  el  recibo  lo  que 
le  das;  si  te  lavan  la  ropa,  no  te  dan  ningún 
documento  que  acredite  que  es  tuya,  ni  tú  le 
entregas  tampoco  si  eres  lavandero;  ni  piensas 
en  despojar  á  los  otros  de  lo  que  les  perte- 
nece, ni  te  despojan  á  ti;  ni  hieres,  ni  eres 
herido.  En  las  relaciones  sociales  hay  cierto 
grado  de  equidad  y  benevolencia  que  no  no- 
tas, y  sin  el  cual  serían  imposibles,  y  la  mo- 
ralidad tiene  más  parte  en  el  orden  que  la 
fuerza.  Desde  el  momento  en  que  la  ley  no 
tiene  más  que  el  apoyo  material,  y  que  no 
está  en  la  conciencia,  se  infringe  por  muchos 
que  no  creen  cometer  un  delito.  En  todos  los 
fenómenos  sociales,  los  hechos  son  la  con- 
secuencia de  las  ideas  y  de  los  sentimien- 
tos. 

En  el  hecho  de  lo  reducido  de  tu  salario 
influyen  muchas  causas;  es  uno  de  los  más 
complejos  que  pueden  estudiarse,  pero  no  se 
sustrae  á  la  influencia  de  las  ideas  y  de  los 
sentimientos.  No  dudo  que  hará  sonreír  á 
ciertas  personas  la  modificación  del  salario  por 


CARTAS   A   UN    OBRERO 


el  sentimiento;  pero  si  la  cosa  es  positiva,  aun- 
que se  tome  á  burla,  influirá  de  veras.  Al  fi- 
jar la  cantidad  del  salario,  si  no  por  todo,  en- 
tra por  algo  la  idea  de  las  necesidades^  del  tra- 
bajador; y  la  prueba  es,  que  donde  los  mante- 
nimientos están  muy  caros,  los  jornales  no 
suelen  estar  baratos,  y  en  igualdad  de  todas 
las  demás  circunstancias,  se  paga  mejor  al 
obrero  de  la  ciudad  que  al  del  campo,  que 
puede  vivir  con  más  economía.  Por  mucha 
que  sea  la  concurrencia,  á  un  jornalero  no 
se  le  fijarán  por  jornal  cinco  céntimos  diarios, 
porque  con  esta  cantidad  se  sabe  que  no  pue- 
de comprar  la  cantidad  necesaria  de  alimento 
para  trabajar,  ni  aun  para  sostenerse  en  pié. 
El  mínimum  necesario  del  que  hace  la  obra, 
depende  de  la  calidad  del  obrero  que  se  em- 
plea. Si  es  un  animal,  el  pienso;  si  es  un  es- 
clavo, poco  más;  si  es  un  obrero  libre,  tiene 
más  necesidades,  que  son  mayores  á  medida 
que  se  eleva  en  dignidad  y  consideración.  De 
una  máquina  que  necesita  descanso,  se  con- 
vierte en  ser  racional  y  moral;  tiene  familia, 
deberes  de  hijo  y  de  padre,  deberes  de  ciu- 
dadano; necesidad,  no  sólo  de  alimento,  sino 
de  vestido,  de  cama,  de  albergue  y  de  cierta 
decencia,  sin  la  cual  no  es  posible  su  digni- 
dad de  hombre.  La  idea  que  el  operario  tiene 
de  esta  dignidad  y  la  que  tiene  el  que  le 
emplea,  influyen  en  el  modo  de  pagarle,  y 
esta  idea  viene  en  parte  del  sentimiento. 
Cuando  no  se  desprecia  al  obrero;  cuando  se 
reconoce  en  él  á  una  criatura  racional,  digna, 


á02         OBRAS    DE    DOXA   CONCEPCIÓN    ARENAÍ- 


capaz  de  nobles  y  generosos  impulsos;  cuan- 
do se  le  mira  como  miembro  de  una  misma 
familia,  como  un  hermano  que  ha  tenido,  al 
parecer,  menos  fortuna  que  nosotros,  inspira 
simpatía,  compasión  y  respeto,  no  se  le  puede 
condenar  á  vivir  como  los  animales  que  en- 
cuentran escaso  pasto;  el  sentimiento  modi- 
fica la  opinión  ó  la  forma,  penetra  en  las  ins- 
tituciones y  en  la  organización  económica,  y 
el  mínimum  considerado  necesario  del  obrero, 
sube  á  medida  que  sube  el  aprecio  que  mere- 
ce é  inspira. 

En  Inglaterra,  por  ejemplo,  cuando  estaba 
prohibida  la  entrada  de  granos  hasta  que  te- 
nían un  precio  subidísimo,  si  á  él  llegaban, 
la  desproporción  del  precio  de  los  jornales  con 
el  de  los  mantenimientos  era  grande,  y  el 
hambre,  espantosa.  Por  dura  que  fuese  la 
aristocracia,  al  cabo  era  civilizada  y  cristia- 
na, y  la  contribución  de  pobres  era  un  ver- 
dadero suplemento  de  salario,  dado  de  la  peor 
manera  posible,  pero  dado  en  fin,  en  virtud 
del  principio  de  un  mínimum  necesario  de 
retribución  para  el  obrero.  En  los  socorros  de 
la  parroquia,  á  que  todo  pobre  tenía  derecho, 
entraban  el  te  y  el  azúcar:  estos  artículos, 
que  en  otros  países  son  de  lujo,  eran  allí  te- 
nidos por  de  primera  necesidad,  y  esta  opi- 
nión estaba  formada  -por  ideas  y  sentimien- 
tos, como  todas  las  opiniones,  porque  no  hay 
cosa  menos  razonable  que  suponer  que  el  hom- 
bre se  guía  por  razón  y  nada  más  que  por 
ella.  Las  dos  cosas  más  grandes  que  hay,   i  i 


CARl'AS   Á   UN    OBRERO  20  j 


caridad  y  la  justicia,  se  sienten  por  lo  men  )s 
tanto  como  se  razonan. 

Con  el  trabajo  de  las  mujeres,  en  gene;pV 
sucede  algo  parecido  á  lo  que  acontecía  á 
los  obreros  ingleses  en  tiempo  de  carestía;  nc 
sa  paga  lo  suficiente  para  que  viva  <^1  trabaja- 
dor. Es  efecto  esto  de  muchas  causas,  pero 
n  >  hay  duda  que  una  de  ellas  es  la  idea  de 
la  inferioridad  de  la  mujer  y  de  sus  menores 
necesidades.  La  mujer  apenas  ha  tenido  hasta 
aquí  personalidad  social;  se  la  consideraba  co- 
mo menor,  recibiendo  dirección  y  apoyo  de 
su  padre,  de  su  marido,  de  su  hijo  ó  de  su 
hermano  que  la  sostenían.  La  que  tiene  de- 
recho á  una  pensión  como  huérfana,  la  dis- 
fruta, no  hasta  la  mayor  edad,  como  los  varo- 
nes, sino  toda  la  vida,  á  menos  que  se  case 
y  tenga  ya  quien  la  proporcione  el  sustento 
que  ella  se  supone  incapaz  de  ganar.  Ya  se 
sabe  que  el  trabajo  de  la  mujer,  por  regla  ge- 
neral, es  un  auxilio  para  la  casa,  pero  no 
puede  sostenerla;  y  cuando  no  hay  otro  re- 
curso, la  caridad  y  la  beneficencia  tienen  que 
dar  un  suplemento,  si  la  miseria  no  ha  de  ce- 
barse en  las  pobres  víctimas  de  un  deplora- 
ble error.  La  corta  retribución  del  trabajo  de 
la^  mujer  reconoce,  entre  otras  causas,  el  des- 
dén que  ella  inspira  y  la  suposición  de  que 
tiene  quien  la  sostenga;  porque  lo  necesario 
para  el  obrero  ha  de  salir  de  alguna  parte, 
y  preciso  es  que  lo  reciba  en  forma  de  li- 
mosna, si  no  como  salario. 

La   concurrencia,    te   dicen,    esa   es   la   que 


204        OBRAS   Dli   DONA   CONCKPCION   ARENAL 


arregla  el  precio  de  los  salarios,  como  el  de 
todas  las  cosas:  cuando  hay  muchos  trabaja- 
dores y  poco  trabajo,  los  jornales  bajan,  y  vi- 
ceversa. Seguramente  que  la  cotícurrencia  es 
mucho,  pero  no  es  todo,  y  está  limitada,  tan- 
to para  subir  como  para  bajar  los  jornales, 
por  otras  leyes.  Figúrate  que  hay  en  Madrid 
300.000  personas  que  quieran  llevar  zapatos, 
y  que  no  hay  más  que  30  zapateros;  van  á  dar 
la  ley,  su  boca  es  medida,  y  no  quieren  hacer 
nu  par  de  zapatos  menos  de  i.ooo  duros.  Po- 
sible es  que  haya  alguno  que  los  pague,  como 
se  pagan  los  diamantes,  y  con  más  razón,  por- 
que son  de  mayor  utilidad;  pero  el  número  de 
los  que  quieren  y  puedan  dar  20.000  reales  por 
un  par  de  zapatos  será  muy  corto,  y  los  más 
se  ingeniarán  buscando  otro  medio  de  calzarse 
ó  aprendiendo  á  fabricarse  su  calzado  ellos 
mismos.  Ya  ves  que  el  jornal  por  arriba,  aun- 
que no  haya  concurrencia,  tiene  el  límite  de 
la  imposibilidad  de  vender  los  productos  del 
trabajo  cuando  resultan  excesivamente  caros. 
Ahora,  imagina  que  sucede  todo  lo  contra- 
rio, que  hay  en  Madrid  30.000  peones  de 
albañil,  y  sólo  tres  obras:  los  dueños  pagan 
á  cinco  céntimos  cada  día  de  trabajo.  Como 
no  es  posible  que,  no  ya  una  familia,  sino  un 
hombre,  se  procure  el  necesario  sustento  con 
tan  corta  cantidad,  no  habrá  quien  acepte  la 
proposición.  Si  por  acaso  hubiere  alguno,  ne- 
cesario es  que  reciba,  según  te  he  dicho,  como 
socorro  el  mínimum  necesario  que  se  le  ha 
negado  como  jornal;  lo  cual  quiere  decir  que, 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  205 


sin  concurrencia  ó  con  clLa,  la  sociedad  nece- 
sita mantener  á  sus  trabajadores,  y  que  hay 
un  límite  al  poder  de  la  concurrencia,  tanto 
en  el  máximum  como  en  el  mínimum  de  los 
salarios. 

Para  este  mínimum  influye  la  opinión  que 
se  tiene  de  las  necesidades,  y  para  esta  opi- 
nión, la  simpatía  y  el  aprecio  que  inspira  el 
obrero.  Mira,  por  ejemplo,  lo  que  sucede  con 
los  abogados  y  los  médicos:  el  número  es  ex- 
cesivo, lia}^  una  gran  concurrencia,  muchísi- 
mos se  quedan  sin  trabajo,  pero  la  retribu- 
ción, lejos  de  bajar,  sube,  y  nunca  se  paga 
á  un  abogado  como  á  un  albañil,  según  dic- 
tarían las  leyes  de  la  concurrencia  si  no  es- 
tarían modificadas  por  otras.  ¿Por  qué?  Por- 
que aun  cuando  multitud  de  manos  se  dispu- 
ten la  obra,  no  es  posible  al  pagarla  prescin- 
dir enteramente  de  la  calidad  del  obrero,  de 
su  valor  moral  é  intelectual;  y  cualquiera  que 
sea  su  número,  nunca  se  pagará  el  informe 
de  un  letrado  como  el  viaje  de  un  mozo  de 
cordel.  Ya  ves  aquí  otra  modificación  de  la 
le}^  de  la  concurrencia. 

De  todo  lo  dicho  y  de  mucho  más  que  pu- 
diera decirte,  se  deduce  que  una  de  las  cosas 
que  influyen  en  el  precio  del  trabajo  es  la 
idea  que  se  tiene  del  obrero,  de  su  valer  y  de 
sus  necesidades.  Cuando  era  esclavo  se  le  tra- 
taba como  una  bestia;  hoy,  aunque  despacio, 
empieza  á  tratársele  como  á  un  ser  racional, 
sj  habla  de  instruirle,  de  reducir  sus  horas 
de  trabajo,  de  prohibir  el  de  sus  hijos  hasta 


2o6         OBRAS    DB    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


cierta  edad,  etc.,  etc.  Un  día  llegará,  día  ben- 
dito que  Dios  apresure,  en  que  se  reconocerá 
como  una  de  sus  necesidades  la  de  cultivar 
su  inteligencia,  la  de  elevar  su  espíritu,  la  de 
afirmar  sus  creencias  religiosas,  la  de  reposar 
de  los  trabajos  corporales  con  la  comunica- 
ción con  otros  espíritus  que  contribuyan  á 
levantar  el  suyo,  asociando  las  altas  ideas,  en 
\  ez  de  asociar  los  bajos  instintos. 

Para  apresurar  la  venida  de  ese  hermoso 
día,  es  preciso  que  trabajemos  todos,  tú,  los 
demás  y  yo.  Es  preciso  que  procuremos  y 
procures  instruirte,  moralizarte,  crecer  en  in- 
teligencia, en  dignidad;  y  está  seguro  que, 
cuando  valgas  más,  te  pagarán  mejor.  Esto, 
como  te  he  indicado  por  una  tendencia  moral 
é  irresistible,  y  además,  porque  entonces  po- 
drás utilizar  \\n  gran  medio,  la  asociación,  de 
cuyos  beneficios  para  aumentar  el  producto  de 
tu  trabajo,  te  hablaré  otro  día. 


e-iV^  sV/Vs  e4Vs  2/¿V.í  e,*í)  o,Av3  eAg  ¿J^  eAs  eJ^s  Uks  ayJVS  aÍV¿  a-'A^^  ¿As  ZM^ 

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CARTA  DECIMOCTAVA 


De  la  asociación. 


Apreciablc  Juan:  Hemos  visto  que  el  mí- 
nimum necesario  para  la  vida  del  obrero,  in- 
fluye en  la  retribución  que  se  le  da  por  la 
obra;  que  la  cuestión  no  se  resuelve  por  la 
concurrencia  sola,  porque  en  éste,  como  en 
todos  los  problemas  sociales,  es  necesario  te- 
ner en  cuenta  la  moral,  la  opinión,  el  senti- 
miento, y  el  nivel  á  que  ha  quedado  redu- 
cido el  error,  y  el  que  alcanza  la  verdad.  He- 
mos visto  que  para  el  salario  del  trabajador 
se  atiende  á  lo  que  necesita  para  vivir,  y  que 
en  la  apreciación  de  lo  que  necesita  para  vi- 
vir, influyen  la  idea  más  ó  menos  elevada 
que  de  él  se  tiene,  y  el  aprecio  y  amor  que 
inspira. 

Hay  una  cosa  más  útil  para  ti,  Juan,  que 
la  subida  del  jornal,  y  es  no  trabajar  por  jor- 
nal. No  te  vayas  á  figurar  que,  en  mi  concep- 
to, se  rebaja  el  hombre  que  le  recibe,  ni  que 
sea  más  digno  decir:  gana  tanto  cada  año, 
que  gana  tanto  cada  día.   Todo  hombre  que 


708         OBRAS    DK    DOÑA   CO.\CEl'CIÓN    ARENAL 


disfruta  un  sueldo  fijo,  tiene  un  tanto  diario; 
y  si  no  se  dice  que  trabaja  á  jornal,  será,  sin 
duda,  porgue  tiene  asegurada  ocupación  por 
semanas,  meses  ó  años,  y  no  solamente  por 
días,  y  que  se  le  pagan  aun  aquellos  en  que 
no  trabaja.  En  esto  hay  mayor  ganancia,  pe- 
ro no  mayor  dignidad,  que  no  se  aumenta  ó 
se  disminuye  por  cobrar  el  primer  día  del  mes 
ó  el  último  día  de  la  semana.  Nada  tiene  de 
razonable  el  desdén  con  que  á  veces  se  dice: 
un  hombre  asalariado,  porque  son  cuestiones 
de  nombre  y  disfraces  de  vanidad  las  distin- 
ciones de  honorarios,  salarios,  sueldos,  habe- 
res, pagas,  etc.  Desde  los  primeros  funciona- 
rios del  Estado  hasta  el  albañil,  reciben  en 
cambio  de  su  trabajo  una  retribución;  en  la 
cantidad  influyen  muchas  causas,  y  siempre 
es  una  de  las  necesidades  que  en  el  obrero 
se  suponen.  El  cobrar  ocho  reales,  ocho  duros 
ú  ocho  onzas  de  oro,  no  es  hecho  que  pueda 
enaltecer  ó  rebajar,  y  si  estas  cantidades  son 
premios  de  la  lotería,  nadie  medirá  el  apre- 
cio que  merece  la  persona,  por  la  cantidad 
que  recibe  del  lotero,  y  se  tendrá  como  prove- 
cho, pero  no  como  honra,  el  embolsarse  las 
monedas  de  oro,  ni  ha  de  ser  motivo  de  hu- 
millación cobrar  las  dos  pesetas.  ¿Por  qué? 
Porque  en  esta  obra  de  la  suerte  no  ha  influí- 
do  para  nada  la  valía  del  favorecido,  que  pue- 
de ser  muy  digno  siendo  agraciado  con  una 
pequeña  cantidad,  y  muy  grosero  é  ignorante, 
recibiendo  muchos  miles  de  duros. 
El   desprecio  con  que  se  miran  las  cortas 


CARTAS   A  UN   OBRERO  2O9 


retribuciones,  tiene  su  origen  en  la  calidad 
de  los  que  las  reciben;  el  desdén  con  que  se 
dice:  un  jornal,  es  el  reflejo  del  que  inspira  el 
jornalero;  disminuye  á  medida  que  éste  se  ele- 
va en  el  aprecio  público,  y  desaparecerá  cuan- 
do sea  respetado.  Así,  pues,  cuando  deseo  que 
trabajes  á  jornal  cuanto  menos  te  sea  posi- 
ble, no  es  porque  crea  que  este  modo  de  re- 
tribución tiene  en  sí  nada  de  humillante,  ni 
que  lleve  consigo  mayor  dignidad  los  6.000  du- 
ros que  percibe  un  Capitán  general  cada  año, 
que    los   seis   reales   que   ganas   tú   cada   día. 

Quisiera  que  dejaras,  siempre  que  posible 
fuese,  de  ser  jornalero,  para  que  tu  ganan- 
cia se  aumentara,  para  que  fueses  menos  pa- 
sivo, más  previsor,  más  reflexivo,  más  inte- 
ligente, para  que  tu  egoísmo  fuera  menos  es- 
trecho, tus  hostilidades  menos  acres,  y  más 
fuertes  los  lazos  que  te  unían  á  la  humani- 
dad. Mas  ¿quién  puede  sacarte  de  tu  estado 
actual  de  jornalero?  La  ASOCIACIÓN;  pero 
recuerda  la  definición  que  de  ella  te  di,  y  no 
vayas  á  tomar  la  asociación  por  reunión  tu- 
multuosa, por  guerra  ó  por  motín,  porque  la 
paz  es  tan  necesaria  á  la  asociación,  como  la 
quietud  para  estudiar  el  curso  de  los  astros; 
y  querer  obtener  sus  ventajas  en  medio  del 
tumulto,  es  como  intentar  hacer  observacio- 
nes astronómicas  desde  un  barco  combatido 
por  la  tempestad. 

Veamos  prácticamente  cómo  funciona  la  aso- 
ciación. 

Eres  oficial  de  zapatero;   te  crees  explota- 


210    OBRAS  DE  DONA  CONCnrCION  ARENAL 


do  por  el  maestro,  y  lo  mismo  tus  200  compa- 
ñeros. En  vez  de  hacerle  la  forzosa,  que  no 
la  haréis  probablemente  con  una  huelga,  es- 
tudiáis bien  el  negocio;  de  dónde  se  traen  las 
primeras  materias;  cuánto  cuestan;  el  precio 
de  la  mano  de  obra;  la  extensión  del  merca- 
do; la  facilidad  de  la  venta,  etc.  Suponiendo 
que  ganáis  á  razón  de  10  reales  diarios,  un 
mes  de  jornal  importa  60.000  reales,  que  es 
lo  que  dejáis  de  ganar  en  un  mes  de  huelga. 
¿Cómo  vivís  ese  mes?  Con  mil  apuros  y  pri- 
vaciones: no  es  posible  ni  necesario  que  os 
las  impongáis  trabajando,  pero  imponiéndoos 
algunas,  economizando  medio  real  diario  cada 
uno,  en  cuatro  años  tenéis  146.000  reales,  aun- 
que vuestros  ahorros  no  ganaran  rédito,  como 
deben  ganarlo  puestos  en  la  Caja.  Con  este  capi- 
tal, en  vez  de  una  huelga  organizáis  un  ta- 
ller, y  si  no  os  basta,  él  mismo  puede  servi- 
ros de  garantía  para  reunir  cantidad  mayor; 
os  ponéis  á  trabajar  por  vuestra  cuenta,  su- 
primís el  interés  del  capital  del  maestro,  el 
que  saca  como  retribución  de  su  trabajo,  si 
os  explota,  el  que  indebidamente  se  cobra,  y 
como  trabajáis  más  y  mejor,  interesados  como 
directamente  lo  estáis,  producís  más  y  con 
más  perfección,  la  industria  prospera  y  la  ga- 
nancia aumenta.  Ya  se  han  hecho  algunos  en- 
sayos satisfactorios  de  este  medio  de  emanci- 
pación para  el  obrero;  y  cuando  han  salido 
mal,  ha  sido  efecto  de  su  falta  de  inteligen- 
cia y  moralidad. 

Puedo  decirte  un  ejemplo  de  ahora,  y  en 


CARTAS   A   UN    OBRERO 


Madrid,  de  esta  asociación  de  trabajadores. 
Habrás  oído  hablar  de  los  conciertos  de  Mo- 
nasterio, ejecutados  por  una  asociación  de 
músicos.  Monasterio  no  señala  á  cada  uno  un 
sueldo  ó  salario,  después  de  satisfecho  el  cual 
y  los  demás  gastos,  se  embolsa  la  ganancia, 
sino  que  se  la  reparten  según  los  merecimien- 
tos de  cada  uno.  Para  esto,  ellos,  que  saben 
lo  que  cada  cual  vale,  establecen  categorías, 
y  cada  uno  cobra  conforme  á  la  categoríat  que 
tiene;  porque  ya  comprendes  que  Monasterio, 
un  artista  eminente,  que  tiene  un  trabajo  ím- 
probo y  una  gran  responsabilidad,  no  ha  de 
cobrar  lo  mismo  que  el  que  descansadamente 
toca  los  timbales  ó  el  tambor.  De  este  modo 
nadie  explota  á  nadie;  la  ganancia  se  reparte 
según  el  merecimiento,  sin  intermediarios  que 
la  distraigan  á  donde  en  justicia  no  debe  ir. 

Esta  asociación  de  trabajadores  para  sacar 
el  mayor  fruto  posible  de  su  trabajo,  es  de 
las  más  fáciles  y  sencillas,  y  conviene  que 
nos  detengamos  un  momento  á  ver  por  qué. 

i.°  Los  asociados  son  inteligentes,  aprecian 
bien  su  mérito  respectivo,  se  convencen  de 
la  necesidad  de  no  negar  á  cada  uno  el  suyo, 
y  se  establece  entre  ellos  una  jerarquía,  sin  la 
cual  no  es  posible  orden  ni  justicia. 

2.°  Poseen  un  gran  capital,  que  consiste  un 
poco  en  sus  instrumentos,  mucho  en  su  inte- 
ligencia del  arte,  y  con  él  pueden  hacer  fren- 
te á  varias  eventualidades. 

3.°  Como  este  capital  no  es  de  primeras 
materias  ni  de  instrumentos  materiales,   sino 


212         OBRAS    DE   DONA   CONCEPCIÓN    ARENA!, 


de  genio  y  conocimientos  artísticos,  que  no 
perecen  sino  con  la  vida  del  que  los  tiene, 
aunque  el  negocio  salga  mal,  el  capital  no  se 
destruye.  Si,  por  ejemplo,  establecemos  una 
fábrica  de  papel,  se  gasta  una  suma  enorme 
en  hacer  un  edificio,  poner  una  máquina  de 
vapor  ó  hidráulica,  acopjar  jjrimeras  mate- 
rias, etc.  El  negocio  sale  mal;  el  capital  se 
ha  perdido.  Queremos  dar  un  concierto:  la 
gente  no  acude,  el  negocio  no  salió  bien,  pero 
el  capital  queda  en  pié.  Monasterio  no  pierde 
por  eso  la  inteligencia  del  arte,  ni  los  demás 
asociados  tampoco;  su  capital  subsiste,  y  po- 
drán utilizarle  con  mejor  fortuna  otro  día.  Es- 
to te  prueba  que  cuanta  más  inteligencia  entra 
en  una  empresa  es  menos  arriesgada,  porque 
lo  que  hay  que  temer  en  todas,  es  la  destruc- 
ción del  capital,  que  no  se  destruye  cuando 
es  de  tal  naturaleza,  que  puede  existir  inde- 
pendiente de  las  eventualidades  de  un  ne- 
gocio. 

4.°  La  asociación  tiene  crédito  con  el  dueño 
del  local,  que  no  le  exige  el  alquiler  adelan- 
tado, relevándola  así  de  hacer  anticipos;  con 
el  público,  que  conoce  su  mérito  y  acude 
á  escucharla,  evitándole  decepciones  ó  una 
larga  prueba  hasta  acreditar  su  mérito. 

Las  ventajas  de  la  asociación  de  conciertos 
consisten,  como  ves,  unas  en  la  índole  del  ne- 
gocio, otras  en  las  circunstancias  de  los  aso- 
ciados. Cuanto  mayor  es  la  suma  de  inteli- 
gencia que  entra  en  una  empresa,  es  menor 
el  riesgo  de  que  fracase,  y  de  menos  conside- 


CARTAS   A    UN    OBKERC) 


ración  la  pérdida  en  caso  de  salir  mal.  Te 
repito  esto,  Juan,  porque  importa  mucho  que 
lo  entiendas  bien  y  no  lo  olvides. 

Por  medio  de  la  asociación,  los  obreros  pue- 
den ser  capitalistas  y  emprender  por  su  cuen- 
ta los  trabajos  que  hacen  por  la  de  otro.  Un 
gran  número  de  operarios  que  realicen  cada 
día  una  economía  muy  pequeña,  al  cabo  de 
algunos  años  se  hallarán  en  situación  de  es- 
tablecer una  industria.  Más  arriba  hemos  di- 
cho que  no  siendo  suficiente  el  capital  reuni- 
do, podía  servir  de  garantía  para  tomar  pres- 
tada una  cantidad  mayor.  En  efecto,  si  los 
asociados  reunís  600.000  reales  y  la  fabrica- 
ción no  puede  plantearse  sino  con  un  millón, 
habrá  quien  os  preste  los  400.000  reales  res- 
tantes, asegurando  el  pago  con  los  fondos  que 
son  vuestra  propiedad,  ó  con  los  valores  en 
que  han  sido  invertidos. 

Podría  suceder  que  hallaseis  quien  os  pres- 
tara sin  dar  garantía  algima:  esto  acontecería 
teniendo  crédito.  El  crédito  está  definido  con 
la  palabra  que  le  nombra;  viene  de  creer;  es 
la  fe,  la  persuasión  íntima  de  que  la  persona 
que  le  merece  puede  y  quiere  cumplir  con  el 
compromiso  que  ha  contraído.  Poder  y  que- 
rer. En  el  crédito  entran,  como  ves,  dos  ele- 
mentos, uno  moral,  intelectual  el  otro.  Un 
obrero  hábil,  pero  vicioso  y  derrochador,  me 
pide  una  cantidad  prestada,  dándome  su  pala- 
bra de  devolvérmela  con  los  réditos  en  plazo 
no  largo.  Si  él  quisiera,  bien  podría  cumplir, 
pero  todo  lo  que  sé  de  su  conducta,  me  hace 


2  14        OBRAS    DK   DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


pensar  que  no  querrá:  no  me  inspira  confian- 
za, no  doy  crédito  á  lo  que  dice,  no  le  presto. 

Un  excelente  hombre,  honrado  si  los  hay, 
pero  torpe  y  limitado,  quiere  que  le  haga  un 
anticipo.  Yo  veo  claro  que  no  tiene  inteli- 
gencia para  manejar  el  capital  que  voy  á  con- 
fiarle, que  le  perderá,  y  que  con  el  mejor 
deseo  se  hallará  en  la  imposibilidad  de  pagar- 
me, ni  cuando  lo  promete,  ni  nunca;  y  aun- 
que confío  en  su  honradez,  no  creo  que  pue- 
da pagarme  según  afirma:  no  doy  crédito  á 
lo  que  dice,  no  le  presto. 

Esto  que  hago  yo,  lo  haces  tú  y  lo  hacen 
todos.  Cuando  damos  ó  regalamos,  habla  nues- 
tro corazón  ó  nuestra  vanidad;  pero  cuando 
prestamos,  habla  nuestro  cálculo,  ó  exclusi- 
vamente, ó  por  lo  menos  bastante  alto,  para 
que  sea  necesario  escucharle. 

El  crédito,  se  ha  dicho,  es  un  capital,  y  lo 
es  en  efecto.  Si  quieres  poner  una  tienda  y 
careces  de  fondos,  pero  tienes  tal  reputación 
de  honradez  é  inteligencia,  que  los  que  han 
de  surtirla  no  dudan  que  harás  buen  negocio, 
que  les  pagarás  tan  pronto  como  puedas,  te 
fían,  y  tú  te  estableces  y  prosperas:  así  su- 
cede con  mucha  frecuencia. 

Lo  propio  que  acontece  á  un  individuo,  pasa 
á  una  asociación.  Si  inspira  confianza,  halla 
crédito.  Si  le  tenéis  los  obreros  que  os  aso- 
ciáis, con  muy  pocos  fondos  podréis  hacer 
glandes  cosas,  respondiendo  vuestra  honra- 
dez y  vuestra  inteligencia  de  que  cumpliréis 
religiosamente.   La  asociación  es  un  pagador 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  21^ 


más  seguro  que  el  individuo,  porque  no  mue- 
re, y  porque  el  error  que  pudiera  cometerse 
al  juzgar  á  una  persona,  no  influye  cuando 
son  tantas,  cuya  moralidad  arrastra  por  el 
buen  camino  al  que  pudiera  carecer  de  ella. 
La  moral,  Juan,  siempre  la  moral;  ya  ves  co- 
rno la  hallamos  en  el  fondo  de  todas  las  cues- 
tiones económicas. 

Yo  creo  que  la  asociación  es  la  gran  reden- 
tora de  los  obreros:  yo  creo  que  hay  en  ella 
un  gran  poder  para  mejorar  la  suerte  de  los 
hombres,  pero  no  tiene  ninguno  para  cam- 
biar la  esencia  de  las  cosas.  Una  asociación, 
lo  mismo  que  un  individuo,  para  emprender 
un  negocio  necesita  capital  ó  crédito,  inteli- 
gencia y  trabajo. 

Así,  pues,  lo  que  llamáis  emancipación  del 
trabajo,  no  está  en  hacer  la  guerra  al  capi- 
tal, sino  en  tener  capital;  no  está  en  rebelar- 
se contra  la  inteligencia,  sino  en  tener  inte- 
ligencia; no  está  en  la  huelga,  sino  en  el  tra- 
bajo; no  está  en  atacar  los  derechos  de  los 
demás,  sino  en  sostener  los  propios  con  la 
razón  y  por  los  medios  legales;  no  está  en 
socavar  los  principios  de  toda  moralidad,  sino 
en  ser  moral  y  honrado.  Una  multitud  pobre, 
ignorante  y  desmoralizada,  no  puede  eman- 
ciparse de  ninguna  tutela,  y  de  la  económica 
menos  que  de  otra  alguna. 

La  emancipación  en  nada  es  el  desenfreno; 
tan  lejos  de  ser  así,  es  una  severa  sujeción 
á  la  regla.  La  diferencia  del  hombre  emanci- 
pado al  que  no  lo  está,   consiste  en  que,   en 


ál6         OBRAS    DE    DOÑA    COXCEPCIOX    ARENAL 


vez  de  sujetarse  á  la  voluntad  de  otro,  se 
rige  por  la  suya;  que  en  vez  de  obedecer 
á  la  razón  ajena,  obedece  á  la  propia;  en  que 
tiene  la  responsabilidad  de  sus  acciones  y  no 
la  descarga  sobre  nadie;  en  que  recibe  elogio 
ó  vituperio,  premio  ó  castigo,  perjuicio  ó  ven- 
taja por  lo  que  hace.  La  emancipación,  lejos 
de  favorecer  la  indolencia,  exige  tarea  mayor; 
la  dignidad  no  es  bien  que  se  recibe  gratis, 
sino  que  cuesta  mucho  trabajo  adquirirla  y 
conservarla. 

El  obrero  que  trabaja  á  jornal  y  vive  al 
día,  descarga  en  el  maestro  todo  cuidado,  no 
se  preocupa  de  los  males  que  pueden  venir, 
ni  de  los  medios  de  evitarlos,  y  cuando  lle- 
gan, los  recibe  unas  veces  con  resignada  apa- 
tía, otras  con  desesperación  rebelde,  siempre 
eximiéndose  de  toda  responsabilidad. 

La  asociación,  esa  gran  salvadora  de  las  cla- 
ses obreras,  necesitan  miembros  que  tengan 
iniciativa  y  responsabilidad.  Necesita  capital 
ó  crédito;  inteligencia  para  plantear  la  obra  y 
clasificar  los  obreros;  probidad  para  colocar 
á  cada  uno  en  el  lugar  que  le  corresponde; 
respeto  á  la  justicia  para  sostenerle  en  su 
puesto;  espíritu  de  orden  para  que  no  falte; 
amor  al  trabajo  para  que  sea  fecundo,  y  per- 
severancia para  vencer  las  dificultades.  Todo 
esto  que  necesita  la  asociación,  han  de  tener 
los  individuos  que  la  componen.  Estás  incli- 
nado á  ver  en  la  asociación: 

Holganza,  y  es  trabajo. 
Tumulto,  y  es  orden. 


CARTAS    A    UiN    OBREKO  217 


Igualdad,  y  es  jerarquía. 
Confusión,  y  es  armonía. 
Fuerza,  y  es  derecho. 

El  obrero  asociado  tiene  más  trabajo,  una 
regla  de  conducta  más  severa,  y  como  premio 
de  su  merecimiento  mayor,  más  dignidad  y 
más  ganancia. 

La  esencia  de  la  asociación  es  la  que  te  de- 
jo explicada;  en  su  forma  y,  grados  varía. 
Por  ejemplo:  el  obrero  puede  recibir  del  em- 
presario capitalista  un  jornal,  y  una  parte  en 
las  ganancias;  pero  donde  principia  la  asocia- 
ción, empieza  la  necesidad  de  que  el  asociado 
sea  moral  é  inteligente:  lo  son  todos  los  que 
participan  en  las  ganancias  de  una  empresa, 
porque  ¿cómo  era  posible  que  se  diese  parte 
en  ella  á  gente  torpe  ú  holgazana,  que  en 
vez  de  hacerla  prosperar,  contribuiría  á  que 
se  arruinara? 

Así,  pues,  la  retribución  del  trabajador,  sea 
que  la  reciba  como  jornalero,  como  asocia- 
do, ó  participando  de  ambos  conceptos,  no 
puede  crecer  sino  en  proporción  que  él  crez- 
ca en  inteligencia  y  honradez.  El  hombre  tie- 
ne á  medida  que  merece.  Esta  es  la  ley  de 
la  humanidad.  Si  ves  que  algún  individuo  se 
sale  de  ella,  es  error  tuyo,  ó  misterio  incom- 
prensible; siempre  excepción.  Atente  á  la  re- 
gla, que  no  ha  de  dejar  de  serlo  porque  los 
engañadores  de  los  pueblos  les  hablen  mucho 
de  prosperidad  material,  y  nada  de  inteligen- 
cia v  de  virtud. 


4.  4.  .|.  .J.  4, 4.  .J.  .-|.  .|.  4.  4.  ^^.  .:5'-.  .-f^  -I 


CARTA  DECIMONONA 


Sociedades  cooperativas :  necesidad  de  la  previsión 
y  del  sacrificio. 

Apreciable  Juan:  Al  estudiar  la  miseria  he- 
mos tenido  que  tratar  del  trabajo,  del  capi- 
tal, de  la  asociación,  etc.,  porque  es  tal  la 
índole  de  las  cuestiones  sociales,  tienen  entre 
sí  tal  trabazón  y  enlace,  que  una  conduce  á 
todas,  y  todas  llevan  á  cada  una. 

Tal  vez  no  recuerdes  ya,  porque  han  pasa- 
do muchos  meses  desde  que  hablamos  de 
esto,  que  al  enumerar  las  causas  de  la  mise- 
ria, era  la  última,  si  no  en  importancia,  en  el 
orden  en  que  las  habíamos  colocado,  la  insu- 
ficiencia de  la  remuneración  del  trabajador. 
Esta  insuficiencia,  dijimos,  puede  ser  el  re- 
sultado: 

De  que  la  remuneración  es  corta. 

De  carestía. 

De  muchas  obligaciones. 

De  lo  crecido  de  los  impuestos. 
Con  la  posible  extensión  hemos  tratado  de 
la  insuficiencia  de  los  salarios;  y  al  decir  que 


220        OBRAS    DE    DONA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


era  más  hacedero  disminuir  el  precio  de  las 
cosas  que  aumentar  el  de  los  jornales,  tuvi- 
mos que  hablar  de  la  baratura  y  de  la  cares- 
tía, y  de  las  principales  causas  que  la  produ- 
cían. Muchas  y  muy  com.plejas  son,  y  algu- 
nas tales,  que  tú  no  puedes  modificarlas  di- 
rectamente por  el  momento;  pero  una  te  indi- 
qué, sobre  la  que  puedes  influir  y  aun  hacer- 
la desaparecer  con  respecto  á  muchos  artícu« 
los,  y  precisamente  de  los  de  primera  necesi- 
dad: hablo  de  los  intermediarios  entre  el  pro- 
ductor y  el  consumidor.  La  cuestión  es  de  tal 
importancia,  que  será  bien  insistir  y  detener- 
nos un  poco  más  en  ella. 

Así  como  te  conviene,  como  productor,  su- 
primir intermediarios  entre  las  sillas  ó  las  me- 
sas que  haces  y  los  que  han  de  comprarlas, 
y  embolsarte  la  ganancia  sin  partirla  con  el 
maestro,  empresario  ó  como  quiera  que  se 
llame,  de  la  misma  manera  estás  interesado, 
como  consumidor,  en  tratar  directamente  con 
el  que  produce,  y  suprimir  las  manos  inter- 
medias, en  las  que  va  quedando  un  interés 
que  pagas  con  gran  perjuicio  de  los  tuyos. 
Dirás  tal  vez:  ¿Luego  el  comercio  es  perju- 
dicial? El  comercio,  te  digo,  es  útil  como  to- 
das las  cosas,  en  su  justa  medida,  y  perjudi- 
cial cuando  de  ella  pasa.  El  comercio,  lo  mis- 
mo que  el  Estado,  debe  hacer  las  cosas  que 
hace  mejor  que  tú,  y  dejarte  que  hagas  las 
que  haces  tú  mejor  que  él.  ¿Quieres  comprar 
canela?  Necesitas  del  comerciante,  que  te 
presta  un  gran  servicio;  ni  solo  ni  asociado 


CARTAS   A   UN   OBRERO  231 


puede  traerte  cuenta  fletar  un  buque  ó  ar- 
marle, y  establecer  relaciones  á  tan  larga  dis- 
tancia, y  hacerte  cargo  de  un  negocio  tan 
complicado,  sujeto  á  muchas  eventualidades, 
que  necesita  muchos  conocimientos  especiales 
y  muchísimo  tiempo.  Lo  propio  se  puede  de- 
cir si  necesitas  azúcar  y  otros  artículos  que 
vienen  de  lejanas  tierras,  y  que  afortunada- 
mente no  son  de  primera  necesidad:  te  con- 
viene comprarlos  al  comerciante. 

Pero  si  aquellas  cosas  de  que  haces  poco  y 
no  indispensable  consumo  y  que  se  producen 
á  largas  distancias,  te  conviene  adquirirlas  por 
medio  del  comerciante,  no  sucede  lo  mismo 
con  artículos  de  primera  necesidad  de  que 
haces  un  gran  gasto,  que  se  producen  don- 
de vives  ó  muy  cerca,  y  cuya  adquisición 
directa  te  sería  ventajosísima. 

¿Quieres  abastecerte  de  patatas?  Es  muy  fá- 
cil que  te  pongas  en  relación  con  el  coseche- 
ro, y  que  directamente  se  las  compres  con  una 
ventaja  cíe  un  50  ó  un  100  por  100:  te  convie- 
ne supriinir  el  comerciante. 

Pero  ¿dónde  tienes  tú  fondos  para  pagar  las 
patatas  que  pueda  traer  un  vagón,  el  por- 
te, etc?  La  asociación,  un  pequeño  ahorro, 
ó  el  crédito,  te  pondrán  en  estado  de  hacer 
este  buen  negocio.  No  puedes  pagar  i.ooo 
arrobas  de  patatas  si  eres  solo;  pero  asociado 
con  cien  compañeros  podrás  desembolsar  el 
importe  de  10,  y  si  la  asociación  inspira  con- 
fianza, es  decir,  tiene  crédito,  os  darán  las 
patatas,   además  de  muy  baratas,   fiadas;   las 


222         OBRAS    DE    DONA    CONCr.PCION    ARENAL 


iréis  pagando  á  medida  que  las  vayáis  consu- 
miendo, y  con  la  economía  que  resulte,  os 
hallaréis  en  estado  de  hacer  muy  en  breve  el 
anticipo  necesario,  porque  del  crédito  debe 
usarse  cuando  es  preciso,  pero  no  siéndolo,  no. 
Se  llaman  cooperativas  estas  asociaciones, 
en  que  los  asociados  cooperan,  es  decir,  tra- 
bajan de  acuerdo  para  proporcionar  á  precios 
ventajosos  los  artículos  que  consumen.  La 
asociación  cooperativa  no  siempre  se  pone  en 
relación  directa  con  el  productor;  puede  su- 
primir todos  los  intermediarios,  uno  solo,  va- 
rios ó  ninguno,  limitando  la  ventaja  á  com- 
prar por  mayor  lo  que  adquiría  al  menudo. 
Si  en  vez  de  comprar  una  libra  de  garbanzos 
te  reúnes  con  25  compañeros  y  compráis  una 
arroba,  formáis  una  sociedad  cooperativa  la 
más  sencilla  posible,  pero  que  no  dejará  de 
reportaros  alguna  ventaja,  porque  ganaréis  en 
el  precio  algo,  y  bastante  en  el  peso.  Si  en 
lugar  de  comprar  dos  libras  de  patatas  cada 
día,  te  asocias  á  20  compañeros  y  compras 
una  carga  cada  semana,  ya  suprimís  un  inter- 
medio; la  operación  exige  im  pequeño  antici- 
po, un  poco  más  de  trabajo  y  de  inteligen- 
cia en  el  negocio,  y  la  ganancia  crece  en  pro- 
porción, y  aun  más.  Para  que  el  provecho 
de  los  asociados  aumente,  es  preciso  que  au- 
menten también  la  inteligencia  empleada  en 
la  compra,  el  capital  ó  el  crédito  que  exige, 
y  su  buena  fe.  No  olvides  esto  último.  Si  el 
encargado  de  las  compras  juega  ó  bebe  el  di- 
nero con  que  ha  de  pagarlas,   el  negocio  es 


CARTAS   A   UN    OBRERO 


imposible;  y  también  si  no  dice  verdad,  y  po- 
ne en  cuenta  un  precio  superior  al  que  han 
costado  los  efectos.  Para  asociarse  con  venta- 
ja, se  necesita  una  ilustración  relativa  con  res- 
pecto á  la  cosa  que  forma  el  objeto  de  la  aso- 
ciación; una  buena  fe  absoluta,  de  manera 
que  los  asociados  busquen  ventajas  mutuas, 
pero  de  ningún  modo  exclusivas,  se  las  dis- 
tribuyan con  equidad,  y  piensen  en  dar  y  re- 
cibir apoyo  á  la  vez,  y  no  explotarse. 

Es  triste,  pero  es  necesario  decirlo,  Juan: 
una  de  las  causas  de  nuestro  atraso  y  mise- 
ria, es  la  falta  de  espíritu  de  asociación;  y 
una  de  las  causas  de  que  las  asociaciones  no 
se  formen,  es  que  están  desacreditadas  por  la 
mala  fe  que  en  la  mayor  parte  ha  habido. 
Esta  mala  fe  era  de  unos  pocos,  pero  favore- 
cida por  la  ignorancia  y  la  incuria  de  los  mu- 
chos, ha  dado  lugar  á  picardías  horrendas,  á 
robos  legales,  que  enriqueciendo  á  unos  cuan- 
tos malvados,  ha  producido  el  descrédito  de 
las  asociaciones,  y  con  él,  la  imposibilidad  de 
hacer  grandes  cosas. 

Conviene  tener  presentes  estas  lecciones  pa- 
ra el  escarmiento,  pero  no  convertir  la  expe- 
riencia en  desesperación;  es  preciso  que  tú, 
yo,  todos,  en  la  medida  de  su  posibilidad, 
vayamos  formando  el  hábito  de  asociarnos,  es- 
cogiendo los  asociados  y  vigilándolos,  para 
que  nuestro  descuido  no  vaya  en  auxilio  de  su 
mala  tentación",  si  por  acaso  la  tienen.  El  que 
se  asocia  para  consumir,  como  el  que  lo  hace 
para  producir,  aumenta  sus  provechos  y  tam- 


224        OBRAS    DE    DOÑA   COXCKPCIÓN    ARENA!, 


bien  sus  cuidados.  Lo  más  sencillo  es  com- 
prar á  la  puerta  lo  que  pasa  por  la  calle,  pero 
es  también  lo  más  oneroso.  Si  echaras  la  cuen- 
ta de  lo  que  gastas  de  más  por  comprar  á  la 
puerta,  te  quedarías  asombrado.  Si  el  traba- 
jador, el  sábado  por  la  tarde,  después  que 
cobra,  ó  el  domingo  por  la  mañana,  en  vez 
de  embolsar  los  jornales  de  la  semana,  que 
son  una  tentación  á  que  tantas  veces  sucum- 
be, fuera  á  los  mercados  más  abastecidos,  y 
comprara  por  mayor  los  artículos  más  nece- 
sarios, su  situación  económica  mejoraría  de 
un  modo  que  te  admiraría,  por  más  que  sea 
una  cuenta  sencilla  y  clara  de  sumar  y  res- 
tar. Los  vendedores  y  comerciantes  al  por 
menor,  son  verdaderas  sanguijuelas  que  chii- 
pan  la  fortuna  del  pobre.  Por  todas  estas  ra- 
zones y  otras  muchas,  te  ruego  encarecida- 
mente que  procures  la  formación  de  las  so- 
ciedades cooperativas,  recomendándote  mucha 
prudencia  en  la  elección  de  asociados.  Podéis, 
y  creo  que  debéis  empezar  por  poco,  é  ir  cre- 
ciendo á  medida  que  aumenten  vuestros  me- 
dios y  confianza  mutua.  Digo  á  medida  que 
aumente^i  vuestros  medios,  porque  si  vais  po- 
niendo en  la  Caja  de  Ahorros  las  econonu'as 
que  resultan  de  comprar  por  maj'or  y  con  me- 
nos intermediarios,  aunque  no  seáis  muchos 
los  asociados,  á  la  vuelta  de  pocos  años  ten- 
dréis un  capital  respetable:  esto  resulta  del 
cálculo,  confirmado  por  la  experiencia  donde 
quiera  que  se  ha  hecho.  Los  primeros  obreros 
que  se  asociaron  en  Inglaterra  para  comprar 


CARTAS   A  UN   OBRERO 


al  por  mayor,  }'■  suprimir  en  lo  posible  los 
intermediarios  entre  el  consumidor  y  el  pro- 
ductor, fueron  objeto  de  burla  para  la  gente 
frivola;  que  es  más  fácil,  Juan,  reír  que  refle- 
xionar; pero  al  poco  tiempo  se  vieron  los  pro- 
digios, que  así  los  llamaron,  de  las  economías 
acumuladas  al  comprar,  y  los  humildes  tra- 
bajadores, á  la  vuelta  de  pocos  años,  fueron 
capitalistas,  y  lo  que  es  más,  hicieron  un  ver- 
dadero descubrimiento  en  el  mundo  económi- 
co, dilatando  sus  horizontes. 

Las  muchas  obligaciones  son  otra  causa  de 
miseria.  Si  tienes  padres  ancianos,  achacosos, 
y  muchos  hijos  pequeños,  ó  aunque  no  sea 
más  que  esta  última  circunstancia,  basta  el 
menor  contratiempo  para  reducirte  á  la  situa- 
ción más  deplorable.  El  que  se  encuentra  en 
este  trance,,  no  tiene  más  remedio  que  redo- 
blar sus  esfuerzos  y  su  economía,  cosa  más 
fácil  de  decir  que  de  hacer,  y  hay  que  evitar 
el  verse  en  tal  situación,  no  formando  una 
nueva  familia  prematuramente  y  sin  tener 
algunos  ahorros,  no  tomando  compañera  por 
capricho  ó  por  gusto  solamente,  sino  eligien- 
do con  razón  aquella  que  por  sus  buenas  cua- 
lidades sea  capaz  de  orden  y  economía,  y  por 
su  disposición  pueda  ayudar  al  esposo.  Los 
que  tienen  algo,  se  miran  mucho  antes  de  con- 
traer matrimonio;  los  que  carecen  de  todo, 
no  reparan  en  nada,  y  esta  ciega  imprevisión 
acarrea  males  sin  cuento  para  ellos  y  para 
la  sociedad. 

El  remedio  está  en  sobreponer  la  razón  á 


220         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


los  instintos;  en  que  la  parte  intelectual  no 
quede  sofocada  por  la  parte  animal;  en  que  la 
satisfacción  presente  no  sea  un  velo  tupido 
que  no  deje  ver  la  desgracia  futura.  Este  sa- 
crificio del  porvenir  al  goce  del  momento,  no 
es  sólo  consecuencia  de  la  preponderancia  de 
la  parte  animal  sobre  la  racional,  sino  de  la 
noción  equivocada  que  te  formas  de  la  vida. 
El  decirte  que  es  combate  y  sacrificio,  es,  á 
tu  parecer,  hablarte  de  rancias  vejeces,  buenas 
para  la  ignorancia  de  tus  abuelos,  pero  que 
desdicen  de  tu  ilustración.  Así  lo  crees  tú, 
porque  no  observas  ni  reflexionas;  de  otro  mo- 
do, era  imposible  que  en  todo  lo  que  te  rodea, 
fuera  de  ti  3-  en  ti  mismo,  no  vieras  que  el  sa- 
crificio y  la  lucha  es  la  ley  de  la  humanidad. 
Por  una  serie  de  sacrificios  de  tus  padres,  vi- 
ves; por  una  serie  de  sacrificios  tu3'os,  vivirán 
tus  hijos.  Combate  es  toda  educación;  lucha 
y  vencimiento  cuesta  perfeccionarse;  apren- 
der, es  triunfar  de  la  ignorancia;  y  en  fin, 
para  presentar  ante  tus  ojos  un  hecho  gene- 
ral, eterno  y  evidente,  te  diré  que  el  traba- 
jo, ley  del  hombre,  condición  indispensable 
de  su  vida,  no  es  cosa  expontánea  ni  fácil,  }' 
su  dificultad  se  expresa  en  el  lenguaje  por 
cien  frases  significativas.  Decimos  que  cues- 
ta trabajo  lo  que  necesita  esfuerzo;  trabajoso 
llamamos  á  lo  que  es  muy  difícil;  y  las  des- 
gracias se  llaman  trabajos.  Estas  frases  son 
la  expresión  de  las  ideas  y  sentimientos  que 
arrancan  de  las  entrañas  del  hombre;  y  el  que 
lo  dice  que  en  su  camino  no  debe  hallar  más 


CARTAS    A    UN    OBRERO  227 


qne  flores,  le  enerva  para  arrancar  las  espinas,  y 
le  impide  que  se  resigne  con  las  que  no  pue- 
de suprimir,  añadiendo  al  sufrimiento  de  la 
desgracia,  el  dolor  de  la  sorpresa.  Reflexio- 
na, pues,  en  la  necesidad  que  tienes  de  traba- 
jar, en  el  esfuerzo  que  te  cuesta,  y  no  necesi- 
tas conocer  otras  verdades,  para  ver  la  menti- 
ra de  los  que  niegan  la  necesidad  del  sacri- 
ficio y  del  combate. 

¿Y  los  que  no  trabajan?  Ya  te  he  dicho 
que  su  número,  excesivo  para  su  mal  y  de 
la  sociedad,  es  imperceptible,  y  puede  consi- 
derarse como  una  excepción.  Ya  sabemos  que 
el  trabajo  no  es  sólo  el  manual;  que  la  tarea 
del  ingeniero  de  un  camino  es  más  penosa 
que  la  del  que  lleva  una  carretilla;  que  todo 
el  que  hace  algo  útil,  trabaja.  El  corto  núme- 
ro, menor  cada  día  de  los  que  no  trabajan, 
al  sepultarse  en  el  crimen,  encenagarse  en  el 
vicio,  ó  cuando  menos  vegetar  en  la  ignoran- 
cia, despreciables  y  despreciados,  prueban  bien 
■que  el  trabajo  es  nuestra  ley. 

Ni  la  debilidad  de  nuestro  cuerpo,  ni  la  ira- 
perfección  de  nuestro  espíritu,  soportan  los 
goces  sin  interrupción,  sin  lucha,  sin  traba- 
jo, el  cual  es  á  la  vez  nuestro  freno,  nuestro 
maestro,  nuestro  necesario  abastecedor  y  nues- 
tro bueno  y  severo  amigo.  El  lenguaje,  Juan, 
sigue  las  inflexiones  de  las  ideas  y  de  los  sen- 
tamientos; se  inventan  nuevas  palabras  para 
expresar  nuevas  cosas;  caen  en  desuso,  se  ol- 
vidan; desaparecen  las  que  significan  cosas  que 
ya  no  existen,  y  un  día,  cuando  el  trabajo  se 


2  28         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


aprecie  en  lo  que  vale,  cuando  se  vea  cuan 
necesario  y  santo  es,  creo  yo  que  al  crimen 
y  al  vicio  se  les  llamará  ociosidad. 

Yo  no  miro  al  mundo  por  un  prisma  som- 
brío, ni  tengo  al  hombre  por  un  animal  de- 
pravado, no.  Yo  creo  que  la  Providencia,  la 
causa  de  las  causas,  la  ley  suprema,  general 
y  eterna,  ó  como  quiera  que  llames  á  lo  que 
yo  llamo  Dios,  ha  puesto  en  este  mundo  gran- 
des bienes;  ha  hecho  el  corazón  del  hombre 
capaz  de  grandes  alegrías;  pero  ni  están  exen- 
tas de  dolores,  ni  los  bienes  pueden  alcanzar- 
se sin  esfuerzo  proporcionado  á  su  magnitud, 
sin  sacrificio  mayor  ó  menor,  y  sin  combate. 

Abstenerse  y  sostenerse,  es  decir,  sacrificio 
y  lucha,  era  el  resumen  de  la  sabiduría  anti- 
gua; la  conclusión  de  los  estoicos,  que  no  eran 
seguramente  fanáticos  ni  devotos,  sino  buenos 
observadores  del  corazón  humano.  Si  el  niño 
aprendiera  esta  le\^,  si  la  supiera  el  adolescen- 
te y  el  adulto,  la  vida  se  le  presentaría  bajO' 
otro  aspecto,  sus  pensamientos  y  acciones  ten- 
drían otra  dirección,  y  aceptando  valerosa  y 
racionalmente  los  males  inevitables  de  la  exis- 
tencia, no  se  vería  abrumada  con  los  que  pue- 
den evitarse. 

La  vida  es  un  viaje  en  el  que  se  hallan 
hermosos  valles  y  escarpadas  montañas,  arro- 
yos limpios  y  ríos  difíciles  de  vadear,  días  se- 
renos y  noches  tempestuosas,  desiertos  3^  oasis, 
céfiros  apacibles  y  desencadenados  huracanes. 
Mal  quiere  á  los  viajeros,  ó  por  lo  menos  gran 
daño  les  hace,  el  que  les  pinta  el  camino  con 


CARTAS    Á   UN   OBRERO  229 


facilidades  que  no  tiene,  porque  llega  el  pa- 
so difícil  de  la  montaña,  el  día  del  desierto, 
la  hora  de  la  tempestad,  y  no  estando  prepa- 
rados para  la  prueba,  sucumben  en  ella,  ó 
quedan  tan  débiles,  que  ni  aun  pueden  disfru- 
tar de  los  goces  que  hallarían  en  las  jornadas 
sucesivas,  que  hacen  dificultosamente. 

Parte,  pues,  de  la  verdad  para  no  llegar 
al  doloroso  desengaño.  La  vida  ofrece  gran- 
des dificultades;  es  preciso  prepararse  para 
vencerlas.  Si  no  quieres  luchar  para  resistir 
á  la  mala  tentación,  caes  en  el  vicio  ó  en  el 
crimen;  la  ley  natural,  ó  la  ley  social,  que  es 
natural  también,  te  castigan,  y  enfermo  ó  en- 
carcelado aprendes,  cuando  ya  no  es  posible 
triunfar,  que  era  necesario  haber  combatido. 
Si  no  quieres  hacer  ningún  sacrificio,  egoísta, 
hallarás  una  masa  de  egoísmos  que  te  atrope- 
llarán;  imprevisor,  pagarás  la  ciega  satisfac- 
ción del  presente  con  la  desgracia  del  porve- 
nir. Si  joven  no  aprendes  á  trabajar,  hombre 
sabrás  lo  que  es  miseria;  si  soltero  no  tienes 
previsión,  casado  te  abrumará  una  familia  que 
no  podrás  mantener.  Aceptémosla  ó  no,  la 
vida  impone  condiciones;  solamente  que  son 
más  duras  para  el  que  las  recibe  de  la  nece- 
sidad, pudiendo  haberlas  admitido  de  la  razón. 


CARTA  VIGÉSIMA 


De  los  impuestos. 

Apreciable  Juan:  Lo  crecido  de  los  impues- 
tos es  otra  de  las  causas  que  contribu3^en  á  la 
miseria,  ya  porque  exigen  del  pobre  lo  que 
necesita  para  cubrir  sus  atenciones,  \^a  porque 
hacen  subir  el  precio  de  las  cosas.  Con  sólo 
decir  esto,  está  dicho  que  todos  son  contribu- 
yentes; porque  si  tú  no  satisfaces  contribu- 
ción territorial  ni  de  subsidio  ó  comercio,  pa- 
gas más  caro  el  aceite  y  el  azúcar  que  si  el 
propietario  3^  comerciante  no  estuvieran  recar- 
gados con  un  impuesto  exorbitante.  Todo  el 
que  forma  parte  de  una  sociedad,  contribuye 
de  un  modo  ó  de  otro  á  llevar  sus  cargas;  esto 
es  inevitable  y  es  justo,  si  en  la  cantidad  no 
hay  exceso  ni  en  la  forma  vejación.  Tenlo 
muy  presente  para  no  formar  nunca  el  cálcu- 
lo egoísta  y  erróneo  de  que  los  abusos  en  ma- 
teria de  contribuciones  nada  te  importan  cuan- 
do no  las  pagas.  Tu  interés  está  unido  al  de 
los  demás,  como  tu  derecho  á  su  derecho,  y 
toda  vejación  ó  injusticia,  por  lejana  que  la 


!32         OBRAS    DE    DOXA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


imagines,  en  ti  se  refleja,  sobre  ti  influye,  á  ti 
perjudica.  Si  nos  persuadiéramos  de  esta  ver- 
dad, si  comprendiéramos  que  el  interés  de 
todos  es  el  interés  de  cada  uno,  no  se  vería 
esa  insensata  indiferencia  por  las  cosas  del 
común,  la  fraternidad  sería  conveniencia  pro- 
pia, y  el  patriotismo  cálculo,  cuando  ahora  es 
abnegación. 

En  España,  Juan,  nadie  se  cuida  de  las  co- 
sas que  son  de  todos,  y  así  van  ellas.  Existe 
además  una  preocupación,  común  á  otros  paí- 
ses, de  que  el  interés  que  tienen  los  hombres 
en  el  orden  se  mide  por  su  riqueza.  Ya  te  he 
dicho,  y  he  de  repetírtelo  porque  importa  mu- 
cho no  olvidarlo,  que  lo  contrario  es  precisa- 
mente lo  cierto,  y  que  el  orden,  es  decir,  la 
justicia,  importa  más  á  los  pobres  que  á  los 
ricos;  y  es  cosa  clara:  la  justicia  es  la  protec- 
tora de  los  débiles;  los  fuertes  se  la  toman 
por  su  mano.  La  riqueza  es  fuerza;  la  pobre- 
za debilidad;  y  cuando  la  justicia  no  se  dis- 
tribuya equitativamente,  sino  que  se  tome, 
quedará  perjudicado  el  más  débil,  es  decir,  el 
pobre. 

Tienes  interés,  Juan,  un  gran  interés,  en 
el  buen  orden  de  la  cosa  pública;  en  que 
haya  escuelas  para  que  aprendan  tus  hijos; 
en  que  el  hospital  esté  bien  montado,  la  Caja 
de  Ahorros  bien  dirigida,  los  tribunales  com- 
puestos de  jueces  probos  é  ilustrados,  los  pre- 
sidios y  las  cárceles  organizados  para  corre- 
gir; tienes  interés  en  que  las  leyes  sean  jus- 
tas y  los  impuestos  moderados  y  repartidos 


CARTAS   A   UN    OBRERO  233 


con  equidad,  porque  tú  no  puedes  retribuir 
maestros,  ni,  en  muchos  casos,  ser  asistido 
en  tu  casa  cuando  estás  enfermo,  ni  pagar  en 
la  cárcel  un  cuarto  aparte,  ni  en  presidio  me- 
recer consideración,  ni  satisfacer  el  impuesto 
excesivo  sin  privarte  de  algún  objeto  necesa- 
rio, ni  hacer  nunca,  ni  en  cosa  alguna,  que  se 
incline  de  tu  lado  la  balanza  de  la  justicia, 
que  inclinan  del  suyo  los  poderosos  cuando 
no  hay  orden.  El  pobre,  mucho  más  que  el 
rico,  está  interesado  en  que  las  cosas  vayan 
como  deben  ir,  porque  las  halla  como  están, 
sin  poder  modificarlas;  él  toma  el  abogado, 
el  médico,  el  juez  que  le  dan;  es  parte  más 
pasiva  que  el  rico,  y  Dios  sabe  hasta  dónde 
es  paciente,  y  cuánto  padece  si  no  halla  en 
su  camino  justicia  y  equidad. 

En  la  función  social  que  te  parezca  menos 
susceptible  de  influir  de  diferente  modo  se- 
gún las  diferentes  clases,  aun  en  aquélla  tie- 
ne el  pobre  mayor  interés  en  que  se  desem- 
peñe bien.  Tú  supondrás,  por  ejemplo,  que 
no  te  importa  más  que  al  rico  que  un  inge- 
niero sepa  su  obligación,  y  si  tal  piensas,  te 
equivocas.  Si  por  su  falta  de  ciencia,  al  des- 
cimbrar un  puente  salta  una  cuña  y  mata  á 
un  hombre,  es  un  pobre  el  que  perece;  si  al 
pasar  un  tren  se  hunde,  los  muertos  son  igua- 
les, pero  de  los  que  sobreviven  y  quedan  in- 
útiles, ¡  qué  diferencia  entre  el  perjuicio  que 
sufre  el  que  tiene  bienes  y  el  que  no  posee 
más  que  sus  brazos,  con  que  no  puede  ya 
ganar  el  sustento  ! 


234         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


Convéncete,  pues,  de  que  te  importa  mu- 
cho todo  lo  que  eu  la  sociedad  pasa,  la  ins- 
trucción y  las  leyes  de  aduanas,  el  derecho 
penal  y  los  impuestos;  de  éstos  hemos  de 
tratar  hoy,   aunque  sea  brevemente. 

El  impuesto,  como  todo  fenóm^eno  social,  es 
á  la  vez  causa  y  efecto.  Las  crecidas  contri- 
buciones son  efecto  de  lo  nmneroso  de  los 
ejércitos  \'  de  su  mala  organización;  de  lo 
numeroso  de  los  empleados  y  del  desorden 
administrativo;  del  mal  sistema  ó  de  la  falta 
de  sistema  en  Hacienda,  etc.,  etc.,  y  son  cau- 
sa de  empobrecimiento,  de  vejaciones  y  mi- 
seria. La  cuestión  de  Hacienda,  dicen,  es  siem- 
pre la  gran  cuestión;  si  no  fuera  por  ella,  to- 
dos los  Gobiernos  creen  (equivocadamente) 
que  serían  fuertes  y  duraderos.  Y  ¿por  qué 
esta  importancia  vital  de  la  cuestión  de  Ha- 
cienda? Porque  la  sociedad  paga  todos  sus 
errores,  todas  sus  injusticias,  todos  sus  desór- 
denes, todos  sus  abusos,  todos  sus  vicios,  to- 
dos sus  crímenes;  á  medida  que  son  más,  la 
contribución  es  mayor,  y  cuando  se  desbor- 
dan, la  contribución  la  abruma.  El  Ministro 
de  Hacienda  es  el  banquero  de  todo  error,  de 
toda  maldad,  que  tiene  letra  abierta  mientras 
haya  fondos.  Si  la  injusticia  en  forma  de 
ataque  al  derecho  no  es  visible,  ó  se  mira  con 
indiferencia,  en  forma  de  tributo  es  evidente 
y  vejatoria,  nadie  la  desconoce,  á  todos  duele, 
y  la  cuestión  de  Hacienda  no  es  la  gran  cues- 
tión sino  porque  pone  de  bulto  y  hace  ver  y 
sentir  todas  las  otras  cuestiones;  es  el  efecto 


CARTAS    A   UX    OBRURÜ  235 


palpable,  pero  no  la  causa.  El  arreglo  de  la 
Hacienda  quiere  decir  el  arreglo  de  las  cosas 
todas.  Para  arreglar  la  Hacienda  es  necesario: 

Xo  llevar  las  cuestiones  al  terreno  de  la 
fuerza,  y  hacer  así  innecesario  un  ejército  nu- 
meroso. 

Organizar  el  ejército  del  modo  más  econó- 
mico y  justo,  sin  más  oficiales  y  jefes  que 
los  precisos  para  mandarlo. 

Tener  funcionarios  y  empleados  inteligen- 
tes, inamovibles,  que  sepan  lo  que  hacen  y 
no  puedan  impunemente  dejar  de  hacer  lo  que 
deben,  lo  cual  permitirá  reducir  su  número 
en  más  de  la  mitad. 

Xo  separar  de  su  destino,  sea  militar  ó  ci- 
vil, más  que  á  los  que  han  faltado  á  su  deber; 
no  dando  á  éstos  retribución  alguna,  con  lo 
cual  se  suprime  el  ejército  de  cesantes. 

X^'o  jubilar  á  nadie  que  no  esté  verdadera- 
mente imposibilitado  de  trabajar. 

Xo  cometer  fraude  en  la  administración  de 
las  rentas  públicas,  con  lo  cual  aumentarían 
extraordinariamente. 

Xo  malgastar  los  fondos  públicos  en  obras 
que  no  son  de  necesidad  ó  de  utilidad  ver- 
dadera. 

Hacer  las  obras  públicas  con  economía,  y 
no  enriqueciendo  con  ellas,  á  costa  del  Estado, 
á  los  que  las  hacen. 

Xo  malgastar  por  ignorancia,  ó  despilfarrar 
por  incuria,   los  fondos  del  Estado. 

Xo  tener  cosa  alguna  de  lujo  mientras  fal- 
te una  sola  de  las  que  son  de  necesidad. 


2^6         OBRAS    UE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Saber  imponerse  privaciones  y  sacrificios  en 
momentos  supremos,  para  no  contraer  deudas 
que  no  pueden  satisfacerse,  y  obligan  á  vivir 
al  día  ó  de  prestado,  y  á  ser  víctima  de  los 
usureros  que  especulan  con  la  miseria  pública. 

Trabajar  mucho,  trabajar  bien,  producir  ba- 
rato. 

Todo  esto  se  necesita  para  arreglar  la  cues- 
tión de  Hacienda:  ya  comprendes  que  el  arre- 
glo no  depende  del  Ministro  del  ramo. 

Figúrate  una  numerosa  familia  llena  de  vi- 
cios y  de  trampas.  ¿Te  parece  posible  resta- 
blecer su  fortuna,  sin  que  su  conducta  cam- 
bie? Apostrofa  al  que  corre  con  los  gastos,  re- 
crimínale duramente;  él  te  dirá:  Mientras  X. 
sea  jugador,  U.  se  embriague,  R.  gaste  en 
perifollos  lo  que  necesitamos  para  comer,  J.  se 
obstine  en  no  trabajar,  K.  trabaje  poco  y 
mal,  etc.,  es  imposible  que,  por  más  que  ha- 
ga, salgamos  de  este  estado.  Lo  propio  que  á 
una  casa  le  sucede  á  una  nación:  su  fortu- 
na no  se  restablece,  si  su  moral  y  su  inteli- 
gencia no  mejoran. 

Puesto  que  todo  error  y  toda  maldad  se 
paga,  para  descargar  el  presupuesto  hay  que 
disminuir  el  número  de  maldades  y  de  erro- 
res. ¡  Ya  es  obra  !  dirás  tú.  Ardua,  te  respon- 
do yo;  pero  aunque  el  camino  sea  largo,  en- 
tremos por  él,  porque  no  hay  otro. 

Un  pueblo  que  se  halla  en  la  situación  que 
tiene  y  tendrá  por  mucho  tiempo  España,  ha 
de  pagar  impuestos  crecidos  y  desproporciona- 
dos á  su  riqueza:  que  al  menos  este  mal  no 


CARTAS    A   UX    OBRERO 


se  agrave  con  el  modo  de  repartirlos  y  recau- 
darlos. Una  contribución  ha  de  ser: 

Equitativa,  es  decir,  proporcionada  á  la  ri- 
queza del  contribuyente; 

No  vejatoria  en  el  modo  de  exigirla; 

De  recaudación  que  no  sea  dispendiosa  y 
no  dé  lugar  á  fraude; 

De  tal  índole,  que  nunca  su  cobranza  pue- 
da convertirse  en  monopolio. 

Observa  bien  qué  impuestos  no  cumplen 
con  estas  condiciones,  y  declárate  contra  ellos, 
pero  haciendo  uso  de  la  razón,  y  sin  recurrir 
á  la  fuerza. 

A  ti  te  halaga  no  pagar  contribución  algu- 
na, sin  hacerte  cargo  de  que  esto  es  im^Dosible, 
de  que,  si  pesa  sobre  los  propietarios  de  casas, 
te  subirán  el  puarto,  y  los  garbanzos,  el  acei- 
te, etc.,  si  recae  sobre  los  que  comercian  en 
comestibles.  El  absurdo  y  la  injusticia  de  de- 
cir: no  contribuyo  con  nada,  no  se  verifica 
nunca,  y  la  apariencia  engañosa  de  que  así 
sea  se  paga  luego  con  tristísimas  realidades. 
De  resultas  de  haber  estado  tres  años,  á  tu 
parecer,  sin  pagar  nada  (i): 

Has  sufrido  terriblemente  por  la  falta  de 
recursos  y  la  penuria  de  los  Ayuntamientos 
y  Diputaciones; 

Sobre  ti  ha  recaído  principalmente  el  mal 
estado  de  los  hospicios,  de  los  hospitales,  de 
las  inclusas,  de  laS  cárceles,  la  falta  de  trabajo 
en  las  obras  públicas,  etc.; 


(1)    Los  años  de  1869  á  1871. 


¡38         OBRAS    DE    DOÑA    CO.N'CHPCIÓX    ARENAL 


Durante  este  tiempo  en  que  no  has  pagado 
nada,  se  han  deteriorado  los  caminos,  y  para 
repararlos  se  necesita  ho}^  doble,  triple  ó  cuá- 
druple cantidad  que  para  irlos  sosteniendo  se 
necesitaba; 

Los  Municipios  y  las  Diputaciones  han  con- 
traído empréstitos  mu}-  onerosos,  cuyos  ré- 
ditos pagarás. 

Y  podría  hacer  mucho  más  larga  esta  lista; 
pero  con  lo  dicho  me  parece  que  basta  para 
que  comprendas  lo  caro  que  te  cuesta  no  pagar 
nada.  Digo  cjue  ie  cuesta,  porque  aun  cuando 
cueste  á  todos,  para  ti  es  el  perjuicio  mayor, 
como  lo  ves  palpablemente  en  alguno  de  los 
males  que  dejo  indicados,  y  como  lo  verás  en 
todos,  á  poco  que  reflexiones;  porque  cuando 
el  rico  ó  la  persona  bien  acomodada,  por  el 
mal  estado  de  la  cosa  pública,  tiene  que  cer- 
cenar de  lo  supérfluo,  tú  cercenas  de  lo  nece- 
sario. 

Procura,  Juan,  dar  buena  idea  de  ti:  no  re- 
curras á  la  violencia,  para  que  al  ir  á  pedirte 
la  contribución  no  inspires  miedo  como  si  fue- 
ses una  fiera;  economiza  para  fin  de  mes  una 
parte  de  lo  que  habías  de  ir  gastando  día  por 
día,  para  que  no  se  crea  necesario  recurrir  al 
artificio,  y  te  traten  como  hombre  y  no  como 
niño,  é  imita  lo  que  se  hizo  en  Inglaterra  pa- 
ra abolir  las  leyes  sobre  cereales. 

Estas  leyes  eran  horribles:  hasta  que  el  tri- 
go tenía  un  precio  tal,  que  los  pobres  se  mo- 
rían literalmente  de  hambre,  no  se  permitía 
entrar  trigo  extranjero.  Los  grandes  señores. 


CARTAS    A   UN   015RER0  239 


propietarios  de  la  tierra,  habían  sido  los  legis- 
ladores; querían  enriquecerse  vendiendo  su  tri- 
go caro,  y  lo  vendían.  Te  advierto  de  paso, 
<iue  este  cálculo  inhumano  era  errado.  Ya  ves 
si  había,  al  parecer,  motivo  para  recurrir  á 
la  violencia.  ¡  Pobre  pueblo,  si  hubiera  recu- 
rrido !  Los  que  se  pusieron  de  parte  de  él  ha- 
brían sido  sus  primeros  enemigos,  y  su  derro- 
ta era  segura.  En  vez  de  armar  motines,  se 
formó  una  Liga.  Tesoros  de  elocuencia,  de  ab- 
negación, de  constancia,  se  gastaron  por  esos 
ingleses,  que  tal  vez  habrás  oído  decir  que 
son  muy  egoístas,  los  cuales  tampoco  econo- 
mizaron su  dinero.  Reuniones,  libros,  folletos, 
periódicos,  trabajos  perseverantes  y  sacrificios 
pecuniarios,  para  que  el  interés  (mal  enten- 
dido) no  sofocase  la  voz  de  la  opinión,  é  im- 
pidiera llevar  á  las  Cámaras  diputados  ami- 
gos de  la  justicia;  esto  y  mucho  más  se  hi- 
zo; y  á  la  vuelta  de  pocos  años  las  leyes 
sobre  cereales  se  abolieron  sin  derramar  una 
gota  de  sangre.  ¡  Hermoso  ejemplo,  digno  de 
ser  imitado  !  ¡  Consoladora  lección,  digna  de 
ser  aprendida  ! 

Si  alguno  me  respondiera  de  que  España 
renunciaba  al  motín,  á  la  rebelión,  á  las  so- 
luciones de  fuerza,  á  la  guerra,  en  fin,  yo  te 
respondería  de  que  las  contribuciones  dismi- 
nuirían y  se  distribuirían  mejor,  y  no  te  abru- 
marían, ya  las  pagases  directamente  como  tri- 
buto, ya  indirectamente  en  forma  de  carestía. 
Pero  por  el  camino  que  hemos  ido,  que  va- 
mos, y  que  tenemos  apariencia  de  ir,  los  im- 


240         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


puestos  serán  cada  vez  más  intolerables  y  peor 
distribuidos,  porque  la  guerra  es  cada  vez  más 
cara,  y  porque  siempre  fué  buena  aliada  é  in- 
separable compañera  de  la  injusticia.  Desde 
el  momento  en  que  se  recurre  á  la  fuerza,  pa- 
decen todos  los  derechos,  en  el  orden  econó- 
mico como  en  los  demás,  y  si  no  se  evita 
que  haya  luchas  á  mano  armada,  será  inevi- 
table que  los  impuestos  sean  crecidos  y  se  dis- 
tribuyan mal. 

En  materia  de  contribuciones  es  necesario 
l^artir  de  la  verdad,  como  en  todas  las  mate- 
rias; y  la  verdad  es  que  tienen  que  ser  creci- 
das, porque,  como  te  he  dicho,  el  arreglo  de 
la  Hacienda  supone  verdaderas  reformas  en 
todos  los  demás  ramos,  y  progreso  en  las  inte- 
ligencias y  en  las  costumbres.  Pero  ya  que  el 
impuesto  fuese  grande,  que  al  menos,  repito, 
se  repartiera  con  equidad,  y  se  cobrara  sin  ve- 
jaciones innecesarias.  Podría  empezarse  por 
lo  más  fácil,  como  la  prudencia  aconseja,  y 
formarse  una  asociación  contra  la  contribu- 
ción de  consumos  sobre  los  artículos  cuyo  gra- 
vamen fuese  perjudicial.  Discutiendo  templa- 
da y  mesuradamente,  allegando  datos,  presen- 
tando pruebas,  en  medio  del  orden  que  per- 
mitiese á  cada  cual  dar  su  razón  y  oír  la  de 
su  adversario,  la  opinión  se  modificaría,  sin 
lo  cual  las  instituciones  no  se  cambian;  y  en 
lugar  de  gritos  sediciosos  que  se  sofocan,  ha- 
bría convicciones  profundas,  que  son  invenci- 
bles. Sobre  el  impuesto  hay  mucho,  muchísi- 
mo que  hacer;  mas  al  tratar  de  él,  no  has  de 


CARTAS   A  UN  OBRERO  24 1 


agruparte  para  armar  motín,  sino  asociarte 
para  formar  opinión.  No  pueden  ventilarse  ta- 
les cuestiones  sin  calma;  y  esto  es  tan  cier- 
to, que,  por  no  tenerla  tú  en  este  momento, 
dejo  de  decirte  muchas  cosas  que  te  diría  en 
otra  ocasión.  A  un  hombre  que  está  tranquilo 
se  le  da  un  arma  para  que  se  defienda;  á  un 
hombre  que  está  furioso  se  le  quitan  las  que 
tiene,  para  que  no  haga  daño  á  los  otros  y  se 
lo  haga  á  sí  mismo.  Hasta  la  verdad,  la  san- 
ta verdad,  se  dice  con  temor  ó  se  oculta,  como 
so  aleja  el  manjar  más  sano  del  que  tiene  una 
irritación  en  el  estómago.  ¡  Si  yo  pudiera  con- 
vencerte de  que  el  mal,  bajo  cualquiera  forma 
que  se  presenta,  no  desaparece  sino  ahogado 
por  la  moralidad  y  la  inteligencia  cuyo  nivel 
sube;  que  los  abusos,  si  no  se  ha  probado  que 
son  errores,  retoñan  aunque  se  corten  á  sabla- 
zos, y  que,  como  ha  dicho  una  mujer  de  ge- 
jiio,  no  .s'e  vence  sino  á  aquellos  á  quienes  se 
persuade!... 


16 


CARTA  VIGÉSIiMOPRIMERA 


De  la  Internacional. 

Aprecial)le  Juan:  Por  lo  que  te  he  dicho 
hasta  aquí,   habrás  podido  comprender: 

Que  no  debes  recurrir  á  la  violencia. 

Que  está  más  interesado  en  el  orden  el  po- 
bre que  el  rico. 

Que  el  estado  de  pobreza  es  la  condición 
de  la  humanidad,  con  raras  excepciones. 

Que  la  pobreza  no  es  un  mal. 

Que  el  mal  grave,  terrible,  el  que  debe- 
mos combatir  con  todas  nuestras  fuerzas,  es 
la  miseria. 

Que  la  miseria  es  efecto  de  muchas  y  muy 
complejas  causas:  y  habiendo  enumerado  las 
principales,  hemos  podido  persuadirnos  que 
tienen  raíces  profundas,  grandes  ramificacio- 
nes, y  que  no  se  combaten  sino  elevando  el 
nivel  moral  é  intelectual  de  la  sociedad,  de 
modo  que  tú,  yo  y  todos,  seamos  mejores  y 
más  ilustrados;  porque  querer  reformar  las 
cosas  sin  que  se  reformen  las  personas,  es, 
de  todos  los  sueños,  el  más  absurdo. 


^44      OBRAS  di;  doña  concepción  arenal 


Ha  llegado  el  momento  de  que  discutamos 
el  sitema  qtie  te  proponen  como  remedio  de 
tus  males,  sistpma  reducido  á  trastornar  com- 
pletamente el  orden  actual,  á  derribar  todo  lo 
que  existe,  á  crear  una  sociedad  que  en  nada 
se  parezca  á  la  sociedad  en  que  vivimos. 

Sin  entrar  en  profundas  consideraciones,  3' 
conío  por  instinto,  si  la  pasión  no  extravía, 
ya  se  comprende  que,  no  pudiendo  hacer  que 
los  hombres  instantáneamente  sean  del  todo 
opuestos  á  lo  que  han  sido  hasta  aquí,  las 
cosas  no  pueden  sufrir  un  cambio  radical  y 
repentino;  se  comprende  que  no  hay  efecto  sin 
causa;  que  las  cosas  son  porque  tienen  un 
motivo  de  ser  y  que  no  es  posible  que  estos 
motivos  cesen  todos  en  el  mismo  día  y  á  la 
misma  hora,  de  manera  que  absolutamente 
nada  de  lo  que  es  hoy  tenga  razón  de  ser 
mañana. 

La  sociedad  necesita,  lo  primero,  vivir;  lo 
segundo,  reformarse.  Podríamos,  Juan,  com- 
pararla á  un  barco  que  tiene  grandes  defectos 
de  construcción,  pero  que  no  se  puede  llevar 
al  astillero,  sino  que  hay  que  irle  modifican- 
do dentro  del  agua;  si  quieres  en  un  momen- 
to darle  forma  distinta,  y  empiezas  á  arrancar 
tablas  de  popa  á  proa  y  de  babor  á  estribor, 
el  mar  se  entra,  y  la  embarcación  se  va  á 
pique.  Es  necesario  irla  mejorando  poco  á  po- 
co, por  partes,  sin  olvidar  nunca  que  no  pue- 
de salir  del  agua,  y  que  es  necesario  que 
flote.  Esto,  que  al  buen  sentido  se  le  alcanza, 
la  historia  lo  confirma.   La   comparación   me 


CARTAS   A  UN   OBRURO  245 


parece  exacta;  pero  como  las  teorías,  buenas 
ó  malas,  no  se  combaten  con  imágenes,  entre- 
mos en  el  fondo  de  la  cuestión. 

Al  empezar  á  tratarla,  tenemos  que  pronun- 
ciar un  nombre  alarmante,  terrible,  que  ho- 
rripila. La  Internacional.  Este  nombre  des- 
pierta temores  y  esperanzas,  iras  y  odios;  re- 
presenta crímenes  y  desastres,  tempestades  y 
abismos.  Al  tratar  de  La  InternacionaIv,  pa- 
rece que  sean  cosas  imposibles  la  imparciali- 
dad y  la  templanza,  y  diríase  que  es  pre- 
ciso que  la  discusión  tenga  lo  que  se  llama 
armonía  imitativa,  que  haya  de  ser  apasiona- 
da y  violenta,  y  que  los  argumentos  todos  han 
de  tener  un  tinte  siniestro,  como  el  reflejo  de 
la  tea  incendiaria.  Nosotros  no  hemos  de  dis- 
cutir así,  Juan,  sino  tranquilamente,  sin  pre- 
vención de  ningún  género,  sin  negar  justicia 
á  nadie,  ni  perdón  al  que  lo  necesite;  sin 
rencor  para  ninguno,  con  amor  para  todos; 
teniendo  por  impulso  el  deseo  del  bien,  por 
norte  la  *^erdad;  no  alumbrados  por  vislum- 
bres rojizos,  sino  por  la  luz  clara  del  sol, 
que  alumbra  á  grandes  y  á  pequeños,  que  sa- 
le para  justos  y  pecadores. 

Yo  sé  que  perteneces  á  La  Internacional, 
pero  sé  también  que  por  eso  no  dejas  de  ser 
mi  hermano,  hijo,  como  yo,  del  Padre  Celeste. 
Porque  seas  de  esa  sociedad,  no  creo  que 
seas  un  malvado,  un  monstruo,  una  fiera,  por- 
que no  creo  que  cientos  de  miles  de  malva- 
dos puedan  asociarse  }'•  entenderse  en  las  na- 
ciones   de    Europa,    civilizadas    y    cristianas. 


246         OUKAS    Plv    DOXA    CONClU'CrON    ARKNAt 


Creo  que  eres  un  hombre  honrado,  que  profe- 
sas errores  que  deseo  combatir;  no  me  inspi- 
ras, pues,  ni  horror  ni  desprecio. 

En  cuanto  á  tus  aspiraciones,  no  vayas  á 
figurarte  que  en  el  fondo  son  una  invención 
del  siglo.  No  sé  quien  ha  dicho:  ((Todo  lo 
bueno  que  tiene  La  Internacional  es  an- 
tiguo, y  todo  lo  malo,  nuevo»;  á  lo  que  otro 
ha  replicado:  que  (do  contrario  es  precisa- 
mente la  verdad».  No  tengo  por  cierta  nin- 
guna de  las  dos  proposiciones;  las  cosas  an- 
tiguas y  las  modernas,  los  sucesos  pasados, 
presentes  5'  futuros,  han  de  andar  mezclados 
de  bien  y  de  mal,  como  conjunto  de  mal  5^  de 
bien  son  los  hombres  que  en  ellos  toman  par- 
te. No  hay,  pues,  que  envalentonarse  ni  que 
aterrarse,  suponiendo  que  lo  que  pasa  es  inau- 
dito, desconocido  y  no  visto  jamás. 

La  historia  nos  dice  que  los  pueblos  es- 
tán siempre  en  una  de  estas  tres  situaciones: 

O  se  someten  bajo  un  yugo. 

O  descansan  en  la  armonía  que  (existe  en- 
tre sus  ideas  y  sus  instituciones  todas. 

O  se  rebelan  por  la  contradicción  que  hay 
entre  sus  ideas  y  su  organización. 

El  período  histórico  en  que  vivimos  es  de 
rebelión;  negarlo,  sería  hacer  lo  que  esos  ni- 
ños que  cierran  los  ojos  para  que  no  los  vean; 
y  este  estado  durará  hasta  que  se  armonice  la 
organización  con  las  ideas;  hasta  que,  después 
de  choques,  luchas  y  desengaños,  convengan 
las  mayorías,  de  una  parte,  en  lo  que  es  in- 
evitable; de  otra,  en  lo  que  es  imposible;  de 


CAKTAS    A    l'X    OBRKRO  247 


entrambas,  en  lo  que  es  justo.  Este  conve- 
nio no  es  definitivo;  las  ideas  cambian,  y  los 
sentimientos  también;  lo  que  parecía  justo 
ayer,  no  lo  parecerá  mañana;  y  de  ahí  las  con- 
tiendas en  el  pasado,  el  presente  y  el  porve- 
nir. Las  condiciones  de  la  lucha  pueden  mo- 
dificarse; puede  ésta  no  ser  tan  violenta,  pro- 
greso inmenso,  ya  porque  no  cueste  lágrimas 
ni  sangre,  ya  para  dar  mayor  seguridad  al 
fruto  de  la  victoria:  las  reacciones,  más  que 
contra  el  triunfo  alcanzado,  son  contra  los  me- 
dios empleados  para  triunfar.  Si  te  privan  de 
una  cosa  que  creías  tuya,  y  resulta  qvie  per- 
tenece á  otro,  podrás  resignarte  con  tal  que 
no  te  la  arrebaten  por  fuerza;  pero  si  á  ésta 
se  recurre,  habrá  violencia  en  el  combate,  hu- 
ijiillación  y  rabia  después  del  vencimiento,  y 
deseo  de  vengar  las  afrentas,  aun  más  que  de 
rescatar  la  cosa  perdida.  Esto  lo  verás  todos 
los  días  en  litigantes  que  se  arruinan,  di- 
ciendo: uNo  es  por  lo  que  vale...»  (el  objeto 
de  litigio) ,  y  en  hombres  que  se  matan  por 
cualquier  fruslería,  á  propósito  de  la  cual  se 
excitó  su  amor  propio  y  se  encendió  su  cólera. 

Así  pues,  lo  que  hay  que  procurar,  no  es 
suprimir  la  lucha,  sino  modificarla;  no  pre- 
tender que  los  hombres  á  una  señal  se  pongan 
de  acuerdo,  sino  que  lleven  sus  disidencias  al 
campo  de  la  discusión,  y  con  razones  se  ata- 
quen y  se  defiendan.  JLas  exulcsiones  de  la  ira 
deben  conjurarse  como  se  conjura  el  rayo,  evi- 
tando que  se  acumule  la  causa  que  las  produce. 

Te  repito   que   ni   la   sociedad   se  halla  en 


248         OBRAS    DE   DOÑA   COXCEPCIÓN   AUEX.AL 


una  situacióri  que  no  tiene  antecedentes,  ni 
se  ve  al  borde  de  un  abismo  cual  nunca  se 
vio.  La  cuestión  en  el  fondo  es  antigua;  es  la 
cuestión  de  pobres  y  ricos:  la  novedad  está  en 
la  forma.  Cuando  se  ventilaba  esta  cuestión  en 
la  antigüedad  y  en  la  Edad  Media,  los  men- 
sajeros del  descontento  de  los  esclavos  y  los 
siervos  eran  el  hierro  y  el  fuego,  su  voluntad 
no  se  revelaba  sino  derramando  sangre  y  sem- 
brando desolación;  no  dejaban  de  ser  niáqui- 
nas  sino  para  convertirse  en  fieras.  Ahora,  el 
número  de  los  que  protestan  es  mayor;  pero 
la  fuerza,  ni  hoy,  ni  mañana,  ni  nunca,  está 
en  el  número,  sino  en  la  razón  y  en  la  inte- 
ligencia y  la  moralidad  para  hacerla  valer:  lo 
que  era  esencialmente  absurdo  en  la  antigüe- 
dad y  en  la  Edad  Media,  absurdo  será  en  la 
presente:  la  multitud  de  las  personas  no  pue- 
de cambiar  la  esencia  de  las  cosas.  No  te  alu- 
cines porque  el  coro  de  que  formas  parte  ten- 
ga muchas  voces:  como  los  ceros  en  una  cuen- 
ta son  los  hombres  en  sociedad:  de  nada  va- 
len si  no  ha_v  detrás  una  cifra,  y  la  otra  cifra 
social   es  la  razón. 

Otra  diferencia  es  que  no  se  ha  empezado 
por  la  lucha,  sino  por  la  discusión:  esto  tiene 
de  malo  la  pretensión  de  querer  erigir  el  error 
en  sistema,  y  el  hecho  de  generalizarle;  pero 
tiene  de  bueno  la  posibilidad  de  rectificarle 
y  el  dar  idea  de  hasta  dónde  llega.  El  escán- 
dalo es  á  la  vez  aviso,  y  como  el  telégrafo, 
que  se  anticipa  al  huiacán,  dice:  ((Detrás  vie- 
ne la  tempestad». 


CARTAS   A   UN    OBRERO  249 


Los  herederos  de  los  esclavos  y  de  los  sier- 
vos sois  los  proletarios:  tú  y  los  tuyos,  Juan, 
habéis  recibido  la  herencia  de  sus  dolores  y 
de  sus  iras;  pero  como  el  sufrimiento  es  me- 
nor, también  lo  es  la  cólera. 

La  Internacional  lleva  años  de  existen- 
cia, y,  por  bueno  ó  mal  camino,  ha  marcha- 
do en  paz.  ¿Y  París?  ¿Y  la  Comrnune? 

París  tiene  su  historia,  tiene  su  plebe  de 
carácter  muy  especial;  se  hallaba  además  en 
una  situación  excepcionalísima;  no  se  han  te- 
nido bastante  en  cuenta  estas  circunstancias 
al  hacer  deducciones  y  profecías.  Así  como  los 
horrores  de  la  Revolución  francesa  no  se  repi- 
tieron en  todos  los  pueblos  que  han  proclama- 
do libertad,  tampoco  los  de  la  Comrnune  ha- 
bían de  deshonrar  á  todas  las  naciones  en 
que  La  Internacional  se  organice.  Hacerte 
á  ti  moralmente  responsable  de  lo  que  han 
hecho  los  comunistas  franceses,  es  como  pre- 
tender que  deshonren  al  Emperador  de  Aus- 
tria los  crímenes  y  las  infamias  de  Tiberio  3'- 
de  Nerón. 

Se  dirá:  ¿Y  las  doctrinas  de  La  Interna- 
cional? ¿No  son  las  mismas  en  Londres  y  en 
Viena,  en  París  y  en  Madrid?  Esta  causa  idén- 
tica, ¿no  ha  de  producir  en  todas  partes  los 
mismos  efectos? 

Lejos  estoy  de  pensar  que  es  indiferente  la 
propagación  de  las  malas  doctrinas;  juzgo, 
por  el  contrario,  que  el  mayor  mal  que  pue- 
de hacerse  á  la  humanidad,  es  propagarlas; 
pero  creo  igualmente  que  el  hombre  no  saca 


!50         <i)!R\íi    DE    DOÑA   COXCKPCION    ARliNAI. 


ni  puede  sacar  en  la  práctica  las  consecuen- 
cias de  todo  el  mal  ni  de  todo  el  bien  que 
admite  en  teoría;  que  si  la  pasión  le  lanza  un 
momento  al  crimen  ó  al  heroísmo,  la  lógica 
no  puede  llevarle  á  la  suma  perfección  ni  á 
la  depravación  suma,  porque  se  opone  su  na- 
turaleza imperfecta  á  lo  primero,  y  su  con- 
ciencia á  lo  segundo. 

Ksta  verdad,  que  para  mí  es  evidente,  la 
aplico  á  todos  los  individuos  de  La  Interna- 
cional, y  muy  particularmente  á  los  de  Es- 
paña. Tengo  de  nuestro  pueblo  una  alta  idea, 
hasta  aquí  nunca  por  él  desmentida.  Como 
los  caballeros  de  la  Edad  Media,  no  sabe  es- 
cribir, pero  sabe  ser  valiente,  honrado  y  ge- 
neroso. El  ejemplo  de  los  incendios  de  la  ca- 
pital de  Francia  no  te  hará  ser  incendiario; 
no  asesinarás  al  Arzobispo  de  Toledo  porque 
hayan  asesinado  al  de  París;  aunque  te  pre- 
diquen odio,  tendrás  gratitud  para  el  que  te 
haga  bien;  aunque  te  hablen  de  abolir  la  fa- 
milia, amarás  á  tu  hija  3^  respetarás  á  tu  ma- 
dre; aunque  te  hayan  asegurado  que  el  dere- 
cho de  propiedad  es  una  criminal  mentira, 
cuando,  armado  y  dueño  de  la  ciudad,  veas 
á  tu  lado  un  hombre  que  quiere  utilizar  su 
fusil  para  robar,  no  le  llamarás  compañero; 
escribirás  en  tu  barricada,  como  lo  has  hecho 
otras  veces:  Pena  de  muerte  al  ladrón;  y  cuan- 
do la  autoridad  te  diga:  «Juan,  aquí  hay  cau- 
dales públicos;  quieren  apoderarse  de  ellos 
unos  centenares  de  ladrones;  necesito  tu  auxi- 
lio», le  prestarás,  y  tú,  pobre,  serás  fiel  guar- 


CARTAS   Á   UX    OBRKKO  ^5  I 

dador  de  aquella  riqueza.  Kn  el  día  de  la  prue- 
ba, esté  próximo  ó  esté  lejano,  creo  que  las 
malas  doctrinas  han  de  ser  menos  poderosas 
que  tu  buena  conciencia  y  natural  genero- 
sidad. 

Esto  he  creído,  esto  he  dicho  siempre,  y 
esto  has  probado  hasta  aquí.  Dicen  que  has 
variado  mucho;  afirman  que  en  adelante  serás 
otra  cosa:  nadie  puede  tener  de  esto  eviden- 
cia; lo  más  á  que  están  autorizados  es  á  te- 
ner duda;  y  en  ella,  trátese  de  un  pueblo  ó  de 
un  liombie,  entre  la  equivocación  benévola  y 
la  calumnia,  ¿quién  vacila?  ¡  Ojalá  que  te  cc-n- 
duzcas  de  modo  que  digan:  Tenía  razón  a  jue- 
11a  mujer  que  creíamos  visionaria  ! 

Apartados,  pues,  del  ánimo  el  desprecio,  el 
odio  y  el  terror,  habremos  adelantado  mucho 
para  discutir  tranquilamente  las  materias  ¡si- 
guientes: 

Igualdad. 

Cuarto  estado. 

Familia. 

Propiedad. 

Herencia. 

Autoridad. 

Patria. 

De  todo  esto  he  de  hablarte  con  la  calma 
que  dan  la  fe  en  la  Providencia  }'■  la  esperanza 
en  la  humanidad.  Yo  no  creo  que  la  sociedad 
va  á  disolverse,  que  las  naciones  van  á  hun- 
dirse, ([ue  el  mundo  será  el  caos  en  breve,  y 


252         OBRAS    DE    DOiVA   COiNCUPCIÓN    ARENAL 


que  de  nuestras  ciudades  no  quedará  más  de 
lo  que  ha  quedado  de  Persópolis  y  de  Babilo- 
nia. Veo  en  las  cúpulas  de  nuestros  templos 
una  cruz,  veo  ciencia  en  el  recinto  de  nuestras 
escuelas,  y  digo:  Somos  demasiado  egoístas 
é  ignorantes  para  ser  dichosos,  pero  amamos 
y  sabemos  bastante  para  no  ser  aniquilados. 
P.  S.  Han  pasado  dos  años  desde  que  es- 
cribimos lo  que  antecede.  ¡  Cuántas  desdichas, 
cuántos  errores,  cuántos  sueños  y  cuántos  crí- 
menes en  estos  veinticuatro  meses  !  Y  no  obs- 
tante, nada  hemos  visto  que  nos  haga  cam- 
biar la  buena  idea  que  de  nuestro  pueblo  te- 
nemos; por  el  contrario,  le  hemos  visto,  rotos 
todos  los  frenos  de  la  autoridad,  en  la  anar- 
quía más  completa,  entregado  á  sí  mismo,  due- 
ño absoluto  de  las  ciudades,  no  cometer,  sino 
por  excepción,  desmanes  punibles.  Los  asesi- 
nos de  Alcoy,  los  incendiarios  de  Sevilla,  los 
expoliadores  de  Málaga  y  de  algunos  pueblos 
de  Andalucía  y  Extremadura,  indignos  y 
execrables  son,  pero  no  caracterizan  con  su 
crueldad  y  su  infamia  al  pueblo  español,  que 
en  su  grande,  en  su  inmensa  mayoría,  que 
puede  casi  llamarse  totalidad,  se  ha  mostrado 
comedido  y  moral,  respetando  vidas  y  hacien- 
das á  que  podía  atentar  impunemente.  Lejos 
de  nosotros  la  adulación,  pero  lejos  también 
la  calumnia,  siempre  infame,  y  mucho  más 
cuando  puede  decirse  con  aplauso.  El  pueblo 
tiene  sus  defectos,  como  nosotros  tenemos  los 
nuestros;  no  es  perfecto  ni  infalible,  por  des- 
gracia suya  y  de  todos;  tiene  errores,  preocu- 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  253 


paciones;  da  oídos  á  gente  que  le  extravía; 
sueña  y  delira  algunas  veces;  pero  conserva 
cierto  fondo  de  caballerosidad  3^  de  sentido 
moral,  que  le  ha  salvado  y  nos  ha  salvado  á 
todos  de  grandes  ignominias.  ¿En  cuántas  na- 
ciones hubiera  sido  posible  hacer  lo  que  aquí 
se  hizo,  sin  mayores  desastres?  En  medio  de 
una  guerra,  indisciplinar  el  ejército,  romper 
todo  freno  de  autoridad,  alistar,  pagar  y  ar- 
mar la  espuma  de  las  poblaciones  y  reunir 
aquella  gente  para  que,  acumulada  en  la  ocio- 
sidad, fermentasen  sus  malos  instintos,  esto 
se  ha  hecho:  los  francos  han  dado  escándalos, 
sin  duda;  pero  cuando  no  han  sido  mayores, 
cuando  no  han  producido  graves  conflictos, 
grandes  catástrofes,  es  que  el  sentido  moral 
de  nuestro  pueblo  es  todavía  recto,  la  aversión 
á  cierta  clase  de  maldades  fuerte,  y  débiles  los 
malvados. 

¿Y  Cartagena?  Ciudad  desventurada,  dig- 
na de  la  compasión  de  todos,  y  que  no  pue- 
de ser  un  argumento  para  nadie.  ¿Qué  tiene 
que  ver  el  pueblo,  ni  su  honradez  y  buena 
fama,  con  que  se  apodere  del  primer  arsenal 
y  plaza  fuerte  de  la  nación  una  soldadesca 
desenfrenada,  y,  abriendo  las  puertas  de  un 
presidio,  tengan  durante  muchos  meses  una 
orgía  político-pirático-militar?  Otros,  no  el 
pueblo,  son  los  responsables  del  desastre  de 
Cartagena,  y  de  la  vergüenza  y  del  dolor  que 
de  él  han  salido.  Analícense,  júzguense  con 
conocimiento  de  causa  é  imparcialidad  los  ele- 
mentos de  que  se  formó  la  rebelión,  y  se  verá 


254         OURAS    DK    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


que  sobre  la  frente  del  pueblo  no  debe  re- 
caer su  ignominia,  y  qi-.e  no  puede  caberle  más 
parte  de  la  que  tienen  todas  las  clases  de  una 
nación  en  las  maldades  que  en  ella  se  co- 
meten. 


CARTA  VIGlívSIMOSEGUNDA 


De  la  ig-aalclad. 

Apreciable  Juan:  En  mi  última  carta  te 
anuncié  las  graves  cuestiones  que  teníamos 
que  tratar  en  las  sucesivas:  tal  vez  habrás  no- 
tado, y  si  no,  quiero  hacértelo  notar  yo,  que 
en  la  lista  de  las  cosas  que  teníamos  que 
discutir  no  estaba  la  más  importante,  la  que 
influye  en  cada  una,  la  que  las  envuelve  to- 
das, la  que  rodea  nuestra  alma  como  la  at- 
mósfera rodea  nuestro  cuerpo:  la  religión: 

El  primer  motivo  que  tengo  para  no  hablar- 
te largamente  de  religión,  es  mi  insuficiencia; 
el  temor  de  no  tratar  el  asunto  como  debe  ser 
tratado,  con  la  profundidad  y  elevación  que 
necesita,  con  la  ciencia  que  requiere.  No  ha- 
llando yo  todas  las  razones  que  hay  para  per- 
suadirte, creerías  que  no  había  más  de  las 
que  te  daba,  y  tal  vez  confundirías  la  causa 
con  la  debilidad  del  campeón  que  la  defen- 
día. El  segundo  motivo  es  mi  falta  de  autori- 
dad, porque  siendo  mujer  no  la  tengo  en  cosa 
alguna    que   sea    grave,    y    en    tratándose    de 


256        OBRAS    DE   OOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


creencias,  para  la  mayor  parte  de  los  hom- 
bres seré  sospechosa  de  error,  de  fanatismo, 
de  superstición,  que  así  llaman  á  lá  fe  los 
que  no  la  tienen:  el  no  haberla  perdido  se 
considera  como  una  de  las  debilidades  del 
sexo.  ¡  Ay  de  ti,  Juan,  ay  del  mundo  y  del 
porvenir  de  la  humanidad,  si  las  madres,  las 
hijas  y  las  esposas  no  creyeran  en  Dios;  si  en 
medio  del  soplo  glacial  del  escepticismo,  no 
mantuviesen  en  su  corazón  el  fuego  sagrado; 
si  en  la  tempestad  no  salvaran  el  arca  santa; 
si  no  opusieran  á  las  negociaciones  sofísticas, 
una  afirmación  sublime,  incontrastable,  y  no 
proclamaran  muy  alto  que  el  sol  no  deja  de 
brillar  en  el  cielo,  porque  un  eclipse  momen- 
táneo prive  á  la  tierra  de  su  luz !  ¡  Ay  del 
hombre  el  día  en  que  la  mujer  no  crea  en 
Dios  !  Pero  ese  día  no  llegará;  la  mujer  atea  es 
una  especie  de  monstruo,  y  los  monstruos  son 
excepciones  raras;  si  una  mitad  del  género  hu- 
mano no  ve  más  que  la  tierra,  y  la  ensangrien- 
ta y  la  aflijo,  la  otra  mitad  volverá  siempre  los 
ojos  al  cielo,  y  la  blasfemia  del  hijo  será  per- 
donada por  la  oración  de  la  madre. 

He  leído  en  alguna  parte,  que  hay  nave- 
gantes en  buques  muy  sólidos,  de  una  cons- 
trucción particular,  que  en  las  borrascas  cie- 
rran las  escotillas,  abandonan  el  barco  á  mer- 
ced de  las  olas,  y  se  embriagan.  Cuando  el 
huracán  cesa  y  el  mar  no  brama  ya,  suben  so- 
bre cubierta,  se  orientan,  ven  dónde  están, 
y  se  dirigen  á  donde  deben  ir.  Algo  se  pa- 
recen á  ellos  los  pueblos  en  esta  hora;  en  la 


CARTAS   A   UN    OBRERO  257 


tempestad  de  sus  iras,  también  se  encierran 
dentro  de  sus  errores  y  se  embriagan.  La  tem- 
pestad pasará,  los  hombres,  sintiéndose  im- 
pulsados á  dirigirse  á  donde  deben  ir,  pre- 
guntarán dónde  se  hallan;  aquellos  que  han 
conservado  la  fe  en  Dios  les  responderán,  y 
su  respuesta  será  para  estas  almas  desorienta- 
das lo  que  es  la  brújula  para  el  marino. 

Debo  hacerte  notar,  Juan,  que  aunque  la 
mujer  sea  más  piadosa,  no  es  la  única  que 
cree;  pensar  que  sólo  los  ignorantes  tienen 
fe,  es  una  gran  prueba  de  ignorancia.  La  im- 
piedad, que  hace  un  siglo  aparecía  arriba,  hoy 
ha  descendido  á  las  capas  inferiores,  y  lejos 
de  indicar  saber,  denota  falta  de  ciencia:  es 
como  una  densa  nube  que  de  los  altos  montes 
h.-i  descendido  á  los  valles,  robándoles  la  luz 
del  sol,  que  brilla  ya  esplendente  en  la  cima 
de  las  montañas.  Ni  la  ciencia,  ni  el  arte  en 
ninguna  de  sus  manifestaciones,  son  hoy 
ateas;  si  pudieras  leer  lo  que  se  escribe,  ve- 
rías que  los  que  piensan,  creen  en  algo,  que 
por  lo  menos  dudan,  y  que  esas  afirmaciones 
impías  no  son  de  nuestro  siglo,  mucho  más 
religioso  de  lo  que  se  supone.  La  impiedad 
ha  bajado  de  las  academias  á  la  plaza  públi- 
ca; hace  más  ruido  y  de  más  escándalo,  pero 
no  tiene  tanto  poder.  Sábelo,  Juan:  no  la  fe, 
sino  la  impiedad,  es  hoy  cosa  de  ignorantes; 
si  imaginas  darte  importancia  diciendo  que  no 
hay  Dios,  te  rebajas  por  el  contrario,  porque 
los  hombres  que  más  valen,  creen  en  Él.  De- 
seo  porque    te    deseo    todo    bien,    deseo    que 


258         GURAS    DE    DO.ÑA    CÜNCEl'CiÓN    ARENAL 


cuando  seas  anciano,  débil,  ó  por  cualquier 
motivo  desdichado,  crean  igualmente  los  que 
estén  cerca  de  ti,  los  que  puedan  consolarte. 

Ahora  vamos  a  tratar  de  la  igualdad,  que 
sólo  incidentalmente  tocamos  en  aquella  car- 
ta en  que  procuré  demostrarte  que  la  miseria 
es  lo  que  debemos  combatir,  no  la  pobreza, 
que  es  ley  económica  del  hombre.  Necesario 
fué  allí  decir  algo  sobre  la  igualdad;  necesario 
es  hoy  discutirla  más  á  fondo.  Bien  quisiera 
evitarte  repeticiones,  pero  están  en  la  índole 
del  asunto,  y  espero  que  no  las  lleves  á  mal: 
en  materia  tan  grave,  la  vitilidad  es  lo  prúne- 
ro,  y  lo  último  la  hermosura  del  plan  y  las 
galas  del  estilo. 

Cuatro  son  las  principales  causas  de  la  des- 
igualdad entre  los  hombres: 

i.°  La  conquista. 

2."  El  error. 

3.°  La  injusticia. 

4.°  La  naturaleza. 

La  conquista  ha  sido  hasta  aquí  fuente  pe- 
renne, abundante  y  turbia,  de  inicuas  desigual- 
dades. Los  conquistadores  se  establecían  en 
el  país  conquistado,  se  apoderaban  de  todo  ó 
de  la  mayor  parte  del  territorio,  3'  gozaban  en 
holganza  de  los  bienes  y  del  trabajo  de  los 
conquistados.  Los  señores,  la  mayor  parte  al 
.menos,  han  sido  por  muchos  siglos  los  des- 
cendientes de  los  vencedores;  los  pobres,  los 
descendientes  de  los  vencidos:  los  primeros 
eran  la  nobleza,  los  segundos  la  plebe.  En 
pocos  pueblos  de  Europa  dejará  de  haber  al- 


CARTAS   A    UN    OBRERO  259 


gún  vestigio  del  origen  de  esta  desigualdad. 

Esta  causa  de  desigualdad  ha  desapareci- 
do. Ni  las  guerras  son  ya  de  conquista,  ni 
el  conquistador,  aunque  existiera,  tendría  la 
pretensión  de  formar  luia  casta  aparte  al  to- 
mar posesión  de  la  tierra  conquistada.  En  las 
provincias  que,  por  ejemplo,  Alemania  arran- 
ca á  la  Francia,  los  soldados  prusianos  no  han 
despojado  de  sus  bienes  á  los  ciudadanos  fran- 
ceses; no  se  han  sustituido  á  ellos  condenán- 
dolos á  la  servidumbre  y  erigiéndose  en  cla- 
se superior  y  prepotente.  La  victoria  no  está 
del  todo  sorda  á  la  voz  de  la  justicia;  la  vio- 
lencia se  detiene  ante  el  derecho,  y  la  con- 
ciencia general  sirve  de  dique  al  desborda- 
miento de  las  'pasiones  antisociales.  Progreso 
notable:  la  guerra  causa  dolores,  ¡  oh,  mu}' 
grandes  !  es  fuente  de  crímenes  é  injusticias, 
pero  al  menos  no  establece  castas  que  perpe- 
túen la  herencia  de  iniquidad. 

El  error  da  también  origen  á  las  desigual- 
dades sociales.  El  hecho  repetido,  constante, 
aparece  como  una  ley  que  hace  callar  la  con- 
ciencia, y  ofusca  entendimientos  claros,  ge- 
nios de  primer  orden,  para  los  que  la  mayor 
de  las  desigualdades  entre  los  hombres,  la  es- 
clavitud, pareció  estar  en  el  orden  de  las  co- 
sas. El  hecho,  cuando  es  universal  y  cons- 
tante, de  tal  modo  usurpa  la  consideración 
debida  al  derecho,  que  parece  injusticia  ne- 
garle título  legítimo,  tiene  tal  fuerza,  que  pa- 
rece temeridad  atacarle,  y  si  los  heroicos  te- 
merarios, mártires  tantas  veces,  que  han  nega- 


26o         OBRAS    DE    PONA    CONCIU'CIÓN    ARENAL 


do  á  las  seculares  injusticias  de  los  hombres 
el  carácter  sagrado  de  leyes  de  Dios,  mere- 
cen bien  de  la  humanidad,  debemos  ser  tole- 
rantes, y  no  negar  buena  fe  á  los  que  no  pue- 
den sacudir  el  peso  de  los  siglos,  ni  tener  por 
malo  lo  que  ellos  han  tenido  por  bueno. 

Donde  hay  castas,  las  que  oprimen  se  creen 
de  buena  fe  superiores  a  las  oprimidas,  y  ven 
tan  claro  su  derecho  á  servirse  del  hom'>rc 
inferior,  como  nosotros  vemos  el  de  utili/,-U 
como  más  nos  convenga  las  fuerzas  del  buey 
ó  del  caballo.  Sin  llegar  á  este  extremo,  cuan- 
do es  muy  señalada  y  muy  permanente  la  di- 
ferencia de  clases,  las  elevadas  creen  en  la 
njferioridad  innata  de  la  plebe,  tienen  por  in- 
evitable su  abyección;  llaman  lazos  necesarios 
á  los  pesados  eslabones,  orden  de  las  cosas 
al  de  sus  ideas,  y  quieren  justificar  á  la  Pro- 
videncia haciéndola  la  mayor  de  las  ofensas, 
que  es  mirar  como  obra  suya  males  que  son  el 
resultado  de  la  infracción  de  sus  leyes.  Los 
que  tienen  por  inevitable  y  justa  la  situación 
de  los  caídos,  ¿cómo  han  de  trabajar  eficaz- 
mente por  levantarlos?  En  algunos  casos,  la 
generosidad  de  los  sentim.ientos  hará  faltar  á 
la  lógica  de  las  ideas;  habrá  una  hermosa  con- 
tradicción entre  lo  que  se  piensa  y  lo  que 
se  hace;  pero  la  regla  general  será,  que  la  pe- 
leza  y  el  egoísmo  se  acomodarán  bien  con 
una  teoría  que  los  releva  de  todo  trabajo,  de 
todo  sacrificio,  y  nada  harán  para  acercar  á  sí 
á  los  que  creen  separados  por  el  abismo  de 
la  necesidad.  El  número  de  estas  personas  no 


CARTAS   Á    UN    OBRERO  26  J 


es  corto,  aunque  disminuye  cada  día;  tenlo 
presente,  Juan,  por  si  hallas  en  tu  camino  al- 
guna que  te  ofenda  con  su  manera  de  ver  las 
cosas:  no  le  niegues  buena  fe;  piensa  que 
se  equivoca  nada  más,  como  es  probable  que  te 
equivocaras  tú  si  te  vieras  colocado  donde  está. 

La  injusticia  es  otra  causa  de  desigualdad. 
Hay  personas  que  se  elevan  por  malos  me- 
dios; que  una  vez  elevados,  si  no  perseveran 
en  su  mal  proceder,  por  lo  menos  no  hacen 
nada  para  hacer  olvidar,  neutralizándola  con 
buenas  obras,  aquella  culpa  á  que  deben  su 
fortuna.  No  es  raro  que  con  soberbia  é  infa- 
tuación den  á  entender  la  distancia  que  los 
separa  de  los  que  fueron  sus  iguales,  y  leguen 
á  sus  hijos,  juntamente  con  un  capital  cuan- 
tioso, una  suma  rio  pequeña  de  desdén  injusto. 

De  estas  tres  causas  de  desigualdad,  la  con- 
quista, como  te  he  dicho,  no  existe. 

El  error  se  disminuye  cada  día. 

La  injusticia  se  retira  más  despacio,  y  de- 
ber tuyo,  y  mío,  y  de  todos,  es  no  tener 
con  ella  ninguna  especie  de  complicidad,  qui- 
tarle todo  apoyo,  y  dar  á  la  nioral  fuerza  de 
ley,  de  tal  modo  que  el  que  contra  ella  quie- 
ra elevarse  sobre  los  otros,  caiga  más  abajo 
que  ninguno. 

El  cuarto  origen  de  las  desigualdades  socia- 
les, es  el  que  viene  de  la  naturaleza.  No  será 
necesario  esforzarme  para  probarte  que  los 
hombres  no  nacen  iguales:  ves  hermanos  que 
reciben  la  misma  educación  y  se  hallan  en 
idénticas  circunstancias,  ser  diferentes,  si  no 


202         onKAS    I")F,    no.VA    COXCEI'CIÓX    ARENAI. 


ya  del  todo  opuestos.  Uno  es  tímido,  osado 
el  otro;  éste  es  sensible  y  cariñoso,  aquél  des- 
pegado y  duro.'  En  los  entendimientos  no 
existe  menor  diferencia:  desde  el  estúpido 
hasta  el  hombre  de  genio,  hay  una  escala  con 
gran  niiniero  de  gradaciones;  y  aun  en  perso- 
nas cuya  capacidad  puede  llamarse  equivalen- 
te, las  aptitudes  son  muy  diversas.  Uno  tiene 
habilidad  para  obras  mecánicas;  otro  disposi- 
ción para  las  artes;  el  de  más  hajlá  aptitud 
para  las  ciencias.  En  estas  grandes  divisiones 
hay  subdivisiones  y  variedades  numerosísimas. 
En  las  artes,  el  pintor  no  es  músico;  en  las 
ciencias,  el  naturalista  no  es  matemático,  y 
en  los  trabajos  manuales,  aunque  es  más  fá- 
cil educarse  y  menos  necesaria  la  disposición 
especial,  habrás  notado  que  hay  muchas. 

Antes  de  pasar  adelante,  y  hablando  de  ap- 
titudes y  disposiciones  naturales,  debo  expli- 
carte cómo  las  entiendo  yo.  Suele  decirse: 
Tal  cosa  es  conforme  á  la  naturaleza;  tal  otra, 
contraria  á  ella.  Esto  es  natural;  aquello,  no. 
¡Natural!  ¿Dónde  y  cuándo?  Porque  lo  que 
es  natural  en  los  salvajes,  no  lo  es  en  los  hom- 
bres civilizados;  y  entre  éstos,  su  natural  va- 
ría con  sus  diferentes  estados  sociales.  Todos 
estos  argumentos  que  se  sacan  del  pretendido 
estado  de  naturaleza,  son  absurdos,  y  las  re- 
glas de  allí  venidas,  inaplicables.  Cuando, 
pues,  te  hablo  de  las  causas  de  la  desigualdad 
que  están  en  la  naturaleza,  es  ésta  que  tienes 
y  tenemos  los  que  vivimos  á  esta  hora  en  el 
mimdo  civilizado;  de  ésta  hemos  de  sacar  con- 


CARTAS    \    T'X    ORRrKO  1:6  j 


secuencias;  conforme  á  ella  hemos  de  sentar 
principios  y  establecer  reglas.  De  aquí  á  diez 
ó  veinte  siglos,  parecerán  y  serán  naturales 
cosas  que  hoy  no  lo  son  ni  lo  parecen;  fáciles 
las  que  hoy  son  imposibles;  y  lo  que  es  más, 
injustas  las  que  se  tienen  por  equitativas  hoy. 
Hemos  de  ser  muy  parcos,  Juan,  al  usar  de 
las  palabras  siempre  y  nunca,  y  muy  atentos 
á  no  meternos  á  profetas  sin  estar  inspirados. 
¿Quién  sabe  lo  que  guarda  el  porvenir?  Es- 
tudiemos el  presente,  sin  quitarle  la  esperan- 
za ni  darla  por  realidad. 

Hecha  esta  aclaración,  reflexionemos,  y  ha- 
bremos de  convencernos  que  la  mayor  suma 
de  igualdad  posible  se  alcanza  en  el  estado 
salvaje,  y  que  la  civilización  lleva  consigo 
indefectiblemente  la  desigualdad;  y  aun  he 
llegado  á  sospechar  yo,  que  esas  tribus  salva- 
jes, que  por  incivilizables  perecen,  no  pudien- 
do  sostenerse  en  frente  de  pueblos  muy  ade- 
lantados, son  tal  vez  razas  absolutamente  re- 
fractarias á  las  desigualdades  indispensables 
á  toda  civilización. 

Cuando  los  hombres  se  ven  obligados  por 
la  necesidad  absoluta  á  tener  un  género  de 
vida  idéntico,  á  ejecutar  todos  los  días  las 
mismas  cosas  indispensables  y  fáciles,  las  di- 
ferencias de  su  natural  no  pueden  ponerse  en 
relieve,  y  sólo  deberán  notarse  las  que  hay  en 
el  corto  número  de  facultades  que  ejercitan. 
En  una  tribu  salvaje,  todos  los  hombres  se 
ven  precisados  á  lanzarse  á  los  bosques  todos 
los  días  en  busca  del  sustento,  á  usar  de  los 


204         OURAS    T>K    DOÑA    COXCEPCTÓN    ARENAL 


mismos  artificios,  y  á  dar  iguales  pruebas  de 
arrojo  y  de  constancia  para  apoderarse  de  su 
presa.  Todos,  al  llegar  la  noche,  se  sienten 
rendidos  de  fatiga,  y  se  entregan  á  un  sueño 
profundo.  Algo  parecido  se  nota  entre  los  la- 
bradores. El  observador  adivina  afectos  y  fa- 
cultades que  permanecerán  eternamente  en  el 
letargo  de  la  inacción.  Un  escritor  en  el  ce- 
menterio de  una  aldea  ha  saludado  á  los 
héroes  sin  vicioria;  hubiera  podido  saludar 
igualmente  á  los  ambiciosos  sin  poder,  á  los 
filósofos  sin  ideas,  á  los  pintores  sin  pincel  y 
á  los  poetas  sin  lira. 

La  necesidad  de  ocuparse  en  las  mismas  fae- 
nas es  una  especie  de  nivelador,  y  puede  afir- 
marse que  en  tal  situación,  aunque  los  hom- 
bres nazcan  diferentes,  mueren  iguales.  x\l 
decir  iguales,  no  se  entiende  con  igualdad  ab- 
soluta, que  es  imposible  en  ninguna  circuns- 
tancia, sino  el  distinguirse  tan  sólo  por  pe- 
queñas diferencias. 

Las  desigualdades  naturales,  poco  percep- 
tibles entre  los  salvajes,  se  notan  ya  más  en 
los  pueblos  que  no  lo  son.  Empiezan  á  variar- 
se las  ocuiDaciones,  y  á  ser  posible  alguna  ma- 
nifestación de  la  diferencia  de  aptitudes;  hay 
algunos  individuos  que  no  tienen  la  impres- 
cindible necesidad  del  trabajo  material  é  idén- 
tico al  de  todos;  puede  entregarse  al  reposo, 
á  la  meditación,  á  esos  ocios  en  que  el  pensa- 
miento despierta,  se  agita,  lucha  y  crea. 

Entonces  el  grande  ingenio  se  distingue  ya 
del  hombre  mediano:  es  astrónomo,  poeta,  in- 


CARTAS  Á   UN   OBRERO  265 


venta  el  arado  y  las  ruedas.  A  medida  que  la 
sociedad  avanza,  el  genio  crea  nuevas  artes  y 
nuevas  ciencias,  que  son  otros  tantos  caminos 
distintos,  por  donde  los  hombres  emprenden 
su  marcha  más  ó  menos  dificultosa,  más  ó 
menos  productiva,  y  en  los  cuales  se  ven  cada 
vez  mejor  marcadas  las  desigualdades  natu- 
rales, que  no  podían  manifestarse  en  el  esta- 
do primitivo. 

Este  poder  de  la  civilización  para  destruir  la 
igualdad,  no  es  sólo  en  el  orden  intelectual, 
sino  también  en  el  moral  y  económico.  En  un 
pueblo  salvaje,  los  débiles  sucumben,  y  toda 
la  diferencia  de  fortunas  está  en  la  que  ten- 
gan los  fuertes  entre  sí,  por  su  mayor  destre- 
za para  la  pesca  y  para  la  caza.  Los  crímenes 
son  casi  los  mismos  en  todos:  el  robo,  las 
consecuencias  de  la  ira  y  la  horrible  pasión 
de  la  venganza.  Las  virtudes  puede  decirse 
que  son  desconocidas;  difícilmente  se  com- 
prende que  haya  idea  de  ellas,  y  más  difícil- 
mente aún  que  se  pongan  en  práctica.  Cuando 
se  ve  un  hombre  salvaje,  puede  asegurarse 
que  es  pobre,  ignorante,  ladrón  y  vengativo, 
es  decir,  inmoral;  el  hombre  civilizado  podrá 
ser  todo  esto,  pero  es  también  posible  que  sea 
rico,  instruido  y  virtuoso;  tiene  ancho  campo 
donde  desarrollar  sus  facultades,  posibilidad 
de  perfeccionarse,  de  ser  sabio  y  de  ser  santo. 

No  han  faltado  hom.bres,  y  aun  de  los  que 
se  dicen  filósofos,  que  han  mirado  como  bello 
ideal  la  igualdad  completa,  que  no  es  posible 
sino  en  el  estado  salvaje,  y  que,  lejos  de  ser 


i66      cüUAS  Di;  Dox.v  cn\cr.i'Ció\  arhnai. 


el  bienestar  y  la  dignidad  de  todos,  es  la  mi- 
seria 3"  la  abyección  general. 

De  que  la  igualdad  completa  es  absoluta- 
mente incompatible  con  la  civilización,  te  con- 
vencerás con  mirar  alrededor  de  ti.  Xo  habría 
guerra,  ni  rebelión,  ni  desencadenamiento  de 
pasiones  antisociales,  que  causaran  igual  tras- 
torno al  que  produciría  la  igualdad  absoluta 
en  un  pueblo  civilizado,  aunque  solamente 
durase  un  brevísimo  período.  Imagínate  que 
todos  fuesen  panaderos,  sastres,  labradores, 
comerciantes,  zapateros,  albañiles,  fundidores, 
médicos,  arquitectos,  soldados,  químicos,  natu- 
ralistas, astrónomos,  etc.;  imagínate  si  sería 
posible  la  sociedad  ni  un  día,  si  todos  quisie- 
ran hacer  el  mismo  trabajo,  y  ninguno  dedi- 
carse á  los  restantes;  ya  comprendes  que  ni 
habría  qué  comer,  ni  qué  vestir,  ni  qué  cal- 
zar, ni  medios  de  trasladarse  de  un  punto  á 
otro,  ni  posibilidad,  en  fin,  de  existencia  para 
nadie.  La  vida  de  los  pueblos  civilizados  tiene 
por  condición  imprescindible  la  división  del 
trabajo,  la  formación  de  grupos  diferentes 
para  los  diferentes  trabajadores,  y  por  conse- 
cuencia, la  im.posibilidad  de  una  igualdad  ab- 
soluta entre  ellos. 

¿Cuáles  deben  ser  los  límites  de  esta  dife- 
rencia? 

¿Cuáles  sus  consecuencias  necesarias  y 
justas? 

¿Cuáles  las  abusivas  que  pueden  evitarse? 

Asunto  será  éste  de  otra  carta,  porque  ésta 
se  va  haciendo  ya  demasiado  larga. 


<3^v3  e/Á\9  ¿/i\9  eAvs  a/A^  e/M  MNs  aAvs  «M^s  e/^a  e/¿o  e//\9  i/*»3  e//\£!  s/M  «A^ 


aA¿  ¿As  ÍMs  ¿As  ¿As  eÁá  é)¿o  eAs  ; 
£^3  e^  «Ai   2-Tv9  eAs  aAs  e^f»  cXs  ' 


CARTA  V^IGÉvSIMOTERCERA 


Continuación  de  la  anterior. 

Apreciable  Juan:  Decíamos  cu  la  carta  an- 
terior que  la  vida  de  los  pueblos  civilizados 
tiene  por  condición  imprescindible  la  división 
del  trabajo,  la  formación  de  grupos  diferentes 
para  los  diferentes  trabajadores,  y  por  conse- 
cuencia, la  imposibilidad  de  una  igualdad  ab- 
soluta entre  ellos.  Te  lo  repito,  porque  importa 
mucho  que  te  fijes  en  esta  verdad. 

Tenemos,  pues,  una  desigualdad  necesaria 
de  grupo  á  grupo.  El  grupo  de  picapedreros 
necesita  más  habilidad,  más  educación,  em- 
plea trabajo  más  inteligente  que  el  de  los  sim- 
ples peones  que  llevan  una  carretilla  ó  una  es- 
inierta.  El  grupo  de  ingenieros  ha  menester 
una  larga  y  costosa  educación  que  supone  un 
capital  no  despreciable;  corre  el  riesgo  de  no 
concluir  esta  educación;  muchos,  tal  vez  la 
mayor  parte,  no  la  terminan;  su  trabajo  es 
más  difícil,  más  fecundo,  tiene  mayor  respon- 
sabilidad que  el  del  bracero  que  maneja  un 
azadón.  Además,  como  ya  te  lo  he  dicho,  las 


í68  OBRAS     Ul"     DOÑA    CO-NClil'CIÚ.N    ARKNAI, 


necesidades,  las  verdaderas  necesidades  de  un 
hombre  de  ciencia,  son  diferentes  de  las  que 
tiene  el  que  vive  del  trabajo  de  sus  manos. 
Necesita  instrumentos,  libros,  planos;  unas  ve- 
ces vivir  en  centros  populosos,  otras  via- 
jar, etc.  Su  físico,  debilitado  por  los  trabajos 
mentales,  hace  necesarias  mayores  precaucio- 
nes contra  la  intemperie;  su  apetito,  menos 
vivo;  su  sueño,  menos  profundo  que  el  de 
quien  ejercita  solamente  los  brazos,  han  me- 
nester manjar  menos  grosero  y  lecho  más  blan- 
do. Hasta  para  el  solaz  y  conveniente  recreo 
ha  de  haber  diferencia  proporcionada  á  la  edu- 
cación intelectual  que  cada  uno  ha  recibido; 
cuanto  ésta  sea  más  esmerada,  necesita  ser 
más  acabado  el  cuadro  que  le  extasía,  más  su- 
blime la  melodía  que  le  arrebata. 

De  la  comparación  de  los  diferentes  grupos 
resultarán,  en  más  ó  menos,  diferencias  como 
las  que  acabamos  de  indicar,  y  necesidades 
mayores,  conforme  á  los  mayores  méritos  y 
í;ptitudes;  todo  esto  es  armónico,  necesario, 
justo. 

Si  quiere  pasarse  un  nivel  sobre  los  grupos 
todos,  el  de  pilotos  se  confundirá  con  el  de 
marineros;  el  de  arquitectos  con  el  de  peones 
de  albañil;  el  de  profesores  con  el  de  mo- 
zos de  la  Universidad;  el  de  médicos  con  el  de 
camilleros,  etc.,  etc.;  5''  ya  no  son  posibles 
largas  y  fecundas  meditaciones,  ni  esfuerzos 
perseverantes,  ni  trabajos  inteligentes,  ni  otra 
cosa,  en  fin,  (^ue  miseria  5'  barbarie. 

Hay  pues,  que  reconocer,  al  mismo  tiempo 


CARTAS   Á    UN    OBRERO  269 


que  la  necesidad  de  los  diversos  trabajos,  la 
diferencia  de  los  trabajadores,  y  la  justicia  de 
retribuirlos  según  las  dificultades  que  hay  que 
vencer  para  la  obra,  y  la  utilidad  que  de  ella 
resulta.  En  confirmación  de  lo  que  te  digo, 
te  citaré  una  autoridad  nada  sospechosa  para 
ti,  la  de  un  gran  nivelador,  la  de  Providhon, 
que  sobre  este  particular  dice: 

((El  niño,  la  mujer,  el  anciano,  el  hombre 
valetudinario  ó  de  complexión  débil,  no  pue- 
den hacer  la  labor  del  hombre  válido:  su  día 
de  traoajo  no  será,  pues,  más  que  una  frac- 
ción del  día  oficial,  normal,  legal,  tomado 
por  unidad  de  valor.  Digo  lo  mismo  del  día 
del  trabajador  ocupado  en  una  de  las  muchas 
labores  más  sencillas  en  que  la  obra  se  di- 
vide, y  cuyo  servicio,  puramente  mecánico, 
exige  menos  inteligencia  que  rutina,  y  no 
puede  compararse  al  de  un  verdadero  in- 
dustrial. 

))En  cambio,  y  recíprocamente,  el  obrero 
aventajado  que  concibe  y  ejecuta  rápidamen- 
te, da  más  trabajo  y  de  mejor  calidad  que 
otro;  con  más  razón,  el  que  á  esta  superio- 
ridad para  ejecutar  añadiese  el  genio  de  la 
dirección  y  el  poder  del  mando:  éstos,  pasan- 
do de  la  medida  común,  recibirán  mayor  sa- 
lario; podrían  ganar  uno  y  medio,  dos,  tres 
días  de  salario  y  aun  más. 

))De  este  modo,  los  derechos  de  la  fuerza 
(productiva  sin  duda),  del  talento  y  hasta  del 
carácter,  del  mismo  modo  que  los  del  traba- 
jo, se  tendrían  en  cuenta,  porque  si  la  justi- 


270         OURAS    DK    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


cia  no  hace  ninguna  acepción  de  personas, 
110  desconoce  tampoco  ninguna  capacidad.)) 
Es  ciertamente  gran  desdicha  la  necesidad 
de  autorizarse  con  textos  para  hacer  com- 
prender verdades  tan  sencillas  como  la  de 
que  merece  mayor  retribución  el  que  trabaja 
más  5'-  mejor.  Pero  aceptando  esta  necesidad 
y  esta  desdicha,  como  es  necesario  aceptar  los 
hechos,  resulta  que,  según  un  gran  nivelador, 
el  hombre  de  mayor  capacidad  del  socialismo, 
tenemos: 


Salario. 


Menor  que  el  medio. 

Medio. 

Vez  y  media  mayor. 

Dos  veces  mayor. 

Tres  veces  mayor. 

Aun  más. 

Debe  notarse  lo  indeterminado  de  la  última 
categoría,  y  que  falta  una,  la  de  los  que  no 
ganan  nada,  porque  no  pueden  ó  porque  no 
quieren. 

Ya  ves,  Juan,  lo  que  es  la  igualdad,  aun 
conforme  á  su  más  inteligente  apóstol. 

Después  de  la  diferencia  de  los  grupos,  te- 
nemos la  de  las  personas  que  los  componen. 
En  el  arte,  en  el  oficio,  en  la  ciencia,  hay 
mayor  ó  menor  aptitud,  más  ó  menos  activi- 
dad, mejor  ó  peor  voluntad,  empleo  acertado 
ó  erróneo,  moral  ó  aícíoso,  del  fruto  del  tra- 
bajo. Sobre  esto  no  insisto:  ya  ves  en  tu  ofi- 
cio, y  lo  mismo  acontece  en  los  demás  y  en 
todas  las  profesiones,  si  unos  tienen  más  habi- 
lidad que  otros,  y  si  unos  economizan  y  otros 
derrochan  lo  que  ganan.  Sólo  te  llamaré  fuer- 


CARTAS  A    ÜN    ÜBRHKO 


temente  la  atención  sobre  la  diferencia  que 
debe  haber  entre  los  primeros  hombres  de  los 
primeros  grupos  y  los  postreros  de  los  últi- 
mos; por  ejemplo,  entre  el  arquitecto  más  in- 
teligente»  más  activo  y  más  moral,  y  el  peón 
de  albañil  más  torpe,  más  holgazán  y  más  vi- 
cioso: dime  con  tu  buen  sentido  si  esta  dife- 
rencia no  debe  ser  muy  grande,  si  no  está  en 
el  orden  de  las  cosas  que  lo  sea,  y  si  la  igual- 
dad absoluta  no  es  el  más  craso  de  los  errores. 

Digo  absoluta,  y  no  lo  digo  sin  motivo.  El 
hombre  es  un  ser  inteligente  y  moral;  tiene 
un  pensamiento  y  una  conciencia;  hace  obras 
de  industria  y  obras  de  virtud  ó  de  crimen. 
El  hombre,  como  inteligencia,  como  indus- 
tria, puede  ser  diferente,  é  igual  como  morali- 
dad. En  esto  se  funda  la  igualdad  ante  la 
ley  civil  y  criminal  de  los  que  son  desiguales 
ante  la  ley  económica,  y  de  aquí  se  infiere  el 
error  de  concluir  de  la  igualdad  legal,  el  dere- 
cho á  la  nivelación  de  las  fortunas.  Se  pre- 
gunta: Si  todos  somos  iguales  ante  la  ley,  ¿por 
qué  no  hemos  de  serlo  en  todo?  Porque  no  lo 
somos,  es  la  respuesta  sencilla.  Aquí  deten- 
gámonos á  reflexionar  un  poco,  porque  la  cues- 
tión es  grave,  y  de  no  comprenderla  bien,  re- 
sultaría tomar  el  sofisma  por  razón. 

En  aquella  casa  viven:  en  el  cuarto  princi- 
])al,  un  ingeniero,  persona  de  un  gran  talen- 
to que  tiene  una  regular  fortuna;  en  la  buhar- 
dilla un  peón  de  albañil,  buen  hombre,  bas- 
tante torpe,  que  á  duras  penas  gana  lo  nece- 
sario para  vivir:  Desigüai^dad, 


272    OBRAS  DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


El  ingeniero  y  el  albañil  mantienen  á  su 
mujer  y  á  sus  hijos  con  el  fruto  de  su  traba- 
jo, hacen  mil  sacriñcios  por  ellos:  Igualdad. 

El  ingeniero  3"  el  albañil  quieren  que  su  es- 
posa les  sea  fiel,  y  se  irritan  hasta  enfurecerse 
si  saben  que  no  lo  es:  Igualdad. 

El  ingeniero  y  el  albañil,  al  terminar  su 
trabajo,  tienen  un  gran  placer  al  recibir  las 
inocentes  caricias  de  sus  hijos  pequeñuelos: 
Igualdad. 

El  ingeniero  y  el  albañil  sufren  al  ver  sufrir 
á  su  hijo  y  lloran  su  muerte:  Igualdad. 

El  ingeniero  y  el  albañil  son  capaces  de  un 
noble  impulso,  de  una  acción  generosa,  de 
arriesgar  su  vida  por  su  patria,  por  su  idea, 
por  su  amigo:  Igualdad. 

El  ingeniero  y  el  albañil  son  capaces  de 
una  acción  baja  y  criminal,  de  privar  á  otro 
de  la  hacienda,  de  la  vida  ó  de  la  honra: 
Igualdad. 

El  ingeniero  y  el  albañil  saben  que  hacen 
mal  cuando  lo  hacen,  y  que  hacen  bien  cuan- 
do lo  practican;  su  conciencia  les  dice  á  los 
dos  que  la  vida  de  otro  hombre  es  tan  sagra- 
da como  la  suya:  Igualdad. 

De  esta  serie  de  comparaciones,  y  de  otras 
que  podrían  hacerse,  resulta  que  el  hombre 
puede  ser  desigual  á  otro  como  inteligencia, 
é  igual  como  moralidad;  que  aun  es  posible 
que  moralmente  valga  más  el  que  intelectual- 
mente  vale  menos;  que  la  ley  moral,  sencilla, 
intuitiva,  perceptible  á  la  conciencia,  no  nece- 
sita para  hacerse  comprender  una  gran  fuer- 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  273 


za  intelectual;  que  las  leyes  que  de  la  ley- 
moral  se  derivan,  son  con  justicia  iguales  para 
todos;  y  que  de  esta  igualdad  no  debe  con- 
cluirse la  económica,  porque  el  nivel  de  la 
justicia  es  tan  necesario,  como  imposible  el 
de  la  fortuna. 

Por  humilde  que  sea  tu  posición  social,  tu 
derecho  es  idéntico  al  del  que  la  tenga  más 
elevada.  Si  matas  á  un  marqués,  te  castigarán 
lo  mismo  que  si  hubieras  matado  á  un  barren- 
dero; si  un  marqués  te  mata  á  ti,  será  casti- 
gado como  si  hubiese  muerto  á  un  magnate. 
Ante  la  justicia  los  hombres  son  iguales;  no 
hay  más  diferencia  que  entre  culpables  é  ino- 
centes; pero  si  sería  absurdo  que  en  presen- 
cia del  juez  alegases  como  circunstancia  ate- 
nuante de  tu  delito  el  que  eras  artesano  más 
hábil  que  aquel  á  quien  habías  sacrificado, 
no  sería  más  razonable  pretender  que  os  pa- 
gasen igual  jornal  siendo  vuestra  obra  muy 
distinta,  porque  en  caso  de  delinquir  tenéis  la 
misma  responsabilidad. 

Tratándose  de  la  igualdad  ante  la  ley  polí- 
tica, puede  hacerse  un  razonamiento  análogo. 
Un  sabio  dice  mal  cuando  dice:  ¡Qué  absurdo 
que  el  voto  de  mi  zapatero  valga  tanto  como 
el  mío!  Según  de  lo  que  se  trate.  Si  se  trata 
de  hacer  zapatos,  valdrá  más;  si  de  matemáti- 
cas, legislación  ó  metafísica,  valdrá  menos; 
si  de  votar  un  concejal  ó  un  diputado,  po- 
drá valer  tanto.  Digo  podrá,  porque  no  es  cosa 
segura;  pero  si  el  artesano  tiene  buena  morali- 
dad y   buen   sentido,    es  posible   que   sepa   el 


274         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


hombre  que  le  conviene  para  que  le  represente 
en  el  Ayuntamiento  ó  en  las  Cortes;  no  nece- 
sita saber  más  en  esta  cuestión,  y  si  lleva  la 
inteligencia  necesaria,  el  sabio  hace  muy  mal 
en  protestar  contra  la  igualdad  ante  aquella 
ley,  como  el  zapatero  estaría  fuera  de  razón 
en  pretender  ser  igualado  en  todo  al  que  re- 
suelve un  problema  de  Termodinámica  ó  de 
Filosofía  del  Derecho. 

Las  cosas  no  siempre  han  pasado  así,  Juan: 
tiempos  ha  habido,  y  no  muy  remotos,  en 
que  la  pena  se  imponía  según  la  calidad  del 
delincuente  y  del  ofendido;  aún  quedan  en 
las  leyes  restos  de  esta  desigualdad  injus- 
ta: en  procurar  extirparlos  harías  mejor  que 
en  perseguir  quimeras,  malgastando,  en  la  lu- 
cha con  lo  imposible,  las  fuerzas  que  necesitas 
para  realizar  lo  realizable,  y  adquiriendo  fama 
de  insensato,  que  tanto  te  perjudica  para  ha- 
cer valer  tu  razón  cuando  la  tienes. 

Fijémonos  bien  en  lo  que  llevamos  dicho, 
y  condensemos  para  concluir. 

Igualdad  absoluta  ante  la  ley  civil  y  crimi- 
nal, porque  la  conciencia  y  la  moralidad  de 
los  hombres  de  todas  las  clases,  alcanzan  el 
grado  suficiente  para  hacerlos  igualmente 
dignos  de  protección,  é  igualmente  respon- 
sables. 

Igualdad  posible  ante  la  ley  política,  siem- 
pre que  la  inteligencia  y  la  probidad  de  todos 
alcancen  el  nivel  necesario  para  realizar  el 
objeto  de  la  ley. 

Igualdad  imposible  ante  la  ley  económica, 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  275 


porque  la  aptitud  para  el  trabajo  y  la  vo- 
luntad de  trabajar  son  desiguales  en  los  hom- 
bres. 

Tal  es  la  conclusión;  y  yo  voy  á  dársela  á 
esta  carta,  porque  falta  espacio  para  tratar, 
aunque  sea  muy  brevemente,  Jo  que  sobre  la 
igualdad  nos  queda  por  decir. 


i^  '^^■^  ^1^ 


CARTA   VIGÉSIIMOCUARTA 


Dificultad:  la  retribución  justa  no  puede  existir  con 
opinión  extraviada. — lia  desigfualdad  debe  estar  li- 
mitada por  la  justicia,  pero  la  justicia  se  define  con 
dificultad  y  no  se  entiende  por  todos  del  mismo 
modo. 


Apreciable  Juan:  Una  vez  persuadidos  de 
que  la  igualdad  absoluta  es  imposible,  vea- 
mos hasta  dónde  conviene  que  llegue  la  des- 
igualdad. ¿Quién  debe  limitarla?  ¿Quién  debe 
decirla:  Hasta  aquí  eres  necesaria,  hasta  aquí 
útil,  y  más  allá  perjudicial? 

¿Quién?  lyA  Justicia.  Esto  es  evidente:  na- 
die en  razón  puede  protestar  contra  el  man- 
dato de  semejante  autoridad.  Pero  ¿qué  es  la 
justicia?  ¿Es  alguna  verdad  demostrada  en  to- 
das las  esferas  y  admitida  por  todos  los  hom- 
bres? Esta  palabra,  ¿significa  para  todos  la 
misma  cosa?  Tan  lejos  de  ser  así,  partiendo  de 
lo  que  cada  uno  llama  justicia,  se  ven  los 
procederes  más  desacordes,  y  para  llegar  á  ella 
se  toman  los  caminos  más  diferentes,  y  á 
veces  los  más  opuestos.  En  nombre  de  la  jus- 
ticia tienen  los  hombres  disputas  y  contro- 
versias; en  nombre  de  la  justicia  sostienen  las 


J78         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


más  contradictorias  proposiciones;  en  nombre 
de  la  justicia  se  vejan,  se  persiguen,  se  com- 
baten, se  inmolan.  Si  no  se  hiciera  en  el  mun- 
do más  mal  que  se  hace  con  mala  volun- 
tad, todos  los  problemas  sociales  se  simplifi- 
carían; pero  lo  que  los  complica  y  hace  mu- 
chas veces  insolubles,  es  el  mal  que  se  hace  con 
sana  intención  y  tranquilidad  de  conciencia. 

Ya  comprendes  desde  luego  la  gran  dificul- 
tad: en  que  los  límites  de  la  igualdad  deben 
estar  marcados  por  la  justicia,  todos  estarán 
conformes,  pero  en  lo  que  es  justicia,  lo  es- 
tán pocos. 

Voy  á  citarte  otra  vez  á  Proudhon;  para 
ti,  debe  ser  la  mayor  autoridad,  y  para  mí, 
aunque  es  el  adversario  más  poderoso,  es  el 
que  prefiero,  y  con  el  que  me  entiendo  me- 
jor, porque  quien  se  eleva  tanto  y  tanto  pro- 
fundiza, es  imposible  que  no  penetre  en  la 
esencia  de  las  cosas,  y  queriendo  ó  sin  querer- 
lo, no  la  ponga  de  manifiesto.  Escúchale  á  pro- 
pósito de  la  retribución  equitativa  del  trabajo. 

«Pues  bien:  digo  que  nada  es  más  fácil  que 
arreglar  estas  cuentas,  equilibrar  todos  estos 
valores,  hacer  justicia  á  todas  estas  desigual- 
dades. 


))Mas  para  que  esta  liquidación  se  verifique, 
se  necesita,  lo  repito,  el  concurso  de  la  buena 
fe  y  de  la  apreciación  de  los  trabajos,  servi- 
cios y  productos;  se  necesita  que  la  sociedad 
ti  abajadora  llegue  á  este  grado  de  moralidad 


CARTAS   A   UN   OBRERO  279 


industrial  y  económica,  que  todos  se  sometan 
á  la  justicia  que  se  les  haga,  sin  pretensio- 
nes de  vanidad  personal,  sin  consideración  á 
títulos,  rango,  preeminencias,  distinciones  ho- 
noríficas, celebridad,  en  una  palabra,  valor 
DE  OPINIÓN.  La  utilidad  sola  del  produc- 
to, LA  calidad,  EIv  trabajo  Y  LOS  GAS- 
TOS OUE  CUESTA,  DEBEN  ENTRAR  AQUÍ  EN 
CUENTA.» 

Ya  lo  ves,  para  llegar,  no  á  la  igualdad  eco- 
nómica ó  de  fortunas,  pero  á  limitar  la  des- 
igualdad debidamente,  se  necesita: 

Concurso  de  buena  fe. 

Apreciación  de  trabajos  y  servicios. 

Moralidad. 

Sumisión  á  la  justicia. 

Ausencia  de  vanidad. 

Utilidad  del  producto,  trabajo  y  capital  que 
cuesta,  como  únicos  datos  para  tasarle. 

Suprimir  todo  valor  que  dependa  de  la  opi- 
nión. 

Es  decir:  se  necesita  una  revolución  radi- 
cal, un  cambio  completo,  imposible  en  gran 
parte,  en  el  hombre  interior,  en  el  ciudadano, 
en  la  sociedad  entera. 

Y  siendo  así,  ¿no  parece  delirio  ó  burla  de- 
cir, como  lo  hace  Proudhon,  que  nada  es  más 
fácil  que  arreglar  estas  cuentas? 

Aunque  todos  se  sometan  á  la  justicia  que 
so  les  haga,  ¿quién  hace  esta  justicia?  ¿Quién 
dice  lo  que  es  justo  que  ganes  tú  haciendo 
zapatos  y  yo  haciendo  versos?  No  puede  ser 
más  que  la  opinión;  esa  opinión  que  se  quie- 


28o         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


re  suprimir,  y  que  ts,  sin  embargo,  la  que 
da  y  quita  valor  á  las  cosas,  y  las  califica  de 
injustas  ó  de  equitativas,  de  útiles  ó  de  perju- 
diciales, de  superfinas  ó  de  necesarias.  El  dés- 
pota, el  tirano,  la  disposición  arbitraria,  la 
ley  injusta,  la  organización  política  y  econó- 
mica, ¿no  son  el  resultado  de  la  opinión? 
A  ella  se  dirigen  el  charlatán  y  el  filósofo; 
y  si  el  primero  halla  más  eco  que  el  segun- 
do; si  los  apóstoles  de  la  verdad  están  en  la 
miseria,  y  los  que  halagan  los  errores,  los  vi- 
cios y  las  pasiones,  viven  holgadamente  ó 
nadan  en  la  opulencia,  ¿de  qué  es  efecto, 
sino  de  la  moral  depravada  y  de  la  opinión 
errónea? 

Como  poderoso  componente  de  la  opinión 
que  tasa  la  obra  del  trabajador,  entra  el  gusto, 
esta  cosa  tan  vaga,  tan  fuerte,  tan  caprichosa, 
tan  avasalladora,  tan  flexible  cuando  es  insi- 
nuación que  pretende  apoderarse  del  ánimo,  y 
tan  inflexible  cuando  es  ley. 

Un  hambriento  prefiere  un  cigarro  á  un  pe- 
dazo de  pan;  una  mvijer,  una  cinta  al  nece- 
sario abrigo. 

Un  escrito  entretenido,  obsceno,  apasiona- 
do, se  vende;  un  escrito  grave,  útil,  filosófico, 
no  halla  compradores. 

El  local  en  que  se  ofrece  diversión,  se  llena 
pagando  cara  la  entrada;  aquel  en  que  se  ofre- 
ce instrucción  sólida  y  gratis,  está  casi  vacío. 

Se  dan  cantidades  fabulosas  por  un  diaman- 
te; parece  caro  un  instrumiento  ó  un  medio 
de  perfección  moral  é  intelectual. 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  28 1 


Hay  mucho  cuidado  en  saber  cuál  es  la  úl- 
tima moda  frivola;  no  importa  ignorar  cuál  es 
el  último  descubrimiento  útil. 

vSe  paga  bien  al  torero  y  á  la  bailarina;  el 
pensador  padece  en  la  pobreza,  y  más,  cuan- 
to es  más  profundo. 

La  conciencia  pública  no  protesta  de  que 
se  gasten  millones  en  adornar  una  oficina,  un 
palacio,  un  paseo,  y  se  arriesgue  la  vida  de 
m.uchos  hombres,  que  más  de  una  vez  pere- 
cen en  la  lancha  de  un  práctico,  por  no  gastar 
algunos  miles  de  reales  en  un  bote  salvavidas. 

Saca  pingües  utilidades  el  que  tiene  una 
casa  de  juego;  quien  abre  la  suya  para  una 
obra  altamente  beneficiosa,  no  debe  esperar 
retribución  alguna. 

Se  echan  grandes  sumas  á  la  lotería;  una 
empresa  humanitaria  no  halla  medios  de  rea- 
lizarse. 

Con  paralelos  análogos  podría  llenarse  un 
tomo,  donde  verías  más  por  extenso  qué  de 
cosas  perjudiciales  se  pagan  bien  porque  gus- 
tan, y  qué  de  cosas  útiles,  porque  no  gustan, 
no  se  quieren  pagar  ni  bien  ni  mal,  y  cómo 
el  gusto  caprichoso,  extravagante,  pervertido, 
depravado,  contribu5^e  á  formar  esa  opinión 
errónea,  que  en  la  esfera  económica,  lo  mismo 
que  en  la  política,  dicta  fallos  contra  la  ley 
y  leyes  contra  la  justicia. 

Al  comprar,  todos  tenemos  más  ó  menos 
espíritu  de  egoísmo  y  de  sinrazón.  Quere- 
mos comprar  lo  más  barato  posible,  sin  consi- 
derar que  no  pagamos  el  trabajo  de  la  cosa 


282         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


comprada;  nos  aprovechamos  de  una  baratu- 
ra fabulosa,  sin  reflexionar  que  significa  la 
explotación  de  míseras  criaturas,  mujeres,  ni- 
ños, hombres,  que  dan  su  trabajo  por  un  sa- 
lario que  no  les  basta  para  vivir:  este  es  nues- 
tro egoísmo.  Queremos  comprar,  no  las  cosas 
que  son  más  útiles,  sino  aquellas  que  nos  agra- 
dan más,  porque  satisfacen  caprichos,  gustos 
ó  pasiones:  de  un  día  á  otro,  un  objeto  ha  per- 
dido la  mitad  de  su  valor,  ó  lo  ha  perdido 
todo,  porque  ya  no  es  de  moda:  esta  es  nuestra 
sinrazón. 

Todos  estos  egoísmos  y  todas  estas  sinrazo- 
nes salen  al  mercado  con  los  productos  de  la 
agricultura,  de  la  industria,  del  comercio,  de 
las  artes,  de  las  ciencias,  y  hacen  subir  el 
precio  de  los  diamantes  y  de  las  cintas,  y  ba- 
jar el  del  trigo  y  de  los  libros.  Tú  clamarás 
contra  lo  reducido  de  tu  jornal,  mientras  se 
enriquece  el  c|ue  vende  revalenta  arábiga;  yo, 
porque  no  hallo  compradores  para  mis  libros, 
cuando  tiene  tantos  el  aceite  de  bellotas.  Po- 
dremos no  tener  razón,  pero  en  caso  que  la 
tengamos,  3^  que  la  tengan  tantos  otros  como 
están  en  nuestro  caso,  ¿te  parece  que  podrá 
remediarse  el  mal  por  medio  de  una  ley  y  de 
una  organización  R  ó  H,  como  dicen  los  so- 
cialistas? Es  lo  mismo  que  si  dijeras  que  pue- 
de decretarse  la  cordura,  el  buen  sentido  y  la 
viitud.  Antes  y  después  del  decreto,  se  ven- 
derán más  fácilmente  los  billetes  de  la  lote- 
ría que  los  tratados  científicos,  y  se  pagará 
mejor  á  los  toreros  y  á  las  modistas  francesas 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  28' 


que  á  los  albañiles  y  á  los  filósofos.  ¿Cómo 
quieres  tener  tasaciones  equitativas  del  valor 
de  las  cosas,  con  tasadores  tan  insensatos  co- 
mo el  capricho,  el  vicio,  la  ignorancia,  la  co- 
dicia, la  vanidad  y  la  pasión? 

Ya  lo  ves:  para  que  tu  trabajo,  el  mío,  el 
de  todos  los  que  trabajan,  se  pague  según  me- 
rece, es  preciso  saber  la  justicia  y  querer 
HACERLA,  cosas  entrambas  harto  difíciles,  y 
de  que  estamos  muy  lejos.  Sin  traer  la  opinión 
á  lo  que  es  razonable,  no  pueden  tener  las  co- 
sas el  valor  que  es  justo. 

La  justicia,  Juan,  es  una  cosa  que  se  siente,, 
pero  que  no  se  ha  definido  bien,  que  yo  sepa. 
Dar  á  cada  uno  lo  suyo,  se  ha  dicho,  pero 
¿cuál  es  lo  suyo,  lo  de  cada  uno?  Esta  es  la 
cuestión  no  resuelta.  Proudhon  escribe  sobre 
la  justicia  una  voluminosa  obra,  y  da  por  su 
fórmula  práctica  esta  máxima  del  Evangelio: 

Haz  á  otro  lo  que  quieras  que  él  te  hicie- 
ra á  ti. 

No  hagas  á  otro  lo  que  no  quieras  que  él 
te  hiciera. 

Esto  es  caridad,  pero  está  tan  lejos  de  ser 
justicia,  que  puede  volverse  contra  ella. 

Un  malvado  acaba  de  cometer  un  asesinato: 
yo  puedo  y  debo  entregarle  á  la  acción  de  los 
tribunales,  esto  es  lo  que  manda  la  justicia; 
pero  si  hago  con  él  como  5^0  querría  que  en 
igual  caso  hiciera  él  conmigo,  puesto  que  lo- 
que yo  desearía  era  no  ser  perseguido,  le  suel- 
to, cosa  injusta  con  evidencia. 

Tú  haces  una  mesa:  si  yo  te  la  pago  como- 


284         OBRAS    DK    DOÑA    CONCKPCIÓN    ARENAÍ, 


en  tu  lugar  quisiera  que  me  la  pagases,  te 
daré  por  ella  más  de  lo  que  vale,  porque  en 
tu  lugar  desearía  sacar  lo  más  posible  de  mi 
trabajo,  j^a  porque  así  me  conviene,  ya  porque 
es  natural  que  cada  uno  dé  al  suyo  más  im- 
portancia y  valor  del  que  tiene  realmente. 

Resulta,  pues,  que  tenemos  sentimiento  de 
ju.sticia,  nociones  de  justicia,  principios  de 
justicia,  reglas  de  justicia;  pero  una  fórmula 
superior  de  justicia,  que  comprenda  todas  las 
acciones  3-  sea  admitida  por  todos  los  hom- 
bres, creo  que  no  la  tenemos:  y  cuando  te 
dicen  que  pidas  justicia  como  pudieran  decir- 
te que  pidieses  una  taza  de  café  ó  un  vaso  de 
vino,  de  buena  fe  tal  vez,  te  dan  por  sencillo 
y  resuelto  un  problema  complicadísimo,  y  aca- 
so por  resolver  en  el  punto  que  se  trata. 

Los  hombres,  cuando  están  de  acuerdo  so- 
bre lo  que  es  justo,  hacen  una  ley  que  lo  de- 
clara obligatorio;  pero  además  de  que  la  ley 
s^  cumple  mal  cuando  es  contraria  á  la  opi- 
nión de  una  minoría  numerosa,  la  justicia 
práctica  sólo  depende  de  la  lej^-  en  una  mí- 
nima parte:  la  opinión,  la  conciencia,  la  ins- 
trucción y  la  moralidad,  el  saber  y  el  que- 
rer practicar  el  bien,  tienen  mayor  esfera  de 
acción  fuera  de  la  ley  que  dentro  de  ella. 
Un  hombre  puede  ser  perverso  sin  que  la  ley 
pueda  castigarle;  y  de  estas  perversidades  ex- 
tralegales se  forma  la  inmoralidad  pública, 
y  por  consiguiente,  la  pública  corrupción  y  la 
pública  desgracia.  Lo  difícil,  lo  importante, 
lo  esencial,   es  arreglar  las  relaciones  de  los 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  285 


hombres,  de  modo  que  sean  conformes  á  la 
justicia,  allí  donde  la  ley  no  llega  ni  pueda 
llegar  á  imponerla.  Pero  volvemos  á  pregun- 
tar: ¿Qué  es  la  justicia? 

Tal  vez  podríamos  decir  que,  justicia  en  el 
orden  jurídico,  es  la  realización  del  derecho; 
en  el  orden  moral,  el  cumplimiento  de  los 
mandatos  de  la  conciencia,  y  que  se  reconoce 
en  todas  las  esferas  en  que  es  esencialmente 
buena,  y  en  ningún  caso  puede  hacer  al  hom- 
bre duro  para  con  sus  semejantes. 

La  definición  podrá  ser  más  ó  menos  exac- 
ta: no  tengo  la  pretensión  de  no  equivocarme 
en  cosa  que  se  han  equivocado  otros  que  sa- 
bían y  valían  más  que  yo;  pero  lo  que  sí  te 
aseguro  con  íntimo  convencimiento,  es  que  en 
todo  lo  que  hay  daño  para  la  humanidad,  per- 
juicio verdadero,  hay  injusticia. 

Siendo  esto  así,  la  igualdad  será  justa  en 
tanto  que  contribuya  al  bien  de  los  hombres, 
que  los  haga  más  probos,  más  humanos,  más 
virtuosos,  más  ilustrados,  más  perfectos,  en  fin; 
y  será  injusta,  cuando  los  pervierta  y  rebaje. 

Será  injusta  cuando  sea  absoluta,  porque  re- 
ducirá la  sociedad  al  estado  salvaje. 

La  desigualdad  exagerada  está  en  el  mis- 
mo caso,  porque  si  no  se  puede  prescindir 
de  las  diferencias  de  los  hombres,  hay  también 
que  tener  en  cuenta  sus  semejanzas  y  aquellos 
derechos  idénticos  que  deben  respetarse  en  to- 
dos. Los  pueblos  que  los  desconocen  ó  los 
atropellan  con  la  esclavitud,  las  castas  ó  las 
aristocracias  avasalladoras,  se  corrompen,  de- 


286         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


caen,  perecen.  L,os  que  en  estas  condiciones 
viven  largo  tiempo  y  prosperan,  es  porque  en- 
cierran en  su  seno  una  masa  numerosa  de  in- 
dividuos, cuya  justa  igualdad  se  respeta,  y 
que  tienen  bastante  poder  de  vida  para  con- 
tiarrestar  el  germen  de  muerte  que  la  des- 
igualdad injusta  lleva  consigo. 

Yo  concibo  las  desigualdades  sociales  como 
los  accidentes  del  terreno;  bueno  y  necesario 
es  que  haya  montes,  colinas  y  valles,  pero  no 
quisiera  abismos  de  donde  no  puede  salirse, 
ni  montañas  donde  el  aire  no  es  respirable. 

Que  haya  sabios,  bien  está;  pero  que  no  ha- 
ya ignorantes  de  lo  que  todo  hombre  debe 
saber,  de  lo  que  es  esencial  que  sepa:  su  deber 
y  su  derecho. 

Que  el  artista  ó  el  hombre  de  ciencia,  el 
industrial,  el  comerciante,  el  bracero, .  se  dis- 
tingan y  diferencien  según  su  mérito;  pero 
que  sean  iguales  en  su  dignidad  de  hombres, 
y  que  esos  derechos  iguales  que  tienen  ya  ante 
la  le}',  los  tengan  ante  la  opinión  y  el  respeto 
público.  Se  ha  andado  bastante,  pero  falta 
aún  mucho  que  andar  en  esta  cuestión  del 
respeto  á  la  dignidad  humana,  cuestión  gra- 
vísima, porque  no  hay  cosa  más  injusta  y 
cruel  que  el  desprecio. 

Ya  te  he  dicho  que  la  esfera  de  la  justicia 
es  mucho  más  extensa  que  la  de  la  ley.  Ante 
la  ley,  el  pobre  ignorante  es  igual  al  rico  ilus- 
trado; está  bien:  esto  es  algo,  es  mucho,  pero 
no  es  bastante,  ya  porque  la  le)*  se  torcerá 
en  favor  de  quien  es  más  considerado  por  la 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  2S7 


Opinión,  ya  porque  la  ley  no  tiene  que  inter- 
venir, sino  excepcionalmente,  en  las  relacio- 
nes de  los  hombres,  y  cuando  aparecen  entre 
ellos  tales  diferencias  esenciales  que  se  miran 
como  seres  dé  distinta  naturaleza,  entonces  se 
aman  menos,  se  compadecen  menos,  son  más 
injustos  entre  sí,  y  el  desprecio  por  una  parte, 
el  despecho  por  otra,  el  odio  y  la  injusticia 
por  entrambas,  dan  por  resultado  la  perver- 
sión y  la  desdicha  de  todos. 

El  traje  puede  ser  modesto  ó  lujoso:  que 
esté  aseado  es  lo  esencial  para  que  no  se  con- 
vierta en  obstáculo  razonable  á  la  aproxima- 
ción de  las  personas  de  diferente  clase:  la  blu- 
sa del  obrero,  si  está  limpia,  y  el  uniforme 
del  capitán  general,  pueden  estar  en  el  mis- 
mo banco;  lo  que  razonablemente  retrae  de 
dar  la  mano  al  obrero,  no  es  que  está  callosa, 
sino  que  está  sucia.  No  hace  falta  que  el  obre- 
ro sea  un  sabio  para  que  alternen  con  él  los 
hombres  de  ciencia,  bajo  pié  de  igualdad,  en 
las  cosas  esenciales  que  conciernen  á  su  dig- 
nidad de  hombre  y  en  la  inmensa  esfera  que 
abarca  el  mundo  moral.  Idea  del  derecho,  prác- 
tica de  la  justicia,  decencia  del  lenguaje,  com- 
postura de  ademanes,  aseo  en  la  persona,  cier- 
ta cultura  general,  es  lo  que  pueden  tener  to- 
dos los  hombres,  lo  que  creo  que  tendrán  algún 
día,  y  lo  que  basta  para  que  alternen  sobre 
una  base  de  perfecta  igualdad,  en  cuanto  son 
igualmente  dignos,  aunque  su  posición  social 
sea  diferente. 

Personas  de  toga  ó  de  uniforme  habrá  que 


OBRAS    DE    DONA    COXCEPCIOX    ARENAL 


protesten  contra  esto,  y  no  reconozcan  la  dig- 
nidad de  la  blusa  limpia  y  del  hombre  digno 
que  la  lleva;  pero  esas  personas,  cuyo  núme- 
ro será  cada  vez  menor,  dejarán  de  existir 
cuando  su  desdén  no  tenga  otro  fundamento 
que  su  pueril  vanidad.  Lo  que  no  se  apoya  en 
razón  ninguna,  al  fin  viene  al  suelo. 

Una  vez  reconocida  la  dignidad  del  hom- 
bre, y  pasada  de  las  leyes  á  las  costumbres 
y  á  las  opiniones,  la  igualdad  irá  aproximán- 
dose á  sus  justos  límites;  el  trabajo,  hasta  el 
más  material,  se  elevará  al  elevarse  el  tra- 
bajador; será  mejor  retribuido,  porque  la  idea 
de  lo  que  un  hombre  merece  no  puede  se- 
pararse de  aquella  de  lo  que  vale,  y  porque 
se  comprenderá  bien  que,  ti  toda  la  labor  no 
es  igualmente  meritoria,  toda  es  necesaria,  y 
ninguna  debe  reputarse  vil. 

La  desigualdad  va  limitándose  mucho;  es 
de  desear  que  se  limite  más;  pero  esto  no  se 
conseguirá  con  vociferarla  en  los  motines,  ni 
aun  con  escribirla  en  las  leyes,  sino  disminu- 
yendo la  diferencia  real  y  positiva  que  existe 
entre  los  hombres.  Trabajemos  todos  para 
aproximarlos:  trabaja  tú  el  primero;  levanta, 
Juan,  cuanto  puedas  tu  nivel  moral  é  inte- 
lectual; procura  que  tu  hijo  sepa  5'-  quiera  ser 
justo  y  digno,  y  en  la  medida  posible  y  nece- 
saria, ilustrado,  porque  no  puede  realizarse 
el  derecho  á  la  igualdad  entre  hombres  esen- 
cialmente desiguales. 


eAs  eAs  eAs  eAs  ^^¿Vs  eAg  i^^'^Vs  pJ^V^  a^^Vs  Jks  sMs  i.'^^  ^Jj^  eJka  e^Vs  aJ^ 
eAs    e,Tj   e^   eAs    e^JVe   eAs   a4J>9   (i-X-^    24^   aAj   eA»   ^-^   eyj>.9   e-Tj   e-IVa   eAs 


CARTA   VIGÉSIMOQUINTA 


Del  Cuarto  Estado.— No  existe  realmente.— Error  de 
eq.uiparar  las  revoluciones  políticas  con  las  trans- 
formaciones económicas.  -  Males  del  retraimiento 
político,  y  error  de  q.ue  las  reformas  políticas  son 
indiferentes  para  las  sociales. 

Apreciable  Juan:  Hemos  de  tratar  hoy  de  lo 
que  se  ha  llamado  el  Cuarto  Estado.  Digamos 
dos   palabras   de   los   que   le   han    precedido. 

Había  tres  estados:  el  clero,  la  nobleza  y 
el  pueblo;  los  dos  primeros  gozando  de  gran- 
des privilegios;  el  último,  sufriendo  grandes 
vejaciones.  Uno  de  los  primeros  pensadores 
de  la  Revolución  francesa  escribió  un  folleto 
con  este  título:  ¿Qué  es  el  Tercer  Estado? 
Nada.  ¿Qué  debe  ser?  Todo.  Aparte  de  la 
exageración  que  indica  el  título,  inevitable  en 
la  hora  en  que  se  escribió,  la  verdad  era  que 
había  una  desigualdad  injusta  entre  los  hom- 
bres hijos  de  la  misma  patria;  que  conforme 
á  la  clase  á  que  perteneciesen,  tenían  distin- 
tos deberes  y  derechos;  imposibilidad  ó  facili- 
dad de  elevarse  á  ciertos  puestos  y  disfrutar 
ciertas  ventajas;  y  abrumados  ó  libres  de  con- 
tribuciones, según  eran  plebevos  ó  nobles,  la 

»9 


290        OBRAS    DE    DOXA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


misma  distinción  los  perseguía  hasta  en  el 
banco  de  los  acusados,  donde  hallaban  distin- 
tos jueces  y  diferentes  penas. 

Esto  tuvo  motivo  de  ser,  como  todo  lo  que 
ha  sido;  pero  llegó  una  hora  en  que  faltó  este 
motivo,  en  que  las  clases  privilegiadas  no  po- 
dían alegar  ninguna  especie  de  superioridad, 
ni  más  ciencia  ni  más  virtud  que  la  clase  opri- 
mida, y  entonces  ésta  dijo:  Soy  igual  á  vos- 
otros ante  la  justicia,  quiero  serlo  ante  la  ley, 
y  lo  fué.  Cuando  este  cambio  se  hace  en  un 
día,  se  llama  revohición;  cuando  se  verifica 
paulatinamente,  reforma;  pero  violenta  ó  gra- 
duada, la  igualdad  ante  la  ley  es  3'a  un  hecho 
necesario  para  todo  pueblo  cristiano  y  civili- 
zado, y  la  cuestión  no  puede  ser  más  que  de 
fecha. 

Se  dice  por  algunos,  se  quiere  hacer  creer 
á  la  multitud  que  la  clase  media  oprime  al 
pueblo,  como  el  clero  y  la  nobleza  oprimía 
al  Tercer  Estado,  y  que  como  éste  triunfó  de 
los  privilegiados,    el  pueblo  triunfará   de   él. 

El  día  en  que  triunfó  el  Tercer  Estado, 
abolió  muchas  leyes,  y  escribió  nuevos  códi- 
gos políticos,  civiles  y  criminales.  El  día  del 
imaginario  triunfó  del  supuesto  Cuarto  Esta- 
do, ¿qué  antigua  ley  podrá  abolir,  ni  qué  nue- 
va ley  podrá  dictar? 

Imaginemos  una  Asamblea  Constituyente, 
y  después  una  Legislativa,  compuesta  en  su 
totalidad  de  hombres  del  pueble,  radicales  in- 
transigentes, entusiastas  niveladores. 

x\bren  la  Constitución:  ni  clase  ni  privile- 


CARTAS   A   UN   OBRERO  29 1 


gio;  todos  los  españoles  son  iguales;  nada  hay 
que  añadir,  nada  que  quitar. 

Abren  el  Código  criminal:  ni  clase  ni  privi- 
legio; todos  los  españoles  son  iguales;  nada 
hay  que  añadir,  nada  que  quitar. 

Abren  las  leyes  civiles:  ni  clase  ni  privile- 
gio; diferencias  de  unas  provincias  á  otras, 
que  no  tienen  carácter  privilegiado;  y  si  hay 
que  añadir  ó  quitar,  es  bajo  el  punto  de  vista 
de  la  justicia,  no  de  la  igualdad. 

He  aquí  nuestros  legisladores  desorienta- 
dos. ¿Dónde  está  esa  Clase,  ese  Estado  cuyo 
vestigio  no  se  encuentra  en  las  leyes?  ¿Cómo 
van  á  destruir  lo  que  no  existe?  Nunca  caso 
tan  grave  se  sometió  á  ningún  cuerpo  deli- 
berante ( I ) . 

Para  ser  arquitecto,  ó  médico,  ó  juez,  se  ne- 
cesita una  prueba  de  haber  estudiado  arqui- 
tectura, medicina  ó  leyes:  que  esta  prueba  la 
dé  el  hijo  de  un  duque  ó  el  hijo  de  un  ba- 
rrendero, es  igual. 

El  último  monaguillo  puede  ser  Obispo  ó 
Cardenal  (esto  no  es  de  ahora,  la  Iglesia  ha 
sido  siempre  democrática) . 

Un  obrero  puede  ser  diputado,  ministro,  y 
hasta  marqués  y  duque. 

Hay  diferentes  profesiones,  más  ó  menos  lu- 
cí ativas,  más  ó  menos  consideradas;  hay  cate- 
gorías más  ó  menos  elevadas;  hay  vanidades 


( 1 )  Esto  se  escribía  en  Junio  de  1 872,  y  se  lia  confirmado 
con  los  hechos  posteriores,  por  la  esterilidad  y  la  absoluta 
impotencia  revolucionaria  (que  no  debe  equivocarse  con  la 
revoltosa)  de  los  apóstoles  del  Cuarto  Estado,  cuando  han 
■sido  ministros  y  legisladores. 


I 


292    OBRAS  DE  DOÑA  COXCEPCIOX  ARENAL 


más  ó  menos  ridiculas;  pero  si  ningún  hom- 
bre por  su  nacimiento  está  excluido  de  ningu- 
na profesión,  de  ninguna  categoría,  de  nin- 
gún título,  ¿dónde  están  las  clases  y  los  pri- 
vilegios, y  los  Estados  primero  ni  cuarto? 

Xo  hay,  pues,  nobles  ni  plebeyos;  lo  que 
hay  es  ignorantes  é  instruidos,  groseros  y  cul- 
tos, pobres  y  ricos.  El  pueblo,  eso  que  se 
quiere  llamar  Cuarto  Estado,  no  puede  recla- 
mar ningún  derecho,  porque  se  le  han  dado 
todos;  no  puede  hacer  más  que  pedir  la  ins- 
trucción que  no  tiene  y  la  riqueza  que  no 
posee.  Desgraciadamente,  da  más  importancia 
á  la  fortuna  que  al  saber:  lo  primero  quiere 
ser  rico;  instruido  lo  será  luego,  después  ó 
nunca,  y  no  obstante,  es  de  ley,  de  ineludible 
ley,  que  no  mejorará  de  condición  económica 
hasta  que  mejore  su  condición  moral  é  inte- 
lectual. 

En  un  año,  en  un  mes,  en  un  día,  se  han 
podido  suprimir  todos  los  privilegios  y  decla- 
rar á  los  hombres  iguales  ante  la  ley,  porqiie 
pueden  serlo;  pero  ni  en  un  día,  ni  en  un  año, 
ni  en  un  siglo,  puede  hacerse  lo  mismo  cuan- 
do se  trata  de  igualarlos  ante  la  riqueza,  por- 
que son  diferentes  su  voluntad  de  trabajar  y 
su  aptitud  para  el  trabajo.  De  una  plumada 
desaparecen  las  desigualdades  imaginarias;  pe- 
ro ni  el  plomo,  ni  el  hierro,  ni  el  motín,  ni 
la  batalla,  borrarán  las  diferencias  naturales, 
necesarias  en  cierta  medida  y  en  la  misma 
justas. 

Te  repito,  pues,  que  no  hay  ninguna  seme- 


CARTAS   A   UN    OBRERO  29.5 


janza  entre  lo  que  era  el  Tercer  Estado  y  eso 
que  se  quiere  llamar  Cuarto;  y  pretender  que 
sucederá  con  ei  pueblo,  falto  de  instrucción, 
lo  que  ha  sucedido  con  la  clase  media,  don- 
de la  instrucción  estaba,  es  hacer  una  aplica- 
ción de  las  leyes  de  la  historia,  como  la  haría 
de  las  de  la  mecánica  el  que  pidiese  el  mis- 
mo trabajo  á  máquinas  diferentes,  porque  les 
liabía  puesto  nombres  iguales.  'El  derecho  de 
las  clases  obreras  es  idéntico:  el  hecho  es  dis- 
tinto, porque  lo  es  su  aptitud  científica  é  in- 
dustrial. 

Hay  que  fijarse  también  mucho,  y  no  con- 
fundir bajo  ningún  aspecto  la  diversa  índole 
de  las  leyes  políticas,  civiles,  criminales  y 
económicas.  Además  de  la  desigualdad  que 
ante  las  últimas  llevan  consigo  los  ingenios, 
las  aptitudes  y  las  voluntades  diferentes,  hay 
limitaciones  en  el  mundo  material  que  no 
existen  en  el  de  las  ideas.  En  una  legua  cua- 
drada puede  haber  30  millones  de  ciudadanos 
con  todos  los  derechos  que  les  correspondan: 
l.i  esfera  de  la  justicia  es  infinita;  declarada 
en  principio,  se  aplica  á  un  hombre,  á  un  mi- 
llón, al  género  humano.  Pero  en  una  legua 
cuadrada  no  pueden  hallar  sustento  y  alber- 
gue sino  un  determinado  número  de  hombres: 
este  número  crecerá  con  la  civilización,  pero 
no  podrá  pasar  de  cierto  límite.  Ya  ves,  Juan, 
la  diferencia  que  hay  cuando  se  trata  de  dar 
á  los  hombres  derechos,  y  cuando  es  cuestión 
de  darles  sustento.  En  el  primer  caso,  el  legis- 
lador dice:  «Venid  por  cientos,  por  miles,  por 


294         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


millones:  todos  hallaréis  justicia.»  En  el  se- 
gundo, la  naturaleza  dice:  «No  vengáis  más 
de  los  que  puedo  sustentar,  porque  no  todos 
hallaréis  pan.» 

Tu  derecho  electoral  no  es  obstáculo  al  ejer- 
cicio de  otro  derecho;  el  hecho  de  comerte  una 
ración  hace  imposible  el  hecho  de  que  se  la 
coma  otro.  El  Tercer  Estado  luchó  y  triunfó 
en  una  cuestión  donde  su  triunfo  podía  ser 
completo  é  instantáneo;  ningún  obstáculo 
esencial  había.  Lo  que  se  pretende  llamar 
Cuarto  Estado  parece  que  quiere  luchar,  y 
que  se  propone  vencer,  en  una  cuestión  de 
hecho,  donde  halla  obstáculos  tan  esenciales 
como  la  imposibilidad  de  que  dos  hombres 
vivan  con  la  cantidad  de  alimento  indispen- 
sable para  uno,  y  reciban  igual  retribución 
por  un  trabajo  que  no  se  parece.  ¿Dónde  está 
la  semejanza,  ni  la  analogía,  ni  la  lógica  de 
querer  equiparar  cosas  tan  diferentes,  ni  la 
buena  fe  ó  el  buen  sentido  de  poner  á  la  his- 
toria en  el  potro  de  la  pasión  para  que  de- 
clare contra  verdad? 

Como  los  hombres,  aparte  de  sus  vanidades 
pueriles,  no  se  distinguen  ya  más  que  entre 
ricos  y  pobres,  instruidos  ó  ignorantes,  hon- 
rados ó  delincuentes;  como  no  haj^  Clases  ni 
Estados,  es  quimérico  su  triunfo  ó  su  derrota, 
porque  lo  que  no  existe  no  puede  vencer  ni 
ser  vencido;  v  es  quimérico  también  que  la 
constitución  económica  de  un  país  pueda  cam- 
biar tan  pronto  y  radicalmente  como  la  po- 
lítica. 


CARTAS   A   UX    OBRERO  295 


Los  obreros  que  tienen  hoy  completa  igual- 
dad legal,  no  mejorarán  su  condición  mate- 
rial sino  á  medida  que  se  ilustren  y  se  mora- 
licen; ni  la  constitución  económica  podrá  cam- 
biar, como  la  política,  con  un  Gobierno  ó  una 
dinastía.  Fíjate  bien  en  esto,  Juan:  cuando  se 
trata  de  derechos  políticos  puede  haber  revo- 
luciones, es  decir,  cambios  radicales  é  instan- 
táneos; cuando  se  trata  de  hechos  económi- 
cos, de  mejorar  la  situación  material  de  un 
pueblo  y  de  distribuir  mejor  su  riqueza,  no 
puede  haber  más  que  reformas,  es  decir,  cam- 
bios ventajosos,  pero  lentos,  como  lenta  es  la 
educación  industrial  y  científica  de  los  hom- 
bres, y  difícil  el  progreso  en  una  esfera  en  que 
á  él  se  oponen  tantos  egoísmos,  tantos  inte- 
reses mal  entendidos,  tantas  pasiones  ciegas. 
Sin  duda  hay  armonías  económicas;  sin  ellas 
no  podría  existir  la  sociedad;  pero  ¡  qué  de 
l^ugnas  económicas  también,  y  qué  diferen- 
cia entre  la  facilidad  con  que  pueden  armo- 
nizarse nuestros  derechos  ante  la  le}^,  y  la 
dificultad  de  que  se  pongan  en  armonía  nues- 
tros intereses  en  el  mercado,  y  se  evite  el 
abuso  de  esas  fuerzas  invisibles,  y  el  choque 
dt^  elementos  que  debieran  favorecerse,  y  por 
culpa  de  todos  se  combaten  ! 

La  revolución  del  Tercer  Estado  cambió  las 
leyes  políticas,  civiles,  criminales  y  muchas 
económicas;  la  que  pretende  hacer  el  Cuarto 
Estado  no  trata  más  que  de  las  últimas,  y  se 
llama  revolución  social,  con  lo  cual  quiere  sig- 
nificar cambio  radical  é  inmediato  en  las  re- 


296  OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAl, 


laciones  de  los  trabajadores  entre  sí,  de  éstos 
con  los  capitalistas,  de  los  capitalistas  unos 
con  otros,  y,  en  fin,  de  las  leyes  todas  que 
rigen  el  mundo  económico,  sin  distinción  en- 
tre las  que  pueden  abolirse,  porque  son  efec- 
to de  las  circunstancias  y  obra  del  hombre,  y 
las  que  son  necesarias  y  por  consiguiente 
eternas. 

Ei  Cuarto  Estado  desdeña  la  política:  la  re- 
volución social,  que  es  la  suya,  ha  de  hacerse 
por  otros  medios.  Dice  que  le  es  indiferente 
que  haya  monarquía  ó  república,  despotismo 
ó  gobierno  representativo.  No  obstante,  el 
oráculo  del  socialismo  ha  escrito  un  libro,  el 
último,  que  es  como  un  testamento  intelec- 
tual, como  el  título  de:  La  capacidad  política 
de  las  clases  obreras.  Acerca  de  esta  capaci- 
dad, ¿qué  opina,  qué  concluye  el  autor?  Con- 
cluye cosas  diferentes,  ó  lo  que  es  lo  mismo, 
no  concluye  nada.  El  hombre  de  las  negacio- 
nes concretas,  insolentes,  temerarias,  y  de  las 
afirmaciones  vagas  y  vergonzantes,  viene  á  de- 
cir que  el  pueblo  es  mu}^  cuerdo  y  muy  insen- 
sato, y  dice  claramente  que  conviene  darle 
el  sufragio  universal,  mas  no  que  acuda  á  las 
urnas;  que  debe  tener  voto,  pero  que  no  debe 
votar  (i).  La  razón  de  esto  ya  comprenderás 
que  no  se  da;  tales  cosas  se  afirman  pero  no 
se  razonan. 

El   desdén   del   socialismo   por   la   política, 
¿es   hipócrita   ó   es   sincero?   De   una   y   otra 

(1)  Véase  Proudhon:  De  la  capacite  politique  des  clases 
ouvriércs. 


CARTAS   A    UX    OBRERO  297 

cosa  podrá  tener.  Entre  los  que  piensan  algo, 
sospecho  es  de  hipocresía;  entre  los  que  si- 
guen ciegamente  el  impulso  que  reciben,  po- 
drá haber  sinceridad.  Hazte  cargo  cómo  pasan 
las  cosas  en  la  práctica  y  comprenderás  la 
razón  de  la  teoría. 

La  ley  política  establece  el  sufragio  univer- 
sal. Los  obreros  acuden  á  votar;  no  votan  á 
un  obrero  por  regla  general;  buscan  personas 
de  mayor  instrucción,  qvie  puedan  defender 
su  causa  en  el  Parlamento  sin  desventaja  y 
con  iguales  armas  que  tienen  sus  adversarios. 
Aquel  hombre  no  corresponde  á  lo  que  de  él 
se  esperaba;  no  puede  corresponder;  su  misión 
es  imposible;  su  conciencia  ilustrada  se  resis- 
te á  la  profesión  de  fe  de  sus  comitentes;  va- 
cila, contemporiza,  transige  por  algún  tiem- 
po; pero  llega  una  hora  y  una  cuestión  capital 
en  que  es  precisa  una  afirmación  decisiva,  y 
vota  contra  el  parecer  de  los  que  le  han  vo- 
tado, porque  no  puede  estar  por  más  tiempo 
en  pugna  con  la  evidencia,  ni  entregar  su 
nombre  á  las  flagelaciones  del  buen  sentido. 
Este  hecho  se  repite  una  y  muchas  veces, 
llevando  otros  tantos  desengaños  al  pueblo, 
que  se  cree  siempre  engañado,  si  no  vendido, 
por  sus  hombres  políticos,  y  dice  que  no  quie- 
re nada  de  la  política,  porque  nada  espera 
de  ella. 

La  política  aquí  no  es  otra  que  la  práctica 
que  declara  impracticable  lo  que  lo  es  por  el 
momento  ó  por  siempre;  y  el  que  engaña  al 
pueblo  no  es  el  que  no  hace  lo  que  es  imposi- 


298         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


ble  hacer,  sino  el  que  le  dijo  era  hacedero. 
Unos  pocos  sabiéndolo,  la  multitud  sin  saber- 
lo, cuando  dice:  Nada  queremos  con  la  polí- 
tica, quiere  decir:  Nada  queremos  con  la 
práctica  de  nuestras  teorías.  No  hay  cosa  más 
dolorosa  ni  más  cierta  que  esas  gigantescas 
afirmaciones  para  destruir,  con  que  encienden 
tus  iras,  y  esas  afirmaciones  microscópicas  ó 
erróneas  para  edificar,  y  con  las  cuales  te  en- 
tregan á  las  pruebas  de  la  realidad  y  á  las 
burlas  del  escarnio. 

Si  el  socialismo  no  ha  de  triunfar  por  el 
ejercicio  del  sufragio  universal,  ni  por  la  re- 
belión armada,  según  afirma  su  gran  apóstol, 
según  dicen  otros  más  pequeños,  ¿cómo  triun- 
faría, pues?  Por  la  fuerza  de  las  cosas;  pero 
la  fuerza  de  las  cosas  no  es  al  cabo  más  que 
el  convencimiento  íntimo  de  las  personas;  y 
para  llegar  á  ser  hecho,  realidad,  necesita  el 
triunfo  en  las  urnas  ó  en  los  campos  de  ba- 
talla; una  de  esas  dos  cosas  que  se  dicen  in- 
necesarias: la  política  ó  la  rebelión.  Suponien- 
do la  rebelión  trumfante,  tendría  su  política 
también,  porque  tendría  su  realización  de  las 
teorías  victoriosas:  su  necesidad  de  adoptarlas, 
con  esta  ó  aquella  modificación  para  que  sean 
practicables,  y  de  vencer  las  resistencias  que 
hallara  para  plantearlas.  La  política,  pues,  en 
este  caso  es  una  cosa  tan  indispensable  como 
la  práctica  de  lo  que  se  define,  se  opina  y  se 
resuelve;  5^  si  los  hombres  pueden  retraerse, 
las  escuelas  no  pueden  prescindir  de  ella. 

No  te  conviene  pasar  días,  ni  horas,  ni  mi- 


CARTAS   A   UX    OBRERO  299 


ñutos  siquiera,  en  esas  reuniones  donde  hay 
política  de  pasión,  de  intriga,  de  interés;  don- 
de se  miran  los  abusos  como  argumentos,  y 
los  hombres  como  escalones;  pero  cuando  ten- 
gas opinión,  debes  tener  voto,  y  cuando  le 
tengas,  debes  darle  reílexivamente,  en  con- 
ciencia, y  ocuparte  en  la  política,  como  en 
todos  tus  deberes,  en  la  medida  necesaria.  El 
desdén  que  por  ella  tienen  iryíichos,  que  mu- 
chos afectan  tener,  es  una  cosa  insensata;  lo 
primero,  porque  en  todo  retraimiento  se  in- 
cuba una  rebelión;  lo  segundo,  porque  no  es 
más  fácil  sustraerse  á  la  política  que  á  la  at- 
mósfera que  nos  rodea.  El  obrero  en  su  taller, 
y  el  sabio  en  su  gabinete,  la  apartan  de  sí, 
la  cierran  el  paso;  pero  ella  fuerza  la  consig- 
na, penetra  hasta  ellos,  les  arrebata  el  fruto 
de  su  trabajo,  el  preciado  sosiego,  el  hijo  que- 
rido, que  tal  vez  inmola,  invocando  hipócrita- 
mente el  nombre  de  la  patria  que  deshonra 
y  sacrifica.  No  te  quisiera  fanatizado  por  la 
política,  pero  sí  ocupado  en  ella  como  debe  es- 
tarlo un  hombre  honrado  en  su  deber,  y  un 
hombre  sensato  en  lo  que  importa  mucho.  To- 
do el  que  tiene  una  idea  sana  y  un  recto  jui- 
cio, debe  llevarlos  á  la  balanza  del  bien  públi- 
co, para  que  no  se  incline  del  lado  de  los  aven- 
tureros cínicos  ó  de  los  forzados  de  la  ambi- 
ción. 

Para  saber  la  capacidad  política  de  las  cla- 
ses obreras,  mejor  que  estudiar  el  libro  que 
lleva  ese  título,  es  estudiarlas  á  ellas,  ver  lo 
que  hacen  y  lo  que  dicen,  sus  hechos  y  sus 


300         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    AREN^ 


aspiraciones.  El  resultado  de  este  estudio  es 
poco  consolador  para  los  que  de  veras  las  ama- 
mos, porque  las  vemos  que,  en  lugar  de  ata- 
car los  abusos  que  deben  desaparecer;  en  lu- 
gar de  pedir  las  reformas  que  pueden  plan- 
tearse; en  lugar  de  clamar  justicia  cuando  tie- 
nen razón;  en  vez  de  todo  esto,  se  entregan 
á  los  extravíos  de  la  cólera,  á  los  sueños  de  la 
utopia,  queriendo  realizar  lo  imposible  y  hun- 
dir lo  que  tiene  firme  asiento  en  lo  más  pro- 
fundo de  la  naturaleza  humana.  Esto  no  lo 
hacen  todos  ni  en  todas  partes,  pero  con  ver- 
dad te  digo  que  me  duele  ver  á  muchos  mal- 
gastar, contra  los  males  que  están  en  la  natu- 
raleza de  las  cosas,  las  fuerzas  que  debían 
emplear  en  combatir  aquellos  que  tienen  su 
origen  en  los  errores  ó  maldades  de  los  hom- 
bres. 

El  supuesto  Cuarto  Estado,  entendiendo  por 
este  nombre  aquella  parte  del  pueblo  que  vive 
del  trabajo  manual,  no  puede  hacer  una  revo- 
lución en  el  orden  político,  porque  está  hecha, 
ni  en  el  orden  económico,  porque  en  él  sólo 
caben  reformas,  es  decir,  modificaciones  len- 
tas y  ventajosas.  Esta  obra  grande,  difícil,  ne- 
cesaria, no  es  la  obra  de  una  clase:  es  la  obra 
y  el  deber  de  todas.  ¿Hay  alguna  que  le  llene 
bien?  No,  seguramente,  y  cada  grupo  social, 
en  vez  de  reflexionar  sobre  sus  faltas,  se  ocu- 
pa en  enumerar  las  ajenas,  exagerando  su  gra- 
vedad. 

Ahora  es  moda  entre  ciertas  personas  acusar 
á  lo  que  se  llama  clase  inedia.  Lejos  estoy  de 


CARTAS   A   UN   OBRERO  30 1 


pensar  que  hace  todo  lo  que  debe  y  puede  ha- 
cer; pero  lejos  están  también  de  la  verdad  los 
que  afirman  que  puede  todo  lo  que  de  ella  se 
exige,  y  que  no  hace  nada  de  lo  que  debe. 
¿De  dónde  han  salido  en  su  gran  mayoría, 
casi  en  su  totalidad,  los  que  han  procurado 
ilustrar,  consolar,  socorrer  al  pueblo;  los  que 
han  pedido  para  él  derechos;  los  que  han  lu- 
chado por  él  en  la  tribuna,  en  la  prensa,  en  la 
academia,  en  los  campos  de  batalla;  los  que 
han  sido  mártires  de  su  causa?  De  esa  clase 
media  eran,  y  su  memoria  merecía  otro  home- 
naje que  las  execraciones  de  la  edad  presente, 
que  no  repetirán,  de  seguro,  las  edades  futuras. 
Todos  faltan,  todos  faltáis,  todos  faltamos, 
pobres  y  ricos,  ilustrados  é  ignorantes.  Refle- 
xiona bien,  Juan,  en  esto:  puede  haber  un 
hombre  virtuoso  entre  una  multitud  deprava- 
da, pero  la  virtud  y  el  vicio  de  las  clases  no  se 
aislan  así;  se  influyen,  se  compenetran,  refle- 
jan unas  sobre  otras  la  luz  bienhechora  y  los 
fulgores  siniestros,  y  cada  una  ve  en  las  otras, 
como  en  un  espejo,  la  imagen  de  sus  errores 
y  de  sus  culpas.  Sin  las  faltas  de  la  clase  me- 
dia, el  pueblo  no  sería  lo  que  es;  sin  las  faltas 
del  pueblo,  la  clase  media  valdría  mucho  más 
de  lo  que  vale.  La  natural  propensión  es  poner 
los  merecimientos  propios  enfrente  de  las  fal- 
tas ajenas:  combatámosla;  no  olvidemos  ni  el 
mal  que  hemos  hecho  ni  el  bien  que  hemos 
recibido,  y  entonces,  con  la  mano  en  el  cora- 
zón, los  de  todas  las  condiciones  tendremos  más 
propósitos  de  enmienda  que  de  venganza. 


302         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Buscar  lo  verdadero  y  pedir  lo  justo:  tal  es 
la  misión  de  los  hombres,  cualquiera  que  sea 
■su  fortuna;  porque  ni  Clases  ni  Estados  exis- 
ten en  España,  sino  en  la  historia  de  lo  pasa- 
do ó  en  la  mala  inteligencia  de  lo  presente. 


■e/'Jvi)  G/\\£>  e/\V9 


JL,  JKs  Jia   eM3  e^Ks  Jís  zMs  Jts  e^M  e*3   <l-J 


CARTA  VIGÉSIMOSEXTA 


a>e  la  familia.  —El  g-énero  hiimano  no  puede  existir 
sin  ella. 


Apreciable  Juan:  Nos  toca  tratar  hoy  de  la 
familia.  Si  fueras  inclusero,  no  tendría  necesi- 
dad de  realzarla  á  tus  ojos,  como  no  necesita 
un  enfermo  que  le  encarezcan  las  ventajas  de 
la  salud;  y  esto  no  te  figures  que  lo  digo  por 
figuración,  sino  por  experiencia.  He  visto  á 
los  pobres  expósitos,  que  deben  tener  idea  tan 
triste,  por  no  decir  algo  más,  de  sus  padres, 
buscarlos  con  un  ansia  que  recuerda  la  que  tie- 
ne el  viajero  sediento,  de  hallar  una  fuente  pu- 
ra. La  apariencia  más  engañosa,  la  suposición 
más  descabellada,  el  más  errado  cálculo,  sirven 
de  base  para  indagaciones  perseverantes,  y 
dan  motivo  á  importunidades  repetidas.  Bien 
poco  dignos  de  amor  parecen  los  que  han  dado 
la  vida  al  expósito;  él,  con  todo,  quiere  cono- 
cerlos, quiere  amarlos,  y  no  omite  medio  de 
buscar  á  los  que  le  huyen,  y  de  estrechar  cen- 
tra su  corazón  á  los  que  han  dado  tal  prueba 
de  la  dureza  y  frialdad  del  suyo.  Entra  en  un 


304         OBRAS    DE    DONA    CONXEPCIOX    ARENAL 


hospicio;  busca  á  un  inclusero  de  la  edad  y  del 
carácter  que  tú  quieras,  niño,  joven  ó  adulto, 
desabrido  ó  afectuoso,  pacífico  ó  pendenciero: 
dile:  Vengo  de  parte  de  tu  madre,  que  quiere 
recogerte,  y  le  verás  transfigurado.  Primero  se 
cjueda  como  aturdido;  luego  llora  de  alegría; 
después  te  abruma  á  preguntas;  todo  lo  olvida, 
todo  lo  perdona;  y  sin  perder  una  hora,  sin  per- 
der un  instante,  quiere  abrazar  á  aquella  mu- 
jer que,  aunque  tarde,  consiente  en  llamarle 
liijo.  Él  sólo  sabe  lo  que  es  no  haberse  oído 
llamar  hijo  nunca,  y  vivir  sin  que  nadie  le  ame, 
y  morir  sin  que  nadie  le  llore.  El  ciego  afán  con 
que  busca  á  los  autores  de  sus  días,  el  sublime 
perdón  que  tiene  para  su  grave  falta,  la  gra- 
titud con  que  recibe  su  tardío  arrepentimiento,^ 
es  el  grito  de  la  naturaleza,  lleva  el  sello  de 
una  necesidad,  de  una  ley  eterna,  y  es  la  con- 
denación de  los  que,  por  ignorancia  ciega  ó 
por  criminal  cálculo,  declaman  contra  la  fami- 
lia; ciertamente,  se  halla  bien  enferma  la  socie- 
dad en  que  semejante  declamación  inspira  más 
que  una  sonrisa  desdeñosa. 

Como  el  mejor  medio  de  apreciar  una  cosa 
es  sentir  su  falta,  si  fueras  inclusero,  conforme 
dejo  dicho,  no  comprenderías  siquiera  cómo  una 
desdicha  excepcional,  y  de  las  ma3'ores  que  pue- 
de tener  el  hombre,  quiere  hacerse  extensiva 
á  todos,  3-  se  presenta  como  un  gran  proyec- 
to para  la  humanidad.  Tú,  que  has  tenido  pa- 
dres, es  posible  que  no  comprendas  el  des- 
consuelo y  la  desgracia  que  es  no  tenerlos,  y 
te  parezca  ventajoso  eximirte  de  cuidar  á  tus 


CARTAS  A  UN   OBRERO  305 


hijos.  Digo  posible,  porque  hay  momentos  en 
que  es  posible  todo,  aunque  no  es  probable  que 
los  delirios  de  los  hombres  te  hagan  descono- 
cer la  fuerza  de  las  cosas. 

No  voy  a  hablarte  hoy  de  la  familia  hacien- 
do consideraciones  de  un  orden  elevado,  que 
tal  vez  recibirías  con  prevención  desfavorable; 
nuestro  punto  de  vista  será  el  de  la  alimenta- 
ción, albergue  y  defensa  en  este  mundo  de 
hambre,  intemperie  y  lucha,  y  mis  argumentos 
de  los  que  están  en  uso  y  son  del  gusto  de  los 
que  se  dicen  tus  amigos,  y  no  deben  serlo,  pues- 
to que  no  lo  son  de  la  verdad. 

Aunque  se  conceda  que  el  hombre  es  una 
especie  de  mono  que  hace  versos,  túneles,  tem- 
plos, constituciones  y  observatorios  astronómi- 
cos, cosa  que,  según  algunos,  está  perfecta- 
mente averiguada;  aunque  se  prescinda  de  toda 
elevada  consideración  y  de  todo  alto  fin,  no 
viendo  en  la  familia  cuestión  alguna  que  no 
sea  fisiológica,  con  nociones  muy  ligeras  de 
historia  natural,  comprendcrciuos  que  el  hom- 
bre es  un  animal  cuya  especie  se  extingue  si 
no  forma  familia,  como,  por  ejemplo,  acontece 
á  las  aves.  Pero  mucho  más  que  en  ellas  se 
prolonga  en  el  hombre  la  infancia;  y  su  hem- 
bra, más  débil,  relativamente  á  él,  que  la  de 
los  pájaros,  necesita  su  apoyo,  su  auxilio  y  su 
defensa  para  salvar  la  prole  y  perpetuar  la  raza. 
Parémonos  un  momento  á  considerar  lo  que 
puede  ser  la  especie  humana  sin  familia,  en  el 
estado  salvaje. 

El  hombre  se  ime  á  la  mujer  momentánea- 


306         OBRAS    DE    DO^A    CO^"CEPCIÓ^•    ARENA!, 


mente  en  virtud  de  un  instinto,  y  después  la 
abandona. 

La  mujer  es  madre,  y,  ó  abandona  el  fruto 
de  su  unión  pasajera,  en  cuyo  caso  muere  al 
momento,  porque  ya  comprenderás  que  en  las 
selvas  primitivas  no  hay  Inclusas,  ó  quiere  con- 
servar á  su  hijo. 

En  el  segundo  caso  se  encuentra  en  la  situa- 
ción siguiente:  tiene  que  mantener  al  hijo  ó 
hijos  con  su  trabajo;  el  trabajo  de  aquel  esta- 
do social  es  lucha.  Lucha  para  perseguir  y  ma- 
tar á  los  animales  que  le  sirven  de  alimento; 
lucha  para  defender  la  cueva  que  le  sirve  de 
guarida,  codiciado  albergue,  sin  el  cual  la  prole, 
desnuda  y  débil,  sucumbe  al  rigor  de  la  intem- 
perie; lucha  para  defenderse  de  las  fieras;  lucha 
])ara  defenderse  de  los  hombres,  faltos,  por  re- 
gla general,  de  alimento,  que  es  siempre  presa. 

¿Te  parece  posible  que  la  débil  hembra  del 
hombre  pueda  combatir  tantos  enemigos,  triun- 
far de  tantos  obstáculos  y  salvar  á  sus  peque- 
ñuelos,  cuya  larga  infancia  necesita  por  tan- 
to tiempo  auxilio  eficaz  y  poderosa  defensa? 
Es  evidente  que  no.  El  hombre  primitivo  es 
un  animal  de  combate,  luchador  por  necesi- 
dad, y  cuya  vida  supone  necesariamente  una 
serie  de  triunfos.  Aunque  la  mujer  pudiera  al- 
canzarlos, aunque  no  fuera  más  débil,  el  he- 
cho de  ser  ima,  de  ser  sola,  la  imposibilitaría 
para  atender  á  la  alimentación  y  defensa  de  los 
hijos,  que  necesitan  de  todo  el  auxilio  del  pa- 
dre y  de  la  madre;  el  de  entrambos  es  insu- 
ficiente muchas  veces,  como  ]o  prueba  la  difi- 


CARTAS   A   VJi    OBRERO  307 


cuitad  con  que  se  propaga  la  especie  en  los 
pueblos  salvajes. 

Se  había  creído  hallar  alguno  en  que  la  fa- 
milia no  existía;  así  lo  afirmaban  viajeros  mal 
informados;  pero  de  más  detenida  y  exacta  ob- 
servación resulta  que  no  hay  hombres  sino  don- 
de hay  familia,  más  ó  menos  perfecta,  con  estas 
ó  aquellas  condiciones,  pero  familia  al  fin.  Y 
cuenta  que  donde  se  supuso  que  no  existía,  era 
en  una  región  favorecida  por  la  naturaleza,  de 
tal  modo,  que  en  un  clima  suavísimo  crecen 
espontáneamente  frutos  con  que  puede  vivir  el 
hombre,  que  no  tiene  que  lachar  con  animales 
feroces,  allí  desconocidos:  aun  con  tan  excep- 
cionales ventajas,  y  en  esas  especies  de  paraí- 
sos terrenales,  la  familia  es  una  condición  de 
existencia  para  el  hombre.  Si  esto  sucede  don- 
de el  aire  es  templado,  la  alimentación  fácil, 
el  albergue  seguro,  la  lucha  con  animales  fe- 
roces innecesaria,  ¿qué  acontecerá  en  el  rigor 
del  clima  y  la  aspereza  de  la  tierra  en  que  han 
vivido  nuestros  ascendientes,  en  lucha  con  las 
fieras,  de  cuyo  gran  número  tenemos  pruebas 
irrecusables? 

Aquí  debemos  notar,  Juan,  una  circunstan- 
cia que  no  puede  pasar  inadvertida.  Hablamos 
del  hombre  considerándole  como  un  animal, 
prescindiendo  de  todo  lo  que  puede  hacerle 
bueno  ni  grande,  atentos  sólo  á  que  no  su- 
cumba. Y  ¿qué  hallamos?  Que  necesita  vivir 
en  familia,  imponerse  grandes  penalidades 
por  largo  tiempo  para  que  su  prole  no  perez- 
ca, ó  lo  que  es  lo  mismo,  amar  y  sacrificarse; 


308         OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓ>'    ARKXAL 


es  decir,  que  la  abnegación  y  el  amor  son  ne- 
cesarios en  toda  circunstancia,  en  cualquier 
estado,  y  que  la  elevación  que  supone  es  la 
indispensable  compañera  del  hombre,  aun  re- 
ducido á  la  mayor  indignidad,  y  considera- 
do únicamente  como  un  animal  que  perpetúa 
su  raza.  Si  la  especie  humana  existe,  es  por- 
que ha  habido  en  ella  familia,  amor,  espíritu 
de  sacrificio. 

Cuando  vas  por  un  campo  y  ves  señales  de 
cultivo,  dices:  «Aquí  hay  hombres».  Cuando 
halles  hombres,  puedes  decir:  «Aquí  hubo  se- 
res que  no  fueron  egoístas,  que  amaron,  que 
aceptaron  deberes  penosos».  El  hombre  nece- 
sita cierta  cantidad  de  moralidad,  como  de 
aire,  para  no  sucumbir. 

Es  de  imposibilidad  fisiológica,  material,  que 
el  hombre  primitivo  se  perpetúe  sin  familia; 
por  ella  vivimos,  porque  por  ella  han  vivido 
los  antepasados  á  quienes  debemos  la  existen- 
cia. Y  nuestros  descendientes,  ¿podrán  eximir- 
se de  la  ley  de  sus  progenitores?  Los  pueblos 
civilizados,  ¿ofrecen  tales  condiciones,  que  la 
infancia  no  necesite  del  amor,  del  cuidado  y 
de  la  protección  de  los  padres?  Investigué- 
moslo brevemente. 

Pueden  hacerse  dos  suposiciones: 

I.*  Se  conserva  la  familia  incompleta;  la 
madre  cuida  de  los  hijos. 

2.*  Se  rompen  enteramente  los  lazos  de  fa- 
milia; la  madre,  lo  mismo  que  el  padre,  aban- 
donan la  prole,  de  que  se  hace  cargo  el  Es- 
tado;   la    crianza    de    los    hijos    es    un    serví- 


CARTAS   A   UN    OBRERO  309 


cío  público  como  el  de  correos  ó  el  de  faros. 

En  la  primera  suposición,  de  que  la  madre 
se  quede  con  los  hijos,  recuerda,  Juan,  algo 
de  que  por  desgracia  habrás  visto  muchos 
ejemplos,  recuerda  lo  que  sucede  cuando  una 
mujer  queda  viuda  con  hijos  pequeños:  el  ce 
pecho  la  incapacita  para  trabajos  seguidos,  y 
los  otros,  con  los  precisos  cuidados  que  su  de- 
bilidad é  imprevisión  reclaman,  concluyen  por 
absorber  su  tiempo,  no  quedándole  el  que 
necesitaría  para  ganar  el  sustento,  ni  aun  para 
ella  sola:  si  la  caridad  pública  ó  la  privada  no 
auxilian  eficazmente  á  esta  familia,  sucumbe 
sin  remedio.  Podrá  haber  algún  caso,  cuando 
la  viuda  sea  una  mujer  de  alguna  habilidad 
rara  ó  disposición  especial,  de  esas  que  con 
justicia  ó  sin  ella  se  pagan  mucho,  en  que 
pueda  sola  sostener  á  sus  hijos;  pero  la  regla 
es  que,  muerto  el  padre,  necesitan  auxilio 
ajeno,  porque  los  esfuerzos  de  la  madre  son 
impotentes  para  salvarlos;  en  un  pueblo  civi- 
lizado, como  en  una  horda  de  salvajes,  la  ma- 
dre sola  no  pued(?  alimentar  la  prole  y  sal- 
varla de  la  destrucción. 

Examinemos  el  segundo  caso,  aquel  en  que 
el  Estado  tiene  que  encargarse  de  todo  recién 
nacido,  y  la  nación  convertirse  en  una  inmen- 
sa casa  de  expósitos.  Aquí  salen,  brotan  en 
tropel  cuestiones  graves  de  orden  muy  diver- 
so: prescindamos  de  todas  para  no  atender 
más  que  á  la  fisiológica;  el  niño  necesita  ali- 
mentarse. ¿Quién  le  dará  de  mamar?  Procu- 
raremos formarnos  una  idea  de  lo  que  será  la 


310    OBRAS  DE  DONA  CONCEPCIÓN  ARKNAL 


sociedad  sin  familia,  bajo  el  punto  de  vista 
de  la  lactancia  de  los  niños.  Millones  de  ellos 
esperan  una  mujer  que  los  lacte  para  no  mo- 
rir. ¿Dónde  se  hallarán  tantas?  Las  mujeres 
no  tienen  padre,  madre  ni  hermano;  las  jó- 
venes que  no  ha  mucho  han  sido  madres  y 
pueden  ser  nodrizas,  se  hallarán  en  una  de 
estas  cuatro  situaciones: 

Unidas  á  un  hombre  por  más  ó  menos  tiem- 
po, y  en  su  compañía. 

Separadas  del  padre  de  su  hijo,  y  con  de- 
seo y  esperanza  de  unirse  á  otro  hombre. 

Solas  y  con  bienes  de  fortuna  ó  medios  y 
voluntad  de  ganarse  el  sustento. 

Solas  y  en  la  miseria,  por  cualquier  motivo 
que  fuere. 

De  estas  cuatro  categorías  de  mujeres  jó- 
venes y  en  situción  de  lactar,  ¿cuáles  que- 
rrán hacerlo  por  un  salario,  que  será  nece- 
sariamente reducido?  Hay  que  eliminar  las 
tres  primeras,  porque  ni  la  mujer  que  vive 
con  un  hombre  que  la  mantiene,  ni  la  que 
espera  hallarle,  ni  la  que  cuenta  con  medios 
para  vivir,  han  de  ir  á  encerrarse  en  una  In- 
clusa, ó  llevarse  á  casa  un  recién  nacido,  cu- 
ya presencia  es  un  obstáculo,  cuyos  cuidados 
son  una  traba,  y  cuya  lactancia,  además  de 
quitar  libertad,  quita  atractivos  á  la  mujer  que 
depende  de  ellos,  porque  suprimida  la  familia, 
la  ley  del  amor  será  el  gusto,  y  la  belleza  fí- 
sica recibirá  únicamente  homenajes,  culto  y 
ofrendas.  Para  nodrizas  de  los  millones  de 
niños  que  las  necesitan,  no  quedan  más  que 


CARTAS  A  UN   OÍJRERÓ  3  i  i 


las  mujeres  á  quienes  la  última  miseria  obli- 
ga á  ir  á  encerrarse  entre  las  paredes  de  una 
Inclusa.  Estas  mujeres,  en  corto  número  pro- 
porcionalmente  para  las  que  se  necesitan,  se- 
rán de  mucha  edad,  de  poca  salud  ó  de  una 
fealdad  repugnante,  porque  sin  alguna  de  es- 
tas circunstancias,  y  bajo  el  imperio  del  amor 
libre,  en  él  hallarán  más  atractivos  y  vida  me- 
nos penosa  que  en  una  casa  de  expósitos.  Es- 
to no  es  una  suposición,  sino  una  consecuen- 
cia lógica,  indefectible,  y  para  convencerse 
de  la  cual  basta  observar  qué  clase  de  muje- 
res van  á  lactar  á  los  tornos  de  las  inclusas. 
Se  dirá  tal  vez:  la  mayor  parte  de  los  expó- 
sitos se  lactan  fuera  de  la  casa.  Eso  sucede 
ahora,  porque  los  recogen  mujeres  casadas  y 
con  familia,  donde  el  inclusero  deja  alguna 
utilidad  sin  producir  perturbación;  la  nodriza 
está  unida  á  su  marido,  tiene  padres,  herma- 
nos é  hijos  que  la  auxilien  en  el  cuidado  del 
niño;  éste  no  es  una  traba  enojosa  para  la  que 
está  sujeta  y  enlazada  al  hogar  doméstico  por 
sus  deberes  y  por  sus  afectos,  ni  sirve  de  obs- 
táculo para  buscar  las  aventuras  del  amor  li- 
bre: el  inclusero  va  ahora  á  ser  uno  más  en  la 
familia  pobre  y  honrada.  Cuando  no  hubiera 
familia,  ¿á  dónde,  cómo,  ni  á  qué  iría  al  in- 
cierto albergue  de  la  aventurera  aislada?  Por 
regla  general,  con  muy  pocas  excepciones,  los 
niños,  millones  de  niños,  no  se  olvide,  queda- 
rían en  los  tornos  de  las  Inclusas.  ¿En  qué 
proporción  estarían  las  amas  que  acudiesen  á 
lactarios?  Imposible  es  hacer  cálculo  ni  aun 


312        OBRAS   DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


aproximado;  pero  teniendo  en  cuenta  lo  que 
pasa  actualmnete,  en  que  es  tan  reducido  el 
número  de  los  expósitos  que  no  van  al  cam- 
po, y  que  hay  épocas  y  países  que  con  mu- 
cha dificultad  tienen  una  nodriza  para  cada 
tres  niños,  no  sería  exagerado  suponer  que 
hubiera  una  para  cada  diez.  Estoy  en  la  persua- 
sión de  que  ni  aun  esto  se  conseguiría;  pero  con- 
cedamos una  cosa  imposible,  dadas  las  circuns- 
tancias que  vamos  presuponiendo:  imaginemos 
que  habría  una  nodriza  para  cada  cinco  niños; 
su  muerte  por  inanición  no  sería  menos  cierta. 

Los-  expósitos  mueren  ahora  en  una  propor- 
ción tal,  que  si  á  ellos  solos  estuviese  confia- 
da la  conservación  de  la  especie,  se  extin- 
guiría. Si  tal  acontece  al  presente,  ¿qué  se 
podría  esperar  cuando  la  lactancia  se  hiciese 
en  peores  condiciones,  y  fuera,  no  ya  una 
cosa  difícil,  sino  un  problema  imposible  de 
resolver,  como  sucedería  siendo  expósitos  to- 
dos los  niños  que  nacen? 

Pero  no  había  de  ser  muy  difícil  procurar 
alimentación  á  los  recién  nacidos.  ¿Por  qué? 
Porque  no  nacerían.  Sin  familia,  con  la  gene- 
ral y  extrema  licencia  de  costumbres,  el  nú- 
mero de  nacimientos  sería  muy  escaso,  y  la 
tierra  se  despoblaría,  porque  el  vicio  5'a  se 
sabe  que  no  es  fecundo.  La  depravación  es 
estéril,  física  y  moralmente,  y  si  engendra 
alguna  cosa,  son  seres  enfermizos  y  monstruo- 
sos, que  no  se  reproducen. 

Rotos  los  lazos  de  la  familia  y  el  freno 
de  la  religión  y  de  la  moral,   la  corrupción 


CARTAS  A   UN   OnRKRO  313 


alcanzaría  proporciones  nunca  vistas,  y  la  des- 
población en  igual  medida.  El  hombre  salva- 
je, aunque  no  sea  casto,  es  continente:  el  ejer- 
cicio continuo  y  violento,  la  alimentación  es- 
casa é  incierta,  la  lucha  incesante  contra  la 
intemperie,  y  las  mil  clases  de  enemigos  que 
le  asaltan;  la  falta  de  atractivos  de  la  mujer, 
cuya  belleza  física  necesita  condiciones  impo- 
sibles en  aquel  estado,  cuya  belleza  no  puede 
existir  en  la  abyección  y  embrutecimiento  en 
que  vive,  todas  estas  circunstancias  hacen  que 
en  los  pueblos  primitivos  la  falta  de  morali- 
dad no  produzca  el  desenfreno  de  costumbres 
que  en  los  pueblos  civilizados.  La  historia  de 
éstos  prueba  la  verdad  de  lo  que  voy  dicien- 
do; y  á  poco  que  la  hojearas,  verías  cómo  el 
progreso  de  la  industria  y  de  las  artes,  si  hay 
retroceso  en  la  moral,  es  un  cáncer  en  la  vida 
de  las  naciones,  que  las  arruina,  las  despue- 
bla, las  mata. 

Bien  podíamos  aquí  dar  el  punto  por  sufir- 
cientemente  dicutido.  ¿A  qué  insistir  en  los 
males  que  de  la  supresión  de  la  familia  ven- 
drían á  la  humanidad,  si  no  era  posible  que 
hubiera  humanidad,  si  era  seguro  que  se  ex- 
tinguiría la  especie  humana?  No  obstante,  en 
la  próxima  carta  examinaremos  brevemente  lo 
que  serían  los  hombres  sin  familia,  suponien- 
do una  cosa  imposible,  que  hubiera  hombres. 
Pero  desde  ahora,  á  los  que  nos  pregunten  lo 
que  sería  sin  familia  la  sociedad,  podemos  res- 
ponder resueltamente:  Primero  un  lupanar, 
después  un  cementerio,  y  por  fin  un  desierto. 


CARTA  VIGESIMOSÉPTIMA 


Influencia  de  la  familia  en  la  relig-ión,  en  la  moral, 
en  la  ciencia,  en  el  arte,  en  la  economía. 

Apreciable  Juan:  Hemos  visto  en  la  carta 
anterior,   que  familia  y  especie  humana  son 
cosas  que  no  pueden  separarse;  que  fuera  de 
la  familia,  ni  en  el  estado  salvaje  ni  en  el  ci- 
vilizado tiene  el  hombre  condiciones  de  vida, 
y  que  para  no  morirse  de  hambre  y  de  frío, 
necesita  padres  durante  el  largo  espacio  de  su 
prolongada  y   débil   infancia.    Realmente,    no 
era  necesario  decir  más  sobre  la  materia.  ¿Pa- 
ra qué  insistir  sobre  los  males  que  la  supre- 
sión  de  la   familia   acarrearía  á   la   sociedad, 
cuando   es   evidente   que   no   habría   sociedad 
porque  no  habría  hombres?  No  obstante,  cuan- 
do el  error  se  presenta  con  tal  abundancia  de 
delirios,  tal  vez  convenga  á  la  verdad  tener 
lujo  de  razones,  y  por  esto  diremos  algo  so- 
bre la  necesidad  de  la  familia  en  todas  las  es- 
feras de  la  existencia  humana,  tomando,  para 
no    extendernos    demasiado,    las    principales, 
que  son: 


3l6         OBRAS    PIv    DOÑA    CONCKPCIÓN    ARENAL 


Religión. 
Moral. 

Ciencia  y  arte. 
Economía. 

Religión. — El  hogar  doméstico  es  el  pri- 
mer santuario,  los  padres  los  primeros  inicia- 
dores, la  familia  la  primera  congregación  que 
siente  á  Dios  y  que  le  implora.  La  madre  da 
idea  de  su  bondad  y  enseña  á  amarle;  el  pa- 
dre, de  su  sabiduría,  de  su  poder,  é  inspira 
aquel  respeto  necesario  á  todo  amor  para  que 
sea  digno  y  duradero.  Las  verdades  religio- 
sas, como  todas  aquellas  en  que  el  sentimien- 
to entra  por  mucho,  necesitan,  para  hacerse 
comprender  bien  y  para  asentarse  en  sólida 
base,  de  la  educación  individual.  Hay  que 
adaptarse  al  carácter,  facultades,  inteligencia 
y  temperamento  del  niño,  lo  cual  hacen  los 
padres  más  ó  menos  bien,  muchos  por  ins- 
tinto, y  como  sin  apercibirse  de  ello,  sirvien- 
do el  ejemplo  de  lección  cuando  los  maes- 
tros no  pueden  dar  otra:  hay  que  practicar 
aquellas  cosas  que  se  creen,  y  al  armonizar 
las  acciones  con  la  fe,  graduarlas  en  la  medi- 
da que  la  individualidad  de  cada  uno  exige. 
Además,  como  la  base  de  la  religión  debe  ser 
el  amo,  el  niño  que  no  tiene  familia,  que  no 
inspira  ni  siente  cariño,  privado  del  amor  de 
su  madre  en  la  tierra,  es  más  difícil  que  ame 
al  Padre  Celestial. 

La  necesidad  de  la  familia  para  educar  los 
sentimientos  religiosos  se  ve  en  esas  agrupa- 


CARTAS  Á   UN   OBRERO  317 


ciones  numerosas  de  niños  que  no  la  conocen. 
Si  la  casa  en  que  se  acogen  está  bien  ordena- 
da, saben  la  doctrina,  rezan  el  rosario,  oyen 
misa  y  se  confiesan.  Pero  si  se  penetra  un 
poco  más  adentro;  si  de  las  prácticas  religio- 
sas se  pasa  á  la  religión  íntima,  á  la  que  con- 
mueve el  corazón,  á  la  que  purifica  el  pensa- 
miento, á  la  que  eleva  el  espíritu  y  le  levan- 
ta hasta  Dios,  entonces,  por  regla  general, 
se  nota  que  en  aquella  alma  privada  de  afec- 
tos no  penetra  bastante  el  sentimiento  de  la 
divinidad,  y  que  el  niño  tosco  de  la  aldea  á 
quien  enseñó  á  persignarse  su  madre,  sabe 
menos  doctrina,  pero  tiene  más  religión  que 
el  privado  de  afectos  y  mejor  aleccionado  de 
la  ciudad.  Cuando  en  algún  campo  de  bata- 
lla, al  desabrochar,  para  curarle,  á  un  soldado 
herido,  se  ve  que  tiene  un  escapulario,  al  com- 
prender que  está  mortal,  bien  se  le  puede  pre- 
guntar si  tiene  algún  encargo  que  dejar  á  sus 
padres,  porque  probablemente  no  será  inclu- 
sero. 

De  lo  que  sería  la  religión  sin  familia,  da 
alguna  idea  lo  que  es  con  la  familia  incom- 
pleta, que  así  pueden  considerarse  bajo  este 
punto  de  vista,  por  desgracia  muchas  en  nú- 
mero, en  que  el  padre  prescinde  enteramente 
d<-  la  religión,  cuya  enseñanza  está  á  cargo  de 
la  madre.  Suelen  aprovecharla  las  hijas;  pero 
los  varones,  en  cuanto  dejan  de  ser  niños  y 
empiezan  á  respirar  en  una  atmósfera  de  im- 
piedad y  escepticismo,  se  contaminan  con  él, 
y  lejos  de  prcservnrlos  de  la  terrible  epidemia 


3l8    OBRAS  DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


la  autoridad  y  consejo  del  padre,  éste,  con  su 
ejemplo,  contribuye  á  que  miren  desdeñosa- 
mente todo  sentimiento  religioso,  considera- 
do, como  cuidado  doméstico,  propio  sólo  de 
la  mujer.  La  mujer  se  aflige  de  la  impiedad 
del  marido  y  de  los  hijos;  los  hijos  y  el  mari- 
do se  ríen  de  las  creencias  de  la  esposa  y  de 
la  madre,  y  este  desdén  pasa  en  mayor  ó  me- 
nor cantidad,  pero  pasa  siempre  á  la  perso- 
na. No  habiendo  armonía  en  las  ideas,  no  la 
hay  en  las  acciones;  las  conciencias  se  sepa- 
ran, los  espíritus  se  alejan,  y  la  razón  sin 
piedad  y  la  piedad  sin  razón,  acrecientan  sus 
mutuos  agravios  y  conducen  á  faltas  graves 
y  á  dolores  profundos.  El  hogar  doméstico,  lo 
repito,  es  el  primer  santuario;  el  corazón  que 
allí  no  ha  sentido  á  Dios,  no  suele  tener  ecos 
para  las  voces  que  se  elevan  en  el  templo. 
Moral. — Moral  es  el  hombre  que  compren- 
de lo  justo  y  quiere  realizarlo;  pero  resulta 
que  sin  cierta  cantidad  de  amor,  ni  se  com- 
prende la  justicia,  ni  se  tiene  voluntad  de  ha- 
cerla. Si  se  observan  los  pueblos  y  los  hom- 
bres, se  notará  que  los  que  no  aman  son  du- 
ros, crueles,  y  por  consiguiente,  injustos. 
Cuando  no  se  mira  al  hombre  como  un  her- 
mano, muy  cerca  se  está  de  mirarle  como  un 
enemigo,  para  con  el  cual  la  justicia  humana 
no  es  obligatoria.  ¿Desde  cuándo  los  enemi- 
gos declarados,  los  que  están  en  guerra,  em- 
piezan á  tener  derechos  mutuos?  Desde  que 
empiezan  á  amarse  durante  la  paz.  El  bien 
que  los  hombres  se  hacen,  el  respeto  que  se 


CARTAS   A    UN    OBRERO  319 


inspiran,  la  justicia  á  que  se  creen  obligados, 
su  moralidad,  puede  medirse  por  el  amor  que 
se  tienen.  La  familia,  fuente  de  amor  y  de 
sacrificio,  lo  es,  por  lo  tanto,  de  moralidad. 
El  niño  tributará  un  día  á  sus  hijos  el  amor 
que  ha  recibido  de  sus  padres,  y  se  impondrá 
privaciones  y  sacrificios  como  aquellos  que 
por  él  se  han  impuesto  los  autores  de  sus  días. 
La  ley  de  amor  se  escribe  en  vano  si  no  se 
pone  en  acción.  Siendo  amado  y  amando,  se 
aprende  á  amar;  sintiendo,  se  educa  la  sensi- 
bilidad; viendo  la  abnegación  y  recogiendo 
sus  frutos,  se  aprende  á  vencer  el  egoísmo,  y 
el  deber  entra  en  los  hábitos  de  la  vida,  se 
infiltra  en  ella  y  se  cumple,  sin  notarlo,  como 
se  respira.  Las  familias  donde  los  deberes  se 
olvidan,  donde  no  hay  moralidad,  son  aque- 
llas cuyos  individuos  no  se  aman:  no  se  co- 
meten faltas  para  con  el  que  inspira  cariño, 
ó,  una  vez  cometidas,  se  reparan  pronto. 

Si  el  crimen  tuviera  genealogía  como  la  no- 
bleza (é  importaba  más  buscársela),  se  vería 
que  esos  hombres  duros  y  perversos,  inmora- 
les en  alto  grado,  vienen  de  generaciones  que 
se  suceden  sin  tener  en  la  familia  sentimiento 
de  amor  y  espíritu  de  sacrificio   (i). 

Y  cuando  falta  ese  foco  de  amor  y  de  abne- 
gación que  se  llama  familia,  ¿cuál  será  la  es- 
cuela y  el  apoyo  de  la  moralidad?  Los  millo- 


(1)  Años  después  de  escritas  estas  líneas  hemos  visto  el 
rábol  genealógico  de  una  familia  de  criminales,  que  confirma 
lo  dicho. 


320         OBRAS    DE    DOÑA   CONCKPCIOX    ARENA!, 


nes  de  niños  educados  por  el  Estado,  sin  pa- 
dres á  quienes  respeten,  ni  amen,  ni  de  quien 
sean  amados,  ¿cómo  educarán  su  corazón,  que 
no  puede   educarse  sino   por  el  sentimiento? 

El  que  crea  que  el  deber  y  la  virtud  se 
aprenden  como  la  física  y  las  matemáticas,  le- 
yendo un  libro  y  oyendo  á  un  profesor  que 
los  enseña,  equivocada  idea  tiene  del  espíritu 
humano  y  de  las  condiciones  (jue  necesita  para 
levantarse  hasta  la  virtud  y  el  deber.  La  edu- 
cación científica  puede  ser  colectiva;  la  edu- 
cación moral  tiene  que  descender  al  indivi- 
duo, ó  no  es  educación;  el  niño  sin  familia 
que  forma  parte  de  la  enorme  masa  de  alum- 
nos que  el  Estado  educa,  ¿de  quién  recibirá 
esas  lecciones  que  se  dan  en  forma  de  cariño, 
ni  cómo  penetrará  en  su  alma  el  sentimiento 
que  á  ninguno  inspira,  ni  el  espíritu  de  abne- 
Racióii  que  nadie  por  él  tiene?  Suprimida  la 
familia,  los  hombres  se  amarían  menos,  se- 
rían más  egoístas  y  duros,  y  con  su  egoísmo 
y  su  dureza  crecería  su  inmoralidad;  esto  es 
evidente  para  todo  el  que  entienda  algo  de 
moral,  por  poco  que  sea. 

Tratando  de  la  familia,  no  es  posible  dejar 
de  hacer  mención  de  lo  que  se  ha  llamado 
el  amor  libre,  con  que  se  pretende  sustituirla. 
¿Qué  es  el  amor  libre?  Según  unos,  el  des- 
enfreno absoluto  de  las  costumbres,  la  prosti- 
tución generalizada,  el  comunismo  aplicado 
á  las  relaciones  de  los  sexos.  Según  otros, 
esto  es  una  calumnia  ó  una  mala  inteligen- 
cia;   el   amor  libre   como   ellos   le   entienden, 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  32 1 


como  debe  entenderse,  es  una  especie  de  ma- 
tiinionio  que  dura  todo  el  tiempo  que  los  con- 
trayentes tienen  voluntad  de  permanecer  uni- 
dos; mutuo  consentimiento,  esta  es  la  ley,  la 
única   ley   que   debe  regir   sobre   la   materia. 

Yo  no  creo,  Juan,  en  la  omnipotencia  de  las 
leyes;  pienso,  por  el  contrario,  que  pueden 
muy  poco  las  buenas  en  pugna  con  los  hábi- 
tos de  un  pueblo  corrompido,  y  que  las  ma- 
las se  estrellarían  contra  la  severidad  de  cos- 
tumbres; pero  dada  la  relajación  de  las  nues- 
tras, la  falta  de  energía  de  los  sentimientos 
religiosos  y  de  rectitud  y  fijeza  en  los  princi- 
pios y  en  las  ideas;  cuando  todo  se  bambolea 
á  merced  de  las  teorías  y  de  las  pasiones,  la 
ley  que  las  favorece,  cuando  son  groseras, 
puede  hacer  mal,  mucho  mal,  y  no  hacen 
poco  los  que  contribuyen  á  menoscabar  el 
prestigio  de  las  grandes  instituciones  que  ne- 
cesitan y  merecen  respeto.  Bien  sé  que  la 
fuerza  de  las  cosas  tiene  más  poder  que  nin- 
gún mandato  dictado  por  los  hombres;  bien 
sé  que,  abolida  la  familia  por  la  ley,  exis- 
tiría de  hecho,  y  declarado  disoluble  el  matri- 
monio á  voluntad  de  los  cónyuges,  el  número 
de  los  divorcios  no  sería  tan  grande  como  era 
de  temer;  pero  sé  también  cuánto  daño  haría 
una  concausa  poderosa  añadida  á  otras  nui- 
chas  de  corrupción  y  licencia. 

En  vez  de  pedir  facilidades  para  disolver  el 
matrimonio,  sería  mejor  predicar  razón,  pru- 
dencia y  moralidad  para  contraerle. 

La  indisolubilidad  del  matrimonio,  con  ex- 


322         OBRAS    DE    DONA   CONXEPCION    ARENAL 


cepciones  raras,  debe  ser  la  regla,  ya  esté  es- 
crita en  las  leyes,  ya  en  las  costumbres.  En 
algunos  casos  podrán  venir  de  aquí  inconve- 
nientes y  aun  desgracias  terribles;  pero  ade- 
más de  que  estos  casos  serán  rarísimos,  si  al 
matrimonio  presiden  la  moralidad  y  la  razón, 
no  es  posible  dictar  ninguna  ley,  la  más  justa, 
y  por  consiguiente  la  más  útil,  que  en  algu- 
na circunstancia  no  imponga  condiciones  du- 
ras al  individuo. 

En  caso  de  agresión  injusta,  ¿no  es  necesa- 
rio inmolar  á  la  patria  miles  de  sus  hijos?  ¿No 
es  necesario  defender  la  sociedad  contra  los 
ataques  de  los  malhechores,  con  riesgo  y  á 
veces  sacrificando  la  vida  de  los  que  la  de- 
fienden? Un  hombre  á  quien  las  apariencias 
señalan  como  asesino,  ¿no  se  reduce  á  prisión, 
aunque  tal  vez  esté  inocente  hasta  que  lo 
pruebe?  La  justicia  impone  á  la  sociedad  como 
al  individuo  deberes,  que  por  costosos  no  de- 
jan de  ser  justos.  Para  tener  patria,  alguna 
vez  puede  ser  necesario  inmolarse  por  ella; 
para  verse  libre  de  bandidos,  alguna  vez  puede 
ser  necesario  morir  persiguiéndolos;  para  re- 
coger las  ventajas  de  que  un  asesinato  no  que- 
de impune,  alguna  vez  puede  ser  necesario 
verse  reducido  á  prisión. 

¿Cómo  no  ha  de  ser  necesario  correr  el  re- 
moto riesgo  (muy  remoto  si  hay  prudencia  y 
moralidad)  de  verse  unido  en  matrimonio  á 
una  persona  que  nos  hace  desgraciados,  cuan- 
do de  este  posible  mal  recoge  la  soceidad  y 
hemos  recogido   nosotros  mismos  tantos  bie- 


CARTAS  A  UN   OBRERO  323 


nes?  Si  esta  ley,  que  en  algún  caso  puede 
parecemos  dura,  es  justa  y  necesaria,  ¿por  qué 
hemos  de  declamar  contra  eUa  en  nombre  del 
frío  egoísmo,  de  la  licencia  desenfrenada  ó  del 
aturdimiento  imprudente?  Se  piden  facilida- 
des para  romper  los  vínculos  del  matrimonio, 
cuando  lo  que  se  había  de  pedir  era  morali- 
dad y  prudencia  para  contraerlos.  La  pasajera 
fascinación  de  los  sentidos,  el  interés,  la  vani- 
dad, llevan  al  matrimonio,  y  luego  se  le  pide 
algo  que  no  sea  efímero,  vano  ni  vil,  acusan- 
do á  la  institución  de  las  faltas  de  los  que  no 
comprenden  ó  no  cumplen  las  condiciones  sin 
las  cuales  no  es  posible  que  sea  benéfica.  No 
tengo  noticia  de  un  solo  matrimonio  contraí- 
do moral  y  razonablemente  que  necesite  ley 
que  facilite  el  divorcio,  ni  que  la  utilizara 
aunque  existiera. 

Ciencia  y  arte. — Agrupo  estas  dos  cosas 
que  tienen  manifestaciones  muy  diversas,  pero 
que  pueden  considerarse  como  una  bajo  el 
punto  de  vista  que  las  considero  aquí,  es  de- 
cir, cual  facultades  del  espíritu  que  se  culti- 
van, se  desarrollan,  se  perfeccionan,  en  una 
palabra,  se  educan.  Hay  muchos  que  creen 
que  nada  tiene  que  ver  la  moral  con  la  cien- 
cia y  con  el  arte;  error  tan  grave  como  figu- 
rarse que  son  independientes  el  pulmón  y  el 
estómago.  Lo  mismo  que  las  entrañas  de  nues- 
tro cuerpo,  las  facultades  de  nuestro  espíritu 
forman  parte  de  un  todo  armónico,  dan  y  re- 
ciben impulsos  unas  de  otras,  y  ejercen  mu- 
tua y  poderosa  influencia. 


324         OBRAS    DE    DONA   COíNCKI'CION    ARENAL 


La  desmoralización  no  sólo  enerva,  disipa  y 
destruye  la  salud  corporal,  sino  que  extravía, 
empequeñece  y  rebaja  las  facultades  del  alma. 
Todos  saben  que  un  hombre  vicioso  no  es 
buen  trabajador,  3'  que,  por  consiguiente,  hace 
poca  y  mala  obra  á  cualquier  arte,  oficio  ó 
ciencia  á  que  se  dedique.  Otra  cosa  hay  menos 
visible  para  el  que  mira  con  poca  atención, 
pero  no  menos  cierta,  y  es  lo  que  podría  lla- 
marse perversión  del  arte  y  de  la  ciencia,  por 
reflejo  de  la  perversión  moral.  ¿Qué  le  sucede 
al  músico,  al  poeta,  al  pintor,  al  escultor  que 
no  tienen  ningún  noble  sentimiento,  ninguna 
idea  elevada?  Todos  los  días  lo  estamos  vien- 
do. Ni  la  melodía,  ni  el  cuadro,  ni  la  estatua, 
ni  el  poema,  son  lo  que  podían  y  debían  ser: 
impulsos  ruines,  cálculos  mezquinos,  ideas 
erróneas  se  incorporan  á  las  facultades  del  ar- 
tista como  un  fermento  corruptor;  el  ideal  su- 
blime se  convierte  en  ídolo  vil;  los  dilatados 
horizontes  en  reducidos  límites,  y  el  genio  en 
instrumento  inútil,  puesto  en  tan  indignas 
manos. 

Además,  la  elevación  del  arte  no  depende 
sólo  del  artista;  su  poder  no  es  sólo  personal; 
su  inspiración  es  inia  voz  y  un  eco;  su  brillo 
es  en  gran  parte  reflejo,  y  en  un  pueblo  co- 
rrompido, el  sentimiento  de  lo  grande  y  de 
lo  bello,  ó  no  nace  en  el  artista,  ó  muere, 
como  se  apaga  una  luz  en  un  pozo  de  aguas 
inmundas.  El  público  corrompido  es  corrup- 
tor; pide  obras  que  alaguen  sus  gustos  viles, 
y  el  arte,   en  vez  de  proclamar  las  leyes  es- 


CARTAS   Á   UN   OBRKKO 


325 


critas  por  el  genio  inspirado  en  lo  alto  del  Si- 
naí,  recibe  las  que  le  dicta  el  vulgo  desde  las 
profundidades  cavernosas  de  sus  depravados 
instintos.  El  que  moralmente  no  es  grande, 
difícil  es  que  lo  sea  en  ninguna  esfera;  que 
para  resistir  en  todas  al  vicio,  es  necesaria  la 
virtud.  ¡Cuántas  veces  viendo  un  cuadro,  una 
estatua  ó  un  poema,  puede  decirse  de  su  au- 
tor: A  este  hombre  no  le  faltó  para  ser  poeta 
ó  artista,  más  que  ser  honrado  ! 

La  ciencia  se  resiente  también  de  la  desmo- 
ralización de  los  que  la  cultivan,  porque  no  se 
engrandece,  ni  es  fecunda  para  el  bien,   sin 
nobles  impulsos  que  la  levanten  á  las  altas 
esferas  donde  la  verdad  briUa,  sin  la  incon- 
trastable perseverancia  que  nace  de  generoso 
entusiasmo,    y    sin    la    abnegación    que    llega 
hasta  el  sacrificio.  La  ciencia  puesta  al  servi- 
cio del  interés  ó  de  la  pasión,  ni  se  engran- 
dece ni^  se  extiende;  vicia  en  vez  de  purificar 
la  atmósfera  en  que  vive  el  espíritu;  es  una 
especie  de  monstruo  repugnante  ó  infecundo. 
^  El  hombre  es,  como  hemos  visto,  lo  mismo 
física  que  moralmente,  un  todo  compuesto  de 
partes  armónicas;   no  puede  rebajarse  ni  le- 
vantarse una  sin  que  se  rebajen  ó  se  levanten 
todas,  y  la  supresión  de  la  familia,  que  dis- 
mmuye  su  moralidad,  debilita  su  poder  para 
la  ciencia  y  el  arte. 

Economía.— El  hombre  tiene  necesidades, 
y  para  cubrirlas  es  menester  un  trabajo  pro- 
ductivo: si  no  produce  todo  lo  que  necesita, 
sucumbe.   Cuanto  más  produce  y  menos  gas- 


326         OBRAS    DE    DOÍ5a    CONCEPCIÓN    ARENAL 


ta,  podrá  economizar  más,  será  más  rico.  Es- 
tas economías  podrá  tenerlas  en  reserva  para 
hacer  frente  á  sucesos  desgraciados,  como  en- 
fermedades, dificultad  ó  imposibilidad  de  pro- 
ducir por  cualquier  motivo,  ó  aplicarlas  á  per- 
feccionar los  instrumentos  de  trabajo,  ó  á  en- 
sanchar su  esfera  de  acción;  de  todos  modos, 
aquella  economía  es  un  elemento  de  bienes- 
tar. De  estos  elementos  de  bienestar  indiW- 
duales  se  compone  el  bienestar  general;  una 
nación  es  próspera  cuando  prosperan  los  que 
de  ella  forman  parte.  ¿Qué  hará  el  hombre 
para  que  sus  gastos  disminuyan,  sin  que  sus 
necesidades  queden  desatendidas,  y  al  mismo 
tiempo  se  aumenten  sus  productos?  ¿Cómo 
combinará  sus  fuerzas?  ¿A  qué  artificio  recu- 
rrirá para  utilizarlas  mejor?  ¡  Admirable  ar- 
monía de  lo  justo  y  de  lo  útil !  El  hombre, 
siguiendo  los  nobles  impulsos  de  su  alma, 
obedeciendo  á  los  mandatos  de  su  concien- 
cia ilustrada,  halla  la  mejor  organización 
económica;  ese  grupo  que  se  llama  familia, 
donde  se  ama  más,  es  donde  más  se  tra- 
baja y  se  gasta  menos,  es  donde  hay  un 
poderoso  instrumento  de  prosperidad,  de  tal 
modo,  que  si  la  familia  no  se  estableciese  en 
nombre  de  la  conservación  de  la  especie,  de 
la  moral,  de  la  ciencia  y  del  arte,  sería  preciso 
crearla  para  la  economía  social.  Busquemos  el 
pueblo  más  próspero  y  floreciente;  suprima- 
mos en  él  la  familia,  y  no  tardará  en  ser  un 
pueblo  miserable.  Si  la  proposición  te  parece 
dudosa,  será  evidente  á  poco  que  la  reflexiones. 


i 


CAR í AS   A   UN    OBRERO  327 


La  riqueza  de  un  pueblo,  claro  está  que  .se 
compone  de  la  de  los  individuos  que  de  él 
forman  parte:  observemos,  pues,  lo  que  son 
éstos  en  la  esfera  económica,  es  decir,  como 
productores  y  consumidores.  Supongamos  una 
familia  compuesta  de  seis  personas;  un  matri- 
monio con  tres  hijos  y  el  padre  ó  la  madre  an- 
cianos: es  decir,  entre  seis  individuos,  un  buen 
trabajador,  dos  trabajadores  imperfectos,  y 
tres  consumidores  que  no  producen.  El  hom- 
bre vigoroso  se  esfuerza  á  trabajar,  tiene  que 
mantener  una  numerosa  familia,  su  mujer, 
su  madre,  sus  hijos,  criaturas  amadas  y  aman- 
tes; débiles  que  confían  en  su  fuerza  y  le  pa- 
gan en  cariño  y  en  felicidad  los  sacrificios  que 
por  ellos  hace.  Estos  sacrificios  no  tienen  para 
él  carácter  de  tales,  no  los  ve  siquiera,  iden- 
tificado como  está  con  su  familia.  Yo  y  nOvS- 
OTROS,  tienen  una  significación  idéntica;  todo 
es  allí  común,  la  riqueza  y  la  miseria,  el 
dolor  y  la  alegría,  la  felicidad  y  la  desgracia, 
la  honra  y  la  infamia.  La  casa  de  aquel  hom- 
bre es  una  parte  de  su  persona,  es  él  mismo, 
y  para  ella  trabaja  con  afán,  y  á  ella  lleva  el 
producto  de  su  trabajo:  este  producto  no  se 
pone  en  manos  ociosas  ni  egoístas.  Su  mujer, 
en  cuanto  el  cuidado  de  los  hijos  lo  consien- 
te, le  ayuda  más  ó  menos,  pero  siempre  mu- 
cho. Por  ella  tiene  aseadas  la  ropa  y  la  habi- 
tación; por  ella  está  su  alimento  bien  condi- 
mentado y  á  la  hora  conveniente.  Puede  dedi- 
carse con  más  asiduidad  al  trabajo  y  ser  un 
poderoso  auxiliar  de  su  marido,  ayudada  para 


328         OBRAS    DK    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


el  cuidado  de  sus  hijos  por  su  padre  ó  su 
madre  anciana.  Esta  cuida  de  los  niños  y  hace 
en  la  casa  todo  lo  que  no  necesita  grande  ha- 
bilidad ni  mucha  fuerza.  Aunque  corta  de 
vista,  débil  y  achacosa,  todavía  es  un  precio- 
so auxiliar  por  sus  ser\4cios  y  por  sus  conse- 
jos. El  abuelo  da  lecciones  de  su  oficio,  da 
sobre  todo  lecciones  de  la  vida,  comunicando 
á  los  jóvenes  el  fruto  de  su  experiencia.  Esta 
experiencia,  prescindiendo  de  su  valor  moral, 
tiene  un  gran  valor  económico,  porque  contri- 
bu\-e  á  la  perfección  del  productor,  y  le  evi- 
ta pruebas  arriesgadas  y  tanteos  inútiles.  Así 
combinados  estos  tres  trabajadores,  se  auxi- 
lian, se  suplen,  se  completan  con  el  estímulo 
de  los  pequeñuelos,  centro  hacia  el  cual  con- 
verge el  amor  de  todos.  En  la  enfermedad  se 
cuidan,  en  la  desgracia  se  sostienen,  en  to- 
das las  pruebas  de  la  vida  oponen  á  la  miseria 
un  grande  esfuerzo  combinado,  por  el  pode- 
roso impulso  que  impele  á  la  producción,  por 
la  parsimonia  del  gasto  y  por  la  economía  que 
resulta  de  la  vida  en  común. 

Suprimida  la  familia,  estas  seis  personas  se 
dispersan,  disminuyendo  sus  productos  y  au- 
mentando sus  gastos.  El  obrero  robusto  tra- 
baja menos,  no  tiene  el  poderoso  impulso  del 
amor  de  sus  hijos,  ni  necesita  esforzarse  tan- 
to para  proveer  á  sus  necesidades  y  á  las  de 
la  mujer  con  quien  no  tiene  más  vínculo  que 
una  unión  pasajera.  Esta  mujer  no  se  identi- 
fica con  él;  su  presente,  su  porvenir,  su  pros- 
peridad, su  ruina,  su  vida,  en  fin,  no  son  una 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  329 


cosa  misma.  Gasta  alegremente  cuanto  tiene, 
ó  si  economiza,  es  para  sí,  procurando  explo- 
tar al  que  la  abandonará  en  breve.  La  abne- 
gación de  la  madre  de  familia;  aquel  amor 
puro  que  en  la  esfera  económica  produce  un 
trabajo  incansable;  la  atención  continua  y  mi- 
nuciosa para  que  se  aproveche  todo  esfuerzo, 
y  para  procurar  mayor  suma  de  bienestar  con 
el  menor  gasto  posible:  nada  de  esto  puede 
hallarse  en  el  hogar  ambulante  de  las  unio- 
nes efímeras;  la  esposa  gasta  poco  y  trabaja 
mucho;  la  querida  gasta  mucho  y  trabaja  po- 
co; todo  el  que  haya  observado  los  hábitos  y 
tendencias  de  las  mujeres  deshonestas,  habrá 
podido  ver  que  se  distinguen  por  su  amor  á 
los  gastos  superfluos  y  su  odio  al  trabajo;  pro- 
pagar la  deshonestidad  en  la  mujer  es  aumen- 
tar los  despilfarros  de  la  vanidad  y  del  des- 
orden y  disminuir  los  productos.  Hablaban  un 
día  dos  personas  caritativas  de  una  mujer  ex- 
traviada que  se  proponían  traer  al  buen  ca- 
mino. Desconfiaba  bastante  del  éxito  una  de 
ellas,  y  la  otra,  más  experimentada,  la  pre- 
guntó: 

— ¿Trabaja? 

— Sí,  y  con  mucha  asiduidad. 

— Entonces  está  salvada. 

Y  se  salvó,  en  efecto,  según  el  pronóstico, 
fundado  en  una  larga   experiencia. 

Del  grupo  disperso  de  la  familia  tenemos 
á  los  dos  obreros  principales,  trabajando  me- 
nos y  gastando  más.  Su  auxiliar,  el  anciano 
ó  anciana,  tan  útil  para  el  cuidado  de  la  casa, 


330         OBRAS    PE    DOÑA    CON-CEPCIÓN    ARENA!, 


para  el  cuidado  de  los  niños,  para  guiar  con  su 
consejo  á  la  inexperta  juventud,  y  para  con- 
tenerla muchas  veces  en  alguna  pendiente  pe- 
ligrosa; el  anciano  sin  familia  es  una  carga 
para  la  sociedad,  y  vive  una  vida  que  le  pe- 
sa mucho.  En  la  soledad  material  y  moral  de 
un  miserable  albergue  desde  donde  sale  á  im- 
plorar la  pública  compasión,  ó  en  el  aisla- 
miento moral  de  un  establecimiento  público, 
donde  es  inútil  su  experiencia,  y  difíciles,  si 
no  imposibles  de  utilizar,  sus  débiles  fuerzas; 
donde  falta  amor  que  disculpe  las  impertinen- 
cias de  la  edad,  y  mime  los  achaques;  donde 
el  mal  humor  y  la  tristeza  tienen  su  asiento; 
donde  hay  aquella  acritud  de  los  que  llevan  al 
fondo  comíín  males  sin  esperanza,  y  dolores 
sin  consuelo  que  se  multiplican  y  propagan, 
el  anciano  se  siente  rebajado  porque  se  ve 
inútil;  se  desespera  ó  se  aflige,  porque  sólo 
inspira  desdén  ó  desvío,  y  deprimido  el  ánimo, 
se  encorva  y  se  debilita  más  el  cuerpo,  que 
consume,  produciendo  poco  ó  nada.  El  ancia- 
no sin  familia  es  la  criatura  más  triste  5^  más 
inútil. 

Nos  resta  considerar  á  los  tres  niños  sin  pa- 
dres ni  abuelos,  lactados,  mantenidos,  vesti- 
dos y  educados  por  extraños  mercenarios  que 
hacen  por  dinero  algo,  muy  poco,  de  lo  que 
por  amor  harían  sus  abuelos  y  sus  padres. 
Aquí  resalta  bien  la  inferioridad  económica 
de  una  organización  que  priva  al  niño  de  fa- 
milia. La  nodriza  del  expósito  no  es  más  que 
nodriza,  y  pasa  la  vida  en  ociosidad  difícil  de 


CARTAS   A   UN   OBRERO  331 


evitar;  la  madre  que  lacta  á  su  hijo,  cuida  al 
mismo  tiempo  de  los  otros,  de  su  marido,  de 
su  madre,  de  lo  que  se  llama  la  casa,  y  si  tie- 
ne quien  la  auxilie,  puede  dedicarse  á  un  tra- 
bajo bien  retribuido. 

La  familia  agrupada  en  derredor  de  los  ni- 
ños, los  mantiene  del  modo  más  económico 
posible;  trabajando,  los  atiende  y  vigila,  apro- 
vechando para  ellos  esfuerzos  y  horas  que  se 
perderían  fuera  del  hogar  doméstico. 

Además,  el  mercenario  que  cuida  un  niño, 
quiere  ganar  con  él  algo;  los  padres  pierden 
por  él  su  sosiego,  su  bienestar,  su  salud  y  en 
algunos  casos  hasta  su  vida.  Es  incalculable 
el  aumento  de  gasto  que  produciría  el  móvil 
egoísta  de  la  ganancia,  ni  la  economía  que 
resulta  del  esfuerzo  generoso  de  la  abnega- 
ción. Puede  asegurarse,  te  repito,  que,  aun- 
que la  familia  no  fuese  necesaria  para  la  con- 
servación de  la  especie  humana  y  para  la  edu- 
cación del  hombre  en  todas  las  esferas,  lo  se- 
ría como  un  elemento  económico,  como  la 
fuente  de  producción  sin  la  cual  los  pueblos 
sólo  hallarían  miseria  y  ruina. 

Aunque  muy  brevemente,  nos  hemos  hecho 
cargo,  Juan,  de  las  principales  consecuencias 
de  la  supresión  de  la  familia;  pero  aunque  el 
hombre  pudiera  multiplicarse  y  crecer,  pros- 
perar, hacerse  rico  y  sabio  fuera  de  ella,  ¿qué 
sería  de  él,  qué  de  la  sociedad,  cuando  se 
viese  privada  de  la  fuerza  que  más  la  sostiene, 
de  la  abnegación  que  más  la  levanta,  del  sen- 
timiento que  más  la  purifica?  ¿Puedes  imagi- 


332         OBRAS    DE    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


nar  tú,  puede  imaginar  nadie,  lo  que  sería 
un  mundo  donde  ningún  hombre  tuviera  el 
recuerdo  de  su  madre,  el  ejemplo  de  s\}  ma- 
dre, el  respeto  de  su  madre,  el  sostén  de  su 
madre,  la  religión  y  el  amor  de  su  madre? 
Yo  no  sé  lo  que  semejante  mundo  sería,  pero 
m.e  figuro  una  especie  de  caos  moral,  ó  algu- 
na cosa  como  una  caverna  lóbrega  donde  se 
03'en  extraños  ruidos  y  se  ven  repugnantes  y 
aterradoras  visiones. 

¿A  qué  esforzar  los  argumentos  contra  los 
que  atacan  la  familia?  Luchan  contra  la  na- 
turaleza 3-  no  pueden  triunfar;  bastaría  para 
vencerlos  el  grito  unánime  de  todas  las  muje- 
res y  de  todos  los  siglos,  que  les  dice:  ¡  Insen- 
satos !  ¿Quiénes  sois,  de  dónde  habéis  salido 
los  que  pretendéis  que  la  mujer,  en  su  pena 
ó  en  su  alegría,  no  diga:  ¡  Hijo  !  y  que  el 
hombre,  en  su  dolor,  no  exclame:   ¡  ^Iadre  ! 


eAs  eAs  ¿Ae  ¿Ás  eAs  ¿ÁVs  ¿Á¿  eAs  eAs  ey^Vg  evKs  a^Ks  e^^  s-^va  el|,vs  eAS 
eAj   e/Jj   e>j3   eifvj  eyjs   e>|.9   a.*j   eAs  e*3   c^   s^As   eXs   e^J^   cAs   &Ms   ejts 


CARTA   VIGÉSIMOOCTAVA 


De  la  propiedad. 

Apreciable  Juan:  Nos  toca  hoy  hablar  de 
la  propiedad,  cuestión  cuya  importancia  no 
hay  que  encarecer,  porque  en  la  actualidad 
esta  importancia  más  bien  se  exagera  que  se 
desconoce. 


Kn  la  hora  en  que  vivimos,  los  hombres 
liacen  comparecer  las  instituciones  ante  el  tri- 
bunal de  su  criterio;  todo  se  investiga,  se  ana- 
liza y  se  discute;  pero  como  los  jueces,  ni 
siempre  tienen  la  suficiente  ilustración,  ni 
siempre  son  desinteresados,  ni  están  exentos 
de  pasión,  ni  tienen  aquella  calma  sin  la  cual 
difícilmente  se  comprende  lo  verdadero,  y  se 
quiere  lo  recto,  resulta  que  los  fallos  no  son 
justos  todas  las  veces,  y  hay  que  apelar  de  la 
humanidad  á  la  humanidad  misma,  para  que, 
teniendo  en  cuenta  documentos  que  no  le  pre- 
sentaron ó  no  quiso  examinar,  y  mejor  infor- 
mada, resuelva  conforme  á  justicia. 


334         OHKAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


La  propiedad  se  halla  hoy  en  el  banco  de 
los  acusados;  no  es  la  primera  vez,  ni  será 
la  última;  no  está  exenta  de  culpa,  porque  la 
propiedad  es  el  hombre,  y  como  toda  insti- 
tución, refleja  su  imperfección  y  se  contami- 
na con  sus  vicios.  El  error  de  sus  acusadores 
consiste  en  hacerla  responsable  de  los  males 
que  coinciden  con  ella,  y  en  pensar  que  es 
causa  de  todas  aquellas  desdichas  que  no  re- 
media. La  propiedad,  como  la  actividad,  co- 
mo la  inteligencia,  como  la  fuerza,  como  todo 
lo  que  es  necesario,  no  tiene  mal  en  su  prin- 
cipio, en  su  esencia;  el  mal  le  viene  del  abu- 
so, de  la .  dirección  torcida,  del  cálculo  erra- 
do ó  culpable,  que  convierte  todo  poder  pues- 
to en  manos  indignas,  en  un  peligro  ó  en  una 
desventura.  Si  el  propietario  es  perverso,  per- 
versa aparece  la  propiedad;  si  santo,  santa;  y 
según  tenga  abnegación  ó  egoísmo  el  que  la 
maneja,  puede  calificarse  de  instnmicnto  be 
néfico  ó  de  máquina  infernal. 

Si  la  propiedad  se  adquiriera  siempre  por 
buenos  medios,  y  se  destinase  á  buenos  fines; 
si  el  propietario  fuera  un  hombre  laborioso 
que  por  no  tener  necesidad  material  y  apre- 
miante de  trabajar,  no  se  creyese  fuera  de  la 
santa  ley  del  trabajo;  si  ilustrado,  convirtiera 
su  riqueza  en  instrumento  de  prosperidad,  de- 
dicándola á  empresas  útiles;  si  benéfico,  di- 
fundiera la  luz  de  la  verdad,  procurando  ilus- 
trar y  moralizar  á  los  que  estaban  en  condi- 
ciones menos  favorables;  si  compasivo,  sin- 
tiera en  su  alma  la  repercusión  de  los  dolores 


k 


CARTAS   A   UN   OBRERO  335 


ajenos,  y  contara  como  el  mayor  bien  de  su 
fortuna  el  poder  de  consolar  la  desgracia;  si 
todo  esto  lo  hiciera  sin  ostentación,  sin  apa- 
rato, sencilla  y  naturalmente,  como  los  bue- 
nos cumplen  su  deber;  si  todos  los  propieta- 
rios de  todos  los  países,  de  todos  los  siglos,  hu- 
bieran hecho  lo  mismo,  ¿crees  tú  que  nadie, 
nunca,  ni  en  ninguna  región,  hubiera  malde- 
cido la  propiedad?  Es  evidente  que  no. 

El  mal,  pues,  no  está  en  la  cosa,  sino  en 
el  hombre;  no  viene  de  la  propiedad,  sino  del 
propietario,  ni  puede  ser  de  otro  modo,  por- 
que siendo  la  propiedad  imprescindiblemente 
necesaria,  no  podía  ser  esencialmente  mala. 
Este  modo  de  considerarla  nos  lleva  á  plan- 
tear el  problema  de  una  manera  razonable  y 
que  hace  posible  su  resolución:  en  vez  de  de- 
cir: ¿Cómo  destruiremos  ¡a  propiedad?  diga- 
mos. ¿Cómo  se  hará  para  que  la  propiedad 
cause  el  menor  mal  y  produzca  la  mayor  suma 
de  bien  posible? 

,  He  dicho  que  la  pwpiedad  era  necesaria, 
y  como  esto  es  precisamente  lo  que  se  nie- 
ga, es  lo  que  hay  que  probar,  para  lo  cual 
basta  un  poco  de  buen  sentido  y  un  poco  de 
buena  fe,  siempre  que  el  alma  esté  exenta  de 
apetitos  y  pasiones  que  obscurezcan  en  ella  la 
luz  de  la  verdad. 

II 

Todo  lo  que  vive  tiene  necesidad  de  apro- 
piarse alguna  cosa.  Las  plantas  extienden  sus 


336        OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


raíces,  y  se  asimilan,  se  apropian  aquellos 
principios  que  hay  en  la  tierra,  necesarios  á 
su  nutrición;  extienden  sus  ramas,  y  se  asimi- 
lan, se  apropian  aquellos  principios  que  hay 
en  la  atmósfera  y  sin  los  cuales  es  imposible 
su  vida.  Aquí  hallamos  la  apropiación  en  su 
grado  mínimo,  en  bosquejo,  puede  decirse; 
pero  ya  resalta  en  ella  un  hecho  esencial,  á 
saber:  que  donde  está  una  raíz  ó  una  rama, 
no  puede  haber  otra,  y  que  tienen  que  des- 
viarse por  el  aire  ó  por  la  tierra,  para  buscar 
los  principios  de  que  depende  su  vida  en  un 
espacio  que  no  esté  ocupado. 

Lo  que  la  planta  hace  en  virtud  de  la  ley  de 
su  crecimiento,  el  animal  lo  hace  ya  en  vir- 
tud de  su  voluntad;  el  animal  puede  y  quiere 
moverse,  puede  y  quiere  buscar  los  objetos 
que  han  de  sustentarle,  y  los  busca  en  una 
esfera  más  extensa,  y  se  los  apropia.  La  ?c- 
ción  de  la  planta  se  extendía  solamente  á  al- 
gunas pulgadas  ó  algunas  varas;  la  del  ani- 
mal puede  llegar  á  muchas  leguas,  y  no  sólo 
el  teatro  es  más  vasto,  sino  que  la  intención 
y  el  trabajo  de  buscar  el  sustento,  establecen 
diferentes  condiciones  al  apropiárselo. 

Donde  no  hay  conciencia  clara,  no  puede 
haber  derecho;  bien  determinado  el  hecho  de 
la  fuerza,  será  la  ley  de  la  apropiación  cuan- 
do el  apetito  ó  la  necesidad  aguijonean,  pero 
no  hay  duda  que  tienen  cierta  especie  de  res- 
peto instintivo  á  la  propiedad  algunos  ani- 
males; el  que  primero  se  apodera  de  una  pre- 
sa ó  de  una  guarida,  parece  que  la  mira  como 


CARTAS   Á    l'N   OTiRERO 


cosa  suya;  por  lo  menos,  se  ve  que  la  defien- 
de con  más  tesón  del  que  emplea  para  atacar- 
le el  que  se  la  quiere  quitar,  y  siendo  las 
tuerzas  iguales,  es  seguro  que  el  primer  po- 
seedor trumfará,  y  probable  que  no  será  aco- 
metido. 

_  Cuando  para  procurarse  los  medios  de  sub- 
sistencia, el  animal  no  hace  más  trabajo    nie 
buscar,  no  debe  haber  otro  derecho  que  el  del 
({ue  llega  el  primero,  ó  del  primer  ocupante 
como   dicen   los   juristas.    Repito   que   en   lo^' 
animales  no  habrá  idea  de  derecho,  pero  algu- 
na especie  de  conformidad  instintiva  deben  te- 
ner con   el  orden   necesario,   porque   de   otro 
modo  no  podrían  existir.  Observa  los  que  pa- 
cen en  la  pradera,  roen  en  el  ramaje  de  los 
arbustos,  buscan  granos  sobre  la  tierra  ó  tu- 
bérculos debajo  de  ella;  verás  que  cuando  en- 
cuentran ocupada  una  extensión  de  pradera 
una  rama  de  árbol,  la  grana  que  se  despren- 
dió de  el,   o  la  raíz  que  otro  sacó  hozando 
pasan  adelante  en  vez  de  disputar  el  alimen- 
to  al  que  antes  le  halló;  esta  es  la  regla,  sin  la 
cual  es  imposible  la  vida,  porque  si  los  ani- 
males establecieran  una  lucha  por  cada  por- 
ción de  alimento;  si  quisieran  despojar  de  él 
al  que  primero  le  ocupó,   en  vez  de  buscar 
otro,   la  guerra  de  todos  contra  todos  haría 
imposible   que   pudiera   alimentarse    ninguno 
y    as  especies  sucumbirían  de  hambre,  por  no 
haberse  podido  apropiar  el  necesario  susten- 
to. Aunque  los  animales,  como  los  astros,  no 
tengan  conciencia  de  la  ley  que  los  rige,   la 


538        OliRAS    DE    DOÑA   Cü.NCl'rCIÓX    AKKNAL 


ley  existe,  á  ella  se  sujetan,  y  por  ella  viven 
a^.  menos  muchas  especies. 

Cuando  el  trabajo  del  animal  no  se  limita 
á  buscar;  cuando  es  más  perseverante,  más 
inteligente,  más  intenso,  y  transforma  la  ma- 
teria y  crea  por  medio  de  esta  transforma- 
ción objetos  que  no  existían,  se  tiene,  y  en 
general  es  tenido,  por  dueño  de  ellos;  las  abe- 
jas respetan  mutuamente  sit  colmena;  los  cas- 
tores su  liabitación,  y  las  aves  sus  nidos;  por 
suyo  tienen  aquello  que  han  trabajado,  por 
suyo  es  tenido  entre  los  de  su  especie,  sin  le 
cual  se  extinguiría.  Si  los  pájaros  quisieren 
despojar  á  los  otros  de  los  nidos  en  construc- 
ción, en  vez  de  hacerlos;  si  las  abejas  lucha- 
ran encarnizadamente  por  apoderarse  de  la 
colmena  en  que  otro  enjambre  hace  su  traba- 
jo maravilloso,  aves  é  insectos  sucumbirán 
por  querer  alcanzar  por  la  violencia  lo  que 
sólo  se  obtiene  por  el  trabajo. 

Cuando  el  trabajo  sólo  consiste  en  buscar, 
la  cosa  hallada  pertenece  al  primero  que  lle- 
ga. La  bellota  es  dé  cualquier  cerdo,  la  hicrbí 
de  cualquiera  vaca,  el  arbusto  de  cualquiera 
cabra,  la  presa,  en  fin,  de  cualquiera  que  de 
ella  se  apodera;  pero  á  medida  que  el  trabajo 
es  más  intenso,  se  especifica,  se  determina 
más;  el  nido  no  es  de  un  pájaro  cualquiera, 
como  la  grana  ó  el  insecto  de  que  se  alimen- 
ta, sino  de  tal  pájaro  precisamente,  de  él  solo, 
del  que  lo  ha  hecho;  la  araña  teje  su  tela 
para  sí,  etc. 

La    sustancia    mineral    que    se    asimila,    se 


CARTAS   A    UN    OBRERO  339 


apropia  la  planta;  la  hierba  ó  la  grana  que  se 
apropia  el  rumiante  ó  granívoro,  son  pasi- 
vas, nada  ponen  de  suyo  para  ir  á  formar 
parte  de  aquel  viviente  á  cuya  vida  son  in- 
dispensables. La  raíz  es  la  que  se  extiende 
por  la  tierra;  el  pez  marcha  por  el  agua  y  el 
pájaro  por  el  aire  en  busca  de  las  sustancias 
sin  las  cuales  perecería.  vSe  ve,  pues,  que  es 
cualidad  esencial  de  todo  el  que  vive  ser  ac- 
tivo,  tener  en  sí  un  principio  de  acción  que 
obra  sobre  aquello  que  se  apropia:  cuando  es- 
ta acción  es  ivlencionada,  constante,  inteli- 
gente, y  da  un  resultado  beneficioso  para  el 
que  la  ejerce,  se  llama  trabajo. 


III 


Resumiendo,   tenemos: 

i.°  Que  la  vida  lleva  consigo  necesariamen- 
te la  apropiación. 

2.°  Que  la  apropiación  es  individual,  exclu- 
siva, no  pudiendo  un  ser  apropiarse  cosa  que 
otro  se  haya  apropiado. 

3.°  Que  la  apropiación  es  tanto  más  deter- 
minada y  exclusiva,  cuanto  mavor  actividad 
perseverante  6  inteligente,  ó  lo  que  es  lo  mis- 
mo, mayor  trabajo  ha  costado  al  apropiante. 

4.°  Que  los  animales  que  trabajan  por  ins- 
tinto se  sujetan  á  la  ley  de  la  apropiación, 
que  siendo  necesaria,  tiene  que  ser  obedecida 
bajo  pena  de  destrucción  de  los  infractores. 

Ya  ves,   Juan,   con  toda   evidencia,   que  el 


340         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


hecho  de  apropiarse  los  vivientes  las  cosas 
necesarias  á  la  vida  no  es  una  invención  de 
los  hombres,  sino  una  necesidad  de  su  orga- 
nismo, una  ley  de  Dios  ó  de  la  naturaleza, 
como  quiera  decirse.  ¿Qué  diferencia  hay  en- 
tre apropiación  y  propiedad?  La  que  va  del 
hecho  al  derecho,  del  animal  al  hombre,  del 
que  tiene  conciencia  y  moralidad  al  que  de 
una  y  otra  carece.  El  hecho  fatal,  bruto,  por 
decirlo  así,  de  la  apropiación  de  los  animales, 
al  llegar  al  hombre  se  convierte  en  derecho 
de  propiedad.  Cuéntase  de  una  golondrina, 
que  despojada  de  su  nido  hizo  un  llamamien- 
to á  sus  compañeras,  que  le  ayudaron  á  casti- 
gar cruelmente  al  ladrón;  algunos  otros  casos 
análogos  se  refieren,  pero  dado  que  sean  cier- 
tos, siem])re  serán  excepciones;  la  regla  es  que 
los  animales  no  se  reúnen  y  ponen  de  acuerdo 
para  emplear  la  fuerza  de  todos  en  defender 
la  cosa  apropiada  por  cada  uno,  y  que  cuando 
el  fuerte  tiene  voluntad  de  despojar  al  débil, 
éste  queda  despojado. 

Ahora  pasemos  á  tratar  del  hombre  como 
apropiador  y  como  propietario.  El  hombre  en 
el  primer  concepto,  como  todo  viviente,  ne- 
cesita apropiarse  las  cosas  necesarias  á  su  vi- 
da, el  animal  que  caza,  el  fruto  que  coge,  la 
cueva  en  que  se  guarece  de  la  intemperie. 
A  medida  que  progresa,  se  va  apropiando  ma- 
yor número  de  cosas:  la  rama  mondada  3^  re- 
ducida á  dimensiones  oportunas,  que  es  la 
primera  arma;  el  tronco  de  árbol  horadado, 
({ue  es  la  primera  embarcación;  la  cabana  le- 


CARTAS   A   UX    OISRr.RÜ  34  I 


yantada  en  sitio  conveniente,  que  es  el  primcr 
edificio. 

Esta  serie  sucesiva  de  apropiaciones  no  las 
ha  menester  el  hombre  sólo  para  sí,  y  para 
atender  á  las  necesidades  de  su  vida,  porque 
no  es  solo;  ya  sabemos  que  no  puede  vivir 
sino  en  familia;  tiene,  pues,  necesidad  de  una 
apropiación  más  extensa  para  que  su  mujer  3^ 
sus  hijos  no  sucumban:  se  apropia,  pues,  todo 
lo  que  para  ellos  necesita,  albergue  mayor, 
más  cantidad  de  alimento,    de   vestidos,    etc. 

Hasta  aquí  el  hombre  obra  como  un  ani- 
mal industrioso  y  nada  más.  Llena  las  condi- 
ciones de  su  vida,  es  activo,  y  se  apropia  lo 
que  puede  sustentarla;  trabaja  para  que  este 
sustento  no  falte  á  él  ni  á  los  suyos. 

Pero  el  hombre  no  vive  solo;  ni  aun  le  bas- 
ta la  familia  para  existir;  necesita  la  sociedad 
de  sus  semejantes,  la  horda,  la  tribu,  la  na- 
ción, im  conjunto  de  criaturas  semejantes  á 
él,  con  quienes  comunique  ciertos  afectos,  cier- 
tas ideas,  con  quienes  goce  lo  que  solo  no  pue- 
de gozar,  y  con  los  cuales  se  defienda  de  ene- 
migos que  le  aniquilarían  si  estuviera  aislado. 
El  hombre,  eminentemente  sociable,  tanto  por 
sus  necesidades  materiales,  como  por  las  de 
su  espíritu,  necesita  de  la  compañía  y  del  au- 
xilio de  los  otros  hombres;  de  su  unión  con 
ellos,  tanto  como  de  su  inteligencia  le  viene  la 
superioridad  que  respecto  de  los  animales 
tiene. 

El  hombre,  en  sociedad  con  otros,  se  apro- 
pia lo  que  necesita  y  su  actividad  le  propor- 


34  2        OBRAS    DE   DOiNA   CONCF.PCION   ARENAI, 


ciona;  pero  he  aquí  que  otro  hombre  se  quiere 
apoderar  de  una  cosa  que  él  se  había  apropia- 
do ya  con  esfuezo  5^  trabajo  y  llamaba  suya. 
Kl  apropiador  la  defiende  enérgicamente,  sien- 
te que  el  despojador  es  injusto  y  comete  una 
acción  mala.  A  pesar  de  la  energía  de  la  de- 
fensa, si  el  agresor  es  más  fuerte,  triunfa,  y 
y  el  acometido  se  queda  sin  la  cosa  que  con 
su  trabajo  se  había  apropiado.  Pero  esta  idea 
que  él  tenía  de  que  la  cosa  le  pertenecía,  era 
suya,  no  la  tiene  él  solo,  la  tienen  todos  los 
que  viven  en  sociedad  con  él,  y  sienten  la 
injusticia  de  aquella  violencia,  y  le  defienden, 
y  llaman  delito  á  la  acción  de  privar  á  uno 
por  fuerza  de  lo  que  es  suyo,  y  delincuente  al 
que  la  comete,  y  prohiben  la  una  y  castigan 
al  otro. 

Como  los  que  así  piensan  y  sienten  son  los 
más,  establecen  que  no  se  pueda  privar  á  na- 
die de  aquello  que  es  suyo,  porque  lo  ha  me- 
nester para  vivir,  y  con  su  trabajo  se  lo  apro- 
pió; esto  pasa  á  ser  regla  general,  obligato- 
ria, tenida  por  justa,  ó  sea  ley,  que  escrita 
ó  no,  rige  aquella  sociedad  donde  se  prohibe 
el  robo.  Esta  prohibición  en  los  hombres  pri- 
mitivos, no  es  probablemente  un  acto  de  re- 
flexión, sino  una  espontánea  manifestación  de 
la  conciencia.  Aquellas  cosas  que  son  indis- 
pensables para  la  vida  de  las  sociedades,  como 
para  la  de  los  individuos,  instintivamente  se 
hacen,  y  se  siente  su  necesidad,  que  más  tarde 
se  razona.  Después  de  los  hombres  rudos  que 
hacen  Valer  con  la  fuerza  de  su  brazo  el  fallo 


CARTAS   A   L"X    OnRHRO  34.- 


de  su  conciencia,  vienen  los  hombres  cultos, 
que  razonan  la  legitimidad  y  la  necesidad  de 
aquel  fallo. 

En  efecto,  si  el  hombre  no  puede  vivir  sin 
apropiarse  aquellas  cosas  necesarias  á  su  exis- 
tencia, impedirle  esta  apropiación  es  impedir- 
le que  viva,  es  matarlo. 

Si  para  apropiarse  aquellas  cosas  necesita 
desplegar  su  actividad  y  su  inteligencia,  par- 
tes integrantes  de  su  ser,  las  cosas  creadas  por 
él  son  suyas,  porque  suyas  son  su  actividad 
y  su  inteligencia;  atacándolas,  se  ataca  su  per- 
sonalidad, su  individualidad,  su  Yo,  del  cual 
una  parte  ha  pasado  á  su  obra.  Lo  que  se  res- 
peta en  el  producto  del  trabajo,  es  la  persona 
del  trabajador;  es  aquel  esfuerzo,  aquel  pen- 
samiento que  lo  crea,  sin  el  cual  no  existi- 
ría, y,  ó  no  se  respeta  al  hombre,  ó  es  preci- 
so respetar  su  obra.  Así,  los  déspotas  que 
arrastran  por  el  lodo  la  justicia  y  la  dignidad 
humana,  no  sólo  son  señores  de  vidas,  sino 
también  de  haciendas.  Ataque  á  la  cosa  bien 
adquirida,  ataque  á  la  persona;  así  lo  han  com- 
prendido todos  los  hombres  de  todos  los  paí- 
ses: la  pérdida  material  en  un  fuego  ó  en 
una  inundación,  aflige,  pero  no  irrita;  lo  que 
indigna  cu  el  robo  es  que  el  hombre  siente 
la  injusticia,  y  se  ve  atacado  en  su  propiedad. 

La  vida  de  los  hombres,  que  es  una  serie 
de  esfuerzos  inteligentes  para  proveer  á  sus 
necesidades,  es  incompatible  con  una  serie  de 
violencias.  Si  la  lucha  constante  fuera  una 
condición   de  vida,   las  otras   condiciones  se- 


344         OURAS    DK    DONA    CO.XClil'CIOX    ARENAL 


rían  imposibles;  el  hombre,  batallador  siem- 
pre y  trabajador  nunca,  no  podría  existir.  Pa- 
ra tener  ánimo,  tiempo  y  fuerza  para  trabajar, 
es  preciso  tener  seguro  el  fruto  de  su  trabajo, 
y  que  el  hecho  de  la  apropiación  se  convierta 
en  derecho  de  propiedad. 

El  hombre  que  tiene  mayor  esfera  de  ac- 
ción; que  tiene  más  necesidades  y  más  medios 
de  satisfacerlas;  que  tiene  una  actividad  ma- 
yor y  más  inteligente,  propia  para  multipli- 
car sus  relaciones  con  la  naturaleza  y  modifi- 
carla en  mayor  escala,  y  crear  más  abundan- 
tes y  vanados  productos;  el  hombre,  ser  mo- 
ral del  que  forma  parte  la  idea  del  deber  y 
de  la  justicia,  no  puede  existir  en  ningún  or- 
den ó  esfera  con  sólo  el  hecho;  ha  menester 
en  todas  el  derecho,  que,  aplicado  á  las  cosas 
que  con  su  trabajo  se  procura,  se  llama  pro- 
piedad. 

Ya  ves,  Juan,  que  la  propiedad  es  una  cosa 
necesaria  y  justa:  sagrada  la  han  llamado  mu- 
chos, y  no  sin  razón,  porque  en  todo  lo  que 
es  justo  hay  algo  de  santo.  Ese  grito  de  re- 
probación que  se  oye  por  doquiera  cuando  se 
trata  de  atacar  la  propiedad,  ¿crees,  por  ven- 
tura, que  es  la  obra  de  unos  cuantos  propie- 
tarios egoístas?  No.  Es  la  sociedad  que  se 
siente  amenazada  en  sus  fundamentos,  herida 
en  sus  entrañas:  por  eso  se  aterra;  por  eso 
protesta  con  desesperada  energía.  Siempre  que 
la  propiedad  se  ataca  á  mano  armada,  hay 
quien  con  vigor  la  defiende,  y  corre  sangre  y 
hay  víctimas.  ¿Crees  que  esto  sucede  uno  y 


CARTAS   A    UN    OBkKRO  345 


otro  año,  uno  y  otro  siglo,  y  en  todas  las  re- 
giones, por  alguna  general  obcecación?  No. 
El  instinto,  la  conciencia  y  la  razón  de  los 
hombres  están  de  acuerdo  en  que  sin  propie- 
dad, ni  sociedad  ni  vida  son  posibles.  ¿Por 
qué  se  ataca?  Porque  los  hombres  convierten 
con  frecuencia  sus  necesidades  en  pasiones,  y 
abusan  de  la  propiedad  como  de  la  fuerza, 
como  de  la  inteligencia,  como  de  todo;  pero 
de  que  padezca  indigestión  el  que  come  con 
exceso,  no  debe  concluirse  que  el  comer  no  es 
necesario. 

Continuaremos  otro  día  tratando  de  esta 
cuestión,  que  no  puede  encerrarse  en  una 
sola  carta,  y  ésta  va  siendo  demasiado  larga. 


¿Aa  pJKs  sÁs  UKb  sJKh  ey¿v9  &JKs  ^k-s  a^wS  ¿^^  zJtSs  %Jk^  £^  £*^  e-|\5  zJka 
eJfta  (JRj  JfU  cAs  eM^  1M9  í)is  <iM9  tMa  eMs  evAs  eMs  e*3  eA^  e/íj  Jfv» 


cvÍj  efj  ii§j  e^Tj  t^  e*j  e^  evAs  e*^ 


CARTA  \qGÉSIMONONA 


Contiuuacióu  de  la  anterior. 

Apreciable  Juan:  Después  de  lo  que  hemos 
viblo  en  la  carta  anterior,  ya  podemos  formar- 
nos idea  de  lo  que  es  la  propiedad. 

Su  ORIGEN  está  en  la  personalidad  humana; 
en  la  necesidad  absoluta  que  el  hombre  tiene 
de  apropiarse  aquellas  cosas  que  hay  en  la 
naturaleza,  y  sin  las  cuales  sucumbiría,  7  en 
su  actividad,  que  las  modifica  y  hace  adecua- 
das al  fin  de  su  existencia.  Para  que  haya  pro- 
piedad se  necesitan  dos  términos: 

i.°  La  persona  que  ha  de  apropiarse  la  cosa. 

2.°  La  cosa  que  ha  de  ser  apropiada. 

Una  persona,  por  el  hecho  de  serlo,  no  pue- 
de ser  propietaria  de  una  cosa  que  no  existe, 
ó  que  con  justicia  se  ha  apropiado  otro;  por- 
que lo  que  en  física  se  llama  impenelrabilidad 
de  los  cuerpos,  es  decir,  imposibilidad  que  uno 
ocupe  el  espacio  ocupado  por  otro,  es  \e.y  tam- 
bién de  la  propiedad:  una  misma  cosa  no  pue- 
de ser  de  más  de  una  persona.  Se  dice  á  ve- 
ces que  muchas  personas  tienen  parte  en  una 
cosa,  pero  es  de  aquellas  que  se  pueden  par- 


348         OBRAS    DK    DOÑA    CONCJvPCIÚN    ARENAL 


tir,  ó  ellas  ó  el  valor  que  las  representa;  una 
cosa  absolutamente  indivisible  no  puede  ser 
más  que  de  una  persona,  y  el  acto  de  apro- 
piación definitivo  es  siempre  exclusivo  del  que 
apropia.  Un  prado,  por  ejemplo,  se  dice  que 
es  de  cuarenta  personas;  pero  es  una  manera 
inexacta  de  hablar,  porque  la  verdad  es  que 
cuarenta  pedazos  de  prado,  uno  al  lado  del 
otro,  y  que  parecen  un  todo,  son  de  otros  tan- 
tos propietarios.  Si  se  vende  y  vale  cuarenta 
duros,  cada- cual  se  llevará  veinte  reales;  si  se 
siega  y  produce  cuarenta  carros  de  hierba,  un 
carro  será  para  cada  uno.  Lo  mismo  sucede 
con  una  tierra,  una  mina  ó  una  fábrica,  la 
propiedad  de  toda  la  cosa  no  es  de  todos  los 
propietarios,  sino  que  una  parte  es  de  cada 
uno;  de  modo  que  si  se  explota,  se  reparte  el 
producto,  y  el  valor,  si  se  vende:  es  real- 
mente propiedad  individual  aquella  que  por 
la  sociación  de  los  propietarios  tiene  á  veces 
apariencia  de  colectiva. 

La  propiedad  colectiva,  aunque  al  parecer 
sea  excepción  de  esta  regla,  no  lo  es  en  rea- 
lidad, porque  aun  cuando  materialmente  per- 
tenece á  muchos  individuos,  es  una  sola  per- 
sona jurídica  la  propietaria,  y  el  ayuntamien- 
to ó  la  comunidad,  cualquiera  que  ella  sea,  son 
los  iinicos  dueños  y  propietarios  de  la  cosa  que 
se  disfruta  en  común,  y  que  cuando  llega  á 
utilizarse,  es  por  partes  indivisibles.  La  leña 
ó  la  bellota  del  monte  común,  cuando  llega  el 
caso  de  consumirla,  es  ya  propiedad  del  que 
la  consume. 


CARTAS   A   UN    OBRERO  349 


Aunque  en  la  práctica  se  verifique  pocas 
\eces,  se  da  el  caso  en  que  la  propiedad  de 
una  cosa  no  se  divide  por  partes  entre  dife- 
rentes propietarios,  sino  por  cualidades ,  es  de- 
cir, por  aquellas  circunstancias  que  la  pueden 
hacer  aplicable  á  diferentes  usos.  De  un  mon- 
te, por  ejemplo,  puede  haber  tres  propietarios, 
no  que  le  dividan  en  tres  porciones,  sino  de 
los  cuales  uno  aproveche  el  pasto,  otro  la  le- 
ña, y  otro  la  grana  ó  fruta  de  los  árboles.  De 
una  vaca,  uno  puede  aprovechar  la  leche,  otro 
el  abono,  y  otro  la  fuerza. 

Resulta  que  un  hombre,  en  virtud  de  su 
personalidad,  tiene  derecho  á  ser  propietario 
en  general,  pero  no  á  serlo  de  una  cosa  par- 
ticular, si  esta  cosa  es  ya  propiedad  de  otro 
que  se  la  apropió  con  justicia.  Como  un  cuer- 
po no  puede  estar  donde  está  otro,  un  propie- 
tario no  puede  serlo  de  un  objeto  que  está 
bien  apropiado,  hasta  que  el  propietario  lo 
ceda  voluntariamente.  I, a  cualidad  de  hom- 
bre no  da,  pues,  derecho  á  apropiarse  un  obje- 
to determinado  que  otro  hombre  posee  con 
buen  título. 

Si  después  de  haber  comprendido  el  origen 
de  la  propiedad,  y  héchonos  cargo  de  una  de 
sus  cualidades  esenciales,  que  es  la  individua- 
lidad, queremos  tener  de  ella  una  noción  exac- 
'.:\  y  formularla,  podremos  decir  que  propie- 
dad es  el  poder  confonne  á  justicia  de  una 
persona  sobre  una  cosa  material,  para  todos 
los  objetos  posibles  inherentes  á  sa  índole  y 
racionales.  Analicemos  la  definición. 


350         OBRAS    DK    DOÑA    CONCl'PCION    ARENAL 


Poder  conforme  á  justicia.  El  que  por  frau- 
de ó  por  violencia  se  apodera  de  una  cosa, 
tendrá  poder  sobre  ella,  pero  no  tendrá  pro- 
piedad. Si  vive  en  una  sociedad  en  que  lo 
justo  se  comprende  y  se  realiza,  será  despoja- 
do; si  no,  será  un  usurpador  fuerte,  cuyo  de- 
lito  queda   impune,   pero   no   un   propietario. 

De  una  persona  sobre  una  cosa.  La  propie- 
dad es  tan  esencialmente  personal,  que  no  pue- 
de existir  sin  persona;  y  tan  determinada, 
que  no  puede  ser  sin  una  cosa.  En  vez  de  una 
persona,  pueden  ser  muchas  personas,  y  en 
vez  de  una  cosa,  un  conjunto  de  cosas;  pero 
descomponiendo  el  propietario  colectivo,  se  en- 
cuentra siempre  que  sus  elementos  constituti- 
vos son  personas,  y  analizando  la  cosa  apro- 
piada, se  ve  que  es  susceptible  de  fraccionar- 
se, ella  ó  el  valor  que  la  representa,  y  formar 
tantos  como  propietarios  han  de  poseerla. 

Material.  Como  es  de  esencia  de  la  propie- 
dad que  el  propietario  pueda  disponer  de  la 
cosa  apropiada,  ésta  ha  de  ser  de  aquellas  de 
que  el  hombre  pueda  usar  á  su  albedrío,  sin 
más  restricciones  que  las  indispensables  exi- 
gidas por  la  justicia.  Se  dice  de  un  sujeto  que 
tiene  una  plaza  de  relator  ó  una  cátedra  en 
propiedad  pero  realmente  es  una  manera  in- 
exacta de  hablar,  porque  no  pudiendo  vender, 
ni  cambiar,  ni  regalar  aquellas  plazas,  no  pue- 
de decir  que  son  su3'as. 

No  es  lo  mismo  tener  ciertos  derechos  so- 
bre una  cof:i,  que  ser  propietario  de  ella. 
Todo  funcionario  público  tiene  derecho  á  que 


CARTAS   A    UN    OBRERO  .  351 


se  le  ampare  en  el  desempeño  de  los  deberes 
que  le  impone  su  empleo,  y  aun  á  que  no  se 
le  separe  mientras  cumpla  bien;  pero  todos  es- 
tos derechos  reunidos,  y  otros  análogos  que 
pudieran  añadirse,  no  constituyen  el  de  pro- 
piedad, que  únicamente  versa  sobre  el  sueldo 
asignado  á  sus  funciones. 

Para  todos  los  objetos  posibles  inherentes  á 
su  índole.  El  propietario  ha  de  tener  gran  li- 
bertad para  disponer  de  la  cosa  que  posee;  ha 
de  poder  cambiarla,  venderla,  modificarla, 
usarla,  arriesgarla,  darla  ó  guardarla  como  le 
parezca;  si  no,  no  sería  suya.  La  libertad  que 
tiene  el  propietario  pasa  á  la  cosa  que  es  su 
propiedad,  que  es  pasiva  y  sin  conciencia,  y 
por  lo  tanto,  debe  seguir  el  impulso  que  le  da 
el  ser  activo,  moral  é  inteligente,  que  la  po- 
see. Si  el  hombre  no  tuviera  un  gran  poder 
sobre  el  objeto  apropiado,  éste  ejercería  sobre 
él  una  especie  de  tiranía,  viniendo  á  quedar 
la  persona  subordinada  á  la  cosa.  Si  posees  un 
valor,  y  aunque  te  halles  en  gran  necesidad, 
no  puedes  enajenarlo,  padecerás  hambre  y  mi- 
seria, porque  una  ley,  dando  más  importan- 
cia á  que  poseas  el  objeto  que  á  que  reme- 
dies la  necesidad,  prescinde  de  tu  desdicha. 
Si  tienes  una  tierra  cuya  renta  no  es  bastante 
para  que  vivas  sin  cultivarla  ó  sin  adminis- 
trarla de  cerca;  si  el  clima  no  es  provechoso 
á  tu  salud,  ó  por  cualquiera  otra  circunstan- 
cia te  conviene  venderla,  y  la  ley  te  lo  prohi- 
be, tienes  que  permanecer  en  ella  de  por  vida, 
esclavo  de  tu  propiedad,  en  vuz  de  ser  su  se- 


352         OBRAS    DE    DOÑA    COXCIiPCIÓN    ARIiNAU 


ñor.  Si  la  propiedad  se  inmoviliza  y  las  jerar- 
quías sociales  se  arreglan  á  ella,  como  sucedía 
hace  algunos  siglos  en  la  época  llamada  feu- 
dal, el  rango  y  el  poder  de  una  persona  se  mi- 
den por  la  extensión  de  su  hacienda;  su  cate- 
goría no  depende  de  su  virtud,  ni  de  su  tra- 
bajo, ni  de  su  ciencia,  sino  del  valor  de  sus 
fincas;  él  marca  el  lugar  que  ha  de  tener  en 
la  escala  social  la  persona,  que  parece  un  me- 
ro representante  de  la  tierra  y  esclavizada  por 
ella.  Siempre  que  esto  se  hace,  se  ataca  el  de- 
recho del  hombre  y  la  dignidad  humana,  que 
no  consiente  que  el  ser  inteligente  y  libre,  en 
vez  de  servirse  de  las  cosas  como  de  un  ins- 
trumento, se  sienta  amarrado  por  ellas  como 
por  una  cadena. 

Dirás  que  la  riqueza  de  una  persona  influ- 
ye mucho  en  el  aprecio  que  de  ella  se  hace: 
así  es  ciertamente,  pero  este  hecho  es  error 
de  la  opinión  y  no  injusticia  de  la  ley,  que  no 
debe  arreglar  ninguna  jerarquía  social  por  la 
cantidad  de  bienes  que  poseen.  Cuando  éstos 
se  exijan  para  alguna  función,  ha  de  ser  por- 
que puedan  servir  de  garantía  á  alguna  res- 
ponsabilidad, ó  de  racional  indicio  de  alguna 
cualidad  moral  ó  intelectual  apropiada  al  ob- 
jeto que  se  busca. 

y  racionales.  El  hombre,  ser  racional,  ha  de 
manifestar  esta  esencial  cualidad  en  todo:  co- 
mo padre,  como  esposo,  como  hijo,  como  tra- 
bajador, como  ciudadano,  como  propietario; 
siempre.  Todos  sus  derechos,  todas  sus  garan- 
tías se  le  conceden  com.o  á  racional;  desde  el 


CARTAS   Á   ÜX   OBRERO  353 


momento  que  deja  de  serlo,  se  le  retiran  ó  dis- 
minuyen en  la  medida  de  su  sinrazón.  Si  al 
propietario  de  una  cantidad  de  trigo  le  ocurre 
arrojarla  al  mar,  como  no  tiene  para  esto  ra- 
zón, no  tiene  derecho,  y  la  sociedad  puede  y 
debe  impedirle  semejante  locura.  Si  al  propie- 
tario de  un  monte  le  ocurre  ponerle  fuego, 
como  no  sólo,  insensato,  destruye  el  valor  que 
representa,  sino  que,  culpable,  pone  en  peli- 
gro de  ser  consumidas  por  las  llamas  las  pro- 
piedades colindantes  y  tal  vez  las  personas  que 
en  ellas  habitan,  hay  derecho  para  tratarle  co- 
mo criminal. 

De  lo  dicho  resulta  que  la  propiedad  no  es 
un  hecho  arbitrario,  caprichoso,  violento,  y 
como  si  dijéramos,  bruto,  sino  una  necesidad, 
á  la  cual  se  prevee  por  medios  equitativos  y 
con  objetos  racionales.  Necesaria  y  justa  en 
su  principio,  libre  en  sus  movimientos,  razo- 
nable en  sus  fines,  la  propiedad  es  el  hombre, 
que  no  puede  existir  sin  ella. 

Comprendiendo  el  origen  de  la  propiedad  y 
su  esencia,  fácil  es  comprender  su  derecho, 
que  no  es  más  que  la  sanción  legal  del  poder 
justo  del  hombre  sobre  las  cosas.  Sin  ley  que 
la  determine  y  la  ampare,  es  la  propiedad  un 
derecho  fundado  en  razón  y  en  justicia;  lo 
mío  y  lo  tuyo  existen  desde  que  existe  el  hom- 
bre que  distingue  su  persona  de  la  de  otro,  y 
dice:  Yo  y  Tú;  mas  para  que  esta  distinción 
sea  respetada,  es  preciso  que  se  convierta  en 
ley,  es  decir,  en  una  regla  general  obligatoria, 
tenida  por  justa,  que  se  impone  con  la  volnn- 


354         OÜRAS    DE    DOÑA    CONCKPCXÓN    ARENAL 


iad  y  la  fuerza  de  todos  para  amparar  la  justi- 
cia de  cada  uno. 

Ahora,  Juan,  aunque  estamos  lejos,  me  pa- 
rece oírte  decir:  «Pues  ¿cómo  siendo  la  propie- 
dad una  cosa  tan  buena  y  tan  santa,  hay  tantos 
males  y  tanta  perversión  en  las  sociedades  que 
la  toman  como  base  de  su  constitución  econó- 
mica?» El  argumento  es  natural,  y  la  queja 
parece  una  razón;  pero  nota,  amigo  mío,  que 
las  ideas,  al  encarnar,  al  pasar  de  la  región 
del  pensamiento  á  la  de  los  hechos,  pierden  á 
veces  su  diáfana  pureza,  y  se  obscurecen  y  se 
manchan,  y  se  desfiguran  como  fuente  crista- 
lina que  corre  por  tierra  fangosa.  ¿Compren- 
des la  sublimidad  de  la  ciencia,  viendo  al 
hombre  vulgar  que  la  cultiva?  ¿Comprendes 
la  santidad,  de  la  justicia,  viendo  al  juez  que 
no  sabe  ó  no  quiere  aplicarla?  ¿Comprendes  la 
divinidad  de  la  religión,  viendo  al  creyente 
que,  invocándola,  infringe  sus  preceptos?  No, 
seguramente,  como  no  comprendes  la  alta  mi- 
sión de  la  propiedad  viendo  al  propietario  in- 
digno. En  presencia  de  tantos  dolores  é  ini- 
quidades, dirás:  Hé  aquí  ¡a  obra  de  la  reli- 
gión, de  la  propiedad,  de  la  ciencia  y  de  la 
justicia;  y  yo  te  responderé:  He  aquí  la  obra 

DHL    HOMBRE. 

Pero  las  ideas,  replicarás,  no  pueden  reali- 
zarse sino  por  los  hombres,  ni  la  propiedad 
existir  sin  el  propietario:  ciertamente,  y  por 
eso,  sólo  modificándole  y  moralizándole  á  él, 
puede  aparecer  ella  con  la  pureza  de  su  jus- 
ticia. El  propietario  no  puede  ser  perfecto  por- 


CARTAS  A  UN   OBRERO  355 


que  es  hombre,  pero  puede  acercarse  mucho 
á  la  perfección,  y  cuanto  más  se  acerque,  más 
aumentarán  las  ventajas  y  disminuirán  los  in- 
convenientes de  la  propiedad.  Estos  inconve- 
nientes no  le  vienen,  como  te  he  dicho,  de 
que  haya  nada  malo  en  su  esencia;  es  en  prin- 
cipio absolutamente  buena,  como  la  belleza,  la 
fuerza,  la  inteligencia,  la  libertad;  pero  como 
de  ellas,  se  abusa.  No  vayas  á  reptir  eso  que 
se  dice  con  frecuencia  de  cosas  que  son  bue- 
nas en  teoría  y  malas  en  la  práctica;  lo  que  es 
bueno  teóricamente  es  esencialmente  bueno, 
y  llegará  á  serlo  practicado,  cuando  el  error  ó 
la  maldad  que  sirven  de  obstáculo  á  su  reali- 
zación desaparezcan.  Mejoremos  á  los  hom- 
bres, ilustrémoslos,  y  veremos  indefectible- 
mente las  buenas  prácticas  de  las  buenas  teo- 
rías. 

Que  por  lo  tocante  á  la  materia  que  nos  ocu- 
pa puede  haber  progreso,  y  que  el  hombre 
puede  acercarse  y  se  acerca  á  la  perfección, 
cosa  es  que  se  demuestra  por  la  experiencia 
de  los  individuos  y  por  la  historia  de  las  na- 
ciones. Hoy,  más  respetada  la  propiedad  en  lo 
que  tiene  de  justa,  se  halla  más  limitada  que 
en  la  antigüedad  y  en  la  Edad  Media,  en  lo 
que  pueda  tener  de  abusiva.  El  propietario  de 
la  tierra  no  es  ya  señor  de  los  que  la  cultivan, 
no  es  su  legislador,  ni  su  juez,  ni  tiene  dere- 
chos cuyo  recuerdo  ruboriza.  El  hombre  no 
puede  ser  ya  propiedad  de  otro  hombre;  y 
aunque  para  vergüenza  y  dolor  de  España  to- 
davía haya  esclavos  en  sus  dominios,   es  un 


356         OBRAS    L)K    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


hecho  cuyo  derecho  no  se  defiende;  una  con- 
cesión á  las  circunstancias;  un  aplazamiento 
de  la  justicia,  que  no  se  niega.  La  propiedad 
es  respetada  siempre  en  su  esencia,  pero  se  la 
obliga  á  variar  de  forma  cuando  en  la  que  tie- 
ne sirve  de  obstáculo  al  bien  general:  una 
obra  de  utilidad  pública  no  se  detiene  por- 
que un  propietario  no  quiera  ceder  el  terre- 
no indispensable  para  realizarla;  la  ley  no  le 
despoja,  pero  le  expropia. 

Estos  tres  ejemplos  y  otros  que  podría  ci- 
tarte, ponen  de  manifiesto  que,  moralizándose 
los  hombres,  la  idea  de  la  propiedad  se  eleva, 
acercándose  más  y  más  á  su  pureza  esencial. 

Si  observas  á  los  propietarios,  notas  que 
unos  convierten  su  propiedad  en  daño,  y  otros 
en  beneficio  de  sus  semejantes;  que  aquí  es  el 
fruto  del  fraude  ó  de  la  violencia,  y  allá-  de  la 
inteligencia  y  del  trabajo;  que  ya  sirve  de  al- 
to ejemplo,  ya  de  irritante  escándalo;  pero  no 
hay  duda  que  existen  muchos  propietarios  in- 
tachables por  el  modo  de  adquirir  sus  bienes, 
y  que  los  usan  con  moralidad;  y  no  hay  duda 
tampoco  que  este  número  puede  acrecentar- 
se disminuyendo  cada  vez  más  la  voluntad  y 
el  poder  de  juntar  riquezas  por  malos  medios 
y  dirigirlas  á  malos  fines. 

La  voluntad  y  el  poder,  hemos  dicho,  de 
modo  que  la  propiedad  ha  de  purificarse  con 
las  buenas  costumbres  y  las  buenas  leyes;  pe- 
ro cuenta  que  éstas  poco  ó  nada  pueden  en  el 
modo  de  emplear  los  bienes,  cosa  importantí- 
sima, v  que  aun  para  la  manera  de  adquirirlos 


CAKXAS   A    UN    OBRERO  357 


son  impotentes  cuando  las  costumbres  sancio- 
nan ó  toleran  la  inmoralidad  y  el  fraude.  Yo 
no  soy  de  los  que  creen  que  las  cosas  van 
bien,  al  menos  todo  lo  bien  posible,  y  que  na- 
da puede  ni  debe  hacerse  para  que  vayan  me- 
joi;  pero  veo  claro,  muy  claro,  que  todas  las 
leyes,  y  todos  los  motines  y  todas  las  revolu- 
ciones, no  podrán  hacer  que  la  propiedad  sea 
honrada  cuando  no  es  honrado  el  hombre. 
Fétido  es  el  lodazal  de  tantos  malos  medios 
de  adquirir  y  de  tantos  modos  escandalosos  de 
gastar;  pero  cuando  se  toleran  y  se  aplauden, 
señal  es  que  estamos  lejos  de  una  equitati- 
va distribución  de  la  riqueza.  Hacer  que  va- 
ríe de  manos,  no  de  vicios,  es  todo  lo  que 
pueden  alcanzar  los  actos  violentos;  para  mo- 
ralizarla se  necesitan,  como  te  he  dicho,  bue- 
nas leyes,   y  sobre  todo  buenas  costumbres. 

Se  acusa  principalmente  á  la  propiedad: 

I.**  En  el  modo  de  adquirirse. 

2.°  En  el  modo  de  distribuirse. 

3.°  En  el  modo  de  gastarse. 

No  podemos  tratar  ni  aun  brevemente  estos 
tres  puntos  en  esta  carta,  y  los  dejaremos  para 
otra. 


sJk9  e^*:  5  ^'ks  aAs  ^K-3  e/Á^  o- *o  eAVs  a/fr^  a/*.9  ey^  e*-3  e/AVa 
iM3  cf-j  eX»  a^  cJJj  eJ^i   iMs   íAs  e^  e*3  e-'JXa  e*a  e^ 


CARTA  TRKÍÉSIMA 


Continuación  de  la  anterior.-Donación.- Herencia.— 
Modo  de  adquirir  la  propiedad  y  de  g-astarla. 

Apreciable  Juan:  Continuando  el  asunto  de 
las  dos  cartas  anteriores,  trataremos  del  modo 
de  adquirir  y  distribuir  la  propiedad. 

El  bello  ideal  sería  que  la  propiedad  fuera 
siempre  producto  del  trabajo  honrado;  mas 
para  no  correr  tras  lo  imposible,  malgastando 
fuerzas  que  hacen  falta  para  alcanzar  lo  hace- 
dero, fijémonos  bien  en  tres  cosas: 

i.^  Que  el  progreso  en  todo  es  lento. 

2.^  Que  cuando  el  nivel  moral  es  bajo,  la 
adquisición  de  la  riqueza  no  puede  ser  equita- 
tiva. 

T,.^  Qué  cosa  es  trabajo. 

Progriíso  IvEnto.-  -No  es  posible  que  se 
pase  de  repente  de  tener  el  trabajo,  sobre  todo 
el  manual,  por  una  especie  de  ignominia,  co- 
mo lo  era  en  tiempos  no  muy  remotos,  ó  que 
sea  ignominiosa  la  ociosidad,  como  debería 
serlo,  y  como  lo  será  algún  día;  necesitan  mu- 
chos años  los  hombres  para  variar  de  modo 
de  pensar,  sin  lo  cual  no  es  posible  que  cam- 


^6o         (3BKAS    DE    DOiÑA    CONCEPCIÓN    AKENAI. 


bien  de  modo  de  vivir.  Aunque  en  todo  sea 
preciso  dar  tiempo  al  tiempo,  en  poco  se  ha 
andado  mucho  por  este  camino.  No  existen 
ya  las  falanges  de  ociosos  que  hace  cincuenta 
años  se  ocupaban  solamente  en  consumir  sus 
rentas.  Es  hoy  cosa  muy  rara  que  el  hom- 
bre más  acaudalado  permita  que  sus  hijos  es- 
tén completamente  ociosos,  y  no  los  haga  tra- 
bajar algo  estudiando  alguna  cosa.  Ya  empie- 
za á  ser  mal  visto  y  poco  apreciado  el  rico  que 
no  sigue  ninguna  carrera  ó  de  otro  modo  se 
ilustra,  es  decir,  que  no  trabaja  nada.  Este 
cambio  en  la  opinión  y  en  las  costumbres  lo 
hemos  visto  verificarse  en  pocos  años,  y  tam- 
bién desaparecer  ó  disminuir  el  desprecio  con 
que  se  miraban  ciertas  ocupaciones.  El  núme- 
ro de  los  ociosos  decrece  rápidamente:  es  una 
verdad  consoladora;  pero  no  puede  intentarse 
que  desaparezcan  en  un  momento,  ya  porque  las 
sociedades  no  cambian  sus  costumbres  como 
las  decoraciones  los  teatros,  ya  porque  es  di- 
fícil que  la  santa  ley  del  trabajo  no  tenga  nin- 
gún infractor. 

Vago,  ante  la  ley  moral,  es  todo  el  que, 
pudiendo,  no  trabaja.  Yo  pregunto  á  los  ri- 
cos: ¿No  hay  más  vagos  que  los  ociosos  sin 
modo  de  vivir  conocido?  Yo  pregunto  á  los 
pobres:  ¿No  hay  más  vagos  que  los  señores 
que  no  trabajan?  ¿No  infringen  la  ley  moral, 
lo  mismo  el  ocioso  acaudalado,  que  el  mendi- 
go que,  pudiendo  trabajar,  le  pide  limosna? 
La  inmoralidad  de  la  holganza  no  es  exclusi- 
va de  ninguna  clase;  todas  tienen  en  su  seno 


CARTAS   Á    UN    OBRERO  36 1 


individuos  que  las  honran  poco,  consumiendo 
sin  producir,  y  el  holgazán  que  va  en  coche 
es  más  visible,  pero  no  siempre  es  más  cul- 
pable, que  el  que  implora  la  caridad  pública. 

La  opinión  debe  retirar  su  aprecio  á  todo  el 
que,  grande  ó  pequeño,  rico  ó  pobre,  no  tra- 
baje, y  las  leyes  deben  perseguir  la  ociosidad 
indirectamente,  que  es  como  pueden  perse- 
guirla por  regla  general,  al  menos  por  ahora. 

MoRAijDAD. — Desterrada  la  ociosidad,  ó  re- 
ducida al  mínimum  posible,  se  habrá  hecho 
mucho  para  que  la  propiedad  sea  siempre  de 
honrado  origen;  pero  falta  aún  mucho  que 
hacer.  Hombres  trabajadores  hay  que  unen  su 
actividad  á  su  malicia  para  enriquecerse  por 
malos  medios.  Las  leyes  deben  castigarlos,  y 
los  castigan  alguna  vez;  pero  ¡  cuántas  son 
impotentes,  y  cómo  se  convierten  en  cómpli- 
ces los  que  debían  servir  de  obstáculo  al  de- 
lito !  Esta  complicidad  moral  ó  material  que 
necesita  el  que  quiere  enriquecerse  sin  reparar 
en  el  cómo,  la  haila  en  todas  las  clases:  arriba, 
en  medio  y  abajo.  Si  vamos  siguiendo  una  á 
una  las  especulaciones  poco  honradas  del  rico 
sin  conciencia,  veremos  que  ninguna  hubiera 
sido  posible  á  no  hallar  muy  á  la  mano  cóm- 
plices de  su  maldad.  A  veces,  para  detener  en 
su  camino  un  gran  negocio  fraudulento,  bas- 
taría que  hallase  en  él  un  solo  hombre  de  mo- 
ralidad; y  el  mal  es  tan  grave,  que  este  hom- 
bre no  se  halla.  Las  riquezas  mal  adquiridas; 
que  insultan  la  pública  miseria,  hijas  son  de 
la  pública  corrupción;  y  es  absurdo  concluir 


302         ORRAS    DE    DOXA    CONCIÍPCIÓN    AKEXAL 


que  la  propiedad  es  mala  porque  el  robo"  es 
fácil.  El  modo  criminal  de  adquirir  la  propie- 
dad, que  es  un  ataque  á  la  propiedad,  ¿cómo 
puede  convertirse  en  argumento  contra  ella? 
Las  maldades  de  los  hombres  no  cambian  la 
esencia  de  las  cosas,  y  porque  por  culpa  de 
todos,  absolutamente  de  todos,  sea  posible  ó 
sea  fácil  adquirir  por  malos  medios  la  propie- 
dad, no  dejará  de  ser  justa  en  principio  y  ne- 
cesaria en  la  práctica.  Si  los  muchos  fueran 
lo  que  debían  ser,  no  serían  lo  que  son  los 
pocos  que  contra  justicia  se  enriquecen. 

Qué  COSA  ES  TRABAJO. — Para  no  calificar 
sin  razón  á  nadie  de  ocioso,  es  preciso  que  re- 
cuerdes la  definición  que  te  he  dado  del  tra- 
bajo, y  no  pienses  que  merece  este  nombre 
sólo  el  material.  El  hombre  de  ciencia,  el  ar- 
tista y  el  poeta,  trabajan  tanto,  trabajan  más 
que  el  que  se  dedica  á  una  faena  puramente 
mecánica.  La  ciencia  y  el  arte  tienen  una  alta 
misión  que  llenar,  y  la  sociedad  que  quisiera 
vivir  sólo  de  pan,  se  rebajaría  tanto,  que  en 
breve  ni  aun  tendría  pan  con  qué  vivir.  El 
sabio,  el  artista  y  el  poeta  tal  vez  viven  en 
aparente  ociosidad,  cuando  su  trabajo  fecun- 
do ilustra  y  eleva  á  los  hombres.  A  la  inteli- 
gencia, al  arte,  á  la  poesía,  no  se  puede  seña- 
lar tarea;  trabaja  como  puede,  cuando  puede, 
lo  que  puede,  y  no  hay  que  confundir  esta 
libertad  necesaria  con  la  holganza.  Visitaba 
un  sujeto  una  fábrica  montada  muy  en  gran- 
de, y  tomaba  nota  de  los  sueldos  de  los  ope- 
rarios. Uno,  que  lo  tenía  muy  crecido,  llegó 


CARTAS    V   UN   OHRERíJ 


á  chocarle  porque  le  veía  constantemente  en 
la  inacción,  y,  señalándole,  preguntó  al  direc- 
tor del  establecimiento:  ((Qué  hace  aquel  hom- 
bre?)) ((Le  tenemos  para  discurrir)),  le  contes- 
tó. La  respuesta  pareció  extraña  al  visitante; 
pero  cesó  su  extrañeza  cuando  supo  que  el 
aparente  ocioso  se  ocupaba  constantemente  en 
buscar  medios  de  perfeccionar  aquella  indus- 
tria, que  sin  él  hubiera  permanecido  estacio- 
naria. Si  aun  para  los  casos  materiales  es  in- 
dispensable el  trabajo  del  espíritu,  ¡  cuánto 
más  intenso  no  será  en  aquellas  obras  que 
ilustran  la  inteligencia  ó  elevan  el  alma  !  No 
mires,  Juan,  con  prevención,  ni  tengas  por 
ociosos  estos  operarios  del  arte  y  de  la  cien- 
cia: de  ellos  han  salido  tus  mejores  amigos, 
tus  redentores,  los  mártires  de  tu  razón  y  de 
tu  justicia.  ¡  Desdichado  el  pueblo  que  tenga 
por  inútiles  la  belleza  y  la  verdad  ! 

Hay  otra  especie  de  trabajadores  más  ele- 
vados todavía,  y  son  los  que  se  dedican  á 
consolar  á  los  afligidos  y  á  amparar  á  los  ne- 
cesitados. Aquel  hombre  parece  que  no  tiene 
oficio  ni  profesión.  ¿Será  un  holgazán?  En- 
tremos en  su  despacho.  Sobre  su  mesa  hay 
una  larga  lista,  muy  larga,  de  familias  pobres 
á  quienes  socorre;  la  examina,  hace  apuntes, 
abre  su  gaveta,  saca  algunas  monedas  y  algu- 
nos cartoncitos,  toma  su  sombrero,  y  va  y 
viene  por  las  calles  más  extraviadas,  y  sube  á 
buhardillas  y  baja  á  sótanos,  llevando  á  los 
desdichados  auxilio  y  consuelo.  Otro  emplea 
una  gran  parte  de  su  tiempo  en  un  estable- 


364         OBRAS    DE    DOÑA    CONCliPCIÓN    ARENAL 


cimiento  benéfico,  etc.,  etc.  Estos  hombres  y 
otros  cuya  ocupación  es  análoga,  y  que  la  pa- 
sión ó  la  ligereza  pueden  calificar  de  ociosos, 
son  buenos,  benditos  trabajadores. 

Es  trabajador  todo  el  que  se  ocupa  en  algu- 
na cosa  útil.  Es  útil  todo  lo  que  directa  ó  in- 
directamente puede  contribuir  al  bien  del 
hombre,  entendiendo  por  bien  lo  que  mejora 
su  situación  material,  ilustra  su  entendimien- 
to, eleva  su  espíritu,  purifica  su  sentimiento 
y  consuela  su  dolor. 

Debo  advertirte  que  todo  trabajo,  para  ser 
digno  y  moralizador,  debe  ser  libre:  el  hom- 
bre no  ha  de  acabar  su  tarea  como  mulo  que 
da  vuelta  á  una  noria,  ni  como  esclavo  que 
se  mueve  bajo  el  látigo;  y  esta  necesidad  de 
libertad  en  el  trabajo  es  tanto  mayor,  cuanto 
la  obra  es  menos  mecánica.  Hay,  pues,  que 
dejar  al  obrero  intelectual  ociosidad  aparente, 
á  veces  ociosidad  real,  que  no  es  más  que  des- 
canso necesario  y  movimientos  excéntricos  y 
extravagantes  para  el  que  no  está  identificado 
con  su  idea.  Hechas  estas  distinciones,  que 
son  de  justicia,  disminuye  mucho  el  número 
de  los  que  tienes  propensión  á  calificar  de 
ociosos. 

Habiéndonos  fijado  en  qué  cosa  es  trabajo; 
en  que  no  es  posible  que  instantáneamente 
pase  de  ser  ignominioso  á  ser  una  condición 
de  honra  y  á  que  nadie  se  sustraiga  á  su  le}"; 
habiendo  visto  cómo  la  desmoralización  influ- 
ye para  juntar  riquezas  por  modos  reproba- 
dos, ya  podemos  comprender  que  los  medios 


CARTAS   Á   UN    OBRIÍRO  365 


de  adquirir  la  propiedad  han  de  ser  buenos 
cuando  lo  sean  las  costumbres,  y  malos  á  me- 
dida que  éstas  se  depraven.  Pasemos  ahora 
de  la  manera  de  adquirir  la  propiedad  á  su 
distribución. 

Ya  hemos  visto,  tratando  de  la  igualdad, 
que  no  es  posible  ni  justa  la  de  bienes,  y 
hasta  la  saciedad  se  ha  repetido,  que  si  el 
lunes  se  distribuyera  la  riqueza  social  por 
iguales  partes,  al  domingo  siguiente  habría  ya 
un  gran  desnivel  de  fortunas,  porque  habría 
sufrido  una  disminución  la  del  que  pasó  la 
semana  en  la  taberna,  y  un  avnnento  la  del 
que  trabajó  con  ahinco . 

Pero  si  hay  una  desigualdad  de  fortunas 
necesaria  y  justa,  hay  otra  injusta  y  perjudi- 
cial, y  que  la  opinión  y  las  leyes  deben  pro- 
curar disminuir,  üe  esta  desigualdad  poco 
equitativa  se  acusa  principalmente: 

A  la  donación. 

A  la  herencia. 

A  la  escasa  retribución  del  trabajo. 

El  derecho  de  dar,  es  en  justicia  insepara- 
ble del  derecho  de  tener:  si  no  puedes  dispo- 
ner libremente  de  una  cosa,  no  puedes  decir 
que  es  tuya.  La  cosa,  ya  lo  hemos  visto,  ha 
de  estar  subordinada  á  la  persona,  y  seguir  el 
impulso  de  su  voluntad.  Lo»  que  se  necesita 
es  que  esta  voluntad  sea  recta,  para  que  la 
razón  y  la  justicia  presidan  al  modo  de  dar, 
como  al  modo  de  adquirir  y  de  gastar. 

Cuando  un  padre  de  familia  la  desatiende 
para  enriquecer  á  una  manceba,   si  el  hecho 


366  OUKAS    DE    DOÑA    COXCEl'CIÓX    AKKN AI, 


puede  probarse,  la  ley  debe  intervenir  para 
que  la  donación  sea  nula:  no  hay  destrucción 
de  valor  como  en  el  caso  que  suponíamos  de 
arrojar  el  trigo  al  agua,  mas  hay  lo  que  es 
todavía  peor,  escarnio  de  los  buenos  senti- 
mientos é  infracción  de  las  leyes  más  santas. 
Estas  infracciones  no  son  muy  raras  por  des- 
gracia, pero  son  difíciles,  si  no  imposibles  de 
probar;  la  ley  es  impotente  para  evitarlas,  y 
la  facultad  de  dar,  inseparable  en  justicia  de 
la  de  poseer,  tendrá  todos  los  inconvenientes 
que  tiene  en  todas  las  esferas  la  libertad,  que 
por  falta  de  moralidad  se  convierte  en  licen- 
cia. Así,  pues,  para  que  la  riqueza  no  vaya 
por  donación  á  donde  no  debe  ir,  no  hay  más 
medio  que  el  de  que  el  donante  sea  lo  que 
debe  ser. 

Las  leyes  sobre  herencia  creo  que  deberían 
y  podrían  modificarse,  de  modo  que,  sin  su- 
primirla, sufriera  una  limitación  encaminada 
á  procurar  que  no  se  acumulen  riquezas  que 
no  son  producto  del  trabajo  del  que  las  po- 
see, ni  de  la  voluntad  del  que  anteriormente 
las  poseía. 

La  facultad  de  testar  no  es  más  que  una  for- 
ma de  la  facultad  de  dar,  de  manera  que  el 
propietario  de  una  cosa  puede  legarla  á  quien 
le  parezca,  como  podría  regalársela  á  quien 
quisiera.  Pero  esta  libertad,  como  todas,  ha 
de  estar  dentro  de  la  ley  moral,  porque  si  un 
hombre  deja  hijos  de  menor  edad  ó  imposi- 
bilitados de  ganarse  el  sustento,  é  hijas  solte- 
ras que  no  pueden  proveer  á  su  subsistencia, 


CARTAS   Á   UN    OBKERO  367 


Ó  mujer  pobre,  no  tiene  derecho  á  sumirlos 
en  la  miseria,  aunque  sea  relativa,  para  enri- 
quecer á  un  extraño. 

La  herencia  de  padres  á  hijos  no  es  una  ins- 
titución caprichosa  de  los  hombres,  sino  una 
cosa  natural  y  justa:  si  las  leyes  la  prohibie- 
ran, contra  ellas  subsistiría.  Si  lo  que  tienes 
no  pudieras  dejarlo  á  tus  hijos,  harías  de  mo- 
do que  no  apareciera  á  tu  muerte,  y  fraudu- 
lentamente les  sería  dado.  Si  eran  tierras,  ó 
casas,  ó  establecimientos  industriales,  los  ven- 
derías para  reducir  su  valor  á  forma  en  que 
pudiera  sustraerse  á  la  acción  de  la  ley,  ó 
harías  cesión  de  tus  fincas  á  una  persona  de 
tu  confianza,  para  que  á  tu  muerte  las  cedie- 
ra ó  asimilara  una  venta  que  las  pusiese  en 
manos  de  los  queridos  de  tu  corazón.  Algo  de 
esto  ha  sucedido  ya:  cuando  una  ley  prohibió 
heredar  á  las  hijas,  aunque  no  hubiera  varón,  el 
padre  no  podía  consentir  que  sus  bienes  fueran 
á  una  persona  extraña,  quedando  en  la  pobre- 
za la  que  le  era  más  querida,  y  la  ley  se  burlaba. 

vSi  no  pueden  cumplirse  las  leyes  contra  la 
opinión,  ¿cómo  se  cumplirán  las  que  son  con- 
tra la  naturaleza?  El  mal  más  ostensible  é  in- 
mediato de  la  ley  que  negase  la  facultad  de 
testar,  sería  el  afán  general  de  reducir  los  bie- 
nes á  valores  de  esos  que  pueden  ocultarse,  á 
dinero  y  papel  al  portador,  etc.;  nadie  que- 
rría tener  tierra,  ni  fábrica,  ni  buque,  que  á 
su  muerte  pasara  á  manos  extrañas,  y  la  de- 
cadencia de  la  agricultura,  de  la  industria  y 
del  comercio  sería  general  é  instantánea. 


368    OBRAS  DE  DOÑA  COXCKPCIÓN  ARENAL 


Que  los  hijos  son  los  herederos  naturxhs 
de  los  padres,  cosa  es,  no  sólo  que  se  siente, 
sino  que  se  razona.  No  hay  posibilidad  mato 
rial,  ya  lo  hemos  visto,  pero  además  no  hay 
justicia  en  impedir  que  un  hombre  deje  á  ^^n 
hijo  lo  que  puede  dar  á  un  extraño;  es  no  sólo 
su  derecho,  sino  también  su  deber  en  muchos 
casos. 

Cada  cual  cría  y  educa  á  sus  hijos  con  las 
necesidades  y  las  ideas  de  la  posición  social 
que  ocupa;  la  habitación,  el  vestido,  el  ali- 
mento y  las  ideas  del  hijo  del  que  gana  20.000 
reales  al  año,  son  muy  diferentes  de  las  -me 
tiene  aq\iel  cuyo  padre  gana  2.000.  Sería, 
pues,  cruel  é  injusto  que  los  padres  no  die- 
sen á  sus  hijos  una  educación  en  armonía  con 
las  ideas  y  necesidades,  y  hasta  con  los  senti- 
mientos de  su  posición,  porque  claro  está  que 
ei  hijo  ha  disfrutado  durante  su  infancia  y  su 
juventud  de  la  misma  comodidad  del  padre. 
Puede  decirse  que  le  hereda  en  vida  por  valor 
de  toda  la  cantidad  que  su  educación  exige, 
y  esta  herencia  es  de  rigurosa,  de  rigurosísi- 
ma justicia.  Si  el  hijo,  por  falta  de  salud,  por 
falta  de  inteligencia,  ó  por  dedicarse  á  esos 
trabajos  que,  aunque  muy  iitiles,  están  mal 
remunerados,  no  puede  ganar  para  cubrir  sus 
necesidades,  no  sólo  las  naturales,  sino  las 
que  le  creó  la  posición  de  su  padre,  deber 
es  de  éste  dejarle  sus  bienes  y  evitar  el  pe- 
ligro y  la  desgracia  de  los  grandes  cambios 
de  fortuna.  Digo  peligro,  porque  es  muy  gran- 
de el  que  corre  l,a  moralidad  en  los  cambios 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  369 


bruscos  de  posición,  y  cuando  la  educación 
no  está  en  armonía  con  los  medios  pecu- 
niarios, lo  mismo  el  que  tiene  ideas  y  ne- 
cesidades de  una  situación  desahogada  y 
se  ve  reducido  á  la  pobreza,  que  el  que 
como  pobre  vivió  y  se  educó  y  de  re- 
pente se  encuentra  rico,  corren  peligro  de 
degradarse.  Estos  cambios  se  deben  evitar 
cuanto  sea  posible,  y  la  sociedad  en  que 
son  frecuentes,  tiene  un  gran  elemento  de 
inmoralidad  y  perturbación. 

Que  hereden  á  los  hijos  los  padres  es  en 
muchos  casos  de  evidente  justicia,  y  en  todos 
natural  consecuencia  de  los  afectos  más  pu- 
ros y  respetables.  ¿No  sería  una  monstruosi- 
dad que  pasaran  á  un  extraño  los  bienes  del 
que  muere  sin  hijos  y  deja  á  sus  ancianos  pa- 
dres en  la  pobreza,  en  la  miseria,  enfermos 
tal  vez,  y  de  seguro  achacosos,  que  son  harto 
achaque  los  muchos  años?  Y  aunque  no  se 
hallen  necesitados,  ¿qué  cosa  más  natural  que 
el  que  sea  para  los  padres  una  parte  al  me- 
nos de  los  bienes  del  que  muere  sin  hijos,  y 
todos  si  el  propietario  no  dispone  otra  cosa? 
La  ley  que  debe  fortificar  los  vínculos  de  fa- 
milia y  estrechar  los  santos  lazos  de  los  afec- 
tos elevados  y  puros,  ¿ha  de  intervenir  para 
aflojarlos,  negando  el  derecho  de  heredar  á 
los  que  tenían  tanto  á  ser  queridos  del  que 
deja  la  herencia?  ¿Es,  por  ventura,  la  ley  al- 
gún avaro  sin  moralidad  y  sin  conciencia,  que 
no  ve  más  que  valores  y  necesidades  mate- 
riales? Al  dictar  sus  mandatos  á  los  hombres, 


370         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    AREN.\L 


¿ha  de  prescindir  de  sus  sentimientos?  En  ese 
grupo  de  padres,  hijos,  abuelos,  hermanos, 
que  han  puesto  en  común  sus  dolores,  sus  ale- 
grías y  sus  sacrificios;  en  que  todo  ha  sido 
común;  en  que  difícilmente  sabe  cada  uno  lo 
que  ha  dado  ni  recibido  de  otro;  á  la  muerte 
de  cualquiera  de  ellos,  ¿había  de  venir  la  ley 
á  ejercer  un  despojo,  más  aún,  un  atentado? 
No;  semejante  mandato,  injusto  é  irritante,  se- 
ría desobedecido;  la  naturaleza  no  se  deja  bur- 
lar por  leyes  insensatas  que  huellan  sus  sa- 
grados fueros.  Como  te  he  dicho,  creo  que  pue- 
de y  debe  modificarse  la  ley  sobre  herencias, 
pero  respetando  siempre  los  afectos,  los  debe- 
res y  los  derechos  de  padres,  hijos,  abuelos  y 
hermanos:  de  otro  modo  sería  desobedecida  en 
su  perjudicial  tendencia  á  rebajar  los  lazos  de 
familia,  harto  flojos,  por  culpa  y  para  desgra- 
cia de  todos. 

En  resumen:  la  donación  es  un  derecho,  con- 
secuencia del  de  propiedad;  y  la  herencia  de 
padres,  hijos,  abuelos  y  hermanos  podría  mo- 
dificarse con  ventaja;  pero  es  cosa  tan  natura] 
5'-  justa,  hay  en  su  favor  tan  altas  considera- 
ciones de  índole  tan  diversa,  que  la  ley  que  la 
anulase  sería  impracticable,  y  anulada  ella  mis- 
ma por  los  más  puros  y  arraigados  afectos  del 
corazón  humano. 

Vengamos  á  la  retribución  del  trabajo,  que 
tanto  influye  en  la  distribución  de  la  riqueza: 
poco  tengo  que  añadirte  á  lo  que  te  dije  ha- 
blando de  los  salarios.  Cuando  se  trata  de  re- 
tribuir el  trabajo,  se  piden  disposiciones  que 


CARTAS   A   UN    OBRERO  37  I 


•emanen  del  Estado,  y  se  organizan  huelgas, 
y  se  agolpan  motines,  siendo  así  que  en  esto, 
más  que  en  nada,  influyen  la  opinión,  la  in- 
moralidad y  la  ignorancia.  ¿Quién  da  gran- 
des sueldos  á  los  toreros?  Tú  y  tus  amigos, 
^no  sois  los  que  principalmente  contribuís  á 
su  prosperidad?  ¿Quién  da  grandes  ganan- 
\"ias  á  las  modistas  3^  á  los  sastres  en  boga? 
¿Quién  paga  pródigamente  á  las  bailarinas? 
¿Quién  sostiene  tantas  tabernas  y  tantas  casas 
de  juego  y  de  prostitución?  ¿Quién  deja  en 
la  pobreza,  tal  vez  en  la  miseria,  al  trabaja- 
dor honrado  y  asiduo  que,  con  la  obra  de  sus 
manos  ó  de  su  inteligencia,  no  puede  dar  pan 
á  su  familia?  La  inmoralidad  y  la  ignorancia. 
Estas  son  las  grandes  culpables,  pródigas 
■cuando  se  trata  de  pagar  al  que  satisface  sus 
-caprichos,  avaras  cuando  hay  que  remunerar 
al  que  provee  á  sus  necesidades  materiales  y 
á  las  que  debe  tener  todo  espíritu,  si  no  ha  de 
■depravarse  en  la  abyección. 

¿Por  qué  los  banqueros  y  los  hombres  lla- 
mados de  negocios  realizan  á  veces  ganancias 
tan  superiores  á  su  trabajo  y  á  su  mérito? 
Porque  hallan  corrupción  é  ignorancia  en  tor- 
no suyo;  sin  estos  poderosos  auxiliares,  se- 
guro es  que  no  medrarían  tanto.  Y  no  es 
sólo  arriba  donde  se  prospera  á  favor  de  la 
■inmoralidad  y  el  descuido,  sino  también  en 
medio   y    abajo. 

Los  que  han  explotado  las  Sociedades  de 
•crédito,  lo  han  hecho  á  favor  de  la  ignoran- 
^cia  y  de  la  incuria  de  los  asociados. 


372         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


El  dueño  de  un  café  gana  cada  día  en  la 
cerveza  que  vende,  el  ico  por  loo,  advirtien- 
do que  no  suele  poner  capital,  porque  co- 
brando al  contado,  paga  en  la  fábrica  por  pla- 
zos vencidos. 

Un  revendedor  de  billetes  de  teatro  ó  de  los 
toros,  gana  más  que  un  honrado  jornalero. 
¿Quién  tiene  la  culpa  de  estas  y  otras  muchas 
ganancias  exorbitantes,  y  todavía  de  peor  gé- 
nero? El  público  que  paga. 

Y  cuando  en  todas  las  esferas  la  opinión 
extraviada  ó  pervertida  y  el  descuido  van  re- 
tribuyendo el  trabajo  sin  equidad  ni  razón, 
¿cómo  pretender  que  la  riqueza  esté  bien  dis- 
tribuida? Fíjate  bien,  Juan,  en  el  resultado 
que  ha  de  dar  esta  infracción  general  y  con- 
tinua de  las  leyes  de  la  equidad,  y  compren- 
derás que  el  mal,  al  menos  lo  más  grave  del 
mal,  está  aquí,  y  que  no  hay  acuerdo  de  las 
Cortes,  ni  decreto  del  Gobierno,  ni  medida  re- 
volucionaria, que  puedan  hacer  que  el  traba- 
jo se  retribuya  conforme  á  razón  cuando  no  la 
tienen  los  que  le  pagan. 

Lejos  estoy  de  pensar  que  la  sociedad  remu- 
nera á  cada  uno  según  sus  merecimientos; 
pero  no  comprendo  que  este  mal  pueda  dis- 
minuir sino  á  medida  que  aumenten  la  ilustra- 
ción y  la  moralidad.  Desde  el  momento  en 
que  tú,  yo  y  todos  paguemos  las  cosas,  no 
por  el  valor  que  deben  tener,  según  el  trabajo 
y  el  mérito  que  representan,  sino  por  el  gus- 
to que  nos  dan,  establecemos  una  categoría 
de  obreros  privilegiados,   y  contribuímos  eñ- 


CARTAS   A   UN    OBRERO  373 


cazmente  á  que  la  propiedad  se  reparta  mal. 
Desde  el  momento  en  que  no  nos  negamos  á 
alternar  con  el  que  se  enriquece  por  malos 
medios;  que  no  oponemos  directa  ó  indirecta- 
mente, según  podamos,  obstáculos  á  su  injusta 
prosperidad;  que  no  somos  activos  para  im- 
pedirla; que  pensamos,  obrando  en  consecuen- 
cia, que  nada  va  con  nosotros  cuando  inme- 
diatamente no  recibimos  daño;  que  no  quere- 
mos comprometernos,  ni  arriesgar  nada,  ni  to- 
mar el  más  mínimo  trabajo  por  hacer  valer 
los  fueros  de  la  justicia,  la  iniquidad  saldrá 
muchas  veces  triunfante  en  la  distribución  de 
la  riqueza,  como  en  todo. 

Se  habla  mucho  de  la  tiranía  del  capital;  no 
te  negaré  que  en  muchos  casos  no  sea  una  ver- 
dad; pero,  como  todos  los  tiranos,  el  capital 
necesita,  para  existir,  esclavos,  es  decir,  seres 
sin  inteligencia  ni  fuerza  moral.  Si  el  capital 
saca  más  ganancia  de  la  que  debe,  es  porque 
el  trabajo  no  es  bastante  inteligente  y  bastan- 
te digno  para  hacer  que  se  dé  la  parte  que 
le  corresponde.  Puedes  verlo  palpablemente  ob- 
servando cómo  el  capital  tiene  menos  poder  de 
abusar  de  los  trabajadores,  á  medida  que  és- 
tos saben  más,  y  cómo  es  más  equitativo  cuan- 
do trata  con  el  maestro  de  obras,  con  el  in- 
geniero y  el  arquitecto,  que  en  sus  relaciones 
con  el  peón  de  albañil.  Te  dirán  que  esto  con- 
siste en  que  hay  muchos  peones  de  albañil, 
y  que  si  uno  se  niega  á  trabajar  en  malas  con- 
diciones, otro  las  aceptará;  pero  la  verdad  es 
que  esas  malas  condiciones  no  serán  acepta- 


374  OBRAS    DE    DOXA    CONCr.PCIOX    ARliNAÍ- 


das  por  ninguno,  cuando  todos  tengan  cierto- 
grado  de  ilustración  y  de  dignidad,  y  sean  ca- 
paces de  asociarse  entre  sí  ó  con  el  capital,  de 
modo  que  éste  no  les  imponga  la  ley. 

El  capital,  lo  mismo  que  el  trabajo,  quieren 
sacar  la  mayor  utilidad  posible;  ninguno  es. 
mejor  ni  peor  que  otro;  y  en  el  antagonismo 
que  entre  los  dos  se  establece,  como  en  toda 
lucha,  lleva  lo  peor  el  más  débil,  que  aquí  lo^ 
es  el  menos  inteligente. 

Se  acusa  la  tiranía  del  capital,  y  parece  pa- 
sar inadvertida  la  que  el  trabajo  ejerce  cuan- 
do puede,  A  cualquiera  parte  que  se  vuelva 
la  vista,  se  ven  trabajadores  inteligentes  ex- 
plotando á  los  que  son  rudos,  y  distribuyén- 
dose las  ganancias  en  proporción  nada  equita- 
tiva. Y  no  hay  medio  de  evitarío;  retribución. 
ma3^or  de  trabajo  supone  más  inteligencia  y 
más  moralidad  en  el  trabajador;  sin  esto  po- 
drá haber  huelga,  motín  ó  rebelión,  pero  ncv- 
habrá  aumento  permanente  de  salario. 

No  hay  más  excepción  de  esto  que  los 
obreros  i  lítele  duales,  que  suelen  ser  explota- 
dos por  los  que  saben  y  valen  menos  que  ellos; 
esto  es  efecto  de  una  situación  suya  especial, 
de  muchas  causas  que  pueden  resumirse  di- 
ciendo, que  es  un  operario  que  se  siente  irre- 
misiblemente impulsado  á  crear  un  producto 
que  no  se  aprecia,  que  no  se  aprecia  lo  bas- 
tante, ó  que  no  se  aprecia  en  el  momento;  y 
apremiándole  la  necesidad,  y  no  siéndole  posi- 
ble dedicarse  á  otro  trabajo,  vende  á  menos, 
precio  las  obras  del  suyo,  y  se  deja  explotar  Á 


CARTAS   A   UN   OBRERO  375 


sabiendas  por  quien  vale  menos  que  él.  La  ley 
parece  dura,  pero  no  lo  es  tanto  como  lo  oa- 
rece;  porque  el  obrero  intelectual,  cuando  vaie 
algo  y  á  medida  que  vale,  halla  en  su  obra, 
pueda  venderla  ó  no,  su  mayor  recompensa, 
y  aunque  pobre,  no  se  cambia  por  el  que  á  su 
costa  se  enriquece;  diríase  que  su  retribución 
es  como  el  producto  de  un  orden  más  elevado. 
Cuando  esto  se  exagera,  vive  tal  vez  en  la  mi- 
seria, y  de  ella  es  víctima  el  operario  intelec- 
tual, en  cuya  naturaleza  hay  algo  de  la  del 
mártir.  Sus  verdugos  no  lo  son  impunemente; 
la  sociedad  que  le  tortura  recibe  en  do- 
lores el  pago  de  su  injusticia.  En  este  tra- 
bajador hay  la  circunstancia  excepcional  de 
que  no  puede  redimirse  de  la  miseria  por 
su  inteligencia,  sino  que  tiene  que  ser  res- 
catado por  el  aprecio  que  de  eUa  haga  la 
multitud. 

Habiéndonos  hecho  cargo,  aunque  breve- 
mente, de  las  principales  circunstancias  que 
influyen  en  el  modo  de  adqurirse  y  distribuirse 
la  propiedad,  réstanos  decir  algo  sobre  la  ma- 
nera de  emplearla,  problema  enteramente  mo- 
ral, que  se  resolverá  para  bien  ó  para  desdi- 
cha de  un  pueblo,  según  que  sus  costumbres 
sean  puras  ó  depravadas.  Dime  cómo  una  fa- 
milia ó  un  país  (es  igual)  gasta  lo  que  tiene, 
y  yo  te  diré  lo  que  es. 

Si  impía,  nada  habrá  para  las  obras  pia- 
dosas. 

Si  vana,  subirán  mucho  los  gastos  de  osten- 
tación. 


376         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Si  glotona,  los  de  alimentos  regalados. 

Si  sucia,  será  corta  la  partida  dedicada  al 
aseo. 

Si  viciosa,  cada  vicio  figurará  en  el  presu- 
puesto por  una  cantidad  proporcionada  á  su 
preponderancia. 

vSi  descuidada,  subirá  mucho  la  reposición 
frecuente  de  aquellos  objetos  que  necesitan 
más  cuidado  para  conservarse. 

Si  ignorante  y  despreciadora  del  saber,  nada 
empleará  en  medios  de  instruirse. 

Si  dura  y  egoísta,  se  verá  que  la  desgracia 
no  tiene  ninguna  participación  en  su  fortuna. 

Aficiones,  vicios,  virtudes,  locuras,  extrava- 
gancias, egoísmo,  abnegación,  todo  se  revela 
en  los  gastos;  el  presupuesto  que  los  detalla 
retrata  moralmente  á  la  persona  ó  á  la  fami- 
lia á  que  se  refiere. 

Recíprocamente,  si  conoces  bien  á  una  per- 
sona, sabrás  cómo  gasta  su  fortuna. 

La  cuenta  de  los  gastos,  dada  con  exacti- 
tud, pocas  veces  deja  de  ser  un  acusador  ante 
el  tribunal  de  una  buena  conciencia;  pero  hay 
tan  pocas  buenas,  que  los  tenidos  por  mejo- 
res se  contentan  con  adquirir  honradamente, 
como  si  no  fuera  necesario  también  gastar  hon- 
radamente para  merecer  la  calificación  de  hom- 
bre honrado.  Cuando  la  ley  civil  no  sanciona 
como  absoluto  el  derecho  de  propiedad;  cuan- 
do le  sujeta  á  disposiciones  que  le  coartan,  la 
ley  moral,  mucho  más  severa,  mucho  más  exi- 
gente, ¿no  le  pondría  limitación  alguna?  Y  si 
la  autoridad  ó  el  juez  no  lo  impiden,  ¿cada 


CARTAS   A   UN    OBRERO  377 

cual  ha  de  poder  hacer  de  lo  suyo  lo  que 
quiera?  Bien  atrasado  está  el  mundo,  y  bien 
bajo  el  nivel  moral,  puesto  que  no  se  tienen 
por  acciones  indignas  y  altamente  culpables 
ciertos  gastos  que  prueban  el  desenfreno  del 
vicio,  del  egoísmo  ó  de  la  vanidad. 

Todas  las  clases,  en  la  medida  de  su  for- 
tuna, aprontan  su  contingente  al  vicio,  á  la 
vanidad  y  al  egoísmo;  ninguna  está  exenta  de 
culpa;  y  como  yo  quiero  demasiado  á  los  po- 
bres para  adularlos,  te  diré  que  si  gastan  me- 
nos mal,  es  más  bien  por  impotencia  que  por 
virtud.  Las  necesidades  apremiantes,  impres- 
cindibles, de  la  vida,  suelen  servirles  de  fre- 
no, pero  esto  no  sucede  siempre;  y  si  con  se- 
veridad se  juzga,  es  tan  raro  hallar  un  pobre 
como  un  rico  que  se  ajuste  en  sus  gastos  á  lo 
que  la  moral  exige.  El  despilfarro  del  po- 
bre no  es  tan  ruidoso  como  el  del  rico,  pero 
no  es  menos  culpable;  que  no  es  más  digno  de 
vituperio  el  rico  que  fuma  en  pocos  días  mu- 
chos puros,  que  el  pobre  que  gasta  un  real 
en  una  cajetilla  y  priva  de  una  libreta  á  sus 
hijos  hambrientos.  Lo  superfino,  lo  excesivo, 
lo  inmoral  de  un  gasto,  puede  ser  algunas  ve- 
ces cosa  absoluta;  pero  otras,  muchas  más,  es 
cosa  relativa,  y  tal  desembolso,  que  sin  inmo- 
ralidad puede  hacerse  en  una  posición,  es 
una  grave  falta  en  otra. 

Por  hoy,  y  hablando  contigo,  no  insistiré 
más  sobre  esto;  pero  sí  te  diré  antes  de  con- 
cluir, que  el  empleo  que  de  los  bienes  se  hace 
es  de  tal  importancia,  que  43odría  suscribirse 


378         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


á  que  se  distribiu'eran  de  cualquier  modo,  con 
tal  que  se  gastaran  bien;  y  esta  manera  de 
gastarse  está  fuera  del  alcance  de  las  leyes, 
dependiendo  completamente  de  las  costum- 
bres. ¡  La  moral,  siempre  la  moral,  lo  mismo 
para  adquirir  la  riqueza,  que  para  distribuirla 
y  gastarla! 

Propiedad  bien  adquirida,  bien  distribuida, 
bien  gastada,  significa  honradez  é  instrucción 
generalizada.  Ni  leyes  escritas,  ni  rebeliones 
armadas,  harán  que  se  nivelen  en  lo  que  es 
posible  5^  justo  las  fortunas,  donde  esté  desni- 
velada la  instrucción  y  depravadas  las  cos- 
tumbres 


4^  eio  4^  4^  4^^  ^v-^  ^"■^  •^'■'^  ^'^  ''■"■»  --.•-'  \?'  ■-."  '-1-/  "-^^'='  "v 


CARTA  TRIGÉSIMOpRi:MERA 


Del  coniiiiiisnio. 


Apreciable  Juan:  Hay  dos  métodos  para  cer- 
ciorarse de  la  certidumbre  }'  de  la  razón  de 
una  cosa:  uno  consiste  en  probar  su  verdad^ 
y  otro  en  poner  de  manifiesto  la  mentira  de 
la' contraria.  Aplicando  esto  á  la  propiedad, 
después  de  haber  procurado  convencerte  de 
que  es  necesaria,  trataré  de  persuadirte  de  que 
el  comunismo  es  imposible. 

En  la  confusión  de  palabras,  inevitable  cuan- 
do es  tanta  la  confusión  de  ideas,  habrás  oído 
llamar,  y  llamado  tal  vez,  comunismo  á  la 
repartición.  Se  ha  dicho  que  tal  ó  cual  hom- 
bre, ó  grupo  de  hombres,  es  comunista  por- 
que quiere  repartirse  los  bienes  de  tal  ó  cual 
otro,  en  lo  cual  habrá  despojo,  violencia,  ro- 
bo, apropiación  que  pasa  de  unas  manos  á 
otras,  pero  no  comunismo,  que  consiste  pre- 
cisamente en  no  repartir  las  cosas,  3'  que  todas 
sean  de  todos.  Dejemos,  pues,  sentado  que  los 
partidarios  de  la  repartición  no  son  comunis- 
tas, sino  apropiadores. 

Espero,  Juan,  convencerte  sin  grande  esfuer- 


380         OBRVS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


zo  de  que  el  comunismo  es  tanto  más  fácil 
cuanto  un  pueblo  está  más  civilizado;  que,  á 
medida  que  se  moraliza  y  se  ilustra,  la  pro- 
piedad se  arraiga,  y  que,  por  consiguiente, 
los  comunistas,  que  pretenden  pasar  por  gen- 
te avanzada,  son  verdaderos  retrógrados. 
Afianzar  la  propiedad,  extenderla,  ese  es  el 
progreso;  negarlo  es  retrogradar,  desenterran- 
do sistemas  muertos,  que  se  pretende  galva- 
nizar con  el  dolor  y  la  cólera. 

Para  proceder  con  orden,  grande  amigo  de 
la  claridad,  fíjate  bien  en  el  doble  carácter 
del  hombre,  en  que  es  productor  y  consumi- 
dor, en  que  trabaja  y  provee  á  sus  necesida- 
des y  á  sus  goces  con  el  fruto  de  su  trabajo. 
El  comunismo  tiene  que  darle  sus  leyes  en 
ambos  conceptos,  ó  no  puede  dictárselas  en 
ninguno,  como  lo  veremos  claramente.  Siga- 
mos el  orden  natural,  según  el  que  la  produc- 
ción precede  al  consumo. 

El  hombre  como  productor,  es  decir,  como 
trabajador.  ¿El  trabajo  ha  de  ser  libre,  ó  no? 
Si  lo  primero,  no  hay  comunismo.  Si  lo  se- 
gundo, no  hay  hombre;  hay  cosa,  hay  escla- 
vo. Fácil  es  poner  en  evidencia  esta  verdad. 

Quiere  establecerse  el  comunismo  respetan- 
do la  libertad  de  trabajo,  que  es  la  que  tiene 
cada  cual  de  dedicarse  á  aquella  labor  para  la 
que  tenga  mayor  disposición  y  gusto;  esta  la- 
bor necesita  un  instrumento  que  precisamen- 
te ha  de  ser  propio,  si  el  trabajo  es  libre.  Su- 
pon un  grupo  de  trabajadores,  de  los  cuales 
tino  quiere  ser  carpintero,  otro  marinero,  otro 


CARTAS  Á   UN    OBRERO  38 1 


carretero,  otro  músico,  otro  fundidor,  otro 
astrónomo,  etc.  ¿Les  ha  de  dar  el  Estado, 
respectivamente,  barco,  carro,  piano,  fábrica 
de  fundición  y  telescopio?  ¿Ha  de  dar  todos 
los  instrumentos  porque  los  pide  el  trabaja- 
dor, y  para  que  haga  de  ellos  lo  que  le  pa- 
rezca, sin  CU}' a  condición  no  será  libre  el  tra- 
bajo? Y  cuando  se  gasten,  se  pierdan  ó  se 
rompan  en  los  ensayos  desgraciados  que  tan- 
tas veces  ha  menester  el  trabajador  para  lle- 
gar á  un  resultado  feliz,  ¿el  Estado  repondrá 
estos  instrumentos?  Ya  comprendes,  Juan,  que 
es  absolutamente  imposible;  que  el  Estado  no 
puede  tener  instrumentos  que  cuesten  cien- 
tos, miles  ó  millones  de  reales,  á  disposición 
de  cada  trabajador  que  venga  á  pedirlos,  sin 
que  tenga  nada  con  qué  responder,  y  que,  en 
virtud  de  la  libertad  de  trabajo,  del  derecho 
de  dedicarse  al  que  mejor  le  parece,  exige  del 
fondo  común  una  fábrica,  un  capital  para  de- 
dicarse al  comercio  ó  seguir  una  larga  carre- 
ra, ó  un  violín.  Si  estos  instrumentos  de  traba- 
jo se  daban  á  cualquiera  que  los  pidiese,  to- 
dos pedirían  de  los  más  costosos.  ¿Quién  ha- 
bía de  contentarse  con  un  azadón  y  una  es- 
puerta, sabiendo  que  podía  obtener  cosa  de 
mucho  más  valor?  Si  se  negaban,  el  trabajo  no 
era  libre,  porque  el  operario,  ni  podía  tener 
instrumento  suyo,  ni  se  le  daba  el  que  indis- 
pensablemente había  menester. 

Para  que  el  trabajo  sea  libre,  es  condición 
esencial  tenga  instrumento  propio,  ó  le  reciba 
de  alguno  que  le  tiene  en  propiedad;  sin  esto 


382         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


lio  será  dueño  de  dedicarse  al  oficio  ó  profe- 
sión que  mejor  le  parezca  y  es  materialmente 
imposible  que  del  fondo  común  puedan  salir 
todos  los  instrumentos  que  pidan  el  capricho, 
la  vanidad,  la  locura,  el  error,  todas  las  pasio- 
nes y  todos  los  desvarios  humanos  irresponsa- 
bles; porque  para  tener  algo  con  qué  respon- 
der, es  preciso  tener  propiedad  de  alguna  cosa, 
y  entonces  no  hay  comunismo. 

La  responsabilidad  en  este  caso  no  podía  ser, 
■en  justicia,  más  que  pecuniaria,  la  cual  es  im- 
posible en  el  comunismo.  No  se  podría  llevar 
á  un  hombre  á  la  cárcel,  ni  imponerle  ninguna 
pena  corporal,  porque  hubiera  destruido,  inuti- 
lizado un  instrumento  de  trabajo,  por  costoso 
que  fuese  y  por  inhábil  que  fuera  él  para  ma- 
nejarle, porque  no  podría  probarse  que  había 
culpa  de  su  parte,  puesto  que  el  error  bast.i 
para  emprender  una  especulación  desastrosa, 
y  el  amor  propio  es  suficiente  para  persuadir  á 
los  hombres  que  son  capaces  de  hacer  lo  que 
es  superior  á  sus  facultades,  como  se  ve  todos 
los  días  en  la  ruina  de  personas  que  pierden 
su  capital  y  su  tiempo  por  haber  calculado 
mal  ó  no  conocí dose  bien. 

El  trabajador  libre  es  el  que  se  dedica  á  la 
■obra  que  le  parece  mejor,  y  ha  de  tener  ins- 
trumento apropiado  para  ella;  este  instrumen- 
to que,  con  evidencia,  el  Estado  no  puede 
darle,  ha  de  ser  suyo,  y,  pequeña  ó  grande, 
ha  de  haber  propiedad,  y  no  puede  haber  co- 
viunismo.  El  instrumento  podrá  valer  solo  al- 
gunos   reales    ó    muchos    miles    de    duros;    es 


CARTAS   Á   rx    OBRERO  3S3 


igual  para  la  demostración  del  principio  que 
exige  que  sea  propio  del  trabajador  libre. 

No  pudiendo  ser  libre  bajo  la  ley  del  co- 
munismo, el  trabajo  estará  sujeto  á  las  reglas 
que  el  Estado  le  imponga,  valiéndose  de  uno 
de  estos  tres  medios: 

Reclutar  operarios  en  el  número  que  fuera 
necesario,  haciendo  pasar  á  un  grupo  los  que 
no  quepan  en  otro. 

Elegirlos. 

Echarlos  á  la  suerte. 

Alistará  zapateros,  pintores,  panaderos  y 
astrónomos,  como  alista  soldados,  y  señalará 
á  cada  uno  su  tarea  y  su  sueldo,  y  el  traba- 
jador se  convertirá  en  un  siervo  del  Estado, 
sin  iniciativa,  sin  responsabilidad,  sin  facultad 
de  seguir  su  vocación  ni  dejar  libre  vuelo  á 
la  inspiración  de  su  ingenio.  Cuando  el  cupo 
de  mecánicos  ó  el  de  pintores  esté  lleno,  Vatt 
y  Murillo  ingresarán  en  el  grupo  de  albañi- 
les  ó  mozos  de  cuerda.  No  habrá  quien  volun- 
tariamente desempeñe  los  trabajos  más  peno- 
sos, y  se  agolparán  operarios  para  las  tareas 
que  se  reputan  más  descansadas. 

Miles,  millones  de  operarios  llegarían  á  pe- 
dir al  Estado  trabajo  que  no  fuese  manual; 
habría  médicos,  abogados,  farmacéuticos,  co- 
merciantes, etc.,  por  cientos  de  miles,  y  se 
hallaría  con  dificultad  quien  labrase  la  tierra, 
forjara  el  hierro,  ni  barriera  la  calle.  Se  dirá 
que,  por  una  parte,  el  interés  bien  entendido, 
por  otra,  las  naturales  tendencias  armónicas,  se- 
rían bastantes  para  evitar  estos  inconvenientes. 


384         OBR\S    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


Respondo  que,  sin  anatematizar  el  interés, 
y  concediéndole  su  legítima  participación  en 
las  resoluciones  humanas,  estoy  lejos  de  mi- 
rarle como  el  regulador  de  ellas;  lo  primero, 
porque  debe  subordinarse  á  la  justicia,  y  lo 
segundo,  porque  le  veo  casi  siempre  fuera  de 
la  razón.  Los  que  no  miran  más  que  su  inte- 
rés para  obrar,  obran  contra  él  por  regla  ge- 
neral; el  interés  es  bueno  como  subordinado, 
pero  malo  como  jefe,  y  de  ninguna  manera 
puede  encomendársele  la  alta  misión  de  con- 
tener en  sus  justos  límites  ningún  ímpetu  vio- 
lento, ninguna  pasión  subversiva. 

En  cuanto  á  las  naturales  tendencias  armó- 
nicas, más  confianza  merecen  que  el  interés 
para  regularizar  los  movimientos  de  la  máqui- 
na social;  pero  no  debe  exagerarse  su  poder 
hasta  declararle  omnipotente,  ni  olvidar  dos 
circunstancias.  La  primera,  que  el  armónico 
concurso  de  los  miembros  del  cuerpo  social, 
como  del  cuerpo  humano,  exige  condiciones 
apropiadas  á  su  manera  de  existencia;  inútil 
es  la  armónica  organización  de  un  pez  para 
que  viva  fuera  del  agua,  y  de  un  ave  para  que 
viva  sumergida  en  ella;  del  mismo  modo,  una 
organización  económica,  tiránica  y  absurda 
como  la  comunista,  lejos  de  poder  corregirse 
por  las  armónicas  tendencias  naturales,  las 
esterilizaría  completamente.  La  segunda  cir- 
cunstancia que  debe  tenerse  en  cuenta,  es  el 
}nomento  histórico  en  que  vivimos,  la  propen- 
sión á  dejar  los  campos  por  las  ciudades,  y 
en  estas  á  abandonar  el  trabajo  manual  por 


CAKTAS    Á    UN    OBRERO  385 


estudios  fáciles  y  carreras  que  con  desdichada 
facilidad  se  concluyen.  Las  causas  permanen- 
tes y  las  transitorias,  todo  en  el  momento  ac- 
tual contribuiría  á  romper  el  equilibrio,  una 
vez  falseada  la  le}^  económica. 

El  segundo  medio,  el  de  elegir  operarios,  es 
también  impracticable.  ¿Cómo  ha  de  saber  el 
Estado  quién  tiene  disposición  para  las  dife- 
rentes artes,  oficios  y  profesiones?  Si  un  pa- 
dre no  suele  acertar  la  carrera  que  debe  dar 
á  sus  hijos;  si  se  equivoca  con  frecuencia,  ¿no 
es  evidentemente  imposible  que  el  Estado  eli- 
ja, entre  millones  de  ciudadanos,  aquellos  que 
son  más  propios  para  cada  arte,  oficio  ó  pro- 
fesión? ¿Cómo  había  de  haber  asomo  de  equi- 
dad ni  acierto  en  semejante  elección,  ni  cómo 
pueblo  alguno  había  de  resignarse  á  las  injus- 
tas arbitrariedades  que  de  ella  resultarían? 

Dejar  á  la  suerte  la  resolución  del  proble- 
ma es  el  tercer  medio,  y  no  hay  que  encarecer 
si  es  absurdo  ó  practicable.  El  arte,  la  ciencia 
ó  el  oficio  que  exigen  más  inteligencia,  serían 
el  lote  de  hombres  nulos,  estúpidos  tal  vez, 
mientras  á  los  de  más  disposición  les  tocaría 
la  tarea  m.ás  tosca;  sobre  tal  base  es  imposi- 
ble organizar  el  trabajo. 

La  organización  del  trabajo  es  lo  que  se  pide 
mu3^  alto  por  los  reformadores  modernos,  y 
con  It)  que  se  hace  más  ruido,  siendo  así  que 
el  comunismo  es  absolutamente  impotente  pa- 
ra organizar,  no  digo  el  trabajo  de  una  nación, 
pero  ni  aun  el  taller  más  reducido.  Suprímase 
la  libertad  y  la  responsabilidad,  y  sin  ellas  no 


386         OBRAS    DE    DOÑA    COXCEPCIÓX    ARENAL 


puede  haber  organización  de  nada,  sino  haci- 
namiento de  hombres  que  trabajan  poco  y  mal, 
bajo  el  látigo  ó  el  aguijón  del  hambre. 

Suponiendo  lo  imposible,  que  el  comunismo 
organizase  el  trabajo  con  obreros  sin  respon- 
sabilidad, sin  libertad,  y  elegidos  al  capricho 
ó  al  acaso,  ¿cómo  los  retribuiría?  A  todos 
igualmente,  y  ateniéndose  al  mínimum  nece- 
sario, porque  si  daba  á  cada  trabajador  según 
su  obra,  ganando  los  que  trabajan  mucho  y 
bien  más  que  los  que  hacían  poco  y  mal,  po- 
drían economizar  y  hacerse  propietarios.  Pa- 
ra que  no  haya  propiedad,  es  preciso  que  no 
pueda  haber  economías,  que  el  obrero  gane 
lo  estrictamente  necesario  para  su  subsistencia. 

Arreglándose  la  retribución  á  un  mínimum 
indispensable,  d  trabajo  se  nivelará  al  del  ope- 
rario peor;  porque  ¿cómo  un  obrero  ha  de  es- 
forzarse en  trabajar  mucho  para  que  le  paguen 
lo  mismo  que  al  que  hace  poco?  El  trabajo 
rebajado  al  del  más  holgazán  ó  más  torpe, 
se  vería  en  una  decadencia  tan  grande,  que 
llegaría  en  breve  á  ser  infecundo,  y  la  mise- 
ria 3'-  la  vuelta  á  la  barbarie  serían  una  cosa 
tan  inevitable  como  pronta. 

Toda  buena  organización  social  ha  de  pro- 
curar que  se  eleve  cuanto  sea  posible,  en  ca- 
lidad y  cantidad,  el  nivel  del  trabajo,  ya  sea 
manual,  ya  intelectual,  de  modo  que,  procu- 
rando todos  hacer  como  los  que  mejor  hacen, 
ninguna  aptitud  se  esterilice  por  falta  de  acti- 
vidad del  que  la  tiene.  El  comunismo,  que,  sin 
suicidarse,   no  puede  retribuir   á  cada  opera- 


CARTAS   Á   UX    OBRERO  3S7 


rio  según  su  obra;  que  para  evitar  la  acumu- 
lación, ia  propiedad,  necesita  igualarlos  á  to- 
dos, para  que  ninguno  pueda  formar  capital 
con  sus  economías;  el  comunismo,  por  esta 
sola  circunstancia,  es  esencialmente  incompa- 
tible con  todo  trabajo  fecundo  y  toda  civili- 
zación adelantada. 

En  cuanto  á  talleres,  establecimientos  agrí- 
colas, industriales  y  mercantiles  del  Estado, 
tratando  del  socialsimo,  que  no  es  más  que 
un  comunismo  vergonzante,  te  indiqué  ya  la 
imposibilidad  absoluta  de  que  el  Estado  sea 
fabricante,  comerciante  y  labrador.  No  hay  pa- 
ra qué  insistir  mucho  sobre  esto;  tu  buen  sen- 
tido y  la  observación  más  superficial  de  los 
hombres  y  de  las  cosas  te  harán  comprender 
que  el  Estado  no  puede  dedicarse  á  cultivar 
patatas  y  traer  canela  de  Ceilán,  á  vender  fós- 
foros y  construir  telescopios.  El  interés  y  la 
actividad  individual,  ayudados  por  cuantos  es- 
tímulos impulsan  al  hombre  y  por  todas  sus 
facultades,  bastan  á  penas  á  sostener  una  in- 
dustria ó  un  comercio,  y  no  evitan  la  ruina 
de  un  gran  número  de  comerciantes  é  indus- 
triales. ¿Qué  sucedería  cuando  todos  estos  tra- 
bajadores fueran  empleados,  sin  inteligencia, 
sin  interés  inmediato,  sin  responsabilidad  por 
el  éxto  del  negocio,  manejando  un  capital  que 
no  era  suyo,  para  conseguir  un  resultado  be- 
neficioso que  no  había  de  ser  para  eUos?  Digo 
sin  responsabilidad,  y  te  recuerdo  que  no  pue- 
de tenerla  ningún  trabajador  comunista:  la  pe- 
cuniaria,  como  dijimos,   no  puede  imponerse 


388         OBRAS    DE    DOÑA    CONCrPCIÜX    ARENAL 


al  que  nada  posee,  y  la  personal,  ¿cómo  había 
de  exigirse  á  un  hombre  por  una  especulación 
que  había  salido  mal,  cuando  salen  mal  tantas 
sin  que  el  especulador  tenga  culpa?  A  ningu- 
no podría  castigarse,  y  si  se  castigaba,  nadie 
emprendería  nada,  exponiéndose  á  un  castigo 
y  sin  esperar  ganancia. 

Es  tarea  bien  enojosa  y  bien  desdichada  te- 
ner que  decir  estas  cosas  que  todo  el  mundo 
sabe,  que  están  repetidas  hasta  la  saciedad, 
que  alcanza  el  buen  sentido  de  la  persona 
más  vulgar,  y  cuya  verdad  evidente  niega, 
no  obstante,  toda  una  escuela  que,  convir- 
tiendo en  argumentos  el  dolor  y  la  pasión, 
saca  las  conclusiones  más  absurdas  y  las  en- 
trega como  axiomas  á  una  multitud  fanatiza- 
da y  ciega.  ¿Cómo  nadie  que  con  calma  haga 
uso  de  su  razón,  ha  de  suponer  que  el  Go- 
bierno puede  convertirse  con  buen  éxito  en 
jefe  de  taller  y  director  de  fábrica,  en  labra- 
dor y  en  comerciante?  ¿Quién  de  los  que  lo 
dicen  y  de  los  que  lo  repiten  daría  su  fortuna, 
pequeña  ó  grande,  para  establecer  una  indus- 
tria dirigida  por  el  Estado?  Seguro  es  que  na- 
die, porque  el  interés  haría  comprender  al 
menos  apto  la  inevitable  ruina  de  semejante 
especulación.  Y  esto  que  no  se  haría  con  los 
fondos  de  cada  uno,  quiere  hacerse  con  los 
fondos  de  todos,  como  si  el  egoísmo  más  cie- 
go y  brutal  que  pretende  eximir  á  los  asocia- 
dos de  la  responsabilidad  que  ha  de  caber  á 
la  sociedad,  pudiera  variar  la  esencia  de  las 
cosas,  dar  al  Estado  aptitudes  que  no  tiene,  y 


CARIAS   Á    UX    OBRERO  3S9 


liacer  que  cuando  fuera  el  único  propietario, 
su  ruina  no  fuese  la  de  la  nación  entera. 

El  pequeño  ensayo  hecho  en  París  de  taller 
nacional,  según  te  indiqué,  salió  mal,  como 
debía.  Acumulación  de  operarios,  producción 
mala  y  cara,  estancamiento  de  productos,  pér- 
dida, ruina,  imposibilidad  de  continuar,  des- 
pedida de  los  trabajadores,  conflicto  horrible: 
tal  fué  la  marcha  de  los  talleres  nacionales  es- 
tablecidos en  París,  y  tal  será  la  de  los  de 
igual  clase  donde  quiera  que  se  establezcan. 
Digo  que  el  ensayo  fué  en  pequeño,  y  así  es 
la  verdad,  porque  aunque  se  emplearon  mu- 
chos miles  de  obreros,  ¿qué  es  esto  para  la 
•organización  de  todos  los  trabajos  de  todo  vni 
país?  Si  desgraciadamente  los  hombres  volvie- 
ran á  extraviarse  por  semejante  camino,  nun- 
ca podría  el  Estado  organizar  por  su  cuenta 
el  trabajo  en  grande:  la  cosa  es  de  tal  manera 
absurda  é  imposible,  que  á  los  primeros  pa¿os 
Si  desplomaría  el  edificio  por  una  ley  menos 
visible,  pero  no  menos  cierta,  que  la  que 
atrae  los  cuerpos  graves  hacia  el  centro  de  la 
tierra. 

Vemos,  pues,  que  el  comunismo  es  incompa- 
tible con  la  libertad  de  trabajo,  porque  el 
trabajador  libre  ha  de  tener  instrumento  pro- 
pio ó  concertarse  con  alguno  que  lo  tenga 

Que  el  comunismo  no  puede  organizar  sin 
libertad  de  trabajo,  porque  no  puede  recibir 
á  los  trabajadores  en  tropel  para  que  se  de- 
dique cada  cual  á  la  labor  (lue  mejor  le  parez- 
ca, auncpie  para  ello  no  tenga  aptitud,  ni  pue- 


390        ÜDRAS    DE   DOÑA   COXCEPCIÓN   ARENAL 


de  elegirlos  ni  dejar  á  la  suerte  le  designación 
del  puesto  que  cada  uno  ha  de  ocupar. 

Que  no  dando  á  cada  operario  más  que  uu 
mínimo  indispensable,  porque  desde  el  mo- 
mento en  que  puede  haber  economías  puede 
haber  propiedad,  la  falta  de  estímulo  del  tra- 
bajador producirá  inevitablemente  la  ruina  del 
trabajo. 

Que  no  es  posible  que  el  Estado  se  haga 
jefe  de  taller,  agricultor  y  comerciante,  sin 
que  se  arruinen  la  agricultura,  la  industria  y 
el  comercio. 

Y  si  toda  esta  serie  de  problemas  insolubles 
resolviera,  y  si  venciese  todos  estos  invenci- 
bles obstáculos,  puesto  que  el  trabajo  libre 
lleva  consigo  necesariamente  la  propiedad, 
¿qué  haría  el  comunismo  del  hombre  cuando 
el  trabajador  no  fuera  libre?  Le  convertiría 
en  esclavo.  Sin  iniciativa,  sin  actividad  fe- 
cunda, sin  responsabilidad,  sin  estímulo,  sin 
libertad,  en  fin,  para  dar  á  su  actividad  la  di- 
rección que  mejor  le  parezca,  á  sus  facultades 
el  vuelo  que  puedan  tomar,  á  su  moralidad 
una  condición  esencial,  el  hombre  como  ser 
racional  desaparece  con  el  trabajador  libre;  no 
hay  persona,  queda  solamente  una  cosa  unci- 
da al  yugo  de  la  regla  inflexible.  Desde  el  mo- 
mento en  que  tu  inteligencia  y  tu  responsabi- 
lidad se  suplen  por  la  del  Estado,  y  que  tu 
libre  albedrío  se  estrella  contra  un  poder  om- 
nipotente, podrán  llamarte  con  este  ó  con  el 
otro  nombre,  pero  en  realidad  eres  un  esclavo. 
Probablemente    no    imaginas    que    cuando    al 


CARTAS   A   UX    OBRERO  3yl 


compás  de  himnos  a  la  libertad,  los  que  tú  su- 
pones sus  apóstoles  quieren  plantear  el  comu- 
nismo, de  lo  que  tratan  realmente  es  de  orga- 
nizar la  esclavitud. 

La  producción  en  común  sólo  se  concibe 
en  un  pueblo  sumamente  atrasado;  de  modo 
que  lo  que  te  dan  como  un  adelanto,  sería  un 
retroceso. 

El  salvaje  tiene  sus  pieles,  su  albergue  y  sus 
armas,  etc.;  pero  prescindamos  de  esta  pro- 
piedad y  considerémosle  explotando  el  terre- 
no común;  con  los  de  su  tribu  ó  de  su  horda, 
le  defiende  contra  los  vecinos  extraños  ó  ene- 
migos, que  todo  viene  á  ser  lo  mismo.  En 
aquel  terreno  todos  cazan  ó  pescan,  cogen  fru- 
ta, cortan  leña  y  se  construyen  un  albergue, 
ó  se  apropian  una  guarida.  El  trabajo  no  se  ha- 
ce en  común,  pero  lo  es  el  terreno,  en  el  cual 
todos  pueden  desplegar  su  actividad. 

Avanzando  un  poco  más,  la  sociedad  vive 
un  poco  menos  al  acaso,  y  en  vez  de  fiarlo  to- 
do al  azar  de  la  caza  y  de  la  pesca,  domestica 
ciertos  animales  y  los  cuida  y  los  multiplica; 
son  los  pueblos  pastores.  En  ellos  están  apro- 
piados los  ganados,  pero  es  común  el  terreno 
en  que  pastan  ó  cuya  hierba  se  recoge. 

Adelantando  más  las  sociedades,  los  hom- 
bres empiezan  á  cultivar  la  tierra  y  apropiár- 
sela; mientras  el  cultivo  es  muy  inperfecto, 
hay  pueblos  en  que  se  hace  en  común;  pero 
á  medida  que  se  perfecciona,  y  como  condi- 
ción indispensable  para  perfeccionarse,  el  cul- 
tivador se  va  haciendo  propietario  exclusivo, 


392         OBRAS    DE    DOXA    COXCEPCIÜX    ARENAL 


cuando  menos  de  los  productos  de  la  tierra, 
y  esta  exclusión  ha  de  ser  tanto  ma5"or,  cuan- 
to el  trabajo  sea  más  extenso  y  más  inteligen- 
te, y  la  personalidad  del  trabajador  esté  más 
determinada.  Si,  por  ejemplo,  se  trata  de  se- 
gar una  pradera  común,  no  hay  gran  dificul- 
tad en  que  sea  común  el  trabajo  y  en  distri- 
buir los  productos  por  iguales  partes  á  cada 
uno  de  los  individuos  de  la  colectividad  pro- 
pietaria. 

Lo  mismo  puede  decirse  si  hay  que  coger 
eJ  fruto  de  los  árboles.  En  estos  casos  la  natu- 
raleza lo  hace  casi  todo,  el  hombre  no  hace 
casi  nada;  los  productos  de  la  naturaleza  son 
gratuitos,  y  por  esta  razón  y  por  lo  sencillo 
y  poco  importante  del  trabajo,  hay  posibilidad 
de  que  éste  sea  común  y  de  distribuir  sus  pro- 
ductos por  iguales  partes.  Pero  si  en  vez  de 
coger  la  fruta  de  un  árbol  se  trata  de  hacer 
un  instrvnnento  quirúrgico  delicado  ó  una  lo- 
comotora, la  primera  materia,  es  decir,  lo  que 
la  naturaleza  ha  puesto,  no  vale  nada  ó  casi 
nada,  y  todo  el  valor  de  estos  productos  de- 
pende del  trabajo  del  hombre.  En  estas  obras 
despliega  el  operario  actividad,  perseverancia, 
inteligencia;  emplea  un  capital  y  necesita  edu- 
cación. Xo  es  un  hombre  cualquiera  que,  co- 
mo cualquier  otro,  hace  un  breve  esfuerzo 
muscular;  es  un  operario  previsor,  inteligente, 
perseverante,  responsable,  que  ha  menester 
aprendizaje  y  anticipos  y  sacrificios  de  sus 
padres  durante  todo  el  tiempo  que  necesita 
para  instruirse  y  ejercitarse  en  su  oficio  ó  pro- 


CARIAS   A   UX   OBRERO  303 


íesión.  Aquí  es  ya  absolutamente  imposible 
que  el  trabajo  se  haga  en  común,  ni  que  los 
productos  se  distribuyan  por  iguales  partes. 
Con  estas  condiciones  no  hay  posibilidad  de 
liallar  obreros  hábiles,  aplicados  y  perseveran- 
tes, ni,  por  consiguiente,  que  haya  cultivo 
perfecto  ni  obra  acabada. 

Si  de  la  industria  pasamos  á  las  artes  y  á 
las  ciencias,  se  pondrá  aún  más  de  manifies- 
to que  el  trabajo  en  común  solo  es  posible  en 
pueblos  salvajes.  Un  médico,  un  escultor,  un 
arquitecto,  un  poeta,  ¿es  posible  que  manco- 
munadamente  con  todos  los  de  su  profesión 
curen  al  enfermo,  levanten  un  edificio,  hagan 
la  estatua  ó  el  poema?  ¿No  es  evidente  que 
han  menester  desplegar  cualidades  y  hacer 
esfuerzos  y  sacrificios  suyos  propios,  que  ne- 
cesitan y  revelan  una  muy  determinada  per- 
sonalidad, y  que  no  pueden  hacerse,  cuando 
las  cualidades  todas  del  individuo  se  aplas- 
tan bajo  el  rodillo  que  pasa  el  Estado,  y  van 
á  sepultarse  en  la  sima  del  trabajo  en  común, 
de  la  retribución  idéntica  y  de  la  falta  de 
responsabilidad  ? 

A  medida  que  la  sociedad  avanza,  el  opera- 
rio tiene  mayor  habilidad  y  cultura;  su  yo  se 
determina,  su  personalidad  se  marca,  aumen- 
ta en  dignidad,  en  exigencias,  en  derechos  y 
en  deberes;  domina  mejor  sus  pasiones  y  las 
cosas  materiales;  es  más  dueño  de  sí;  merece 
más  respeto  y  tiene  más  poder.  Para  expresar 
las  altas  cualidades  de  una  persona  se  dice  que 
os  distinguida,  porque,  en  efecto,  lo  que  realza 


394         OERAS    DE    DOÑA   COXCEPCIOX    ARENAL 


la  dignidad  del  hombre  es  que  su  personalidad 
no  se  confunda  con  ninguna  otra,  que  sea  li- 
bre y  responsable,  con  voluntad  firme,  cono- 
cimiento claro  y  actividad  perseverante. 

El  hombre  trabajador  no  es  todo  el  hombre, 
pero  es  la  mayor  parte;  sabiendo  qué  cosa  ha- 
ce, haj'-  mucho  adelantado  para  saber  quién 
es,  y  no  es  posible  que  el  hombre  gane  en  dig- 
nidad, valga  más,  moral  é  intelectualmente, 
sc  distinga,  cuando  el  trabajador  se  confunda 
en  la  masa  común  y  no  sea  inteligente  ni  res- 
ponsable. Hay  que  elegir  entre  la  civilización 
y  el  estado  salvaje;  éste  puede  existir  con  al- 
guna especie  de  comunismo  aplicado  á  la  ex- 
plotación; aquélla  necesita  trabajadores  libres 
3'  responsables,  recibiendo  una  retribución  pro- 
porcionada á  su  mérito;  de  modo,  Juan,  que 
al  predicarte  comunismo,  te  predican  pura  y 
simplemente  salvajismo. 

Si  ha  de  ser  común  el  trabajo,  sin  libertad,, 
responsabilidad  ni  retribución  proporcionada 
á  su  mérito,  hay  que  renunciar  á  su  división, 
á  su  inteligencia,  á  su  actividad;  suprímanse, 
pues,  las  cátedras,  los  museos,  los  talleres,  los 
caminos  de  hierro,  el  telégrafo  y  hasta  el  ara- 
do: vuélvanse  los  hombres  á  vagar  por  los 
bosques  en  busca  de  alimentos  y  á  guarecerse 
en  las  cuevas,  y  perezca  la  especie  humana 
casi  en  su  totalidad,  pues  en  la  tierra  que  hoy 
alimenta  millones  de  seres  racionales  apenas 
podrán  vivir  algunos  miles  de  salvajes.  Aquí 
no  hay  suposición  gratuita  ni  afirmación  exa- 
gerada;  la   ciencia   económica   demuestra   que 


CARTAS   Á   UX   OBRERO  395 


el  trabajo  comunista  es  incompatible  con  la. 
civilización,  y  lo  demuestra  con  tanta  claridad 
como  las  ciencais  exactas  patentizan  sus  más 
incontrovertibles  verdades. 

Como  hablando  del  socialismo  te  advertía, 
que  no  le  confundieses  con  la  asociación,  te 
digo  ahora  que  no  equivoques  el  trabajo  co- 
munista con  el  trabajo  asociado.  Que  los  obre- 
ros trabajen  juntos  y  se  esfuercen  para  conse- 
guir por  los  mismos  medios  un  mismo  objeto 
igualmente  útil  para  todos,  no  es  comunismo, 
porque  el  obrero  es  libre,  es  responsable,  tiene 
la  propiedad  del  instrumento  ó  de  una  parte 
de  él,  y  se  le  retribuye  según  el  capital  que 
ha  anticipado  y  el  trabajo  que  hace.  Si  eres 
carpintero  y  con  otros  compañeros  establecéis- 
un  taller  por  vuestra  cuenta,  cada  cual  parti- 
cipará de  las  ganancias,  según  lo  que  haya 
puesto  para  plantear  la  industria  y  según  la 
parte  de  trabajo  con  que  contribuya  á  su  proá*- 
peridad;  seréis  asociados,  pero  no  coi-iiiinistas, 
porque  nadie  suscribiría  á  la  condición  de  que 
su  capital  y  su  trabajo  fuera  de  todos,  y  que 
el  despilfarrado  holgazán  que  no  lleva  más  que 
su  inútil  persona,  utilizase  lo  mismo  las  ga- 
nancias que  el  económico  y  activo,  que  llevó- 
á  la  empresa  sus  ahorros  y  su  trabajo  per- 
severante. 

Me  parece  haberte  demostrado  con  evidencia: 

Que   el  comunismo   no   puede   organizar  el 
trabajo  libre. 

Que  el  trabajo,  sin  libertad,  no  puede  orga- 
nizarse tampoco. 


396         OBRAS    DE    DONA    COXCEPCIÓN    AREXAL 


Que  cuando  el  obrero  no  es  libre,  el  hom- 
bre es  esclavo. 

Que  la  división  de  trabajo,  el  trabajo  inte- 
ligente y  responsable,  la  civilización,  en  fin, 
son  incompatibles  con  el  comunismo,  que  es 
barbarie  y  esclavitud. 

Esto  considerando  al  hombre  como  pro- 
ductor. 

En  la  carta  siguiente  le  consideraremos  co- 
mo consujuidor. 


E,^  1/^  e/A^  ^l¿-s  ^¡^  s-w~^  2,2\3  aA-o  M.Va  z/R^  i=y/,V9  a>^^  e-jM  e-J^Vs  eJ^  e-''^ 
€^J>3  eAV»  aX-j  z/^  ^{\s  "As  eÍS<>  aÍKj  (l.jJj  «.*j  e^'j^  e/jls  eyM  (¡y'JSí  e^  e4V9 


CARTA  TRIGÉSBIOSEGUXDA 


Contiiiiiación  de  la  anterior. 

Apreciable  Juan:  Nos  sucede  hoy  con  el  co- 
munismo una  cosa  análoga  á  la  que  nos  pasaba 
tratando  de  la  familia,  que  como  sin  ella  no. 
puede  haber  hombres,  no  hay  para  qué  enume- 
rar los  males  que  de  suprimirla  resultarían  pa- 
ra la  sociedad.  Si  con  el  comunismo  no  puede 
haber  producción,  no  es  necesario  demostrar 
las  dificultades  que  ofrece  para  el  consumo. 
Nos  haremos  cargo  de  ellas  con  todo,  aunque 
sea  brevemente,  atendido  á  que  nada  sobra  en. 
materia  de  razones,  cuando  tan  faltos  de  ella 
andan  nuestros  adversarios. 

La  sociedad  no  puede  existir  sin  la  familia; 
la  familia  es  imposible  con  el  comunismo,  no 
sólo  por  ser  este  incompatible  con  las  leyes  de 
la  producción,  como  hemos  visto,  sino  porque 
se  opone  también  á  las  del  consumo,  como 
vamos  á  ver. 

El  hombre  que  tiene  mujer,  hijos,  padres, 
familia  en  fin,  necesita  casa  suya,  al  menos  el 
tiempo  que  la  paga,  y  algún  valor  en  propie- 


39^         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


dad  para  amueblarla.  Xo  hay  familia  sin  ho- 
gar, sin  un  albergue  donde  se  acojan  y  se 
reúnan  los  que  hacen  sacrificios  ó  se  aprove- 
chan de  ellos;  los  que  tienen  los  mismos  inte- 
reses, las  mismas  alegrías,  los  mismos  dolores, 
los  mismos  secretos;  los  que  sienten  la  nece- 
sidad imprescindible,  al  par  que  de  comunicar 
con  sus  semejantes,  de  aislarse  con  sus  ínti- 
mos. Kl  hombre  que  dice  mi  hijo,  mi  padre, 
necesita  decir  mi  casa,  mis  muebles,  mi  traba- 
jo, mi  jornal. 

Hemos  comprendido  que  todo  el  que  vive, 
se  apropia  algo.  Cualquiera  que  sea  el  modo 
de  producir  y  de  destruir  los  valores,  el  acto 
de  utilizarlos  es  siempre  un  acto  de  apropia- 
ción. Supongamos  realizados  todos  los  imposi- 
bles de  la  teoría  comunista;  demos  por  hecho 
que  produce  y  distribuye,  y  veamos  si  al  con- 
sumir puede  realizarse. 

Cada  cual  recibe  para  su  uso,  ración,  vesti- 
do, calzado:  aquello  no  es  ya  común;  ha  llega- 
do el  caso  de  usar  de  ello,  de  aprovecharlo, 
de  apropiárselo,  y  por  consiguiente,  aquellos 
objetos  son  de  su  propiedad.  La  persona  que 
recibe  una  ración,  puede  cambiarla  por  otra 
que  le  guste  más  ó  le  siente  mejor;  puede  re- 
galarla, venderla  y  hasta  tirarla.  Puede  ayunar 
por  devoción,  ó  estar  á  dieta  por  higiene,  ó 
por  el  gusto  ó  la  necesidad  de  economizar.  Lo 
mismo  que  se  hace  con  la  ración  puede  hacerse 
•con  el  vestido  y  demás  objetos  que  componen 
su  lote.  ¡  Qué  de  privaciones  no  se  impondrá 
■el  hombre  estudioso  para  comprar  un  libro,  el 


CARTAS   Á    UX    OBRICRO 


aitista  para  poseer  un  pincel  más  delicado  ó 
un  instrumento  más  perfecto  !  ¡  Qué  no  hará 
el  que  ama  por  mejorar  la  situación  del  objeto 
amado  !  El  avaro  no  perdonará  medio  de  for- 
mar un  pequeño  tesoro;  el  que  tiene  horror  al 
hospital,  hará  grandes  sacrificios  para  ser  asis- 
tido en  su  casa  el  día  que  caiga  enfermo;  y 
habrá,  en  fin,  infinita  variedad  de  móviles  pa- 
ra^ hacer  y  acumular  economías. 

Tiénese  por  cosa  cierta  que  el  que  llevó  á 
America  el  café,  iba  en  un  buque  donde  lleo-ó 
a  escasear  el  agua  tanto,  que  se  daba  de  efla 
escasa  ración.  Aquel  hombre  tenía  su  idea    la 
de  aclimatar  en  el  Nuevo  Mundo  una  planta 
y  porque  no  se  secara  la  regaba  con  el  agua 
qne  para  sí  recibía,  sufriendo  por  espacio  de 
muchos  días  los  horrores  de  la  sed.  Todo  el 
que  tiene  una  idea  ó  un  sentimiento,  los  pone 
por  encima  de  los  objetos  materiales.  ¿La  tira- 
nía del  Estado  le  ha  reducido  á  no  poseer  más 
que  una  ración?  De  ella  economizará,  y  tanto 
mas  cuanto  él  sea  mejor,  para  proveer  á  las  ne- 
cesidades de  su  cariño  ó  de  su  inteligencia    Si 
una  fuerza  brutal  no  le  ha  dejado  libertad  para 
Producir,  al  consumir  la  tendrá  al  menos;  po- 
dra   imponerse    sacrificios    y    privaciones    en 
aqueUa  esfera  suya,  propia,   íntima,   á  donde 
no  llegara  nunca  el  Estado.  Por  tiránico,  por 
minucioso  que  sea,  no  hay  poder  que  le  ten-a 
para  evitar  que  tú  te  impongas  privaciones'^ 
realices  economías  y  las  acumules  ó  hagas  de 
ellas  donación.  Si  la  esfera  del  productor  pu- 
diera estar  sujeta  á  la  arbitrariedad  del  capri- 


40O         OBRAS    DE    DONA    COXCEPCIOX    ARENAL 


cho  Ó  al  yugo  de  la  fuerza,  la  del  consumidor 
tendría  siempre  que  ser  más  libre. 

En  las  verdaderas  leyes  económicas  hay  ar- 
monía, como  en  todas  las  leyes  naturales.  Así 
como  hemos  visto  que  el  comunismo  para  pro- 
ducir era  tanto  más  imposible  cuanto  el  hom- 
bre estaba  más  civilizado  y  su  personalidad  y 
dignidad  se  señalaban  más,  sucede  lo  propio 
bajo  el  punto  de  vista  del  consumo.  En  una 
horda  salvaje,  en  que  varían  poco  las  aptitudes 
y  facultades,  no  difieren  mucho  los  gastos  é 
inclinaciones:  donde  no  hay  elementos  de 
diferencia,  se  siente  la  necesidad  de  diferen- 
ciarse. Pero  á  medida  que  un  pueblo  se  civi- 
liza, se  marcan  las  divergencias  individuales: 
á  la  infinita  variedad  de  aptitudes  para  pro- 
ducir, corresponde  otra  igual  para  consumir; 
y  no  es  menor  atentado  á  la  personalidad  y 
dignidad  humana  obligar  al  hombre  á  que 
emplee  de  una  manera  que  se  le  marque  lo 
que  para  su  consumo  se  le  asigne,  que  obligar- 
le á  que  dirija  su  actividad  inteligente  contra 
su  inclinación,  ó  en  privarle  del  producto  de 
su  trabajo.  Cuanto  más  varían  los  medios  de 
producir,  se  diferencian  también  más  los  mo- 
dos de  consumir,  y  esta  diferencia  lleva  consi- 
go la  de  las  fortunas  y  la  creación  de  la  propie- 
dad, porque  da  lugar,  de  una  parte,  al  despil- 
farro; de  otra,  á  la  economía.  Estas  economías 
se  harán  por  una  ley  natural  y  contra  todas 
las  leyes  humanas.  En  habiendo  libertad,  por 
poca  que  sea,  habrá  económicos  y  pródigos, 
astutos  y  candidos,  ingeniosos  y  necios,  acti\os 


CARTAS  A   UN   OBRERO  40 1 


é  indolentes;  habrá  impulsos  nobles  y  pasiones 
viles,  apetitos  groseros  y  abnegaciones  subli- 
mes. Todo  esto,  que  en  un  pueblo  atrasado  ape- 
nas se  bosqueja,  aparece  en  relieve  y  de  más 
bulto  á  medida  que  un  pueblo  se  civiliza;  el 
consumidor  tiene  más  tentaciones  para  despil- 
farrar si  es  vicioso,  y  más  estímulos  para  aho- 
rrar si  es  económico:  de  este  ahorro  inevitable 
resultará  necesariamente,  como  te  he  dicho,  la 
propiedad.  La  ley  podrá  prohibirla,  pero  exis- 
tirá como  contrabando,  con  todas  las  conse- 
cuencias de  éste,  encareciendo  el  producto  con 
el  riesgo,  y  desmoralizando  al  productor.  No 
habrá  propietarios  de  tierras  ni  de  fábricas,  pe- 
ro los  habrá  de  dinero,  de  alhajas  y  de  toda 
clase  de  bienes  muebles.  De  esto  puede  dar 
alguna  idea  lo  que  sucedía  con  los  judíos  ha- 
ce algunos  siglos,  raza  fuera  de  la  ley  común, 
tolerada  unas  veces,  perseguida  otras,  que  vi- 
vía preparada  siempre  al  despojo  de  que  con 
tanta  frecuencia  era  víctima,  allegando  rique- 
zas de  las  que  fácilmente  pueden  ocultarse,  y 
corrompiéndose  en  la  usura,  la  mentira,  la  as- 
tucia y  la  traición,  como  todo  el  que  es  víc- 
tima de  la  iniquidad  constante  y  de  la  fuerza 
bruta.  El  judío  de  la  Edad  Media,  aun  no 
puede  dar  idea  de  lo  que  serían  los  propieta- 
rios del  porvenir  bajo  la  ley  del  comunismo,  en 
la  suposición  (imposible  de  realizar,  no  lo  ol- 
vides) de  que  en  un  pueblo  adelantado  pudie- 
ra organizarse  la  producción  comunista. 

Esta  es  la  naturaleza  humana,  y  sólo  des- 
conociéndola,   se    pretende    que,    mientras    el 

26 


402        OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


hombre  sea  persona,  mientras  conserve  algu- 
na cosa  que  se  parezca  á  dignidad  y  libertad, 
renuncie  á  poseer,  aunque  para  ello  no  tenga 
otro  medio  que  la  economía  al  consumir.  Esta 
tendencia  es  tan  fuerte,  que  á  pesar  de  la  exal- 
tación del  sentimiento  religioso,  que  mira  con 
desdén  los  bienes  de  este  mundo,  las  Ordenes 
monásticas  empezaron  á  poseer;  eran  como  fa- 
milias cuyos  bienes  estaban  vinculados.  En 
los  mendicantes  la  regla  mandaba  vivir  de 
limosna,  ideal  que  supongo  no  lo  será  para  los 
reformadores,  ni  debe  serlo  para  ti,  porque  lo 
que  en  algún  caso,  y  para  un  número  corto 
de  personas,  puede  ser  una  virtud,  es  un  im- 
posible para  la  generalidad.  Como  productor, 
el  comunismo  monacal  existió  mientras  la  fe 
religiosa  se  mantuvo  muy  viva;  mientras  una 
gran  tensión  de  espíritu,  enteramente  excep- 
cional, pudo  contrarrestar  las  leyes  de  la  na- 
turaleza humana;  apenas  esta  tensión  dismi- 
nu3^ó,  las  Ordenes  monásticas  produjeron  me- 
nos, concluyendo  por  no  producir  nada.  Y 
cuenta  con  que  ese  comunismo  pudo  vivir 
porque  estaba  en  una  sociedad  que  no  era  co- 
munista y  le  enviaba  de  continuo  los  elemen- 
tos de  vida  que  en  sí  no  podía  tener.  ¿Cómo 
pudo  existir  el  tiempo  que  duró?  Porque  el 
fraile  no  tenía  familia  ni  personalidad.  La  cel- 
da es  posible  para  el  célibe;  el  hombre  casado 
necesita  casa.  El  que  es  solo,  puede  hacer  vo- 
to de  pobreza;  el  que  tiene  familia,  debe  hacer 
voto  de  riqueza,  es  decir,  de  ganar  honrada- 
mente y  de  economizar  cuanto  le  sea  posible, 


CARTAS   A   UN    OBRERO  403 


á  fin  de  que  sus  hijos  pequeñuelos,  sus  padres 
ancianos,  su  mujer,  su  hermano,  imposibilita- 
do tal  vez,  su  familia,  en  fin,  no  carezcan  de 
lo  necesario.  En  el  monje,  que  quiere  decir 
solitario,  puede  ser  ima  virtud  la  pobreza;  en 
el  hombre  que  tiene  familia,  sería  una  falta,  y. 
en  ciertos  casos  hasta  un  delito,  porque  á  los 
que  nos  han  dado  la  vida  y  á  los  que  la  han 
recibido  de  nosotros,  les  debemos  aquellos  au- 
xilios materiales  y  morales,  sin  los  que  la  vi- 
da es  un  imposible  ó  una  desgracia;  auxilios 
que  no  podemos  prestar  si  nada  poseemos. 

He  dicho  que  el  comunismo  monacal  pudo 
existir,  no  sólo  porque  el  religioso  no  tenía 
familia,  sino  porque  no  tenía  personalidad^  y 
debemos  fijarnos  mucho  en  esta  última  cir- 
cunstancia. ¿Por  qué  el  monje,  como  consu- 
midor y  de  lo  que  para  su  uso  recibía,  no  eco- 
nomizaba ni  acimiulaba  sus  economías,  de  mo- 
do que  llegase  á  constituir  propiedad?  Esto 
consistía,  no  sólo  en  que  no  era  esposo,  ni  pa- 
dre, ni  hijo,  sino  en  que  no  era  hombre. 
Muerto  para  el  mundo,  no  tenía  voluntad  ni 
libertad;  la  obediencia  era  su  ley,  y  borrar  to- 
da individualidad,  el  colmo  de  la  perfec- 
ción. Insisto  sobre  esto  para  que  veas  si  la 
práctica  comunista  estará  fuera  de  la  naturale- 
za humana,  cuando  á  un  comunismo  enclava- 
do en  una  sociedad  que  se  fundaba  en  la  aprcf- 
piación,  de  la  cual  recibía  vida,  y  sostenido 
por  la  exaltación  del  sentimiento  religioso,  no 
le  bastó  suprimir  la  familia,  tuvo  que  supri- 
mir también  la  persona,  el  hombre,  cuya  ten- 


404         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


dencia  irresistible  le  lleva  á  poseer.  Todo  ei 
que  es  dueño  de  sí,  aspira  á  ser  dueño  de  algu- 
na cosa;  la  propiedad  de  las  cosas  materiales, 
es  la  consecuencia  á  la  vez  y  la  condición  de 
la  libertad  en  el  orden  moral  y  en  la  esfera  de 
la  inteligencia. 

Debo  hacer  aquí  una  protesta,  no  sea  que- 
por  acaso  interpretes  mal  mis  palabras.  Lejos- 
de  mí  la  impía  vulgaridad  de  dirigir  calum- 
nioso insulto  á  tantos  sabios,  á  tantos  gran- 
des hombres,  á  tantos  mártires  y  á  tantos  san- 
tos como  han  producido  las  Ordenes  monás- 
ticas; esto,  siempre  injusto,  sería  hoy  vil:  si  los 
he  citado,  es  para  probar  que  no  se  puede  5tí- 
priniir  el  propietario  sin  mutilar  al  hombre. 

Me  parece  que  de  lo  brevemente  expuesto  se 
infiere  con  bastante  claridad,  que  aunque  pu- 
diera existir  la  producción  comunista,  el  con- 
sumo haría  propietarios. 

También  vo\^  á  llamarte  la  atención  sobre  un 
hecho  que  no  deja  de  ser  notable.  Para  la  cons- 
titución de  un  Estado,  ó  su  administración,  ó 
sus  leyes  penales,  se  necesita  que  la  opinión 
sancione  el  cambio,  si  no  lo  hace  un  déspota; 
pero  cuando  se  trata  de  poner  en  común  el 
producto  del  trabajo,  los  ahorros  del  consumo,, 
la  vida  económica,  en  fin,  no  hay  ley  que  lo 
prohiba,  ni  la  opinión  sería  un  obstáculo.  ¿Co- 
mo, pues,  los  comunistas,  bastantes  en  número 
para  formar  colonias,  no  ponen  en  práctica 
sus  teorías?  Si  á  su  parecer  el  no  estar  la  so- 
ciedad toda  bajo  la  ley  comunista,  tendría  al- 
gunos inconvenientes  para  el  ensaj^o,  les  ofre- 


CARTAS   A    UX    OBRERO  40 : 


•cería  en  cambio  la  inmensa  ventaja  de  poder 
dejar  en  ella  los  elementos  inútiles  y  los  per- 
turbadores, los  imposibilitados  y  los  crimina- 
les; ventaja  que,  bien  considerada,  superaría 
todos  los  inconvenientes.  ¿Cómo,  pues,  los  co- 
munistas válidos  y  honrados  no  se  reúnen  para 
poner  en  práctica  la  teoría?  Ensayo  de  comu- 
nismo verdadero,  puro,  no  ha  llegado  á  mí  no- 
ticia ninguna;  los  que  se  han  hecho  de  comu- 
nismo mixto  y  vergonzante,  han  salido  mal. 
No  tengo  yo  por  argumentos  concluyentes  los 
hechos;  pero  éste  que  te  cito  no  deja  de  ser 
significativo. 

Así  como  ya  vimos  que  no  debe  confundirse 
la  ASOCIACIÓN  con  el  sociai^ismo,  debemos 
notar  que  el  que  existan  cosas  comunes  no 
quiere  decir  que  haya  comunismo.  Comunes 
deben  ser  aquellas  cosas  que  puedan  serlo  con 
'ventaja  de  la  comunidad.  Paseos,  caminos,  bi- 
bliotecas, museos,  establecimientos  de  ense- 
ñanza y  de  beneficencia,  etc.,  deben  perte- 
necer á  todos.  Es  de  desear  que  estos  bienes 
■comunes  sean  más  cuantiosos  cada  vez,  aumen- 
tando y  mejorando  las  escuelas,  estableciendo 
gimnasios,  baños  públicos  y  hasta  diversiones 
honestas,  que  sean  para  la  higiene  del  alma 
lo  que  los  paseos  son  para  la  del  cuerpo.  Estos 
y  otros  objetos  de  propiedad  común,  lejos  de 
ser  hostiles  á  la  propiedad  privada,  la  favore- 
■cen,  porque  generalizando  la  instrucción,  com- 
batiendo la  inmoralidad  y  las  enfermedades, 
se  aumenta  la  facilidad  de  llegar  á  ser  propie- 
tario honradamente,  y  se  disminuye  la  de  ha- 


4o6         (>BRAS    DE    DOÑA    CON'CEPCIÜN    ARENAL 


cer  forhma  por  medios  reprobados.  Los  inúti- 
les esfuerzos  que  se  hagan  para  establecer  el 
comunismo,  serían  bien  dirigirlos  á  que  fueran 
comunes  todas  aquellas  cosas  que  pueden  ser- 
lo y  que  han  de  contribuir  á  que  el  hombre 
se  perfeccione  y  haga  más  apto  para  adquirir 
propiedad.  Es  doloroso,  Juan,  para  los  que  bien 
te  queremos,  ver  la  vida  que  te  hacen  malgas- 
tar en  perseguir  quimeras,  á  riesgo  de  que  te 
suceda  lo  que  al  desdichado  que,  por  empeñar- 
se en  coger  la  luna,  se  cayó  en  un  pozo. 

Hace  años  se  ha  tomado  una  medida  deplo- 
rable, la  de  vender  los  bienes  de  Propios,  en 
tre  los  cuales  se  han  incluido  muchos  de  apro- 
vechamiento  connln,  cuyo  producto  era  de  to- 
dos los  vecinos  del  pueblo  á  que  pertenecían. 
Y  ¿sabes  la  razón  que  para  esto  se  dio,  y,  sea- 
mos sinceros,  la  razón  que  había?  Que  la  co- 
munidad era  mala  administradora,  que  des- 
truía su  hacienda,  y  había  que  ponerla  en  tute- 
la como  á  un  menor  ó  un  pródigo.  Siempre 
lo  mismo,  Juan:  se  menoscaban  los  intereses- 
del  pobre  porque  no  los  entiende  bien;  el  infe- 
liz que  hoy  se  duele  de  no  poder  cortar  una 
rama  para  calentarse,  porque  el  árbol  tiene 
dueño,  se  olvida  de  que  cuando  el  monte  era 
de  propiedad  común,  lo  talaba.  Y  vo  creas  que 
en  decir  esto  hay  exageración;  ahora  mismo, 
los  que  tienen  ganados,  queman  los  montes 
para  aumentar  el  pasto. 

No  apruebo,  por  regla  general,  la  venta  de 
los  bienes  de  Propios;  tengo  más  simpatía  con 
el  pobre  desvalido  que  con  el  rico  propietario,. 


CARTAS   A   ÜN   OBRERO  407 


pero  no  dejo  de  ver  en  esta  medida,  como  en 
otras,  el  resultado  de  la  ignorancia  egoísta  de 
las  masas,  y  de  comprender  que  mientras  no 
suba  el  nivel  de  su  inteligencia  y  de  su  mora- 
lidad para  comprender  bien  sus  intereses,  és- 
tos saldrán  perjudicados,  ni  más  ni  menos  que 
sucede  á  los  individuos  que  las  componen. 

Si  la  razón  condena  el  comunismo,  no  puede 
absolverle  la  historia,  porque  sólo  interpretan- 
do mal  una  de  las  dos,  puede  decirse  que  la 
ciencia  y  la  experiencia  se  contradicen.  Los 
comunistas,  como  esas  personas  que,  no  muy 
seguras  del  propio  mérito,  cifran  en  el  de  los 
ascendientes  su  orgiillo,  quieren  escudarse  con 
una  larga  genealogía,  que  inventan  al  tiempo 
de  citarla;  solo  la  falsa  interpretación  de  los 
hechos  puede  llevarles  á  autorizar  su  doctrina 
con  ejemplos  del  pueblo  hebreo,  de  Esparta, 
de  Roma,  de  los  primeros  cristianos,  y  de  los 
protestantes  y  demás  sectas  religiosas  que  se 
han  separado  de  la  Iglesia. 

En  el  pueblo  hebreo,  lejos  de  que  nada  hu- 
biera parecido  á  comunism.o,  la  propiedad  tenía 
un  carácter  religioso  y  una  inmutabilidad  que 
la  ponía  á  cubierto  de  todo  ataque,  no  bastan- 
do á  destruirla,  ni  la  voluntad  del  propietario, 
que  no  podía  vender  sino  cuando  más  por  cin- 
cuenta años,  al  cabo  de  los  cuales  llegaba  el 
del  juhileo,  y  toda  propiedad  volvía  á  su  se- 
ñor. Cada  propietario  hebreo  era  una  especie 
de  mayorazgo  que  sólo  podía  enagenar  por  un 
tiempo  dado  sus  haciendas.  Los  que,  si  no 
comunidad  de  bienes,  han  visto  allí  al  menos 


4o8         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


igualdad,  se  han  olvidado  que  los  judíos,  co- 
mo todos  los  pueblos  de  la  antigüedad,  tenían 
clases  sociales  diferentes,  que  jamás  podían 
llegar  á  confundirse.  ¿En  qué  se  parece  esto 
á  igualdad  ni  á  comunismo? 

En  la  Judea  hubo  una  especie  de  comunidad 
religiosa,  la  de  los  esenianos,  en  la  cual  algu- 
nos han  creído  ver  un  feliz  ensayo  de  comu- 
nismo: nada  es  menos  exacto.  Aquéllos  eran 
unos  solitarios  de  costumbres  puras,  de  vida 
austera,  célibes  la  mayor  parte,  sujetos  á  una 
disciplina  inflexible,  sin  esclavitud,  pero  con 
una  jerarquía  graduada  y  clases  que  no  se  con- 
fundían; despreciadores  de  las  riquezas,  eran 
comunes  el  trabajo  y  los  bienes;  arrojaban  de 
su  seno  á  todo  el  que  cometía  faltas  graves;  te- 
nían tres  años  de  noviciado,  y  cierta  analogía 
con  los  primeros  cristianos,  aparte  del  orguUo 
de  que  se  les  acusa,  y  que  les  daba  cierta  seme- 
janza con  los  estoicos. 

No  es  cierto,  aunque  te  lo  afirmen  los  que 
quieren  convertir  la  historia  en  una  especie 
de  testigo  falso,  que  estos  y  otros  grupos  de 
hombres  que  han  vivido  en  común,  hayan 
sido  los  precursores  del  comunismo.  Los  pita- 
góricos, los  cenobitas,  los  anacoretas,  eran 
hombres  dominados  por  una  idea,  que  sentían 
en  sí  un  fuerte  impulso  de  reacción  contra  el 
vicio,  la  impiedad  ó  la  ignorancia  general;  que 
se  agrupaban  para  consagrarse  á  la  virtud,  á 
la  religión  ó  á  la  ciencia;  poniendo  en  común 
sus  esfuerzos  y  sus  medios,  medios  que  habían 
recibido  de  sociedades  fundadas  en  el  derecho 


CARTAS  A  UN   OBRERO  409 


áe  propiedad,  á  las  cuales  no  cedían  la  suya 
colectiva,  y  que  arrojaban  á  los  infractores  de 
su  severa  disciplina.  Toda  comunidad,  para  no 
perecer,  necesita  renovarse  con  los  neófitos 
que  le  da  la  familia,  recibir  la  sabia  de  la  pro^ 
piedad,  y  poder  arrojar  de  su  seno  al  criminal 
ó  al  vicioso  que  la  perturbaría;  por  donde 
comprenderás  el  error  de  los  que  buscan  en 
las  comunidades,  con  este  ó  el  otro  nombre, 
precedentes  y  autoridades  para  el  comunismo. 
También  suelen  presentarte  como  ejemplo 
práctico  de  él,  un  famoso  pueblo  de  la  anti- 
güedad, Esparta.  Componíase  esta  nación  de 
guerreros  que  abrumaban  á  una  multitud  de 
míseros  esclavos;  era  la  ciudad  como  un  gran 
cuartel,  frecuentado  por  mujeres  deshonestas, 
que,  juntamente  con  los  soldados,  mantenía 
un  pueblo  oprimido  por  la  esclavitud  más  ho- 
rrible y  sangrienta.  Éste  debía  ser  muy  traba- 
jador y  morigerado,  porque  á  pesar  del  yugo 
que  le  oprimía,  de  las  vejaciones  que  soporta- 
ba, de  verse  obligado  á  mantener  en  la  ociosi- 
dad un  ejército  relativamente  numeroso,  y  de 
no  tener  más  industria  que  la  agrícola,  ni  ar- 
tes, que  estaban  proscritas,  ni  comercio  exte- 
rior ni  casa  interior;  á  pesar  de  todas  estas 
circunstancias,  se  multiplicaba.  Los  esclavos 
-que  le  componían  se  llamaban  ilotas:  cuando 
su  número  parecía  excesivo  é  infundía  temor 
de  que,  envalentonados  por  él,  tratasen  de 
rebelarse,  los  cazaban,  3^  la  juventud  de  La- 
■cedemonia  preludiaba  con  esta  hazaña  una  vi- 
da de  combates,  de  rapiñas,  de  sangre.  Estos 


410        OBRAS   DE   DOÑA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


soldados,  señores  de  la  tierra,  se  la  distribuían 
con  cierta  igualdad,  comían  el  rancho  en  co- 
mún, y  contribuían  á  él  con  una  cantidad 
de  alimentos,  lo  cual  ha  dado,  sin  duda,  lugar 
á  que  se  diga  que  en  Esparta  se  estableció  el 
comunismo.  Aunque  realmente  no  existía  allí, 
el  aparente  é  imperfecto  que  hubo  en  aquel 
ejército,  llevó  este  acompañamiento  inevitable: 

Trabajo  forzado  y  explotación  tiránica. 

Proscripción    de  las   ciencias,    las   artes,    la 
industria  y  el  comercio. 

Perversión  de  costumbres. 

Y  ¿cómo  se  explica  que  un  pueblo  en  que 
había  todo  esto  ha  vivido  fuerte  y  temible  y 
temido  algunos  siglos,  y  lo  que  es  más,  la 
historia  ha  escrito  su  nombre  con  respeto, 
poniendo  sobre  sus  hijos  la  corona  inmortal 
del  héroe?  Yo  creo,  Juan,  que  el  prestigio  de 
Esparta,  donde  había  tantas  cosas  repugnan- 
tes, inicuas,  abominables,  consiste  en  que  sus 
hijos,  durante  mucho  tiempo,  despreciaron  la 
muerte  \'  amaron  la  patria.  El  instinto  de  la 
vida  es  una  cosa  tan  general  y  tan  poderosa, 
que  el  hombre  que  la  desprecia,  sea  el  que  sea,. 
aun  el  mayor  criminal,  impone;  y  el  amor  á  la 
patria  una  cosa  tan  santa,  que  purifica  y  eleva 
al  que  le  siente,  é  inspira  respeto  y  admiración 
al  que  le  contempla.  Esta  virtud  y  aquélla  cua- 
lidad motivan  el  juicio  que  se  ha  formado  de 
Esparta,  así  como  el  error  de  que  allí  existió 
el  comunismo,  se  explica  por  el  olvido  del  ver- 
dadero pueblo,  3^  algunos  actos  de  la  vida 
hechos  en  común  por  el  ejército  opresor,  que 


CARTAS  A   UN   OBRERO  411 


se  tenía  y  era  tenido  sola  y  exclusivamente 
como  nación. 

En  cuanto  á  Roma,  sas  luchas  entre  plebe- 
yos y  patricios,  entre  esclavos  y  señores,  sus 
proscripciones,  sus  matanzas,  jamás  tuvieron 
tendencias  comunistas,  enteramente  contrarias 
al  modo  de  ser  de  aquel  pueblo,  sino  que  se 
proponían  cambiar  la  distribución  de  la  pro- 
piedad, evitar  su  acumulación  monstruosa^ 
efecto  de  la  conquista  y  de  la  rapiña,  impe- 
dir que  el  hombre  formase  parte  de  ella,  ó 
arrancarla  por  fuerza  á  los  que  por  fuerza  la 
habían  adquirido. 

Ha  llegado  á  decirse  ¡  que  no  se  dice  !  que  el 
Divino  Maestro  ha  enseñado  el  comunismo. 
Jesús  no  enseñó  ni  el  comunismo  ni  el  socia- 
lismo, ni  la  propiedad,  ni  sistema  alguno  so- 
cial ni  político,  sino  el  amor,  la  abnegación, 
la  justicia,  la  perfección,  en  fin.  ((Buscad  el 
reino  de  Dios  y  su  justicia,  3-  todas  las  demás 
cosas  se  os  darán  por  añadidura».  Jesús  no 
formó  escuelas  ni  gobiernos,  sino  individuos 
virtuosos  dirigiéndose  á  lo  íntimo,  á  lointerno, 
á  lo  profundo  del  corazón,  del  sentimiento, 
del  juicio,  que  es  de  donde  arrancan  las  ver- 
daderas reformas,  en  vez  de  pretender  hacer- 
las sin  modificar  á  los  hombres. 

Pero  si  el  Salvador  no  condenó  ni  aplaudió 
sistema  económico,  su  moral  y  su  vida  y  los 
preceptos  del  Decálogo,  que  no  destruyó,  sino 
completó,  ponen  bien  de  manifiesto  su  doctri- 
na respecto  de  la  propiedad  y  la  familia.  No 
hurtar,   honrar  padre  y   madre,  son  condena- 


412         OBRAS    DE    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


ciones  contra  el  comunismo.  Lo  que  ha  indu- 
cido á  error  son  las  duras  palabras  que  ha 
dirigido  á  los  ricos.  Nota  lo  primero,  que  las 
empleó  contra  los  ricos,  no  contra  los  propie- 
tarios, y  después  que  las  riquezas  fueron  seña- 
ladas como  obstáculo  á  la  salvación,  obstácu- 
los que  debían  superarse  con  la  pureza  y  la 
pobreza  de  espíritu.  Lo  que  Jesús  predicó  fué 
la  moral  que  veda  adquirir  por  malos  medios; 
el  amor  que  no  permite  gozar  con  el  fruto  de 
los  dolores;  la  abnegación  y  el  sacrificio  que 
impulsan  á  privarse  de  un  bien  porque  otro 
le  disfrute,  y  á  inmolarse  por  salvar  á  nues- 
tros hermanos:  y  en  fin,  la  pureza  y  la  perfec- 
ción más  sublime.  ¿Hay  en  esto  algo  que  se 
parezca  á  constituir  la  propiedad  de  este  ó 
del  otro  modo? 

También  han  creido  algunos  visionarios  ver 
comunistas  en  los  primeros  siglos  de  la  Igle- 
sia, equivocando  el  comunismo  con  la  comu- 
nidad y  la  comunión,  es  decir,  suponiendo  una 
constitución  de  la  propiedad  distinta,  ó  su 
negación,  en  lo  que  era  desprenderse  de  ella 
por  la  limosna,  ó  llevarla  al  fondo  común  de 
una  congregación  de  fieles  que  era  como  una 
extensa  familia.  Y  así  y  todo,  esto  debió  ser 
raro  aun  en  las  primeras  iglesias,  porque  los 
apóstoles  en  sus  epístolas  se  quejan  de  lo  re- 
ducido de  las  ofrendas,  y  se  ven  en  la  necesi- 
dad de  estimular  á  los  fieles  para  que  sean 
mayores,  hablando  siempre  de"^deber  moral  y 
religioso,  y  nunca  de  sistema  económico  ni 
constitución  distinta  de  la  propiedad. 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  413 


Viniendo  á  siglos  posteriores,  ni  Pelagio, 
ni  Wiclcff,  ni  Juan  Huss,  ni  Lutero,  ni  Cal- 
vino,  ni  otros  muchos  herejes  y  protestantes 
de  quienes  se  ha  dicho  que  habían  atacado  el 
derecho  de  propiedad,  se  pronunciaron  con- 
tra él;  por  el  contrario,  muchos  de  ellos  hi- 
cieron alianzas  con  grandes  propietarios,  prín- 
cipes y  reyes  que  seguramente  no  los  hubie- 
ran auxiliado  á  ser  comunistas.  Los  únicos 
que  con  algún  viso  de  razón  pueden  ser  llama- 
dos así  son  los  anabaptistas.  Aunque  no  crea- 
mos todo  el  mal  que  se  ha  dicho  de  esta  secta, 
porque  debe  leerse  con  desconfianza  la  historia 
escrita  por  enemigos  triunfantes,  aparece  bas- 
tante claro: 

i.°  Que  su  negación  de  la  propiedad  fué 
apasionada,  iracunda,  salvaje,  puesto  que  se 
redujo,  en  teoría,  á  declamaciones  niveladoras; 
en  la  práctica,  á  la  expoliación,  sin  sistema 
económico  que  sustituyese  al  que  pretendían 
destruir,  ni  organización  del  trabajo,  de  la 
producción,  de  la  distribución  y  consumo,  que 
diese  idea  de  que  ellos  tenían  alguna  de  la  ra- 
dical reforma  que  predicaban. 

2.°  Incapacidad  esencial  para  formar  una 
sociedad  civilizada,  por  la  negación  de  aque- 
llos principios  sin  los  cuales  toda  racional  y 
progresiva  agrupación  es  imposible. 

3.°  Arbitrariedad  y  tiranía  sin  límites  en 
los  inspirados,  legisladores  de  las  conciencias 
y  jefes  administrativos  y  militares,  que  hacían 
las  distribuciones,  imponían  penas  y  manda- 
ban ejércitos. 


414    OBRAS  DE  ÜOXA  CONCEPCIÓN'  AREXAL 


4.°  Disminución  de  trabajo,  y  por  consi- 
guiente,   de  la  producción. 

5.°     Relajación  de  las  costumbres. 

Por  más  benevolencia  que  se  lleve  al  juicio 
de  los  comunistas  que  fueron  arrojados  de 
Suiza,  que  invadieron  los  Países  Bajos  y  Ale- 
mania, y  dominaron  muy  poco  tiempo  en  Mul- 
hausen  y  en  Munster,  no  se  les  puede  defen- 
der de  los  cargos  que  te  dejo  enumerados,  y 
que  los  convierten,  no  en  un  precedente  hon- 
roso, sino  en  un  deplorable  ejemplo. 

La  dominación  de  la  Compañía  de  Jesús  en 
el  Paraguaj'  ha  sido  confundida  por  algunos 
con  el  comunismo,  del  cual,  ciertamente,  no 
podía  estar  más  distante.  Lejos  de  que  los 
bienes  fuesen  comunes,  el  único  propietario 
era  la  Compañía,  que  distribuía  á  cada  colono 
su  tarea  y  su  ración,  y  era  como  el  tutor  de  un 
pueblo  de  menores.  Si  ejerció  bien  ó  mal  la  tu- 
tela, cuestión  es  muy  controvertida  y  no  para 
tratada  en  este  lugar:  sólo  si,  te  apuntaré  que 
la  gestión  económica  del  Gobierno,  que  lo  era 
todo,  no  pudo  plantearse  sino  con  estas  con- 
diciones: 

i.'^  Preponderancia  del  sentimiento  religio- 
so, que  permitió  formar  un  gobierno  teocrático. 

2.^  Inferioridad  de  los  gobernados  por  su 
ignorancia,  y  probablemente  por  su  raza,  res- 
pecto de  los  gobernantes. 

3.*  Una  autoridad  sin  límites  en  el  jefe 
del  Estado,  y  una  obediencia  ciega  en  los  sub- 
ditos, que  moralmente  se  constituían  en  ^'o- 
luntaria  servidumbre. 


CARTAS   Á   UN   OBRERO  415 


Dime  con  tu  buen  sentido  si  de  aquí  pueden 
sacarse  consecuencias  favorables  al  comunis- 
mo, ni  hacerse  aplicaciones  á  pueblos  descreí- 
dos, celosos  de  su  libertad  y  de  su  autonomía, 
de  la  misma  raza  y  no  inferiores  á  sus  gober- 
nantes. La  única  lección  provechosa  que  pue- 
des sacar  de  estos  ejemplos  por  lo  tocante  al 
asunto  que  tratamos,  es  que  la  gestión  econó- 
mica del  Estado  exige  siempre  en  todas  par- 
tes, y  cualesquiera  que  sean  las  circunstancias 
que  la  acompañen,  una  autoridad  arbitraria  y 
sin  límitcb. 

Por  esta  rápida  reseña  podrás  comprender  el 
valor  de  los  hechos  que  te  citan  á  veces  en 
favor  del  comunismo  los  que  acuden  á  la  his- 
toria, no  como  á  experimentada  consejera, 
sino  para  utilizarla  como  arma  de  combate. 
Las  cosas  imposibles  en  teoría  no  pueden  ser 
hacederas  en  la  práctica. 


íAs £^¿-e ay¿V9 a/¿V9  -^^^-^ s-^^Vs e^^Vs riy/;-i> s- í^  í^2.^ eVífS a^_^-í)  a^};^  aA^s  e/frj-'  i-;^^ 
eAs   e^V-j   a^Xs   e/)va   e/,-s   ^(Ns  e>/\í>  e--"^   VM  í^^va  e4^   e4--9  «As  aXs   •-^T-'   '^^» 


CARTA  TRIGESBIOTERCERA 


De  la  autoridad. 

Apreciable  Juan:  Hoy  debemos  ocu])arnos  en 
la  autoridad,  que  suelen  personificar  en  uno  ó 
muchos  hombres  que  mandan. 

Si  la  humanidad  anduviera,  aunque  despa- 
cio, sin  volver  atrás,  estaría  ya  mu}'  adelan- 
te; pero  es  el  caso  que  por  avanzar  sin  pru- 
dencia, retrocede  sin  tino,  como  viajero  que 
no  tiene  guía  ó  navegante  que  carece  de  brú- 
jula. Acciones  y  reacciones;  saltos  en  direc- 
ciones opuestas;  en  prueba  de  que  dos  y  dos 
no  son  seis,  sostener  que  son  cinco,  es  lo  que 
se  ha  observado  en  todos  tiempos  y  puede  ob- 
servarse en  el  nuestro.  Combatir  un  extravío 
con  otro  y  un  error  con  el  opuesto,  no  es  el 
camino  que  enseña  la  lógica,  pero  suele  ser  el 
dfe  la  pasión,  y  por  eso  se  tarda  tanto  en  com- 
prender la  verdad  y  en  realizar  la  justicia. 

Hay  épocas  en  la  historia,   (y   la  nuestra   es 
una  de  ellas)  en  qiie  todo  raciocinio  parece  en- 
gendrado por  una  reacción,  y  en  que  todo  mal 
quiere  cortarse  de  raíz.  En  esto  de  desarraigar 
modos  de  ser  de  la  sociedad,  es  necesario,  Juan, 

2? 


41 S         OBRAS    DE    0OXA    COX'Cl.PCIÓX    ARENAZ 


reflexionar  un  poco  para  no  extraviarse  mucho. 
En  primer  lugar,  ten  muy  en  cuenta  que  una 
cosa  absolutamente  mala,  es  decir,  sin  mezcla 
ninguna  de  bien,  es  difícil  que  sea  institución 
social,  y  más  que  se  perpetúe;  tan  difícil,  que 
solamente  como  excepción  rara  puede  citarse 
en  la  historia. 

Alguna  vez  se  apodera  de  'los  hombres  una 
especie  de  vértigo,  ó  se  sienten  acometidos  de 
epidemia  moral;  pero  esto,  como  te  digo,  es  ra- 
ro; lo  que  comúnmente  sucede  es  que  todas  las 
cosas  que  han  sido,  tuvieron,  no  sólo  su  motivo, 
sino  su  razón  de  ser,  y  que  han  producido  una 
suma  mayor  ó  menor  de  bienes. 

La  primera  consecuencia  de  esta  sencilla  ver- 
dad comprobada  por  la  historia,  es  hacernos 
justos  con  las  cosas  y  con  las  personas,  no  des- 
preciarlas, aunque  procuremos  suprimir  insti- 
tuciones que  tuvieron  su  utilidad  y  su  justicia, 
ni  mirar  como  malvados  ó  como  locos  á  los  que 
pretenden  sostenerlas.  Con  esto  nos  colocaría- 
mos en  una  región  serena  para  juzgar  y  ser 
juzgados  con  imparcialidad;  purificaríamos  la 
atmósfera  de  las  emanaciones  de  la  ira,  que  cc- 
mo  el  humo  de  la  pólvora  no  permite  ver  cla- 
ro á  los  combatientes,  y  seríamos  razonables, 
precisamente  porque  no  creíamos  tener  toda  la 
razón.  Cuando  negamos  á  otro  la  suya,  él  nos 
niega  la  nuestra,  y  de  este  encadenamiento  de 
negaciones  resultan  las  luchas  tenebrosas,  en 
que  se  apaga  la  antorcha  de  la  verdad. 

La  segunda  consecuencia  de  no  creer  que 
los    hombres  han   carecido  de    inteligencia    v 


CARTAS   A   UX    OBRERO  419 


de  sentido  moral  hasta  ahora,  es  tener  esta  du- 
da. Tal  institución  que  fué  buena  en  su  tiem- 
po, ¿conservará  todavía  algo  bueno  aplicable 
al  nuestro?  Puesto  que  el  bien  en  la  esencia  es 
uno  mismo  y  sólo  varía  en  la  forma  y  condi- 
ciones, variando  éstas,  ¿no  podemos  continuar- 
le, como  se  hallan  después  de  un  incendio  los 
metales  preciosos  que  el  fuego  ha  podido  hacer 
cambiar  de  forma,  pero  no  destruir?  K^ta  razo- 
nable duda  daría  l:;gar  á  la  reflexión  y  serv' 
ría  de  freno  á  los  impacientes  que  creen,  ó  se 
conducen  al  menos  como  r  crt;veran,  que  el 
modo  de  llegar  primero  á  an  punto  es  arrojar- 
se por  un  precipicio  que  está  en  la  línea  más 
corta. 

Y  aunque  se  trate  de  cosas  absolutamente 
perjudiciales,  al  extirparlas,  es  locura  prescin- 
dir de  los  que  las  tienen  por  útiles.  El  árbol  del 
mal  da  peligrosa  sombra,  y  ¡  ay  del  que  pre- 
tenda desarraigarle  sin  podarle  primero. 

Antes  de  querer  variar  una  institución  en 
la  realidad,  es  necesario  cerciorarse  bien  de 
que  está  desacreditada  en  la  opinión.  No  bas- 
ta que  sea  errónea  para  que  la  tentativa  se 
justifique:  el  error  se  encastilla;  los  que  suben 
al  asalto  sin  estar  practicable  la  brecha,  que- 
dan en  el  foso;  y  los  que  lo  mandan,  respon- 
sables son  ante  Dios  y  la  historia  de  aquéllas 
vidas. 

Pero  supongamos  que  una  institución  es  ya 
absolutamente  mala;  que  está  suficientemente 
desacreditada;  que  ha  llegado  el  momento  de 
suprnnirla.  ¿Crees  que  porque  debe  destruirse 


420    OBRAS  DF,  DONA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


sin  demora,  puede  derribarse  sin  precaución'^ 
Ya  sabes  lo  que  se  hace  con  una  casa  vieja. 
Aunque  esté  denunciada,  no  deja  de  estar  en 
pie;  sus  materiales  no  desaparecen  desde  el 
momento  en  que  se  declara  que  allí  son  inúti- 
les; cohesión  mayor  ó  menor  tienen  unos  con 
otros,  y  fuerza  tendrán  al  caer,  que  aplastará 
al  que  sin  las  debidas  precauciones  quiera 
echarla  por  tierra.  Yo  he  visto  ruinas  de  anti- 
guos castillos  que  eran  un  verdadero  peligro 
para  la  población  sobre  la  cual  amenazaban 
desplomarse,  pero  que  no  se  podían  derriliar 
sin  gastar  bastante  dinero  3^  encomendar  la 
obra  á  persona  muy  entendida.  Lo  mismo  que 
con  las  ruinas  de  las  obras  materiales  del 
hombre,  sucede  con  las  del  orden  social:  si 
son  grandes  y  antiguas,  para  que  no  se  des- 
plomen con  daño,  hay  que  apearlas  con  inte- 
ligencia. Detrás,  de  la  almena  no  está  el  hom- 
bre de  armas,  cierto,  pero  la  piedra,  al  caer, 
es  una  fuerza  y  mata.  En  lo  mental  y  en  lo 
físico,  tenlo  presente,  Juan,  aunque  de  de- 
rribar se  trate,  es  preciso  hacerlo  con  regla, 
orden  y  medida;  si  no  ¡  pobres  operarios  ! 

Derribada  una  institución,  hay  que  sustituir- 
la con  otra:  la  sociedad,  como  el  hombre,  ne- 
cesita albergue,  y  el  albergue  suyo,  su  con- 
dición de  existencia  es  la  justicia,  que  ha  de 
reinar  en  todas  las  esferas  de  la  vida  y  for- 
mularse en  las  leyes  que  lui  poder,  llámese 
como  se  quiera,  debe  hacer  cumplir.  ¡  Contra- 
dicción singular  !  Al  mismo  tiempo  que  se  quie- 
re investir  al  Estado  de  una  monstruosa  dic- 


CARTAS   A   UX    OBRERO  421 


tadura  ecünómica,  haciéndole  gerente  único  de 
la  producción,  se  le  niega  la  autoridad  indis- 
pensable, no  ya  para  que  sea  fuerte  y  pode- 
roso, sino  para  que  exista  ni  aun  débil  y  mise- 
rable. Parece  como  una  burla,  Juan,  que  te  di-, 
gan  al  mismo  tiempo  que  el  Estado  va  á  darte 
derecho  al  trabajo  y  ser  el  único  capitalista  \- 
el  único  juez  del  mérito  y  distribuidor  de  los 
productos,  con  todas  aquellas  cosas  más  que 
quiere  el  socialismo  que  haga  el  Estado,  para 
lo  cual  no  le  bastaría  la  omnipotencia,  y  que 
á  la  vez  te  inciten  á  revelarte  contra  toda  auto- 
ridad y  á  combatir  todo  gobierno.  Esto  no 
se  explica  por  las  leyes  del  raciocinio,  sino 
por  los  cálculos  culpables  de  intereses  egoís- 
tas, por  los  impulsos  de  la  ira  ó  por  los  re- 
trocesos de  la  reacción. 

¿El  capital  no  ha  hecho  todo  lo  que  debía? 
Suprimir  al  capital. 

¿La  organización  de  la  familia  es  defectuo- 
sa? Suprimir  la  familia. 

¿Se  han  cometido  abusos  invocando  la  reli- 
gión? Suprimir  la  religión. 

¿Los  gobiernos  no  cumplen  bien?  Suprimir 
el   gobierno. 

A  un  cúmulo  de  males,  una  serie  de  nega- 
ciones: á  esto  se  quiere  dar  el  nombre  de  re- 
forma y  de  progreso,  como  si  el  organismo  so- 
cial no  fuera  una  grande,  á  veces  una  terri- 
ble afirmación,  á  la  que  no  es  posible  sustraer- 
se suprimiendo  los  elementos  de  la  realidad. 
Estos  elementos,  fatales  para  el  que  nada  cree, 
providenciales  para  el  que  tiene  alguna  creen- 


422         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


cia,  pesan  sobre  todos  como  el  sol  brilla 
igualmente  sobre  los  ciegos  que  sobre  los  que 
ven  la  luz. 

El  gobierno  es  una  necesidad  absoluta  de  la 
sociedad;  la  forma  puede  variar,  la  esencia  es 
de  ley  natural,  y,  por  consiguiente,  indes- 
tructible. Pero  ¿qué  es  el  gobierno?  Obligado 
á  responder,  tal  vez  darías  una  definición  en 
el  fondo  como  la  siguiente:  Gobierno,  unos 
cuantos  hombres  de  fama  equívoca,  desacredi- 
tados tal  vez,  que  sacan  contribuciones,  alis- 
tan soldados,  prohiben  algunas  cosas  malo.< 
que  se  hacen,  y  matidan  algunas  biie^ias  que 
se  dejan  de  hacer.  Sin  que  yo  niegue  que  en 
alguna  circunstancia  la  definición  pueda  tener 
mucho  de  verdad,  ni  sostenga  que  nunca  sea 
en  todo  mentira,  te  advertiré  que  las  cosas  han 
de  juzgarse  por  su  esencia  y  no  por  la  for- 
ma que  en  determinadas  circunstancias  pue- 
dan tener.  Ahora  reflexionemos  un  momento 
en  el  por  qué  el  gobierno  es  una  necesidad. 

Todo  lo  que  tiene  vida  tiene  organización,  y 
tanto  más  complicada,  cuando  el  ser  es  más- 
perfecto.  Un  montón  de  tierra,  si  el  viento  no 
la  lleva,  si  el  agua  no  la  arrastra,  si  la  mano 
del  hombre  no  la  traslada  ó  transforma,  inmó- 
vil é  idéntica  permanece.  Que  pongas  la  que 
está  dentro  afuera,  ó  la  de  arriba  abajo,  es 
igual;  el  montón  queda  el  miismo,  sus  partes 
son  iguales,  y  para  formar  un  todo  sin  vida 
no  tienen  necesidad  de  ser  diferentes  ni  de 
agruparse  de  este  ó  del  otro  modo;  todas  pue- 
den ocupar  el  lugar  de  cada  una,  sin  "que  el  to- 


CARTAS   A   UX    OBRERO  423 


co  varíe:  como  el  montón  no  tiene  vida,  no 
necesita  ninguna  especie  de  organización. 

Si  en  vez  de  una  porción  de  tierra  coges 
un  árbol  y  haces  una  operación  análoga  á  la 
anterior,  y  le  vuelves  lo  de  arriba  abajo  y  lo 
de  fuera  adentro,  y  le  trituras  y  confundes  sus 
partes,  el  árbol  muere:  como  tenía  vida,  tenía 
organización;  las  hojas,  las  raíces,  el  tronco, 
tenían  cada  cual  su  forma  y  su  destino,  no 
eran  iguales;  contribuían  igualmente  á  la  vida 
de  la  planta,  pero  desempeñando  funciones  di- 
ferentes. 

Si  de  la  planta  pasas  á  un  animal,  cuanto 
iTiás  perfecto,  menos  homogéneo;  es  decir, 
más  desiguales  son  las  partes  que  le  compo- 
nen, menos  puedes  sustituir  unas  con  otras  y 
alterar  á  tu  arbitrio  su  modo  de  ser  sin  que 
perezca. 

Nota  la  graduación.  El  montón  de  tierra  sin 
organización  ni  vida  tiene  sus  elementos  agre- 
gados, superpuestos:  pueden  cambiar  de  posi- 
ción á  tu  voluntad;  la  posición  de  las  partes, 
absolutamente  iguales,  no  altera  la  esencia  del 
todo.  El  árbol  puedes  todavía  podarlo,  serrar- 
lo; aún  retoñará;  con  precauciones  puedes  in- 
troducir en  tierra  las  ramas,  que  echarán  raí- 
ces, y  poner  al  sol  las  raíces,  que  echarán  ho- 
jas; puedes  variar  mucho  de  su  forma  sin  des- 
truirle. El  animal,  cuanto  más  perfecto,  es  me- 
nos modificable  á  tu  voluntad;  y  al  hombre,  por 
ejemplo,  no  puedes  reformarle  á  tu  capricho, 
ni  mutilarle  sin  que  perezca. 

Vemos,  pues,  que  á  medida  que  la  vida  se 


424         OBRAS    DE    DONA   CONCEPCIÓN   ARENAL 


eleva,  la  organización  se  complica,  necesita 
más  condiciones  invariables  y  se  presta  menos 
á  ser  moditicada  por  la  voluntad  del  hombre. 
El  conjunto  de  las  condiciones  sin  las  cuak-s 
muere  el  animal  ó  la  planta,  es  la  ley  necesa- 
ria de  la  -vida;  la  sociedad  la  tiene  también,  y 
es  locura  querer  prescindir  de  ella. 

El  niño,  el  adulto,  el  anciano,  la  mujer,  el 
temerario,  el  prudente,  el  débil,  el  fuerte,  el 
cruel,  el  compasivo,  el  pródigo,  el  económi- 
co, el  veleidoso,  el  perseverante,  el  holgazán, 
el  trabajador,  el  inteligente,  el  estúpido,  ele- 
mentos son  bien  distintos  que  no  pueden  sus- 
tituirse unos  por  otros;  la  variedad  infinita  de 
inclinaciones  y  aptitudes  de  los  miembros  que 
componen  el  cuerpo  social,  que  llenan  fun- 
ciones diversas,  prueban  con  evidencia  que  la 
sociedad  es  un  ser  organizado  como  el  animal, 
y  no  un  agregado  de  moléculas  como  el  mon- 
tón de  tierra.  Prueba  en  el  cuerpo  social  á 
sustituir  la  acción  de  agentes  diversos;  á  que 
el  hombre  llene  las  funciones  de  la  mujer,  el 
ignorante  las  del  sabio,  el  criminal  las  del  ciu- 
dadano probo,  y  la  sociedad  perece,  ni  más  ni 
menos  que  un  hombre  á  quien  se  quisiera  ha- 
cer respirar  con  el  estómago  y  digerir  con  el 
pulmón.  Esto  quiere  decir  que  la  sociedad,  co- 
mo todo  organismo,  tiene  condiciones  y  leyes 
orgánicas.  Las  condiciones  de  vida  de  la  so- 
ciedad son  las  mismas  que  las  de  los  indi- 
viduos que  la  componen,  y  pueden  dividirse 
en  tres  grupos: 

Condiciones  materiales. 


CARTAS   A   UN    OBRERO  425 


Condiciones  morales. 

Condiciones  intelectuales. 

Albergue,  vestido  y  alimento,  afectos,  recti- 
tud, conocimiento,  saber  en  mayor  ó  menor 
escala,  son  necesidades  del  hombre.  Pero  que 
vayas  al  trabajo  ó  al  templo;  que  estreches 
amorosamente  á  tu  hijo  contra  tu  corazón,  ó 
sostengas  el  vacilante  paso  de  tu  anciana  ma- 
dre; que  medites  sobre  alguna  verdad  ó  sien- 
tas la  inspiración  de  alguna  cosa  grande  y  be- 
lla; donde  quiera  que  vas  y  lo  que  quiera  que 
hagas,  va  contigo  tu  derecho,  y  toda  acción 
y  obra  tuya  ha  de  ser  respetada  mientras  sea 
justa.  Sin  este  respeto,  tu  vida  es  imposible  en 
todo  orden  de  ideas  y  de  acciones;  si  te  tur- 
ban, si  te  acometen,  necesitas  para  defender- 
te emplear  en  la  lucha  la  fuerza  que  habías 
de  aplicar  al  trabajo.  Así  como  el  hombre 
material,  que  coma  ó  que  beba,  que  trabaje  ó 
descanse,  que  vele  ó  que  duerma,  necesita  res- 
pirar siempre,  por  ser  el  aire  una  condición 
de  su  vida,  del  mismo  modo  el  hombre  social 
necesita  justicia,  porque  sin  ella  no  puede 
existir.  Se  vive  mejor  ó  peor  con  más  ó  me- 
nos justicia,  pero  hay  un  mínimo  sin  el  cual 
las  sociedades  perecen,  como  los  hombres 
que  se  asfixian  en  los  pozos  inmundos.  En 
Oriente  hubo  imperios  de  que  no  queda  más 
que  el  nombre;  ciudades  de  portentosa  magni- 
ficencia, que  no  se  revelan  al  viajero  sino  por 
columnas  rotas  ó  sepulcros  subterráneos.  Poco 
significan  los  nombres  de  los  pueblos  y  de  los 
reyes  que  los  destruyeron,  ni  qué  armas  usa- 


426         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


ban:  lo  que  importa  investigar  y  ver  claro,  y 
se  comprueba  y  se  ve  mirando  con  un  poco  de 
atención,  es  que  esas  sociedades  han  perecido 
porque  llegó  á  faltarles  aquella  cantidad  de 
justicia  sin  la  cual  los  pueblos  mueren. 

La  sociedad  hemos  visto  que  no  es  un  agre- 
gado, sino  un  organismo,  que  no  es  un  mon- 
tón, sino  una  vida;  pero  esta  vida  no  obedece 
en  todo,  como  la  de  las  plantas  y  los  anima- 
les, á  leyes  fatales.  El  grupo  de  árboles  ex- 
tiende sus  raíces  y  sus  ramas  de  igual  modo, 
siempre  que  sean  iguales  la  clase  de  terreno  y 
la  humedad  y  el  calor.  Una  sociedad  de  insec- 
tos no  se  aparta  de  la  regla  que  su  instinto  le 
revela;  las  abejas  y  las  hormigas  de  hoy  viven 
absolutamente  lo  mismo  que  hace  veinte  si- 
glos, y  como  vivirán  cuarenta  después.  Obe- 
decen á  una  ley  fatal  como  los  astros,  y  se 
pueden  calcular  sus  movimientos  en  el  aguje- 
ro ó  la  colmena,  com.o  los  de  la  luna  en 
el  espacio:  la  ley  de  su  existencia  se  cumple 
fatalmente;  no  hay  necesidad  de  que  nadie  se 
encargue  de  hacerla  ejecutar,  porque  no  hay 
ninguno  que  pretenda  infringirla. 

En  la  sociedad  humana  entran  nuevos  ele- 
mentos: los  seres  que  la  componen,  no  sólo 
tienen  vida,  sino  que  tienen  además  voluntad 
justa  ó  injusta;  y  esta  circunstancia,  que  de  vi- 
viente eleva  al  hombre  á  la  categoría  de  per- 
sona, hace  necesario  un  poder  que  sujete  las 
voluntades  injustas  á  la  ley  de  la  vida  social. 
La  hormiga  nada  hará  que  no  esté  conforme 
al  bien  del  hormiguero;  pero  el  hombre  pue- 


CARTAS   A   UX   OBRERO  427 


de  hacer  y  ejecuta  muchos  actos  perjudiciales 
a  la  sociedad,  y  á  veces  destructores  de  ella. 
El  que  con  voluntad  perseverante  se  apodera 
de  lo  que  te  pertenece,  calumnia  tu  buen  pro- 
ceder ó  atenta  contra  tu  vida,  necesita  una 
fuerza  que  le  contenga,  y  una  ley  que  deter- 
mine hasta  dónde  y  cómo  esta  fuerza  ha  de 
obrar,  para  que  ella  misma  no  cometa  injus- 
ticia al  querer  evitarla.  Siendo  el  hombre  due- 
ño de  sus  acciones,  teniendo  libertad  moral, 
con  sólo  que  hubiese  uno  dispuesto  á  abusar  de 
ella,  haría  necesarios  el  poder  y  la  ley  que  de- 
be aplicarla.  La  voluntad  injusta  de  un  ladrón, 
de  un  incendiario,  de  lui  lascivo,  de  im  asesi- 
no, si  no  encontraba  freno,  bastaría  para  tur- 
bar la  existencia  de  un  pueblo  entero  y  hacer- 
la imposible.  Cuando  este  freno  no  le  pone  la 
sociedad,  le  pone  el  ofendido;  donde  quiera 
que  no  hay  justicia,  hay  venganza;  es  preci- 
so que  la  haya,  porque  es  indispensable  que 
halle  obstáculo  la  intención  criminal  y  pertur- 
badora. 

Épocas  ha  habido  en  que  la  justicia  se  toma- 
ha  por  la  mano;  pero  esto,  en  vez  de  ser  un 
ideal  del  porvenir,  es  una  desdicha  de  lo  pasa- 
do. La  tiranía  del  más  fuerte  y  la  guerra  con- 
tinua, son  la  inevitable  consecuencia  de  un  po- 
der social  impotente  para  realizar  la  justicia. 
Cuando  los  pueblos  han  salido  del  laberinto 
ensangrentado  que  se  llama  satisfacción  de  la 
ofensa  tomada  por  el  ofendido,  vestigios  que- 
daron de  su  aciago  reinado  en  la  arbitrarie- 
dad con  que  se  clasiñcaban  los  delitos,  en  la 


42S    OBRAS  DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  AREXAI- 


crueldad  con  que  eran  castigados,  y  hasta  en 
la  satisfacción  que  se  concedía  á  la  concien- 
cia general,  dando  á  la  justicia  el  horrible 
nombre  de  venganza  piiblica.  Limitar  la  auto- 
ridad }'■  el  poder  en  todo  aquello  que  puede  ser 
beneficioso,  es  volver  á  los  tiempos  bárbaros; 
el  progreso  consiste  en  disminuir  la  fuerza  del 
crimen  y  del  vicio,  y  no  la  del  gobierno. 

Apenas  hay  necesidad  de  indicar  la  desven- 
taja de  que  sea  el  inmediatamente  perjudica- 
do, y  no  la  sociedad,  quien  ponga  coto  á  los 
desmanes  del  perverso.  Figúrate  un  ladrón, 
que  mientras  trabajas  te  roba  tu  única  chaque- 
ta. Natural  es  que  te  indignes  contra  el  pica- 
ro que,  mientras  ganas  penosa  y  honrada- 
mente el  pan  de  tu  familia,  te  priva  de  tu 
abrigo  para  venderle  por  un  vaso  de  aguar- 
diente. Huye:  hechas  tras  él;  á  la  indignación 
que  su  mal  hecho  te  ha  causado,  se  añade  la 
de  la  resistencia  que  opone  á  que  le  castigues; 
le  das  alcance  al  fin,  y  como  suele  decirse,  te 
ciegas,  le  maltratas  duramente;  sino  ha}'  quien 
se  interponga  entre  ambos,  tal  vez  le  das  un 
golpe  mortal.  ¿Te  parece  que  el  robo  de  una 
chaqueta  es  razón  para  matar  á  un  hombre? 
Seguramente  que  no,  ni  tú  lo  harías  á  sangre 
fría;  pero  acalorado,  es  inevitable  aquel  abu- 
so de  la  fuerza  con  el  que  no  respetó  el  de- 
recho. Si  te  contienes  y  no  tocas  al  ladrón, 
entonces  éste  se  irá  riendo  de  tí,  y  muy  ani- 
mado á  repetir  una  acción  lucrativa  sin  tra- 
bajo ni  peligro.  El  ofendido  no  puede  ser 
justo: 


CARIAS   Á    UX    OBRERO  4-9 


I."  Porque  la  cólera  no  le  deja  apreciar  la 
criminalidad  del  hecho. 

2."  Porque  no  tiene  medios  de  investigar- 
ías causas  que  pueden  disminuir  ó  agravar 
esta  criminalidad;  ya  comprendes  la  diferen- 
cia que  va  de  robarte  la  chaqueta  para  em- 
briagarse, ó  para  ponérsela  al  enfermo  que  ca- 
rece de  abrigo. 

2,."  Porque  no  tiene  medio  de  sujetar  al 
malhechor,  de  lo  cual  resulta  que  la  alterna- 
tiva es  un  castigo  brutal  y  excesivo,  ó  la  im- 
punidad; además,  este  castigo  pervertirá,  en 
vez  de  corregir  al  criminal,  como  debe  inten- 
tarlo toda  persona. 

4."  Porque  puede  no  ser  una  cosa  clara,  6 
ignorarse  absolutamente  la  persona  que  ha  co- 
metido el  delito;  tú  no  tienes  medios  de  ave- 
riguarlo, y  hay  probabilidad  de  que  quede  im- 
pune ó  de  que  castigues  á  un  inocente. 

De  todo  lo  expuesto,  aunque  brevemente, 
resulta: 

I.''  Que  la  sociedad  no  es  una  agregación 
inerte,  sino  un  cuerpo  con  vida. 

2.'*  Que  la  vida  de  la  sociedad,  como  la  de 
todo  ser  viviente,  tiene  condiciones  que  for- 
man la  ley  de  su  existencia. 

3.°  Que  esta  ley  de  existencia  social  es  la 
justicia  en  mayor  ó  menor  dosis,  pero  siem- 
pre con  un  mínimum  indispensable. 

4.'^  Que  la  realización  de  esta  justicia  nO' 
puede  hacerse  por  el  ofendido  ni  aun  por  el 
que  no  lo  sea  y  esté  atenido  á  sus  medios  in- 
dividuales. 


430    OBRA3  DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  ARENAL 


5."  Que  se  necesita  una  ley  que  evite  á  la 
vez  la  arbitrariedad  y  la  impunidad,  la  cruel- 
dad y  la  mayor  perversión  del  culpable,  y  un 
poder  que  tenga  fuerza  para  ejecutar  la  ley. 

6.°  Que  este  poder  es  el  Estado,  cuyo  ór- 
gano es  el  gobierno. 

7.°  Que  el  gobierno,  con  una  ú  otra  forma. 
no  es  un  error  ni  un  abuso,  sino  una  necesi- 
dad. 

Pero  el  Estado,  el  gobierno,  que  es  su  ór- 
gano, considerado  solamente  de  la  manera 
que  acabamos  de  hacerlo,  parece  tener  por 
único  objeto  la  represión,  y  quedar  reducido  á 
mandar  la  Guardia  civil,  nombrar  jueces  y 
construir  cárceles  y  presidios.  No  ha  faltado 
quien  así  lo  considere;  sólo  en  enfrenar  la  ínala 
voluntad,  sino  en  auxiliar  la  voluntad  buena, 
de  tal  modo,  que  el  perverso  encuentre  obs- 
táculos á  su  criminal  intento,  y  el  hombre  hon- 
rado facilidades  para  ser  mejor  y  más  dichoso: 
la  perfección  del  hombre  y  sn  bienestar  son  el 
■objeto  final  de  todas  las  instituciones  humabas. 
Aunque  sea  de  paso,  te  haré  notar  que  dicha 
y  perfección,  son,  ó  dos  fases  de  una  misma 
cosa,  ó  dos  cosas  tan  íntim.amente  enlazadas, 
que  pueden  comprobarse  una  con  otra.  La  fe- 
licidad que  no  perfecciona,  es  mentira;  la  per- 
fección que  hace  desgraciados,  no  es  verdad. 

La  razón  del  poder  del  Estado,  y  por  consi- 
guiente del  gobierno,  si  la  analizamos,  da  idea 
de  su  índole.  Esta  razón  es  la  libertad  moral 
del  hombre,  su  voluntad,  que  puede  ser  justa 
•ó  injusta.  Cuando  el  hombre  hace  mal  uso  de 


CARTAS   A   UX    OBRERO  431 


SU  libertad  y  es  culpable,  en  el  concepto  de  tal, 
es  inferior  á  los  animales  y  hace  necesaria  la 
fuerza  que  le  obligue  al  cumplimiento  de  la  ley 
.de  existencia  de  su  especie;  de  aquí  la  necesi- 
dad de  la  represión. 

Pero  cuando  el  hombre  hace  buen  uso  de  su 
Aoluntad,  se  eleva  muy  por  encima  de  los  otros 
vivientes.  Esta  voluntad  recta,  además  de  jus- 
ta, puede  ser  y  es  á  veces  elevada,  sublime,  de 
tal  modo,  que  no  solo  produce  ciudadanos  hon- 
rados, sino  genios  de  altas  aspiraciones,  propa- 
gadores de  grandes  ideas  y  mártires  de  causas 
santas;  de  aquí  la  justicia  del  auxilio,  de  la 
protección,  en  algunos  casos,  de  la  iniciativa 
del  Estado  para  realizar  nobles  y  fecundos  pen- 
samientos en  todo  aquello  que  no  pueden  llevar 
á  buen  término  los  medios  de  que  dispone  el 
individuo.  Así  como  el  poder  debe  reprimir 
toda  tendencia  al  mal,  está  obligado  á  favore- 
cer todo  impulso  hacia  el  bien;  debe  aspirar 
toda  emanación  benéfica,  recoger  todo  rayo  lu- 
minoso de  verdad,  para  formar  un  foco  pode- 
roso que  lleve  á  donde  quiera  los  resplandores 
de  su  luz;  debe  escuchar  toda  voz  que  formule 
un  pensamiento  fecundo,  5^  responder  á  toda 
razonable  interrogación,  de  tal  manera  que 
contenga,  aisle  y  debilite  las  actividades  perju- 
diciales, y  acumule,  condense  y  fortifique  las 
útiles.  Podemos  definir  el  Estado,  la  fuerza  de 
todos  para  contener  lo  que  hay  de  víalo  y  for- 
tificar lo  que  tiene  de  bueno  cada  uno. 

Tan  errónea  es  la  opinión  que  quiere  que  el 
Estado  lo  haga  todo,  como  la  que  pretende  que 


432         OBRAS    DE    DOÑA    CON'CKPCIOX    ARENAL 

no  haga  nada;  error  que  viene  de  no  formarse 
idea  exacta  de  lo  que  es  el  Estado  y  de  lo  que 
es  el  gobierno. 

No  escuches  á  los  predicadores  de  anarquía, 
ni  acudas  á  los  llamamientos  que  te  hacen  para 
combatir  todo  poder  y  negar  toda  autoridad. 
Purificar  el  poder,  perfeccionarle,  es  alta  mi- 
sión de  hombres  racionales;  destruirle,  es  im- 
posible empresa  de  insensatos.  Persuádete, 
Juan,  de  esta  verdad,  y  tenia  siempre  muy 
presente:    El   medio  más  seguro  de   tener 

EL  PEOR  GOBIERNO  POSIBLE,  ES  EL  EMPEÑO 
DE  NO  TENER  NINGUNO. 


eAí)  eAg  ¿As  S/^Va  éy^Va  elte  ¿Á^  eyAis 


1^   e/|^   e|a  e|s   e|^   e^^   ^^   ^}s   ^^   ^|^   e|3   e^s   e|j 


CARTA  TRIGESIMOCUARTA 


lia  patria. 

¡La  patria!  ¿Qué  es  la  patria?  Al  procurar 
responder  á  esta  pregunta,  se  me  viene  á  la  me- 
moria una  sentida  composición  del  señor  don 
Ventura  Ruiz  Aguilera,  y  pareciéndome  que 
saldrías  perdiendo  mucho  si  yo  te  dijera  en  vul- 
gar prosa  lo  que  él  tan  bellamente  ha  dicho  en 
buenos  versos,  te  los  copio: 


LA  PATRIA 


Queriendo  yo  un  día 
Saber  qué  es  la  patria, 
Me  dijo  un  anciano 
Que  mucho  la  amaba : 

«La  patria  se  siente ; 
No  tienen  palabras 
Que  claro  la   expliquen, 
Las  lenguas  humanas. 
Allí,  donde  todas 
Las  cosas  nos  hablan 
Con  vo/  que  hasta  el  fondo 


434       -OBRAS    DE    DONA    CONCKPCION    ARKNAI, 


Penetra  del  nhna ; 

Allí,   donde  empieza 

La  breve  jornada 

Que  al  hombre  en   el   mundo 

Ivos    cielos   señalan; 

Allí,  donde  el  canto 

Materno    arrullaba 

La  cuna  que  el  Antjel 

Veló   de   la   Guarda ; 

Allí,   donde  en  tierra 

Bendita  }•  sagrada, 

De  abuelos  y  padres 

Los  restos  descansan  ; 

Allí,    donde   eleva 

Su  techo  la  casa 

De  nuestros  mayores.  . 

Allí  está  la  patria. 

II 


»K1  valle  i^rüfuíido 

Y  enhiesta  montaña. 
Que  vieron  alegres 
Correr  nuestra  infancia  ; 
Las  viejas  ruinas 

De  tumbas  y  de  aras. 
Que  mantos  hoy  visten. 
De  hiedra  3-  de  zarzas ; 
ííl  árbol  que  frutos 

Y  sombra  nos  daba 
Al  son  armonioso 
Del  ave  y  del  aura  ; 
Recuerdos,  am<~-rcs. 
Tristeza,    esperanzas, 
Que  fuentes  han  sido 
De  gozo  y  de  lágrimas  ; 
La  imagen  del  templo, 
La  roca  y  la  playa. 

Que  ni  años  ni  ausencias 
Del   ánimo  arrancan ; 


CARTAS   A    UN    OBRKKü  435 


La  VOZ  conocida, 
La  joven  que  pasa, 
La  ílor  que  has  regado 
Y  el  campo  que  labras, 
Ya  en  dulce  concierto, 
Ya  en  notas  aisladas, 
Oirás  que  te  dicen : 
Aquí  está  l-a  patria. 


III 


»E1  sucio  cjuc  pi<ns 

Y  ostenta  las  galas 
Del  arte  y  la  industria 
De  toda  tu  raza, 

No  es  obra  de  un  día 
Que  el  viento  quebranta 
Labor  es  de  siglos 
Que  el  cielo  consagra. 
En  él    tuvo  origen 
La  fe  que  te  inflama ; 
En  él  tus  afectos 
Más  nobles  se  arraigan  ; 
En  él  han  escrito 
Buriles  y  hazañas, 
Pinceles  }•  plumas, 
Arados  y  espadas, 
Anales   sombríos, 
Historias   que   encantan, 
\'  en  rasgo  indeleble 
Tu  pueblo  retratan. 

Y  tanto   á   sú   vida 
La  tuya  se  enlaza. 
Cual   se   une   en    árbol 
Al  tronco  la  rama. 
Por  eso,   presente 

O  en  zonas  lejanas. 
Doquiera    contigo 
Prt  siciiipic  la  patria. 


436         OBRAS    DE    DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


IV 

))No  importa  que  al  hombre 
Su  tierra  sea  ingrata ; 
Que  peste  y  miseria 
Jamás  de  ella  salgan  ; 
Que   viles   verdugos 
La  postren  esclava, 
Rompiendo   las   leyes 
Más  justas  y  santas; 
Que  noches  eternas 
Las  brumas  le  traigan. 
Y  nunca  los   astros 
La  luz  deseada. 
Pregunta   al   proscrito. 
Pregunta  al  que  vaga 
Sin  pan  y  sin  techo 
Por  tierras  extrañas, 
Pregunta   si   pueden 
Jamás  olvidarla. 
Si  en  sueño  ó  vigilia 
Por  ella  no  claman. 
No  existe,  á  sus  ojos, 
Más  bella  morada ; 
Ni  en  campo,  ni  en  cielo, 
Ninguna  lo  iguala. 
Quizá,  unidos  todos, 
Se  digan  mañana : 
/  Mi  Dios  es  el  tuyo ; 
Mi  patria,  tu  patria! 

Esto  es  la  patria  para  el  corazón;  al  que  no 
le  tiene,  es  inútil  hablarle  de  ella;  es  un  ser 
moralmente  imperfecto  y  mutilado.  Pero  si  la 
patria  se  siente;  si  el  patriotismo,  más  bien  que 
un  raciocinio,  es  un  sentimiento,  no  quiere 
decir  esto  que  sea  un  absurdo;  muy  por  el  con- 
trario, la  razón  le  sanciona.  Sucede  con  el  amor 


CARTAS   A   UN    OBRERO  43^ 


de  la  patria  lo  que  con  el  amor  de  los  hijos:  se 
siente  primero,  se  motiva  después.  Siempre 
que  hay  una  necesidad  imperiosa  para  la  socie- 
dad ó  para  el  individuo,  la  Providencia  ha  co- 
locado un  sentimiento  ó  un  instinto,  es  decir, 
un  impulso  fuerte  é  instantáneo  que  obra  sin 
discutir,  y  tanto  más  independiente  del  racio- 
cinio, cuanto  es  más  indispensable. 

El  hombre  respira  aun  contra  su  voluntad, 
digiere  sin  saberlo,  y  cierra  los  ojos  antes  de 
hacerse  cargo  de  que  podría  dañarles  el  obje- 
to que  á  ellos  se  acerca.  Los  cuidados  que  se 
dan  á  los  hijos  pequeñuelos,  y  sin  los  cuales 
la  especie  no  podría  perpetuarse,  no  son  calcu- 
lados tampoco:  los  padres,  y  las  madres  sobre 
todo,  hacen  por  amor  lo  que  por  cálculo  no 
harían  nunca.  La  razón  del  hombre,  su  noble 
compañera,  su  divino  atributo,  está  sujeta  á 
los  desvarios  del  error  y  á  las  flaquezas  de  la 
voluntad,  y  por  eso  no  se  le  encomienda  exclu- 
sivamente ninguna  función  esencial  á  la  vida 
de  los  individuos  ni  de  las  naciones.  El  patrio- 
tismo, ¿es  una  de  estas  cosas  esenciales  de  los 
pueblos?  Nos  será  fácil  probarlo. 

No  estaría  poblada  la  tierra  sin  el  amor  ins- 
tintivo que  tiene  el  hombre  al  lugar  donde  na- 
ce. Sólo  aquellos  favorecidos  por  la  naturaleza 
tendrían  pobladores;  y  en  vez  de  que  hoy  un 
sentimiento,  el  amor  de  la  patria,  establece  la 
armonía,  y  el  lapón  vive  dichoso  entre  sus 
eternos  hielos,  y  el  árabe  en  el  abrasado  desier- 
to, habría  sangrienta  lucha  para  apoderarse  de 
las  comarcas  fértiles  y  templadas,  quedándose 


438         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


el  resto  para  mansión  de  animales  feroces.  Es- 
ta despoblación  de  las  tierras  estériles  y  des- 
templados climas,  llevaría  consigo  probable- 
mente la  extinción  de  la  especie,  y  de  seguro 
su  falta  de  cultura  y  de  progreso.  Las  razas  di- 
versas, con  sus  diferencias  de  nacionalidad,  son 
para  el  género  humano  lo  que  los  diferentes 
individuos  para  un  pueblo.  Si  todos  quisieran 
ser  albañiles,  sastres,  abogados  ó  arquitectos, 
la  obra  social  sería  imposible,  porque  exige  di- 
visión de  trabajo,  y  tanto  mayor,  cuanto  la  ci- 
vilización está  más  adelantada.  De  igual  modo, 
si  no  hubiera  más  que  un  pueblo  en  la  zona 
más  favorecida,  le  faltaría  la  división  del  traba- 
jo humano,  no  menos  necesaria  que  la  del  tra- 
bajo social;  una  nacionalidad  única  produciría 
una  especie  de  estancamiento  inteleq,tual  y  mo- 
ral; todo  progreso  sería  imposible  é  inevitable, 
por  consiguiente,  la  decadencia,  porque  la  ra- 
zón y  la  historia  prueban  de  un  modo  eviden- 
te, que  todo  el  que  no  avanza  hacia  el  bien, 
retrocede  al  mal,  que  permanecer  estacionario 
es  imposible,  y  que  los  pueblos  necesitan  co- 
municarse é  influirse  mutuamente,  llevar  al 
fondo  común  los  elementos  de  vida  que  ca- 
da cual  posee,  de  modo  que  se  aumente  su  ca- 
pital y  se  levante  el  nivel  de  la  moralidad  y 
de  la  inteligencia. 

Y  esto  sucede,  no  solo  porque  los  pueblos 
son  diferentes,  sino  porque  no  están  en  el  mis- 
mo período  de  su  vida.  La  marcha  es  armónica, 
l)ero  no  simétrica,  y  el  esfuerzo  intermiterite, 
cuando  la  labor  debe  sei   e(mtínua.   Figúrate 


CARTAS   Á   UN    OBRERO  439 


una  de  esas  obras  que  empezadas  no  pueden 
interrumpirse  sin  perder  lo  hecho,  y  en  las  que 
se  emplean  diferentes  cuadrillas  para  que  des- 
cansen unas  mientras  trabajan  las  otras:  tal  es 
la  humanidad.  Las  cuadrillas  son  los  pueblos; 
si  á  la  hora  en  que  se  necesita  no  acude  el  rele- 
vo, la  obra  no  se  hace;  si  no  hay  diferentes  na- 
cionalidades, el  relevo  no  puede  acudir;  y  si 
no  ha}'  patriotismo,  no  puede  haber  nacionali- 
dades diferentes. 

Ya  ves  la  razón  de  ese  sentimiento  que  se 
llama  amor  de  la  patria,  que,  como  todos  se 
eleva  y  se  purifica  á  medida  que  se  ilustra  y 
se  moraliza  el  hombre.  El  amor  á  la  patria 
en  los  pueblos  de  la  antigüedad  llevaba  consi- 
go el  odio  á  los  que  no  pertenecían  á  ella:  ex- 
tranjero, tanto  quería  decir  como  enemigo,  y 
aun  había  idiomas  en  que  con  una  sola  palabra 
se  nombraba  á  entrambos.  El  amor  de  la  patria 
era  también  más  ó  menos  hostil  de  la  familia: 
.el  ciudadano  de  Roma  ó  de  Esparta  absorbía 
al  hombre;  antes  que  padre  de  sus  hijos  era 
hijo  de  la  repiiblica. 

Esta  especie  de  incompatibilidad  entre  los 
deberes,  prueba  una  gran  inmoralidad  y  una 
grande  ignorancia;  el  amor  de  la  familia,  de 
la  patria  y  del  género  humano,  son  armónicos, 
y  en  vez  de  hostilizarse,  se  prestarán  mutuo 
apoyo  cuando  los  hombres  sean  un  poco  menos 
imperfectos.  Si  se  han  podido  poner  en  pugna 
las  virtudes  cívicas  y  las  virtudes  privadas,  es 
porque  no  se  han  analizado,  es  porque  no  se 
ha  comprendido  que  el  hombre  piíblico  nece- 


440    OBRAS  DE  DOÑA  CONCEPCIÓN  ARENAI, 


sita  amor,  y  el  hombre  privado  energía.  ¿Basta, 
por  ventura,  para  ser  hombre  de  Estado,  no 
venderse  y  tener  cierta  instrucción  ?  Menguado 
poh'tico  sería  con  estas  dos  solas  condiciones,  y 
desdichado  pueblo  el  gobernado  por  él.  El  que 
es  mal  hombre  en  la  familia,  no  puede  ser  buen 
ciudadano;  el  padre,  el  esposo,  el  hermano,  el 
hijo  perverso,  no  pueden  tener  criterio  moral, 
ni  conciencia  clara,  ni  noble  impulso,  ni  perse- 
verante esfuerzo,  ni  aquel  resorte  poderoso  del 
espíritu  que  vence  los  grandes  obstáculos  é  ins- 
pira los  grandes  hechos. 

¿En  qué  consiste  que  muchos  hombres  de 
quienes  se  espera  mucho  hacen  tan  poco?  En 
que  no  son  honrados.  No  hay  más  que  una 
moral;  las  virtudes  y  los  deberes  son  armó- 
nicos, son  rayos  de  luz  que  salen  del  mismo 
foco.  No  creas  que  será  buen  diputado  ó  buen 
ministro  el  que  es  mal  hijo  ó  mal  padre;  no 
imagines  que  el  empleado  concusionario  ó  el 
juez  venal  sean  rectos  y  probos  en  la  sociedad 
y  en  la  familia;  ni  te  figures  tampoco  que  el 
hombre  que  es  malo  en  su  familia  y  malo  en 
su  patria,  pueda  ser  bueno  para  la  humanidad . 

El  amor  de  la  patria,  armónico  con  el  de 
la  fam.ilia  y  de  la  humanidad,  es  una  necesi- 
dad humana,  como  hemos  visto,  porque  sin 
él  quedaría  despoblada  la  tierra;  es  una  ne- 
cesidad social,  porque  sin  él  toda  obra  de 
progreso  y  de  perfección  sería  imposible. 
¡  Ay  de  la  humanidad  si  no  hubiera  patria  ! 
¡  Ay  de  la  patria  si  no  hubiera  familia ! 
Patria,    familia,    humanidad,    cosas    son    que 


CARTAvS   Á    i;.\    OBRERO  44 1 


no  pueden  destruir  las  teorías  de  ninguna 
escuela,  pero  que  pueden  ensangrentar  y  ha- 
cer desdichadas  la  obcecación  y  las  iras  de  los 
partidos.  Te  predican  que  fraternices  con  los 
obreros  .de  todas  las  naciones:  bien  está;  her- 
manos tuyos  son  y  debes  amarlos.  Pero  como 
si  tu  corazón  fuera  tan  pequeño  que  no  pu- 
diera ensanchar  la  esfera  de  su  amor,  y  como 
si  en  él  hubiera  un  foco  de  odio  inextingui- 
ble que  fuese  necesario  lanzar  sobre  alguno, 
la  fraternidad  para  una  clase  de  extranjeros 
lleva  consigo  la  hostilidad  con  otra  clase  de 
compatriotas,  y  para  que  tengas  humanidad, 
te  dicen  que  no  tengas  patria.  Todo  esto  es 
absurdo,  Juan;  no  creas  en  el  amor  que  no 
es  más  que  una  sustitución  de  odio,  ni  imagi- 
nes que  ha  de  ser  compasivo  con  los  extraños 
el  que  es  cruel  con  los  propios:  el  hombre  es 
uno,  idéntico  así  mismo,  bueno  ó  malo  para 
todos. 

Debe  aceptarse  la  verdad  donde  quiera  que 
esté,  y  rechazarse  el  error  en  cualquier  parte 
que  se  halle.  Aplica  á  La  Internacional  esta 
verdad  sencilla;  toma  de  ella  el  amor  á  los 
extranjeros  y  no  el  odio  á  los  compatriotas; 
recibe  la  humanidad,  pero  no  le  des  en  cam- 
bio la  patria. 

Hace  pocos  años  acudías,  como  de  costum- 
bre, el  día  2  de  Mayo,  á  honrar  la  memoria 
de  los  que  en  igual  día  habían  muerto  á  ma- 
nos de  los  soldados  de  Murat.  Algunos  indi- 
viduos de  La  Internacional  quisieron  hacer 
una  manifestación   contra   tu   patriotismo;   tú 


442         OBRAS    DE    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


lo  impediste  violentaiiieiitc,  en  lo  cual  hiciste 
mal.  Los  manifestantes  estaban  en  un  error, 
pero  también  en  su  derecho,  que  debieras  ha- 
ber respetado,  sin  ceder  por  eso  nada  de  tu 
razón.  Esta  razón  era  entonces,  y  hoy,  y 
siempre,  que  porque  ames  á  los  franceses  de 
hoy,  porque  perdones  á  los  de  1808,  no  por 
eso  has  de  menospreciar  ni  olvidar  siquiera 
la  memoria  de  los  mártires  del  patriotismo  y 
del  deber.  Cuanto  más  se  eleve  tu  alma,  cuan- 
to más  se  dilate  la  esfera  de  tus  simpatías, 
cuanto  más  cierres  tu  pecho  al  odio,  cuanto 
mejor  seas,  en  fin,  de  más  valor  será  el  ho- 
menaje que  rindas  á  los  que  murieron  por  el 
santo  amor  de  la  patria.  Si  ellos  te  ven  desde 
un  mundo  donde  no  se  aborrece,  sólo  recibi- 
rán gratos  la  corona  que  les  ofrece  tu  mano 
cuando  al  tributo  de  tu  amor  no  vaya  unido 
ningún  impulso  de  ira. 

No  hay  más  segura  señal  de  decadencia  en 
un  pueblo  que  el  menosprecio  ó  el  olvido  de 
los  valerosos  que  le  han  honrado.  Y  ten,  Juan, 
muy  en  cuenta  que  su  memoria  ha  de  respe- 
tarse, aunque  la  razón  porque  murieron  no  lo 
parezca  hoy  en  día.  Los  hombres  han  de  juz- 
garse en  la  época  en  que  han  vivido.  Si  en 
ella  fueron  probos  y  desinteresados;  si  ante- 
pusieron el  bien  público  al  suyo;  si  tuvieron 
en  poco  la  vida  y  en  mucho  la  honra,  grandes 
fueron,  y  como  grandes  deben  ser  tenidos  y 
ensalzados.  Negar  el  título  de  bueno  al  que 
no  entendió  el  bien  como  le  entendemos,  es 
tener  un  criterio  tan  mezquino  como  injusto. 


CARTAS    A   UX    ORRERO  443 


No  pidamos  á  los  lioiubres  cualidades  que 
no  pudieron  tener  en  sii  época;  no  tengamos 
la  fatuidad  de  tener  por  caudal  propio  el  fon- 
do común  de  nuestro  siglo,  que  han  contri- 
buido á  formar  los  mismos  que  desdeña- 
mos. ;  Si  supieras  cuánto  debes  á  los  que  te 
han  precedido  !  j  Si  supieras  cuántos  mártires 
se  han  necesitado  para  proporcionarte  la  me- 
nor de  las  ventajas  que  disfrutas  !  Si  supieras 
cuántas  víctimas  ha  hecho  la  fuerza  para  que 
puedas  hacer  valer  tu  derecho,  no  olvidarías, 
ingrato  á  los  que  se  inmolaron  por  ti,  no  calum- 
niarías á  los  que,  muriendo,  esperaron  en  la 
justicia  de  la  posteridad;  no  romperías  los  la- 
zos que  deben  unir  á  los  hombres  buenos  de 
todos  los  siglos;  y  en  vez  de  rechazar  con  es- 
carnio una  herencia  de  gloria,  te  acercarías, 
w?scubierta  la  cabeza,  á  las  sagradas  turabas, 
y  ellas  te  dirán:  ¡  Hay  patria  ! 


IWfffffWffffW 


CARTA  TRIGESIMOQUIXTA 


Conclusión. 


Apreciable  Juan:  Por  modestas  que  sean  las 
aspiraciones  del   que  para  la  prensa  escribe, 
siempre  imagina  que  siquiera  ha  de  tener  un 
lector.  Yo  rae  lo  he  figurado  también,   y  he 
hablado  contigo  como  un  ser  real  que  sufre 
y  que  goza,  que  teme  y  que  espera,  como  con 
una  racional  criatura  expuesta  á  caer  en  el 
error  y  susceptible  de  penetrarse  de  la  verdad. 
Al  llegar  al  término  de  esta  conversación  que 
contigo  he  tenido  por  espacio  de  dos  largos 
años,  parece  como  que  te  había  cobrado  cier- 
ta especie  de  afecto,  pues  aunque  no  seas  mr.s 
que  una  idea,  con  las  ideas  se  encariña  uiio 
también;    por    eso    al    decirte    adiós,    hub  era 
querido  que  fuese  como  el  de  dos  amigoF  que, 
después  de  una  discusión  razonada,  se  retiran 
sosegadamente  al  tranquilo  hogar,  con  la  se- 
guridad   que    humanamente    puede    haber    de 
(lue  no  les  sucederá  mal  ninguno. 

¡  Cuan  distinta  es  la  realidad  de  este  mi  de- 
seo!  Donde  quiera  que  te    retires    v  á    cual- 


440         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARIÍNAI, 


quier  lugar  que  yo  vaya,  hallaremos  la  inquie- 
tud, el  desasosiego,  la  destrucción,  la  violen- 
cia, lágrimas  y  sangre  y  muerte;  la  guerra,  en 
fin,  la  más  impía  de  las  guerras  que  se  hacen 
entre  sí  los  que  son  dos  veces  hermanos   ( i ) . 

Ni  nombres  propios  hemos  de  pronunciar, 
ni  traer  al  debate  persona  ni  cosa  que  pudie- 
ra darle  apariencia  de  parcialidad  ó  de  pasión; 
pero  si  no  hemos  de  acusar,  ni  dirigir  cargos, 
ni  lanzar  anatemas,  deber  nuestro  es  consig- 
nar las  lecciones  que  con  lágrimas  y  sangre 
está  escribiendo  la  historia. 

Las  circunstancias  han  venido  á  favorecer 
la  lealización  de  aquellas  teorías,  que  como 
panacea  de  tus  males  te  daban  y  como  erro- 
res he  combatido.  Los  hombres  de  esas  teorías 
han  podido  ponerlas  en  práctica;  gobernantes 
y  legisladores  han  sido,  y  se  desploman  y  van 
cayendo  y  caerán  bajo  el  peso  de  la  imposibi- 
lidad de  realizar  lo  imposible.  ¿Dónde  están 
esas  reformas  radicales,  esos  males  cortados  de 
raíz,  esas  transfiguraciones  sociales,  para  las 
que  no  se  necesitaba,  al  decir  de  sus  apósto- 
les, sino  que  fuesen  poder  los  que  amaban 
al  pueblo  y  poseían  la  verdadera  ciencia  so- 
cial? ¿Cómo  no  estamos  ya  constituidos  según 
las  teorías  socialistas?  Comprendo  que  en  la 
práctica  pudieran  surgir  graves  dificultades, 
como  acontece  siempre  en  las  transcendenta- 
les reformas:  esto,  ni  era  cosa  de  extrañar,  ni 


(1)    Ensangretaban  á  la  sazón  á  España  tres  í:::crras  civi 
es:  la  de  Cuba,  la  carlisla  y  ]a  llamada  cantonal. 


CARTAS   A    T \    OBRERO  447 

arguiiiento  que  de  bena  fe  y  con  conocimien- 
to de  causa  pudiera  hacerse;  no  se  trata,  pU2S, 
de  este  ó  del  otro  obstáculo,  de  aquella  infa- 
mia ó  del  crimen  de  más  allá,  no:  aunque  el 
llanto  enturbie  los  ojos  y  cubra  el  rostro  el 
color  de  la  vergüenza,  es  necesario  cnju;^ar 
las  lágrimas  y  alzar  la  frente  é  imponer  silen- 
cio á  las  voces  del  dolor  y  de  la  ira,  y  levanrar 
con  espíritu  imparcial  y  mano  firme  el  acta 
de  este  terrible  debate. 

Lo  grave  para  el  crédito  de  los  socialistas, 
fantásticos  creadores  del  Cuarto  Estado,  no  es 
que  se  haya  hecho  poco  en  el  sentido  de  sus 
ideas;  es  que  no  se  ha  intentado  nada.  Fíjate 
bien  en  esto,  Juan,  porque  la  gran  lección  está 
aquí;  no  te  hablo  de  crímenes,  ni  de  horrores, 
ni  de  infamias;  te  hablo  de  impotencia  absolu- 
ta, de  no  haber  adoptado  una  medida,  toma- 
do una  resolución,  formulado  un  acuerdo,  que 
realice,   que  intente  realizar  siquiera  aquellas 
teorías  de  organización  del  trabajo,  conversión 
de  la  i)ropiedad  individual  en  colectiva,   etc. 
Ni  un  \uelo  atrevido,  ni  un  surco  profundo, 
ni  una  prueba  de  esa  sinceridad  en  el  error, 
(lue  se  llama  fanatismo  y  que  extravía,  pero  al 
menos  no  degrada.  Los  hombres    del    Cuarto 
Estado  parece  que  han  perdido  la  fe  en  sus 
sistemas  en  el  momento  mismo  en  que  han  esta- 
do en  situación  de  '-ealizarlos,  como  ciegos  que 
de  repente  reciben  la  luz,  ó  niños  que  echa- 
ran de  ver  que  las  pompas  de  jabón  no     tie- 
nen dentro  más  que  aire.  Jamás  poder  anun- 
ciado como  revolucionario  conservó  tan  com- 


448         OBRAS    DE   DOÑA   CONCEPCIÓN    ARENAL 


pleto  staiu  quo;  jamás  hombres  de  sistema, 
puestos  en  el  caso  de  realizarlos  dieron  tan 
claras  muestras  de  no  tener  fe  en  él;  jamás  se 
dio  tan  solemne  escarmiento  á  la  credulidad 
fascinada.  Suprime  la  orgía  política,  eso  que 
escandaliza,  que  indigna  y  que  da  horror,  y 
el  socialismo  en  el  poder  y  en  el  santuario  de 
las  leyes,  es  un  cadáver  al  que  no  se  concederán 
los  honores  de  la  sepultura. 

Aparte  de  la  falta  de  arranque  y  de  energía 
que  en  tal  grado  no  podía  preveerse,  todo  lo 
demás  era  de  esperar.  Por  abatir  una  bandera 
y  levantar  otra  y  hacer  unas  cuantas  afirma- 
ciones osadas  y  negaciones  impías,  no  se  con- 
vierte en  hacedero  lo  que  es  esencialmente 
irrealizable.  Hace  meses  lo  vimos  hablando 
del  supuesto  Cuarto  Estado.  La  revolución  po- 
lítica estaba  hecha;  la  económica  no  podía  ha- 
cerse, porque  en  esa  esfera,  los  cambios,  ni 
pueden  ser  repentinos,  ni  se  hacen  por  medio 
de  hombres  que  se  amotinan  en  las  calles,  que 
tiran  tiros  en  los  campos  ó  votan  en  los  comi- 
cios ó  en  las  Cortes.  Los  creadores  de  estados 
sociales  imposibles  han  dicho:  (cque  el  Cuarto 
Estado  sean,  y  el  Cuarto  Estado  no  fué;  y 
en  la  hora  más  propicia  para  mostrarle  ^al 
mundo,  cuando  desde  las  cumbres  del  poder 
se  podía  ostentar  victorioso  y  preponderante; 
ha  desaparecido  como  esas  sombras  que  cre- 
cen para  desvanecerse.  La  prueba  se  podía 
intentar;  ningún  obstáculo  material  lo  impe- 
día; pero  la  cosa  es  tan  absurda,  que  ni  aun 
le  es  dado  aspirar  á  los  honores  del  ensayo; 


CARTAS  A  UN   OBRERO  449 


es  un  campeón,  no  derrotado,  sino  corrido,  a 
la  sola  amenaza  del  contacto  con  la  realidad. 

En  vez  de  hacerte  un  resumen  de  cuanto  te 
llevo  dicho,  voy  á  presentarte  un  abreviada 
enumeración  de  las  pruebas  que  la  práctica  de 
los  últimos  tiempos  ha  traído  á  mis  afirmacio- 
nes. Observemos  los  sucesos  enfrente  de  las 
grandes  cuestiones,  de  aquellas  cuestiones  ca- 
pitales y  palpitantes,  con  que  se  han  fas- 
cinado las  inteligencias  y  exasperado  los 
ánimos,  convirtiéndolas  en  fulminantes  de  esos 
á  que  se  pone  fuego,  no  para  abrir  una  vía, 
sino  para  volar  un  edificio  (i). 

Propiedad. — La  propiedad  no  cambia  de 
constitución,  sino  tal  cual  vez  de  mano. 

El  maestro  había  dicho  (ó  repetido) :  aLa 
propiedad  es  el  rohon;  algunos  discípulos  di- 
cen: ((El  robo  es  la  propiedad)),  lo  cual  es  su- 
mamente lógico.  No  se  da  un  paso,  ni  el  más 
mínimo,  para  variar  la  índole  de  la  propiedad; 
hay  sustitución  de  propietario,  despojo,  hechos 
violentos  que  en  nada  invalidan  el  derecho, 
prácticas  que  no  corresponden  á  ninguna  teo- 
ría. Nótalo  bien,  Juan,  porque  es  de  notar. 
Mandan  los  adversarios  más  ó  menos  francos 
de  la  propiedad  individual,  se  arman  las  ma- 
sas que  poco  ó  nada  poseen;  el  principio  de 
autoridad  es  nulo;  no  hay  más  que  dar  la  señal 
del  despojo,  y  el  despojo  se  hará  impunemen- 
te. Los  propietarios  tienen  miedo,  carecen  de 


(1)    Esto  se  escribía  en  Agosto  de  1873,  y  las  Cartas  al 
obrero  habían  empezado  á  publicarse  en  Mayo  de  1871 


450         OBRAS    DE    DOÑA    CONCEPCIÓN    ARENAL 


hábitos  militantes,  y  son  los  menos;  los  pobres 
son  los  más;  parece  que  se  han  contado;  no 
les  repugna  la  apelación  á  la  fuerza;  la  ley  de 
los  hombres  calla;  la  de  Dios  no  se  escucha: 
la  tentación  atruena  con  voz  que  repiten  los 
mil  ecos  del  escándalo.  ¿Cómo  hay  en  Espa- 
ña una  sola  casa  donde  pueda  hallarse^  algún 
valor,  que  no  haya  sido  saqueada?  ¿Quién  con- 
tiene á  la  multitud?  Quién  pone  diques  á  ese 
'torrente?  El  mismo  que  señala  un  límite  que 
no  traspasa  el  mar  tempestuoso.  Del  propio 
modo  que  el  mundo  físico,  tiene  sus  leyes  el 
mundo  moral,  y.  por  ellas,  aun  en  medio  de  las 
borrascas  políticas  y  de  los  cataclismos  socia- 
les, una  mano  invisible  pone  coto  á  su  acción 
perturbadora;  y  los  adversarios,  los  detracto- 
res, los  que  niegan  la  propiedad  en  principio 
y  no  tiene,  á  su  parecer,  ninguna"  razón  para 
respetarla,  de  hecho  la  respetan,  y,  lo  que  es 
todavía  más,  la  defienden.  Tú  y  tus  compa- 
ñeros más  de  una  vez  habéis  amparado  al  pro- 
pietario y  perseguido  al  ladrón. 

Acá  y  halla  hay  robos  y  despojos,  cierto; 
pero  son  violencias  hechas  al  propietario  más 
bien  que  ataques  á  la  propiedad;  el  número 
de  éstos  es  relativamente  muy  corto,  y  si  se 
han  castigado  flojamente,  no  consiste  en  que 
esté  en  la  opinión  la  impunidad  para  esta  cla- 
se de  delito,  sino  que  hoy  está  en  la  práctica 
para  todos.  Se  roba  y  se  despoja,  pero  sin  ata- 
car al  principio  de  propiedad,  sino  dando  ai 
atentado  un  alto  fin,  diciendo  que  es  necesario 
para  defender  la  religión  ó  la  república.   Es 


CAUTAS    A    U.\    (niUI'.KO  451 


grande  el  número  de  los  ladiones;  muy  corto 
el  de  los  que  se  atreven  á  serlo  sin  esta  ó  la 
otra  máscara.  Tales  hechos,  repetidos  en  tales 
circunstancias,  prueban  hasta  la  c  videncia  que 
la  propiedad  no  es  una  institucicu  de  las  que 
pasan,  ni  un  error  de  los  que  se  desvanecen, 
sino  una  condición  esencial  de  vida  en  las  so- 
ciedades humanas.  La  lección  que  los  sucesos 
están  dando,  es  solemne;  insensatos  serán  los 
hombres  si  no  la  toman. 

La.  familia. — Tan  reciamente  combatida 
por  algunos  reformadores  radicales,  ¿qué  ata- 
ques ha  sufrido  desde  que  han  podido  conver- 
tir en  hechos  las  amenazas  (]ue  contra  ella  ful- 
minaban? ¿Dónde  están  las  resoluciones  pro- 
pias para  que  la  familia  se  constit'.iya  sobre 
diferentes  bases  ó  para  suprimirla?  Todo  el  da- 
ño que  ha  recibido  viene  de  las  malas  cos- 
tumbres, de  la  corrupción,  de  los  vicios,  en 
cuya  práctica  tienen  una  desdichada  con- 
formidad los  hombres  de  las  teorías  más 
opuestas. 

Eiy  TRABAJO. — ¿Dónde  está  la  organización 
del  trabajo,  ese  famoso  sofis  nn,  ese  talismán 
poderoso,  ese  admirable  instruir  uto  de  pros- 
peridad y  de  justicia,  esa  banJe;  1  de  guerra 
bajo  la  cual  se  alistan  tantos  obcecados  cam- 
peones? ¿Por  ventura  se  ha  hecho,  íe  ha  inten- 
tado nada  para  esa  organización,  1  cdra  angu- 
lar del  edificio  socialista?  Por  más  que  cuida- 
dosamente cbs  rv  >,  no  veo  que  se  trate  de  la 
realización  del  derecho  al  trabajo,  sino  del  de- 
rocho  á  holgar;  únicamente  de  la  práctica   de 


452 


OBRAS    DE    DOÑA    CONXEPCIÓN    ARENAL 


este  último  veo  ejemplos  y  varias  disposicio- 
nes que  tienden  á  asegurarlo. 

Igualuad. — Busco  en  vano  los  decretos,  las 
leyes  y  aun  las  violencias  niveladoras.  Las  je- 
rarquías sociales  ninguna  alteración  han  sufri- 
do, y  hasta  las  vanidades  continúan  ostentando 
el  oropel  de  sus  distintivos. 

Patria. — Los  que  la  desgarran  ponen  en 
relieve  el  absurdo  de  ios  que  quieren  suprimir- 
la. Estos  no  levantan  bandera;  es  una  anar- 
quía vergonzante  y  práctica,  que  no  se  afir- 
ma ni  quiere  generalizarse  por  medio  de  nin- 
guna teoría.  No  es  una  escuela,  es  un  motín; 
no  es  un  principio,  es  un  atentado.  Se  ve  la 
mezcla  de  cinismo  é  hipocresía  que  tiene 
siempre  el  que  obra  contra  el  buen  sentido  y 
la  conciencia.  El  hombre  es  capaz  de  hacer 
más  daño  del  que  se  atreve  á  confesar;  es  tan 
poderosa  su  propensión  á  justificar  sus  he- 
chos, que  lo  intentan  hasta  los  criminales  más 
endurecidos,  hasta  los  locos  mientras  conser- 
van una  ráfaga  de  razón.  La  falta  de  conse- 
cuencia y  de  lógica  del  grupo  que  niega  la  pa- 
tria, pone  en  relieve  lo  absurdo  de  semejan- 
te negación.  Los  que  se  apartan  de  la  patria 
común,  hacen  y  dicen  en  la  pequeña  patria 
lo  mismo  que  condenaban  en  la  grande. 

Ninguna  supresión  ni  creación  esencial;  to- 
do se  reduce  á  limitar  el  lugar  de  la  escena, 
que  ocupa  dos  leguas  en  lugar  de  doscientas 
ó  de  dos  mil.  Contradicción,  hipocresía,  impo- 
tencia, nada  más  se  ve  en  los  que  niegan  la 
patria;   y  cuando  digo    nada   más,   es  porque 


CARTAS    ».    VN    OBRERO  453 


hago  abstracción  y  caso  omiso  de  toda  cul- 
pa y  de  todo  crinien,  limitándome  á  señalar  la 
falta  de  razón  y  de  lógica,  las  imposibilidades 
esenciales,  invencibles,  los  errores  en  la  esfe- 
ra de  la  inteligencia,  á  los  que  han  de  corres- 
ponder y  coi  esponden,  por  desgracia,  malda- 
des y  dolores  en  la  esfera  moral. 

Aunque  '  i  tierra  que  fué  España  deje  de 
obedecer  á  unas  mismas  leyes;  aunque  sus  hi- 
jí->  dejen  de  amarse,  y  en  vez  de  intereses  ar- 
mónicos, tengan  intereses  encontrados;  aunque 
'  a  lugar  de  vivir  en  dichosa  paz,  se  hagan  en- 
<  aruizada  guerra,  ¿probarán  algo  contra  la 
idea  de  la  patria?  El  ensayo  hecho  por  los  que 
esa  idea  combaten,  la  acredita,  haciendo  una 
cosa  parecida  á  esa  prueba  que  se  llama  por 
el  absurdo  y  que  aquí  podría  llamarse  por  eí 
desastre.  ¿Qué  mejor  razonamiento  en  favor 
de  la  bondad  de  una  cosa  que  los  males  .que 
resultan  de  suprimirla?  Todo  lo  que  has  visto 
prácticamente  y  en  el  terreno  de  los  hechos  de 
algunos  meses  á  esta  parte,  debe  ser  para  tí 
Juan,  la  más  concluyente  prueba  de  que  se 
puede  constituir  de  este  ó  del  otro  modo,  pero 
de  que  no  se  puede  suprimir  la  patria.  Mira 
lo  que  son  y  lo  que  hacen  los  que  la  comba- 
ten, y  verás  que  parece  que  los  han  elegido  pa- 
ra desacreditar  lo  que  sostienen,  como  los  es- 
partanos embriagaban  á  los  esclavos  para  ha- 
cer odiosa  é  infame  la  embriaguez. 

Autoridad. — La  negación  del  principio  de 
autoridad  es  otro  artículo  de  la  fe  ortodoxa 
de  los  transformadores  sociales.  La  voluntad  del 


454         OBRAS    DK    DOÑA    CONCIÍl'CION    ARKNAT, 


individuo,  sus  derechos  absolutos  é  ilcgisla- 
bles,  son  su  ley,  que  él  es  el  encargado  de  ha- 
cer y  ejecutar.  Y  ¿qué  ha  sucedido  al  poner 
en  práctica  semejante  teoría?  Que  la  nega- 
ción de  todo  principio  de  autoridad  es  la  ne- 
gación de  toda  práctica  de  derecho  y  de  to- 
da realización  de  la  justicia.  Ese  individua- 
lismo exagerado,  se  hace  inevitablemente 
egoísta,  caprichoso,  insensato,  loco,  y  las  vo- 
luntades sin  regla  son  indómitas  y  destructo- 
ras como  fieras,  y  como  tales  es  preciso  per- 
seguirlas. Mira  esos  pueblos:  fíjate  en  aquél 
que  más  tiempo  lleva  rebelado  contra  el 
principio  de  autoridad,  y  verás  sucederse  las 
tiranías,  convirtiendo  toda  fuerza  en  violen- 
cia y  todo  mandato  en  atentado.  No  puede  ha- 
ber reunión  de  hombres  sin  autoridad;  cuan- 
do se  admite  en  principio,  hay  que  acep- 
tarla de  hecho,  y  en  la  persona  de  un  hombre, 
por  regla  general,  el  más  indigno  de  ejercerla. 
Esto  es  tan  cierto,  que  los  que  van  á  comba- 
tir violentamente  la  autoridad,  empiezan  por 
admitir  una,  llevan  un  jefe,  sin  el  cual  ni  aun 
se  podría  intentar  la  empresa.  Ahora  has  podi- 
do y  puedes  observar  con  qué  violencia  man- 
dan los  que  se  niegan  á  obedecer,  y  cómo  se 
multiplican  las  autoridades  para  combatir  el 
principio  de  autoridad.  Creo  que  nunca  los 
partidarios  de  una  teoría  habrán  hecho  más 
para  desacreditarla  en  la  práctica  y  para  pro- 
bar la  necesidad  y  la  justicia  de  aquello  que 
como  innecesario  é  injusto  rechazan. 

Rkijgión. — Lo.?  ataques  á    la    religión    no 


¿ARTAS   Á   UN    OBRERO  455 


han  tullido  esc  carácter  que  revela  un  coii- 
venciiniento,  aunque  errado,  firme,  ni  un  odio 
implacable,  ni  un  impulso  fuerte;  y  así  debía 
suceder:  de  una  acción  débil,  no  podía  resul- 
tar una  reacción  poderosa.  ¿Cuáles  han  sido 
las  manifestaciones  del  ateísmo  sofístico  de  los 
semifilósofos,  y  del  ateísmo  brutal  de  los  ig- 
norantes? Algunas  tropelías,  la  profanación  y 
el  despojo  de  algunos  templos,  con  apariencia 
de  tener  más  codicia  del  oro  en  que  están  en- 
gastadas reliquias,  que  deseo  de  ultrajarlas; 
hechos  aislados;  en  medio  de  la  violencia,  cier- 
ta timidez,  revelación  de  la  debilidad,  es  to- 
do lo  que  contra  la  religión  se  hace  durante  la 
dominación  de  los  que  no  la  tienen,  á  lo  cual 
pueden  añadirse  algunos  escritos  sin  lógica, 
sin  ciencia,  sin  elevación,  ó  no  pocas  veces 
sin  aquella  dignidad,  no  ya  la  que  correspon- 
de, al  asunto,  sino  la  que  debe  tener  el  escritor, 
cualquiera  que  sea  el  que  trate.  Estos  no  son 
medios  para  desacreditar  la  religión,  sino  pa- 
ra encender  el  fanatismo,  y  así  sucede.  A  las 
impiedades  del  Mediodía  responden  las  descar- 
gas del  Norte.  Cada  blasfemia,  una  rebeldía; 
cada  profanación,  una  batalla  ganada  por  los 
que  ofenden  ellos  también  apelando  á  la  violen- 
cia, ¿quién  lo  duda?  pero  no  lo  niegan,  y  es- 
to basta  para  hacerlos  menos  odiosos  que  los 
ateos,  en  torno  de  los  cuales  la  humanidad,  co- 
mo espantada,  hará  siempre  el  vacío.  La  pre- 
ponderancia material  de  los  que  en  nada 
creen  ni  otra  vida  esperan,  ha  dado  tal  espec- 
táculo de  escándalo  impotente  y  violenta  de- 


456         OBRAS    Dli    DONA    CONCEPCIÓN    ARENAI, 


bilidad,  que  si  no  abona  el  fanatismo,  lo  ro- 
bustece y  lo  explica.  Ahora  puedes  notar  la 
culpable  ligereza  y  crasa  ignorancia  de  los 
que  tratan  la  religión  como  cosa  fútil  y  bala- 
di.  Pasan  las  generaciones  que  cierran  los 
templos,  y  los  templos  se  abren  de  nuevo, 
porque  la  eternidad  no  pasa,  porque  las  tem- 
pestades no  marcan  el  nivel  de  las  aguas,  ni 
son  los  hombres  de  la  humanidad  los  que  di- 
cen: Después  de  la  muerte,  la  nada. 

Puedes  notarlo,  Juan:  el  triunfo  material 
de  los  que  sostienen  cierto  género  de  errores, 
es  su  derrota  en  el  orden  de  las  ideas,  por- 
que pone  en  relieve  su  radical  impotencia. 
Soberbios  al  negar,  tímidos  en  la  afirmación, 
nulos  en  la  práctica,  tales  han  sido,  son  y  se- 
rán, los  que  de  cualquier  modo,  y  enarbolando 
esta  ó  la  otra  bandera,  dicen  al  hombre  que 
puede  vivir  sin  propiedad,  sin  familia,  sin 
trabajo  rudo,  sin  dolor,  sin  resignación,  sin 
virtud,  sin  ley,  sin  Dios. 

Al  despedirme  de  tí,  me  salta  la  triste  duda 
de  si  no  habré  conseguido  convencerte  de  nin- 
guna verdad,  ni  desvanecido  en  tu  ánimo  nin- 
gún error.  Si  así  fuere,  que  Aquel  que  ve  las 
voluntades  reciba  la  mía,  que  era  buena  para  tí. 
No  me  han  cabido  en  suerte,  ni  los  medios  ma- 
teriales con  que  podía  darte  auxilio,  ni  la  ele- 
vada posición,  que  dicta  los  mandatos  ó  da  au- 
toridad á  los  ejemplos.  Un  buen  consejo  es  to- 
do lo  que  podía  darte,  y  recíbasle  ó  no,  te  lo  he 
dado  para  descargo  de  mi  conciencia. 

Adiós,  amigo  mío.  ¿Quién  sabe  á  dónde  nos 


CARTAS   Á    UN    OBRERO  457 


arrojarán  las  olas  de  la  tempestad  que  ruge? 
¿Quién  sabe  si  en  un  día  de  horror  te  darán 
á  beber  una  de  esas  copas  de  maldad  que  en- 
loquece, y,  falto  de  razón,  levantarás  la  ma- 
no, me  herirás  en  las  tinieblas  de  tu  error, 
y  caeré,  como  han  caído  tantos  otros  que,  co- 
mo yo,  te  amaban  y  más  que  yo  valían?  Si 
así  fuese,  de  ahora  para  entonces  te  perdono, 
dejándote,  como  testamento  de  mi  amor,  el 
deseo  de  que  tu  corazón  no  aborrezca,  de  que 
tu  espíritu  se  eleve,  de  que  en  tus  ojos  pene- 
tre la  luz  de  la  verdad,  y  que  antes  de  cerrar- 
se para  siempre  se  vuelvan   una  vez   al  cielo. 


FIN  DEIv  VOIvUMEN   PRIMERO 


e/\V9  e>J\s  eyAVs  e/AVs  ey¿J^9  e/livs  a^vs  «//xa  e^^Vs  ey¿o  e/^lfo  e>¿\5  eVAVa  e  >^  .9  eAa  e>2^s 
eJvj  cXa   eAs   e.'Fj   jylVs   eAs   eyjVs   eAs   e/^j   ci/f^  e^vj   t*s  aMa   a  ,^3   e^   o^ 


.  índice  DEI.  volumen  PRIMERO 


Páginas 


Dedicatoria  5 

Advertencia 9 

Carta  1.'  Peligros  de  recurrir  á  la  fuerza 
— No  se  resuelven  por  medio  de 
ella  las  cuestiones,  y  menos  las 
económicas 13 

»  2/'  Toda  cuestión  social  grave  es  en 
parte  religiosa. —  Necesidad  de 
la  resignación.  —Distinción  de 
la  pobreza  y  de  la  miseria.- — Ma- 
nera equivocada  de  juzgar  de  la 
felicidad  por  la  riqueza 21 

»  3."  Ninguna  cuestión  social  puede  ser 
puramente  material :  aun  redu- 
cida á  la  de  subsistencias  tiene 
elementos  intelectuales  v  mora- 
les    ■ 31 

»  4."  Da  pobreza,  ley  de  la  humani- 
dad    41 

))  5."  Oue  la  llaga  que  conviene  curar 
es  el  pauperismo  el  cual  no 
es  cosa  nueva,  ni  calamidad  cre- 
ciente   51 

»     6.'    Causas    de    la    miseria. — Falta     de 

trabajo 65 

»     7.'     Continuación  de  la  anterior 75 


460  i  N  D  1  C  K 


El  capital  y   el  trabajo 89 

De   los   que  no  pueden  trabajar   ó 

malgastan  el  fruto  de  su  trabajo        101 
Insuficiente    remuneración    del    tra- 
bajo          115 

De  las  huelgas 127 

Que  el  derecho  no  es  una  cosa  ab- 
soluta         139 

Del  socialismo 149 

De  la  asociación 163 

Del    Progreso 175 

Que  mientras  el  obrero  no  eleve 
su    nivel  moral  é  intelectual   no 

se  elevará  para  él  el  social 189 

Continuación  de  la  anterior 199 

De  la  asociación 207 

Sot  iedades    cooperativas :    necesidad 

de  la  previsión  y  del  sacrificio...        219 

De  los  impuestos 231 

De  La  Internacional 243 

De  la  igualdad 255 

Continuación  de  la  anterior 267 

Dificultad :  la  retribución  justa  no 
puede  existir  con  opinión  extra- 
viada. —  La  desigualdad  debe 
estar  limitada  por  la  justicia, 
pero  la  justicia  se  define  con  di- 
ficultad y  no  se  entiende  por  to- 
dos  del  mismo  modo 277 

25  Del      Cuarto    Estado.  — No      existe 

realmente. — Error  de  equiparar 
las  revoluciones  políticas  con  las 
transformaciones  económicas.— 
Males  del  retraimiento  político, 
y  error  de  que  las  formas  polí- 
ticas son  indiferentes  para  las 
sociales 289 

26  De  la    familia. — El  género    humano 

no  puede  existir  sin  ella 303 

27  Influencia   de   la   familia   en   la   re- 

ligión,  en  la  moral,    en  la  cien- 


Carta  8.' 

» 

9.' 

» 

10 

» 

11 

» 

12 

» 

13 

» 

14 

1) 

15 

M 

16 

» 

17 

» 

18 

» 

19 

il 

20 

» 

21 

» 

22 

» 

23 

» 

24 

índice  461 


cia,  en  el  arte,  en  la  economía  315 

Carta  28    De   la   propiedad 333 

29    Continuación  de  la  anterior 347 

»  30  Continuación  de  la  anterior. — Do- 
nación. — Herencia.  — Modo  de 
adquirir  la  propiedad  y  de  gas- 
tarla    '. 359 

»     31     Del   comunismo 377 

»    32    Continuación  de  la  anterior 397 

»     33    De  la  autoridad 417 

»     34    La    patria 433 

»     35    Conclusión    445 


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17  Concepción 

A7        Cartas  á   un  obrero 

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